sábado, 8 de diciembre de 2018

HOMENAJE A LOS 12 DESAPARECIDOS DE LA SANTA CRUZ Por Mariano Pedrosa


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Homenaje a los 12 desaparecidos de la Santa Cruz






Se cumplen 41 años de la desaparición de los militantes y familiares de desaparecidos que se reunían en la sede de la iglesia. Los doce secuestrados fueron víctimas de los vuelos de la muerte.






Por Mariano Pedrosa - @Pedrosa_mariano





La iglesia de la Santa Cruz del barrio de San Cristóbal es un sitio emblemático del terrorismo de Estado y sus acciones más siniestras, pero también de la Memoria y la lucha por los Derechos Humanos. Allí es donde se convocaban familiares de desaparecidos por la última dictadura para coordinar acciones, y es también allí donde comenzó un feroz operativo que arrancó el jueves 8 de diciembre de 1977 y culminó dos días después con el secuestro de la Madre fundadora Azucena Villaflor y las religiosas francesas Léonie Duquet y Alice Domon.

Como todos los 8 de diciembre, los vecinos del barrio, familiares de “los 12 de la Santa Cruz”, miembros de esa parroquia y organismos de Derechos Humanos realizan este sábado un homenaje en memoria de sus compañeros y, a través de ellos, a todos los detenidos desaparecidos de la dictadura.

En un jardín lateral de la parroquia se encuentran enterradas las Madres Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco, así como la religiosa Léonie Duquet y la activista Ángela Auad. El homenaje por la Memoria, Verdad y Justicia por estos luchadores de los Derechos Humanos, que fueron víctimas de uno de las acciones más simbólicas de la última dictadura, se realiza a las 17:30 en el Solar de la Memoria (Estados Unidos y Urquiza). Este año contará con la participación de varios artistas y, “porque nada grande se puede hacer con tristeza”, habrá un cierre a cargo de La Delio Valdéz.

La pieza clave de ese operativo fue el represor Alfredo Astiz, quien se había infiltrado en la naciente organización de Derechos Humanos bajo la falsa identidad de Gustavo Niño. Alegando ser hermano de un desaparecido, comenzó a participar de las reuniones que se llevaban a cabo en el lugar. Ese jueves tenían programado recolectar el dinero para publicar una solicitada con los nombres de los desaparecidos, pero al salir del templo los esperaba el grupo de tareas 332. Su objetivo era secuestrar a las personas previamente señaladas por el “Ángel rubio”. Vestidos de civil, se presentaron como policías y se llevaron a ocho personas: la religiosa francesa Alice Domon, Angela Aguad, María Esther Ballestrino de Careaga, Raquel Bullit, Eduardo Gabriel Horane, José Julio Fondevilla, Patricia Cristina Oviedo, María Eugenia Ponce de Bianco y Horacio Aníbal Elbert. Más tarde secuestraron a Remo Carlos Berardo y Julio Fondovila y Horacio Elbert.


Para el sábado 10, la patota liderada por el represor Jorge “Tigre” Acosta, quien por ese tiempo también se hacía llamar “el dedo de Dios”, completó la tarea, pero también ese misma fecha, que se celebra el Día Internacional de los Derechos Humanos, aparecía publicada la solicitada en el diario La Nación.

La cacería organizada por la Armada argentina culminó esa etapa trasladando a los militantes de Derechos Humanos al centro clandestino que funcionaba en la ESMA. Allí fueron torturados entre diez y quince días y luego de que se les aplicara pentotal, los arrojaron vivos al mar en los conocidos vuelos de la muerte.

La historia sin embargo continuó el 20 de diciembre de ese año, cuando la marea comenzó a arrastrar algunos cuerpos a la costa de las ciudades de Santa Teresita y Mar del Tuyú, cinco de ellos fueron sepultados como NN en el cementerio de General Lavalle, en la provincia de Buenos Aires. Recién en 2005, el Equipo de Antropología Forense identificó cinco de esos cuerpos, pertenecían a las religiosas francesas y a tres de las Madres. 

“Todas por todas y todos son nuestros hijos” fue la consigna lanzada por Azucena Villaflor al comenzar las rondas a la Pirámide de Mayo en 1977, la que se convirtió en una de las fuerzas más potentes contra el plan de exterminio planeado por la dictadura. Aquella proclama inicial marcó el espíritu de la lucha, según Nora Cortiñas, “sin esta filosofía que que dice que nuestra lucha no es individual, sino colectiva y que planteó Azucena, hubiese sido muy difícil afrontar tantas adversidades”.

Algo de justicia llegó con la Megacausa ESMA, que llevó a cabo el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 5 de la Ciudad de Buenos Aires, que dictó sentencia sobre varios de los responsables de estos crímenes de lesa humanidad.



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LOS SECUESTROS Y DESAPARICIONES EN LA IGLESIA DE LA SANTA CRUZ / a 41 años




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El presente artículo fue publicado en ocasión del 35° aniversario de los secuestros de la Iglesia de la Santa Cruz. Por su plena vigencia, lo reiteramos para su conocimiento, valoración y agradecida difusión.-


BuenaNueva 21 - 08/12/18






Entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977, un grupo de tareas, comandado por Alfredo Astiz, secuestró a doce personas que se habían empezado a reunir en esta iglesia del barrio de San Cristóbal para organizarse durante la última dictadura cívico militar, entre las que se encontraban las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo y las monjas francesas. Al cumplirse un nuevo aniversario, recordamos este doloroso hecho y compartimos unas palabras de Ana María Careaga, dedicadas a su mamá Esther Ballestrino, una de las madres secuestradas, torturadas y arrojadas al mar.




Volviste, un día de diciembre, seguramente extenuada, a la costa. Te habían desaparecido apenas unos días antes y habrían de desaparecerte 28 años más. Mientras tanto, nosotros te buscamos, como había que buscar entonces, como se buscaba en esa época funesta de nuestra historia, como ustedes nos buscaban a nosotros, golpeando puertas, recorriendo, denunciando. Todo era inútil, fueron cartas, presentaciones, viajes, habeas corpus, un gran interrogante sin respuesta; todo era inútil, eso era la desaparición, parecía como si se los hubiese tragado la tierra, pero no era así, eran las fuerzas de seguridad las que secuestraban, torturaban y asesinaban, por eso ustedes pasaron a ser, también ustedes, detenidas desaparecidas como los hijos que buscaban. Las madres buscaban a sus hijos, y los hijos buscaban a sus madres, en el país de lo indecible”, comienza el texto dedicado a su madre, que Ana María Careaga leyó y compartió en Oral y Público, en el momento que los familiares y amigos tienen en el programa para homenajear a los suyos.



