jueves, 3 de agosto de 2017

ÚLTIMA HOMILÍA DEL OBISPO DE LA RIOJA, ENRIQUE ANGELELLI A 41 años de su martirio






Última homilía del obispo de La Rioja, Enrique Angelelli




El 4 de agosto de 1976, el cuerpo del obispo de La Rioja, Enrique Angelelli, fue encontrado al costado de la ruta 38, camino a la capital provincial. La camioneta furgón en la que viajaba dio varias vueltas antes de que saliera expulsado. Su acompañante, el entonces vicario episcopal, Arturo Pinto, sufrió numerosos golpes y perdió la conciencia, pero salvó su vida. Cuando la policía encontró el cuerpo de Angelelli, estaba llamativamente dispuesto sobre la tierra. Ambos religiosos regresaban de Chamical, donde unos quince días antes habían sido secuestrados, torturados y brutalmente asesinados los jóvenes sacerdotes Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias. El obispo había oficiado la misa del entierro el 22 de julio y en la camioneta llevaba una valija con documentos recogidos para esclarecer estos crímenes.

Enrique Angelelli nació en 1923, en Córdoba. A los 26 años fue ordenado sacerdote y once años más tarde, obispo. En 1968, le fue asignada la diócesis de La Rioja. Allí, desarrolló con notorio entusiasmo su apuesta por los votos sociales del Concilio Vaticano II. Con su estilo llano y de estrecha relación con el empobrecido poblador de aquella provincia, estimuló y apoyó la organización de las empleadas domésticas, de los trabajadores mineros y agrícolas. Sus misas dominicales llegaron a ser transmitidas por radio hacia todos los rincones de la provincia. Pero en una Argentina en la que se agudizaban los conflictos sociales, pronto encontró la enemistad del clero integralista y conservador del país, de los dirigentes de las Fuerzas Armadas y de los sectores poderosos de La Rioja. Apenas producido el golpe del 24 de marzo de 1976, sus emisiones radiales fueron prohibidas. En varias oportunidades, sus misas debieron ser canceladas por la prepotencia de los grupos de poder local.

Al día siguiente de su muerte, el diario El Sol de La Rioja, tituló: “Murió Angelelli en un accidente”. Esta misma opinión fue la que mantuvieron por años la Dictadura y el Episcopado argentino. Pero su acompañante, Arturo Pinto, aseguró ante el Tribunal que abrió la causa en 1983 para investigar la muerte del obispo, que un Peugeot 404 maniobró bruscamente delante de ellos, provocando el vuelco de la camioneta en la que viajaban. Lo último que dijo recordar fue el ruido de una explosión. El 19 de junio de 1986, el juez Aldo Morales estableció que se trató de “un homicidio fríamente premeditado”. Las “leyes de la impunidad” en los 90 provocaron la caída de la causa. Pero la anulación de aquellas leyes, en 2005, permitió su reapertura. En 2010, Pinto y varios actores más se constituyeron en nuevos querellantes y solicitaron la imputación de catorce militares y policías, encabezados por el ex dictador Jorge Rafael Videla, el entonces comandante del III Cuerpo del Ejército, Luciano Benjamín Menéndez, y el interventor de La Rioja, coronel Osvaldo Héctor Pérez Battaglia. El 4 julio de 2014, el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de La Rioja consideró delitos de lesa humanidad el homicidio del obispo y el intento de asesinato del ex sacerdote Arturo Pinto y condenó por ellos a los represores Luciano Benjamín Menéndez y Luis Fernando Estrella a prisión perpetua y cárcel común.En esta ocasión, acercamos la última homilía brindada por el obispo, el 22 de julio de 1976, dos semanas antes de su muerte, en ocasión del entierro de los jóvenes sacerdotes del pueblo riojano de Chamical, Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias, secuestrados el 18 de julio y cuyos cuerpos aparecieron acribillados dos días más tarde.
Fuente: Pastor y Profeta. Mensajes de Monseñor Angelelli, Editorial Claretiana, Buenos Aires, 1986.



Homilía con motivo del entierro de los sacerdotes Gabriel y Carlos


22 de julio de 1976.


Mis queridos hermanos y amigos: vamos a seguir rezando, como lo venimos haciendo desde que desaparecieron nuestros hermanos sacerdotes, pastores de Jesucristo, en este noble y sufrido pueblo de Chamical, elegido y probado, señalado como fiel testigo, testimonio vivo de la muerte de estos dos hermanos. (...)

Antes de proseguir tengo que dar cumplimiento a lo que se me ha pedido, no como una cosa externa; debo comunicar a la diócesis las condolencias que hemos recibido. Una de ellas proviene de parte de todo el episcopado argentino, y me la hace llegar mi hermano, el cardenal Primatesta, presidente de la conferencia episcopal argentina. Todos los obispos hubieran deseado estar presentes, como el mismo nuncio apostólico, representante del Papa en la Argentina. Los obispos no pueden hacerlo en este día, porque la comisión ejecutiva del episcopado tiene una entrevista con el excelentísimo señor presidente de la nación.

