Muchos celebramos su visita fantástica a Fidel. Muchas criticamos a la cúpula eclesiástica y su histórico papel. Muchos nos sentimos hijos de ningún Dios. Muchas nos creímos que no teníamos voz. Muchos cuestionamos su designación. Muchas tomamos la confirmación. Muchos crecemos con Mugica santificado. Muchas queremos a Von Wernich excomulgado. Muchos sufrimos el lado oscuro del capital. Muchas exigimos aborto seguro y legal. Muchos no tenemos castas, ni religión. Muchas tememos a los pederastas fuera de prisión. Muchos y muchas debatimos nuestro compromiso, pero hoy, hoy es el Día del Petiso, desde el 7 de septiembre de 2013, el día del amor que no desaparece, el día que nos abre un tajo en la cabeza, el día que lo matan abajo de una mesa. Con la pluma mojada en sus ovarios, su prima redacta una carta a nombre de nuestros barrios, contando la historia que casi nadie contó, refrescando la memoria del hombre que la bautizó y soltando un grito tan doloroso como poderoso, sin mirar a quién. “Tu carta me hizo muy bien”, dice la respuesta, simple, manuscrita, honesta, que viene a levantar la voz, acortando las distancias del horror: “Al final, pudimos gritar los dos, en otras circunstancias y con otro dolor”. Paola Vallejos, una tipa piola que supo llegar lejos a fuerza de alaridos, puso frente al Papa “viejos rostros queridos”, junto a esa verdad tan privada de salud, en el altar de la desigualdad, “tanta crueldad y esclavitud, que les quieren arrancar la dignidad”. Basta un grito rotundo para quebrar desde adentro la zozobra que blinda la voz, “desde que el mundo optó por sacar del centro a la obra más linda de Dios”. Y esa obra eras vos, seas rico o villero, pero ahora “han puesto allí, al dios del dinero”. Silenciados, vulnerables, sin la diosa plata, ni los cumplidos de la moral, “o son esclavizados por las innumerables maneras de trata o son compelidos a adorar al capital”. Grita Kevin, grita Francisco y grita Pao, con el poder de toda una asamblea: “Gracias por animarte a imitar el coraje de la mujer cananea”. Que no se quedó callada, ni aceptó jamás esperar sentada, “gritó y no paró de gritar, hasta ser escuchada”. Hoy, 7 de septiembre, retumba hasta el Vaticano, ese grito que pegamos 3 años atrás: el enano no se calla, nunca más.
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