Su mamá es Esther Ballestrino de Careaga y es considerada, junto a María Ponce de Bianco y Azucena Villaflor de De Vincenti, fundadora de Madres de Plaza de Mayo. Ellas comenzaron a reunirse en la Iglesia de la Santa Cruz, ubicada en la calle Estados Unidos 3150 de la Ciudad de Buenos Aires, cuando sus hijos fueron secuestrados y desaparecidos. Allí se encontraron con otros familiares que también buscaban a sus seres queridos, y con las monjas francesas Leonie Duquet y Alice Domon, que se solidarizaron con lo que sucedía.



En este marco, se intercambiaban datos, informaciones, armaban campañas de búsqueda y también de denuncia de lo que estaba ocurriendo en el país. Además, desde abril de 1977, marchaban semanalmente alrededor de la Pirámide de la Plaza de Mayo.

En el caso de Esther, dos de sus yernos (Manuel Carlos Cuevas e Ives Domergue) habían desaparecido en 1976, y su hija Ana María había sido secuestrada en 1977 a los 16 años y embarazada de cuatro meses. Cuando Ana María fue liberada tras meses de cautiverio en el Centro Clandestino de Detención Exterminio y Tortura El Atlético, Esther decidió continuar luchando por la aparición de los hijos de sus compañeras.

A este grupo de personas se sumó un tal Gustavo Niño, que decía buscar a un hermano desaparecido. Este joven rubio resultó ser Alfredo Astiz, quien una vez infiltrado marcó a los familiares para que el Grupo de Tareas 3.3.2 de la Armada Argentina los secuestrara al salir de la Iglesia. Otras personas de este grupo también fueron detenidas en La Boca, Morón y Avellaneda. Todos señalados por Astiz, que asistía a las reuniones obligando a una detenida en la ESMA a acompañarlo sin delatarlo.

Doce personas de este grupo de familiares desaparecieron entre el 8 y 10 de diciembre. Además de las fundadoras de Madres y de las monjas francesas, fueron secuestrados Ángela Auad, Remo Berardo, Raquel Bulit, Horacio Elbert, Julio Fondovila, Gabriel Horane y Patricia Oviedo.

La Iglesia de la Santa Cruz, que pertenecía a la Comunidad Pasionista y tenía orientación progresista, ya había sido marcada por la Triple A como “la de los curas rojos”. Adherido al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, apoyó la llamada Teología de la Liberación. Los pasionistas trabajaron en conjunto con el sacerdote Enrique Angelelli en La Rioja, y con Carlos Mujica en villas de la Ciudad de Buenos Aires.

“Después buscamos la justicia, tampoco llegó, también estaba desaparecida. Buscamos como había que buscar, y buscamos también de otras maneras, tratando de contrarrestar desde nuestra condición de hijas la falta de ese afecto enorme que nos había sido arrancado de nuestras vidas. Cómo, dónde, en cada referencia de la vida de todos los días, en donde tu recuerdo se convertía todo el tiempo en la presencia de una ausencia. Buscamos en las miradas de otras madres, en sus abrazos, en la letra de algunas canciones”, continúa Ana María Careaga en su homenaje.

El grupo que se reunía en la Iglesia de la Santa Cruz estuvo secuestrado en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Algunos fueron víctimas, a los pocos días, de los llamados “vuelos de la muerte”. Los subieron a aviones de la Fuerza Aérea que sobrevolaron el Río de la Plata y desde allí fueron arrojados con vida al agua. Alrededor del 20 de diciembre de ese año, comenzaron a aparecer cuerpos en la costa del Océano Atlántico, entre Santa Teresita y Mar del Tuyú, que fueron enterrados como NN en el cementerio de General Lavalle.

“Nunca nos dijeron a dónde y nosotros seguimos buscando, te buscamos en una plaza con tu nombre, en un árbol plantado en la Avenida San Juan, te buscamos en el río cuando en un acto simbólico, la pucha, tan bien intencionado, esparcimos las cenizas de papá para juntarte simbólicamente con él, y vos ya no estabas. Desencuentro trágico que da cuenta, una vez más, de la desaparición, un equívoco permanente, un no-lugar. El problema no es si la cita es en una plaza, en un árbol, en el río, el problema es cuando uno de los dos no puede asistir a esa cita. El problema no es si la tumba o el epitafio, el problema es la tumba sin el epitafio o el epitafio sin tumba. Y así estuviste vos, recluida en los confines de lo siniestro, de lo innombrable durante 28 años, mientras nosotros te buscábamos a ciegas. Y así tuvimos que aprender duramente, muy duramente, a encontrarte, en abrazos ajenos, fantaseando llenar las páginas de algún libro de los abrazos, para encontrar allí tal vez felizmente los abrazos perdidos (…) Es inútil mirar para arriba si no es para el cielo, nos decías cuando la realidad te contrariaba y no podías encontrar la salida, y nosotros te buscamos como se dice en estos casos por cielo y tierra, y también en el mar, y resultó que estabas en el mar, y resultó también que no estabas en el mar”, recita Ana María en el micrófono de Oral y Público.

En julio de 2005, el Equipo Argentino de Antropología Forense informó que había podido identificar los restos de las tres fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, de la monja Duquet, y de Ángela Auad. Los cuerpos presentaban signos de haber caído desde gran altura, lo que confirmaba que habían sido víctimas de los vuelos de la muerte.

Hoy, los restos de Villaflor, Careaga, Bianco, Duquet y Auad descansan en los jardines de la Iglesia de la Santa Cruz.

Los casos de las doce personas secuestradas en la Iglesia de la Santa Cruz fueron incluidos en el segundo tramo de la Causa ESMA, en el que se condenó a dieciséis represores. El 28 de noviembre comenzó el tercer tramo, y allí figuran nuevamente estas doce víctimas. Entre los 68 represores imputados se encuentran ocho pilotos de los “vuelos de la muerte”.