El segundo telegrama proviene del señor nuncio apostólico del Santo Padre, monseñor Pío Laghi; y el tercero del arzobispo de Santa Fe, monseñor Vicente Zazpe. La sola lectura de estos mensajes nos habla de la adhesión de toda la Iglesia argentina, del representante del papa y de la comisión ejecutiva, y nos explican por qué no están concelebrando y presidiendo -como lo harían con gusto- esta eucaristía, en la despedida de Carlos y Gabriel.

Esto también tiene que hacernos pensar. No es algo de Chamical, no es algo de La Rioja. Es de la patria, es algo de toda la Iglesia argentina, es de todos. Yo diría: de creyentes y no creyentes. ¡Nos toca a todos! (...)

¡Cómo quisiera decir a los que les quitaron la vida, a los que prepararon el crimen, a los que lo instigaron: abran los ojos, hermanos! Si es que se dicen cristianos, ¡abran los ojos ante el sacrilegio que se ha cometido, ante el crimen que se ha cometido! (...)

Por nuestro corazón, porque llevamos en la raíz la inclinación al pecado, al mal, a veces nos convertimos a lo que es malo como si eso fuese una cosa buena. Y no nos damos cuenta de que el corazón se nos pudre, apesta, hace daño. En cambio, ¡qué estupendo es cuando el corazón humano está lleno de la palabra de Dios, lleno del Señor y de todo lo que él inspira y nosotros acogemos! 

Pero los hombres llevamos todo esto en vasos de barro. ¡Miren aquí las pruebas de cómo llevamos este tesoro en vasos de barro! Somos frágiles: ¡también nos pueden quitar la vida por Jesucristo! Y nuestros cuerpos tenemos que guardarlos en una caja y hasta soldarla antes de tiempo, porque se descomponen. Y sin embargo, por pura misericordia de Dios, ellos fueron ministros de Jesucristo, pastores del Chamical. (...)

Estamos doloridos, profundamente doloridos, pero no somos locos. Porque gracias a Dios somos normales, y ¡cómo no vamos a llorar al que es carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre, afecto de nuestro afecto, miembro de nuestra familia, hijo del cuerpo de Cristo, parte de su pueblo, testigo de su Iglesia! ¡Cómo no los va a llorar Chamical! (...)

La primicia de la sangre sacerdotal ha sido vertida en esta comunidad y en esta tierra de Los Llanos: véanla con ojos de fe, no la miren con ojos de rencor ni de resentimiento. Doloridos, con lágrimas, sí, pero con ojos de fe. (...)

Este pueblo, como cualquier otro del país, necesita pastores que sigan haciendo lo que Carlos y Gabriel hicieron hasta ahora, y por lo que murieron. Y también para las religiosas es una bendición su muerte. Ellos, hermanas, han entregado la vida, no por tontos, ni por cándidos, sino por la fe, por servir, por amar, para que nosotros entendamos qué es servir, qué es amar, qué es no ser tontos.

No hay ninguna página del evangelio que nos mande ser tontos. Cristo nos enseña a ser humildes como la paloma y astutos como la serpiente; nos manda tomar la cruz de cada día y seguirlo; nos manda que nos gocemos en la persecución; nos manda ser mansos de corazón, y tener alma y corazón de pobres; él nos manda buscar a los más necesitados porque son los privilegiados del Señor, y no rechazar a nadie, porque suya es la respuesta para todos los hombres y para todo hombre, aunque se quiera dudar de esta verdad. “Todo hombre es mi hermano”: esto es el evangelio, aunque se puedan mofar de él. (...)

Hermanos míos, yo los invito a que oremos por los que mataron a Carlos y a Gabriel, sin que nos interesen ni las siglas ni los nombres. Lo repito, no tenemos ni los ojos ni los oídos cerrados; tenemos la inteligencia normal de todo ser humano, o sea, que si hay que saber y podemos conseguir elementos y estar así en condiciones de informar a quien se debe, vamos a hacerlo. Pero también nos preguntamos: ¿hay acaso hermanos nuestros que pueden imaginar o pensar o programar violen­cias, y hay otros que las ejecutan? ¿Y es posible que coincidan? (...)

¡Qué difícil es ser cristiano! Porque al cristiano se le exige perdonar. Si se nos dijera: “No tenemos que perdonar; esto no es cristiano, no es siquiera humano matar sacerdotes”, responderíamos sin vacilar: el cristiano tiene que perdonar a todos. Pero otra cosa es aprobar los errores y otra aún no trabajar para evitar que estas cosas sucedan.

Pero al responsable su conciencia ha de decirle seguramente: "¡Vos lo hiciste!" Y no sé cómo puede dormir y, si está casado, cómo puede darle un beso a su mujer y a sus hijos. No lo entiendo desde la fe, y ni siquiera humanamente, en este y en otros casos... No entiendo como esos hombres pueden tomar a sus semejantes y, diciéndose cristianos, despedazarlos y triturarlos como al trigo para hacer pan, por más que esta vez les haya salido pan bendito. ¿No se acuerdan que Tertuliano dice que la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos? Así, los mismos verdugos son instrumentos, en cierta manera, para el bien, para que surja una comunidad fuerte en la fe, en la esperanza y en el amor. (...)

Señor, permite a Gabriel y a Carlos que desde el cielo sacudan los corazones de sus asesinos, para que no sigan haciendo lo que están haciendo. Gabriel y Carlos: como obispo, yo tengo mucho que agradecerles a ambos. ¡Muchas gracias! Amén.




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