“Cada uno construye en ese intento de remiendo permanente distintas formas de respuesta a una pregunta que jamás nos contestaron, que nos digan a dónde, a dónde, y esa pregunta cuya respuesta era del orden de la fatalidad fue el puntapié para la única forma de respuesta posible, una respuesta construida desde las madres, los luchadores, los consecuentes, los incansables, las organizaciones que supieron que esa respuesta debía construirse como una alternativa ética, de dignidad inquebrantable, frente a lo siniestro y lo ignominioso. Una respuesta que encontrara la tan anhelada justicia. Y hoy estás aquí, con tus compañeras, con las que te llevaron y con las que siguieron, con los pañuelos blancos, los generosos pañuelos de quienes como vos tienen el corazón generoso que solo los grandes saben tener. En esa iglesia que en un ejercicio permanente de la memoria se convirtió también para nosotros en un lugar donde encontrarlos. En esas paredes, en esas imágenes, donde los hijos que ustedes buscaban, madres de todos, las abrazan con sus miradas eternas”, cierra el texto de Ana María Careaga en memoria de su mamá, Esther Ballestrino.





http://www.laretaguardia.com.ar/2012/12/35-anos-de-los-secuestros-y.html








SANTA CRUZ, EL ALTAR DE LA MEMORIA / A 41 años de los secuestros de la Iglesia de Santa Cruz



A 41 años 




El presente artículo fue publicado en ocasión del 39 aniversario de los secuestros de la Iglesia de la Santa Cruz. Por su plena vigencia, lo reiteramos para su conocimiento, valoración y agradecida difusión.-

BuenaNueva 21 - 08/12/18




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Santa Cruz, el altar de la memoria


Hoy se cumplen 39 años de los secuestros de la Iglesia Santa Cruz. Durante varios, la ceremonia que se realiza en esa iglesia para homenajear a las personas desaparecidas, entre ellas la fundadora de Madres de Plaza de Mayo, incluyó la lectura de este texto que escribimos para recordarlas. Lo reproducimos hoy con la misma convicción con la que lo hicimos por primera vez: la memoria construye verdad y la condena social, justicia.





Cada 8 de diciembre, en la iglesia Santa Cruz, de Boedo, se recuerda el aniversario de la desaparición de un grupo de Madres de Plaza de Mayo, activistas de derechos humanos y dos monjas francesas, como resultado de un operativo protagonizado por el marino Alfredo Astiz. Esta dolorosa historia tuvo -al cumplirse 25 años- una connotación especial. Esther Careaga -la primera Madre desaparecida- no pudo hablar ese día. Pero sí su nieta, que tiene la misma edad que esa ausencia: 25 años. En el medio de las dos, este relato, que se realizó especialmente para esa ocasión y que desde entonces, todos los años es leído en la ceremonia de la iglesia Santa Cruz.


La primera Madre de Plaza de Mayo secuestrada por la dictadura argentina fue Esther Ballestrino de Careaga, el 8 de diciembre de 1977 en la misteriosa y bella iglesia de Santa Cruz, ubicada en la calle Estados Unidos al 3100, de Buenos Aires. La segunda madre desaparecida estaba un paso más atrás y se llamaba María Eugenia Ponce de Bianco. La tercera, fue secuestrada dos días después. Su nombre: Azucena Villaflor, la fundadora de Madres de Plaza de Mayo.

Tal fue el resultado de la operación de infiltración que realizó el oficial de la marina Alfredo Astiz (disfrazado de Gustavo Niño) que le permitió identificar a quienes desde ese día siguen desaparecidos: además de las madres, las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet, Patricia Oviedo, Gabriel Horane, José Julio Fondevilla, Horacio Elbert, Raquel Bulit, Remo Berardo y Angela Aguad de Genovés.

La hija de Esther, Ana María Careaga no hablará el próximo domingo 8 de diciembre en la iglesia de Santa Cruz, en el acto que recordará los 25 años de uno de los momentos más trágicos de la Argentina, en el sentido más profundo de la palabra tragedia.

Hablará, en cambio, una persona que hasta ese día puede resultar una ilustre desconocida detrás de la cual palpitó la zona más increíble de esta historia, si es que la palabra “increíble” significa algo en un lugar como la Argentina.

Sobre lo que aquí se narra debe aclararse que cualquier parecido con la ficción, lamentablemente, es pura coincidencia.

Esther Careaga no usaba su nombre. Todos la conocían como Teresa. Un apodo que le pusieron casi al azar en la Liga Argentina por los Derechos del Hombre.

Paraguaya, militante política del febrerismo, opuesta a la dictadura de Alfredo Stroessner, ella y su marido terminaron exiliándose en la Argentina, y conocían las ventajas de los apodos en tiempos de represión.

Esther-Teresa era un personaje particular en el grupo de madres, que en gran medida venían de tener nula participación política, mucha tarea como amas de casa, y la sorpresa tenebrosa de descubrir de pronto que sus hijos ya no estaban.

¿Dónde estaban?

Comenzaron a buscar. Fueron a comisarías, juzgados, cuarteles. Comenzaron a reconocerse, y a conocerse. Esther comenzó por ser una suegra de desaparecidos. El marido de una de sus hijas, Manuel Cuevas, había sido secuestrado. Cuenta Ana María Careaga, la otra hija de Esther:

-A Manuel le decían Pancho. Su familia era muy humilde y mi mamá los ayudaba a buscar. En mi casa la política había sido siempre una cuestión cotidiana. Recibíamos a todos los perseguidos del Paraguay, estuvo de visita Salvador Allende antes de ser presidente de Chile. Mi mamá había llorado cuando mataron al Che Guevara: quiero decir, la política con un alto grado de compromiso era cosa de todos los días.

Un caso bien diferente, si se quiere, al de la actual integrante de la Línea Fundadora de las Madres de Plaza de Mayo, Nora Cortiñas, que reconoce que hasta aquel momento ni siquiera había pensado en trabajar, salvo dictando clases de costura a sus vecinas.

Esther buscaba a su yerno y conoció a otras mujeres, entre ellas Azucena Villaflor de Devincenti. Uno de los puntos de encuentro de estos familiares era la capilla Stella Maris, en Retiro, donde un monseñor, Emilio Graselli recibía a quienes buscaban, revisando un fichero. Su actitud servía para enloquecer aún más a esas personas. Recuerda Nora Cortiñas:

-A mí una vez me informó que mi hijo Carlos se había ido con otra mujer, por eso había desaparecido. A otra mamá la recibió mostrándole una cruz roja junto al nombre de su hijo: “Está muerto, pero venga dentro de 10 días”. A los 10 días le dijo que no estaba muerto. A mí me dijo: “Su hijo debe estar bien alimentado, vestido, andando en auto para ‘marcar’ por la calle a amigos o conocidos”. Me estaba diciendo que mi hijo era un delator.

Un día de abril Azucena reunió a los familiares que sostenían estos diálogos con tal personaje, y dijo lo obvio. Nada positivo surgiría de tal contacto con la perversión:

-Tenemos que ir a la Plaza de Mayo, que nos vean, que nos escuchen.

Graselli actualmente enseña religión a jovencitas en el Colegio de la Misericordia, confirmando que hay zonas de la Iglesia impermeables a la verdad, o con memoria esclerótica.

Azucena propuso que quienes se arriesgaran a tal exposición fueran las mujeres, creyendo que los militares y policías no se sobrepasarían con ellas. El 30 de abril de 1977, 14 mujeres lograron sobreponerse al miedo y se reunieron en la Plaza de Mayo. Era sábado. Descubrieron que muy poca gente andaba por allí. Azucena comprendió que convendría ir un día hábil. Alguien propuso el viernes siguiente. Una madre planteó un reparo:

-El viernes tiene la letra “r”. Trae mala suerte. Es día de brujas.

Esto eliminaba también martes y miércoles, por lo que se sugirió los lunes. Recuerda Nora Cortiñas:

-Parece que otra madre dijo que los lunes es día de lavado de ropa. Así que quedó el jueves. Y Azucena propuso las 15.30 porque era el horario de más tránsito, después del cierre de los bancos, la Bolsa, y con mucha gente andando por allí.

Las madres comenzaron a adueñarse de la plaza.

Había algunas tías, como las hermanas de María Adela Gard de Antokoletz, y una suegra. Pero Esther Careaga se transformaría literalmente en una madre de Plaza de Mayo el 30 de junio de 1977, cuando secuestraron a Ana María, su hija de 16 años.

Ana María Careaga, de 16 años, estaba embarazada de tres meses. La panza ni se notaba en ese cuerpo de niña grande, pero ella reconoce que vestía de embarazada y caminaba como embarazada, como para que el mundo estuviese al tanto de la noticia. Ella y su marido Jorge habían buscado con entusiasmo ese bebé, y ni soñaban con ocultar esa felicidad.

La militancia de Ana María -como su edad lo indica- correspondía a la escuela secundaria, pero además era la entera familia Careaga la que estaba en la mira; su domicilio había sido allanado por la policía, más de una vez, y habían secuestrado material de Naciones Unidas que los Careaga poseían por su carácter de exiliados.

El 13 de junio hacía frío, Ana María iba a encontrarse con su padre y su marido en Corrientes y Juan B. Justo. Su madre le había tejido un saco de lana gruesa, rosa fuerte, y ella andaba con la cabeza revoloteando entre el embarazo y el futuro, sin percibir un gran operativo de “zona liberada” (que permitía a los grupos paramilitares secuestrar impunemente): la policía había desviado el tránsito de ambas avenidas, lo que permitió que un par de individuos capturaran a Ana María, introduciéndola a la fuerza en un automóvil que aceleró rumbo a lo desconocido. Empezaba a ser una desaparecida.

El Club Atlético fue uno de los campos de concentración manejados por la Policía Federal, bajo la órbita del Primer Cuerpo de Ejército. Quedaba en Paseo Colón ente San Juan y Cochabamba. Los secuestrados eran vendados (tabicados) arrojados en celdas, les ponían grilletes en los pies, y así eran conducidos a las cotidianas sesiones de tortura.

La intensidad de los tormentos aplicados sobre el cuerpo de Ana María Careaga queda descripto por un dato técnico: ocho años después, con motivo del Juicio a las Juntas Militares, ella tuvo que pasar por exámenes médicos que corroboraron lo que había ocurrido. Fue uno de los pocos casos en los que pudo darse por físicamente probada la existencia de torturas, según consta en la propia sentencia. Dice Ana:

-Los médicos me sacaban pedacitos de piel, muestras de las marcas que me habían hecho con cigarrillos. Hicieron estudios histopatológicos. Los rastros de picana desaparecen antes, por eso la usan tanto.

No alcanzan las palabras. Decir que Ana fue torturada “salvajemente” sería una descortesía hacia los salvajes. Lo inquietante es que Ana fue racionalmente torturada. Además de la picana y las brasas, tuvieron que operarla posteriormente de un absceso en el brazo, y le rompieron un tímpano de un golpe.

Nunca les dijo a sus captores -los policías- que estaba embarazada. En abstracto podría suponerse que revelar ese dato podría haberla ayudado. A ella le funcionó, en cambio, un instinto de conservación muy primario:

-Mi terror era, por ejemplo, que agarraran a alguien de mi familia, o a un amigo. Y me parece que sentí lo mismo con lo del embarazo. Me parecía que en la tortura me iban a amenazar hasta con eso.

Ana sintió que callar era proteger al bebé, aunque la violencia de la tortura le hizo pensar que lo había perdido.

-Pedías ir al baño, y te sacaban para torturarte. Te hacías encima, y te sacaban para torturarte. Llorabas, y te sacaban para torturarte. No podías hablar. En la celda tenías que estar acostada porque si te parabas o caminabas se escuchaba el ruido de las cadenas, y te llevaban a torturar. Una vez que me llevaban al baño me rasqué la nariz, pensaron que quería sacarme la venda de los ojos y empezaron a pegarme.

Ana decidió aguantar, quedarse quieta, no llorar jamás, y pronunciar los mínimos susurros posibles.

Cada secuestrado tenía un código compuesto por una letra y dos números. Ana era K-04. Pero también le endilgaron espontáneamente un apodo acorde con su edad: Piojo.

Ana tuvo otra reacción que hoy mismo no sabe a qué atribuir: nunca gritó mientras la torturaban. Respiraba profundamente, resistía la picana, luego soltaba el aire. Los policías creyeron que estaba haciendo una especie de yoga antirrepresivo. La respuesta fue incrementar la intensidad de las descargas eléctricas.

Tuvo como compañera de celda a una psicóloga de 40 años. Se apoyaban y alentaban mutuamente cuando una de las dos quería ir al baño. La idea de resistencia debía aplicarse a tales situaciones.

-En una cárcel hay otras formas de resistencia colectiva. Golpear platos, gritar, hacer gimnasia. Aquí no. Aquí era resistencia darle un pedacito de pan a alguien. O decirle unas palabras. O como con la psicóloga, darnos ánimo para aguantar.

Si lograban resistir, para ir finalmente al baño los secuestrados tenían que salir tabicados de las respectivas celdas. Cada miembro de la hilera daba medio giro, se tomaba del hombro del de adelante, y así marchaban.

Las marcas de tortura sobre la piel de Ana llegaron a tal nivel, que los policías consideraron que lo que tenía era un brote masivo de hongos. Por miedo al contagio, para ir al baño ya no la llevaban con los otros, sino que salía sola de su celda. Le acercaban un palo, ella debía tomarlo y la conducían desde el otro extremo. Para curarle los supuestos hongos la untaban con merthiolate -una pomada desinfectante- hasta que en cierta oportunidad un secuestrado que oficiaba como médico le murmuró: “Piojo, vamos a decir que te curaste de los hongos, porque estas son las marcas de la picana y los cigarrillos, y no se te van a ir por más merthiolate que te pongan”.

En ese lugar, la enfermería, el mismo secuestrado le dijo: “¿Querés ver la luz del sol?”

-Me corrió la venda y pude ver hacia arriba, había un ventiluz que daba a la vereda. Después supe que era la avenida Paseo Colón. Se veía la luz del sol y la sombra de la gente que pasaba, o de los autos.

Ana María Careaga estaba a diez cuadras de la Plaza de Mayo, de la Casa de Gobierno, a metros de una avenida tremendamente transitada.

-Es increíble… haber estado ahí tan cerca de la supuesta civilización, y a la vez desaparecida. Recuerdo que una vez pasó por ahí la hinchada de Boca, festejando algún triunfo. Adentro, los policías hacían lo de siempre: jugaban a las cartas, y ponían un casete con discursos de Hitler para que los escucháramos todo el tiempo. Siempre me dio mucha impresión. Afuera, los hinchas de Boca. Adentro, las arengas nazis.

Ana recuerda otro sonido: los policías mataban el tiempo jugando incansablemente al ping-pong, un compás levemente disrítmico que acompañaba los discursos de Hitler.

Dice Ana:

-Ahí te estabas muriendo en vida. No hay palabras para el horror del campo de concentración. La máxima humillación, la despersonalización absoluta.

Una vez Ana-Piojo pudo quitarse la venda. Vio a sus compañeros, y la imagen le recordó la de Alemania nazi. Rapados, enjutos, contenidamente aterrados.

Otra vez escuchó que una mujer lloraba en una celda del otro lado del pasillo. Percibió que no había guardias cerca y la llamó. La mujer no le contestaba. Ella le dijo: “Si estás triste y querés hablar, llamame. Soy Piojo”.

Al rato la mujer la llamó. Sobre las puertas de cada celda había un ventiluz.

Ana se trepó para ver a la otra.

La otra se trepó para ver a Ana.

Hablaron unos minutos. Al rato se dieron cuenta de que se habían conocido unas semanas antes. Era Teresa Israel, abogada de presos políticos. Se conocían de afuera, no se reconocieron adentro.

-Estábamos desfiguradas. Una vez otra presa me cortó el pelo porque por primera vez en mi vida tenía liendres. “Mirate”, me dijo. Había un metal pulido en una pared, que usaban como espejo. Me miré y fue muy raro: no me reconocí a mí misma.

Algunos días la rutina cambiaba, y el Club Atlético se sumergía en el silencio. Eran los momentos de “traslado”. Tabicaban a todos los presos, los encerraban, reducían al mínimo las guardias, y ni siquiera había quien les diera de comer. Aparecía alguien con una lista de 20 ó 30 personas, que eran llamadas por su código:

-Decían: “Z-23, M-12” y así iban llamando uno por uno. Las versiones que teníamos entre nosotros era que te llevaban a otro campo de concentración, algunos decían que había campos de recuperación. O que directamente te mataban. Cualquiera de esas opciones para mí era una forma de salvarme de la tortura permanente. De hecho, cuando me torturaban, yo quería morirme. Paradójicamente, ahí la muerte es una salvación.

Ana María, K-04, o Piojo, lloró una sola vez en el Club Atlético.

Fue cuando sintió que algo se movía en su panza.

El bebé estaba vivo.

Si Ana María Careaga decidiera volver a los 17, como en la canción de Violeta Parra, debe recordar que cumplió tal edad el 10 de septiembre de 1977, en el Club Atlético. La panza ya era visible. Generó reacciones fuertes de parte de los anfitriones.

-El que conducía los interrogatorios vino y me dijo: “hija de puta, ¿por qué no me dijiste que estabas embarazada? ¿querés que te abra de piernas y te haga abortar?”

Una reacción inversa de uno de sus compañeros de suplicio resultó, a la vez, otro momento de resistencia:

-Uno de los tabicados me pidió tocarme la panza. Lo habían secuestrado con su mujer, que estaba embarazada. No sabía qué se sentía. Cuando nos llevaban al baño se ponía cerca de mí, y me tocaba la panza cuando el bebé se movía.

El psiquiatra austríaco Víktor Frankl vivió la experiencia de los campos de concentración nazis, y relató luego sus conclusiones en su obra El hombre en busca de sentido. Algunas de sus ideas en ese libro.

– “El prisionero que perdía la fe en el futuro -en su futuro- estaba condenado. Con la pérdida de la fe en el futuro perdía, asimismo, su sostén espiritual; se abandonaba y decaía, y se convertía en el sujeto del aniquilamiento físico y moral”.

Ana no leyó a Frankl, pero me dice:

-La única resistencia y la única garantía que tenías desde el punto de vista de tu integridad, eras vos mismo. A mí lo que me salvó fue no perderme a mí misma. Y lo que parece una frase, es lo esencial.

Escribió Frankl:

“Y allí siempre había ocasiones para elegir. A diario, a todas horas, se ofrecía la oportunidad de tomar una decisión que determinaba si uno se sometería o no a las fuerzas que amenazaban con arrebatarle su yo más íntimo, la libertad interna; que determinaban si uno iba o no iba a ser el juguete de las circunstancias, renunciando a la libertad y a la dignidad, para dejarse moldear hasta convertirse en un recluso típico”.

¿Cuánto hay de elección, cuando el propio cuerpo, el dolor absoluto y el terror están en juego?, pregunta Ana. Hubo muchos que no pudieron elegir, dice.

Acaso baste saber que ella no fue una reclusa típica.

Ana repasa aquellos pequeños gestos de resistencia, esas decisiones como la de hablar con quienes lloraban, pese a la amenaza de terminar en la tortura:

-Eso te daba una fuerza interior, algo tuyo en donde no podían entrar. Era lo único que uno tenía. Tenerte a vos mismo.

Y revela otra clave. Frankl habla de “proyecto de futuro” y de no dejar que a uno le arrebaten su yo más íntimo. Reflexiona Ana:

-Creo que para mí fue un privilegio estar embarazada. Sé que es raro que diga esto: pero yo no estaba sola. Eso que tenía interiormente, no sólo en lo simbólico sino en el cuerpo, no me lo podían sacar. Era alguien con quien habíamos resistido y sobrevivido al horror. Siempre sentí que eso me salvó.

La rutina cambiaba no sólo los días del traslado, sino las veces en que había visitas.

Los guardianes silenciaban a Hitler, abandonaban el ping-pong y tabicaban a todos los presos, pero además Piojo se daba cuenta de que ocurría algo extraño por el olor.

Perfume.

Muchos testimonios han hablado de las visitas del general Guillermo Suárez Mason a los campos de concentración. Para Ana no es posible determinar quiénes eran esos individuos perfumados que iban a observarlos. Sólo les veía los zapatos impecables, mirando hacia abajo, por el resquicio que dejaba la venda.

-Una vez uno me preguntó si me habían torturado. Le contesté que sí. “Muéstreme”, me dijo. Tenía la panza con merthiolate. No dijo nada más y se fue.

En septiembre comenzó a haber nuevos indicios de traslado. Piojo y otros secuestrados fueron llevados a tomarse fotografías de frente y perfil. La idea de que no existe documentación sobre los desaparecidos es una superstición que alguna vez caerá en desuso.

-Me decían: “no vas a contar nada, dedicate a tu bebé, mirá que cuando te agarremos de nuevo no vas a estar embarazada”. Yo pensaba que si alguna vez salía no podía hacer otra cosa que contar lo que estaba pasando en ese lugar. Había personas vivas. ¿Cómo no iba a contarlo?

El 30 de septiembre unos 15 ó 20 desaparecidos del Club Atlético fueron liberados. Acaso la presión internacional, tal vez los familiares que denunciaban, algún motivo laberíntico en la irracional racionalidad de la dictadura llevó a soltar a estas personas, en un momento en que ya comenzaba a desmantelarse el lugar porque el terreno sería parte del trazado de la futura autopista 25 de Mayo.

Ana se puso el vestido de embarazada, ahora sobre una panza visible y los zapatos abotinados abiertos, destruidos. Le robaron el saco de lana rosa que le había tejido su madre.

Fue llevada en automóvil a la casa de sus padres, en Parque Chas. Tocó el timbre, le abrió un empleado de la empresa familiar de productos químicos y cosméticos. Ana le pidió que encerrara a Liza, la perra de la familia, que era bastante agresiva con extraños: Ana no se había encontrado a sí misma en aquel espejo de metal pulido, y temió que su perra tampoco pudiese reconocerla.

Los Careaga se habían mudado, intentando alejarse de los allanamientos y de nuevos secuestros. Debían llamar a esa casa, que ahora utilizaban como lugar de embalaje de los productos de la empresa. Mientras esperaba, Ana quiso hacer realidad una de sus fantasías en el campo de concentración:

-Con la psicóloga siempre imaginábamos qué haríamos al salir en libertad. El hambre era tan desesperante que yo contaba los segundos y los minutos y las horas en mi cabeza, para que llegara la comida, que era asquerosa. Así que yo decía que lo primero que iba a hacer sería comerme todo lo que tuviese adelante. Ella decía que no, que su fantasía era irse a Rosario, a la casa de su mamá, meterse en la cama, y que le trajese un té con galletas. Cuando llegué a casa, fui a la heladera. Este señor me preparó un churrasco. Pero Liza, la perra, estaba como enloquecida arañando la puerta. Le abrí, se me tiró encima y me lamió toda la cara. Ahí me puse a llorar. Y el churrasco ni lo probé.


El padre de Ana llamó a la casa, y pasó para llevársela al nuevo domicilio. Esther estaba con las otras madres, en la Plaza de Mayo. Al regresar, habían escondido a Ana en un cuarto. No querían darle de golpe la noticia de la reaparición. Tenía problemas cardíacos, y temían matarla de la alegría.

Esther llegó entusiasmada, diciendo que suponía que una chica de la que se decía que estaba viva podía ser Ana. Le insinuaron que había noticias mejores aún, y la fueron haciendo caer en la cuenta de que su hija estaba viva. Ana abrió la puerta y se abrazó con su madre.

-Siempre sentí que hubiera querido abrazarla más, mucho más.


Comenzaron los trámites para sacar a Ana del país. Pudo obtener su documento de identidad. La foto -tomada días después de su salida del campo de concentración- fue incorporada en el Juicio a las Juntas, como prueba de lo que puede hacer la represión con el aspecto de las personas.

Esther Careaga se reencontró con las madres, y con esa noticia esperanzadora: una de las secuestradas había reaparecido. Ana recuerda que las madres le enviaron papelitos con los nombres de sus hijos, por si ella sabía de alguno. Pero no. Ningún nombre, ningún apodo le pareció conocido.

Las madres felicitaron a Esther, a quien seguían conociendo como Teresa, y le pidieron que nunca volviese a la Plaza de Mayo: “Ya está, ya encontraste a tu hija” le dijeron. Pero la mujer negó con la cabeza y dijo:

-No, no. Yo me quedo con ustedes. Hasta que aparezca el último.


A los 17 años, con su embarazo de siete meses y la compañía de una de sus hermanas y de su madre, Ana viajó a Uruguay, y de allí a Brasil, en donde efectuó la primera de sus denuncias sobre lo que había vivido en el Club Atlético.

Tomaron su caso como de extrema gravedad, y la subieron a un avión rumbo a Suecia, pese a las recomendaciones en contrario por su embarazo. Pero temían por la seguridad de Ana en Brasil, en vista de los lazos fraternos que unían a los militares del Cono Sur en su entusiasmo represivo. Ana señala:

-A las embarazadas les hablan de lo que tienen que comer, los cuidados y un montón de cosas. Y yo comía cualquier desastre. Salí super anémica del campo, más el terror, la tortura, todo al revés de lo que pueden recomendarte. Sin embargo el embarazo siguió.

Viajó a Suecia con su hermana y su marido, con quien se había reencontrado en Brasil. Esther Careaga, ya con su hija a salvo, decidió seguir su propio camino: volvió con las Madres de Plaza de Mayo.

La corona sueca brindaba la posibilidad de hacer dos llamados telefónicos a los asilados. El primero lo utilizaron para avisar que habían llegado bien.

El segundo llamado lo efectuó el marido de Ana, para avisarle a sus padres que a las 21.10 del 11 de diciembre de 1977, había nacido Ana Silvia Fernández Careaga, con un peso de 2 kilos 780 gramos, y perfecto estado de salud.

Del otro lado de la línea, llegó la noticia más oscura: Esther había sido secuestrada el 8 de diciembre, en la iglesia de Santa Cruz. Le ocultaron el dato a Ana que, después del parto de su hija, no podía dejar de llorar. Se lo dijeron unos días después.

Ana señala hoy:

-Por tres días, no pude reunir dos maravillas de mi vida. Mi madre y mi hija. Mi reacción fue terrible. Pensé lo peor, pero después me hicieron ver que tal vez a las madres y a las monjas francesas no les hicieran nada. Al final entendimos que era al revés: nunca iban a dejarlas salir porque era un reconocimiento de los crímenes que estaban cometiendo.


Ana tuvo otro matrimonio y dos hijos más. Volvió a la Argentina del exilio y declaró en el Juicio a las Juntas. Es psicóloga, y secretaria de Derechos Humanos de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires.

El Club Atlético ha comenzado a ser literalmente destapado en abril de 2002, debajo de la autopista. Es la arqueología del horror. Allí están el dibujo de las celdas, del “quirófano” (como llamaban a la sala de torturas), el piso original, restos de uniformes, escudos policiales, palos y machetes, las botellas de detergente que, como improvisados papagallos, servían para que los secuestrados orinaran.

Las excavaciones pusieron en riesgo la propia columna que sostiene la autopista, que había sido simplemente apoyada sobre los escombros.

Los militares y los concesionarios quizás pensaron que jamás serían removidos.




http://www.lavaca.org/notas/santa-cruz-el-altar-de-la-memoria/






lunes, 3 de diciembre de 2018

LOS SECUESTROS DE LA IGLESIA DE LA SANTA CRUZ / a 41 años






A 41 años de los secuestros en la Iglesia de la Santa Cruz

El 8 de diciembre de 1977 fue secuestrado un grupo de Madres de Plaza de Mayo y dos monjas francesas. El papel de Alfredo Astiz.


El 8 de diciembre de 1977, un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), encabezado porAlfredo Astiz, secuestró y desapareció a once personas en la Iglesia de la Santa Cruz, que hasta entonces servía como punto de encuentro para familiares de desaparecidos y organizaciones defensoras de los derechos humanos en el barrio porteño de Boedo.

Entre los desaparecidos se encontraban Esther Careaga, Mary Bianco, Alice Domon, Angela Auad, Patricia Oviedo, Raquel Bulit y Gabriel Horane. Como parte mismo operativo, en diferentes horarios, los militares también secuestraron a Remo Berardo, Julio Fondovila y Horacio Elbert.

A instancias del párroco de la Iglesia de la Santa Cruz, Mateo Perdía, integrante de la Comunidad Pasionista, durante 1977 el grupo que se reunía en la iglesia de la calle Estados Unidos se convirtió en uno de los frentes de resistencias más activos contra la dictadura.

María del Rosario Cerruti, una de las madres de Plaza de Mayo línea fundadora, contó a Página/12 en 2004 que “unos meses después del secuestro de las monjas francesas y de familiares de la iglesia, llegó al país la madre superiora de la congregación francesa de las Hermanas de las Misiones Extranjeras, a la que pertenecían las hermanas detenidas-desaparecidas”.

En ese momento, “el cónsul de Francia me citó como testigo de ese hecho. En esa reunión comenté que me había impresionado un joven que caminaba desde la esquina donde está la entrada de la iglesia hasta la puerta de la casa parroquial, donde estábamos hablando la hermana Alice Domon, Mary Ponce y yo. Cuando era la hora de retirarnos, Alice ingresó a la iglesia y salió Esther Careaga con otra madre, diciendo que tenían el dinero de la solicitada. Detrás íbamos Mary Ponce y yo, cuando veo que un hombre arrastra a Esther hacia los coches estacionados y otro hombre en mangas de camisa se la lleva a Mary y me tira contra la pared gritando ‘Sigan, esto es un operativo por drogas’. Beatriz Neuhaus y Quita Chidichimo, dos Madres, venían detrás. El ‘Chacal’ Astiz señaló a las personas que sin duda fueron las más destacadas en una lucha que, a pesar de no haber alcanzado la justicia, logró el repudio general a los militares asesinos”.

Astiz estaba al tanto de las reuniones del grupo de familiares ya que había conseguido infiltrarse (y al mismo tiempo ganarse la confianza de los asistentes) con el seudónimo Gustavo Niño.

Dos días después de los secuestros, el 10 de diciembre de 1977, Madres de Plaza de Mayo logró publicar una solicitada en el diario La Nación. Ese mismo día, militares secuestraría a Azucena De Vincenti y la religiosa franco-argentina Leonie Duquet en la provincia de Buenos Aires.





http://www.lv12.com.ar/




http://granatesutebaquilmes.blogspot.com.ar/




ACTO DE HOMENAJE A LOS 12 DE LA SANTA CRUZ / A 41 años de los secuestros de la Iglesia de Santa Cruz






martes, 23 de octubre de 2018

FECHA CONFIRMADA: LA BEATIFICACIÓN DE ANGELELLI SERÁ EN ABRIL DE 2019









FECHA CONFIRMADA: LA BEATIFICACIÓN DE ANGELELLI SERÁ EN ABRIL DE 2019




La confirmación llegó del Vaticano. La celebración del rito de beatificación del “Venerable Siervo de Dios Enrique Ángel Angelleli Carletti” tendrá lugar en La Rioja el sábado 27 de abril de 2019. El Papa Francisco estará representado, en la oportunidad, por el Cardenal Ángelo Becciu, Prefecto de la Congregación de la Causa de Santificación.

En un primer momento, según el comunicado del Vaticano, la ceremonia estaba prevista para el 15 de diciembre de 2018, pero Su Santidad consideró conveniente cambiar la fecha para abril del próximo año.

Esta confirmación desestima los pedidos de revisión que fueron pedidos por un grupo de abogados y jueces que consideraron que Angelelli no podía ser considerado Mártir de la Iglesia, y que su muerte fue un mero accidente.


En los próximos días se conocerán más detalles de la celebración.








http://fralo.com.ar/fecha-confirmada-la-beatificacion-de-angelelli-sera-en-abril-de-2019/



A ANGELELLI LO QUIEREN SEGUIR MATANDO Comunicado del Secretario de DDHH y la comision de DDHH y Educación de la UNLAR



















A Angelelli lo quieren seguir matando.






Así se refirió el secretario de DDHH, Delfor " Pocho" Brizuela y la comisión de DDHH y Educación de la UNLAR, ante un dossier o escrito, dado a publicidad en estos días, elaborado por un grupo de católicos ultra-conservadores, abogados y ex jueces, que integran una asociación, por sus características, de ultra-derecha y reaccionaria, que fuera enviado a las mas altas esferas del Vaticano, con el objetivo de frenar el proceso de beatificación del Obispo Angelelli, abierto a partir de la declaración del Martirio de los Sacerdotes Carlos de Dios Murias, Gabriel Longueville, Wenceslao Pedernera y Monseñor Angelelli, definido por Roma como asesinatos cometidos por odio a la fé.

Resulta lamentable la negación, ceguera de evangelio y ausencia de sentimiento cristiano, de este grupo fanático, retrógrado e identificado con las premisas, valoraciones, ideología y acciones del Terrorismo de Estado.

Sus argumentos, sobre el hecho puntual del asesinato, son los mismos que sostuvieron y sostienen los genocidas y sus cómplices.

Además, se rebelan contra una sentencia judicial firme, que estableció, después de analizar pruebas y recoger una enormidad de testimonios, sobre la intensionalidad y criminalidad del hecho que provocó la muerte de Angelelli.

También agreden y faltan el respeto a un tribunal de la Constitución, la democracia y la república.

Sugestivamente, se colocan en inquisidores y jueces, de organismos de la Iglesia que históricamente han sido prudentes, ecuánimes y celosos custodios de la verdad, a la que llegan después de serias y profundas etapas de minuciosa investigación.

Ponen en tela de juicio la rectitud y facultad, propia del Papa, de reconocer y declarar la santidad evángelica y la fidelidad, incluso a costa de la propia vida, de los miembros de la Iglesia, como en este caso, los padres Carlos y Gabriel, Wenceslao y Monseñor Angelelli, contradiciendo sus propias afirmaciones de adhesión a la Iglesia y su Pastor Universal, Francisco.

Además, con poco rigor histórico y teológico, y una clara intensionalidad descalificatoria de Angelelli, juzgan al obispo, como alguién con "conductas incompatibles con la fe católica y las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia."

Esa misma opinión de Angelelli tenían los opositores a la Iglesia del Concilio Vaticano ll , los acérrimos defensores de la doctrina de la Seguridad Nacional, base teórica e ideólogica del Terrorismo de Estado y los detractores del propio Angelelli y de cuánto cristiano que tuvo y tiene la osadia evangélica de encarnar el mensaje de Cristo en los avatares de la historia y en el corazón de los pueblos.

Por todo esto, por la Memoria agradecida de un pueblo sencillo y creyente, por la lucha evangélica y humanista de Verdad y Justicia, por la dedicada y delicada investigación del Obispo Marcelo Colombo y expertos/as diversos/as, junto al Papa Francisco:

Expresamos nuestro repudio a ésta maniobra de entorpecimiento, agresión y negación de la vida, trayectoria y fidelidad intachable de Angelelli al Evangelio liberador de Jesús, que intentan hacer éste grupo extremista, fieles representantes de la Inquisición actual, de los intereses de los poderosos, de los enemigos de la dignificación del pobre, de los partidarios de la violencia del Terrorismo de Estado, de los que persiguen a los/as que abrazan el evangelio de la justicia, la solidaridad y la paz como nos enseñó el maestro de Galilea.

Son los que no les interesa el pueblo, sino sus privilegios, su racismo, su desprecio de clase, su religión vacía de compromiso con el otro/a y su fariseismo de formas, apariencias y rigideces conservadoras y reaccionarias.

Angelelli desde su alta palabra y su inmenso testimonio, los interpela: " Con un oido en el pueblo y otro en el evangelio."

Y eso tan simple, es lo que les molesta.

Por eso quieren seguir matando a Angelelli, con cínico encono.

Pero el pueblo, la historia, la memoria y el Dios de la Vida, siguen resucitándolo.





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