viernes, 14 de octubre de 2016

EL CURA BROCHERO, UN EVANGELIO VIVO ENTRE LOS POBRES Por Luis Miguel Baronetto



“Que me hagan un cajón con madera de pino, como para que el carpintero se gane unos panes” (...) “que vendan el cáliz, el copón… y una vez reducidos a plata se lo den a los pobres para que un día siquiera puedan gastar a su albedrío, y ojalá les tocase de a cien pesos”. Lo mismo hagan con los libros: “El valor de algunos que vendan lo den a los pobres, en mi nombre, o sea por mi alma”.

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Santoral: José Gabriel del Rosario Brochero, Venerable Sacerdote, 26 de enero

El Cura Brochero, un evangelio vivo entre los pobres


Historias de fe a lomo de mula

Por Luis Miguel Baronetto
Publicado en edición Nº52 de Revista Don Orione / Mayo 2011



“Que me hagan un cajón con madera de pino, como para que el carpintero se gane unos panes” (...) “que vendan el cáliz, el copón… y una vez reducidos a plata se lo den a los pobres para que un día siquiera puedan gastar a su albedrío, y ojalá les tocase de a cien pesos”. Lo mismo hagan con los libros: “El valor de algunos que vendan lo den a los pobres, en mi nombre, o sea por mi alma”. 


Palabras que el Cura Brochero (1840-1914) ponía en su Testamento, como la última voluntad y al mismo tiempo, como la síntesis exacta de toda una vida al servicio de los pobres, anunciando el Evangelio de Jesús.


No estamos hablando de un mártir, en el sentido de aquellos a quienes les quitaron la vida por la causa del Reino de Dios. Pero sí estamos hablando de alguien cuya entrega fue sin reservas, dando vida -y dando la propia vida- a cada instante, paso a paso y hasta el último aliento.

Paso a paso… a lomo de mula


Lo primero que aquel joven sacerdote de apenas 29 años, llamado José Gabriel del Rosario Brochero, hacía al llegar a su parroquia en el Valle de Traslasierra, del otro lado de las Altas Cumbres cordobesas, era constatar la marginación de los serranos y la postergación ocasionada principalmente por la ausencia de vías de comunicación con los centros de desarrollo. 

Para Brochero, nacido en Santa Rosa del Río Primero (Córdoba), la pobreza que sufría su gente, era producto de planes y acciones políticas que no tenían como centro mejorar la calidad de vida de los más pobres. “Si pedimos ayuda al gobierno vamos a hacer un hoyo en el suelo de tanto esperar sentados”. 

Recorriendo en su mula tan extensos territorios se daba cuenta de las enormes potencialidades de las riquezas naturales de esos pueblos. Aunque, por sobre todo descubría y valoraba a la gente, contribuyendo a que ellos mismos fuesen gestores de su dignificación y progreso social. 

Para eso los organizaba, tanto para la catequesis, las comisiones pro-templo, o la participación de las mujeres, como así también para obras de infraestructura que acabasen con la incomunicación. Llegando incluso hasta proyectar el sueño del ferrocarril, como vehículo fundamental para la unión de los territorios y la comercialización de los productos de la región. 






Hombre de la Iglesia para el Pueblo


Brochero tenía clara su misión como sacerdote, aún en contextos en que la institución eclesiástica se enfrentaba con la imposición del liberalismo representada por la Generación del 80, e instalada en el gobierno. El Cura de las Sierras sabía priorizar el Evangelio, poniendo en segundo lugar las cuestiones institucionales de la organización eclesiástica, especialmente cuando estaba el conflicto por las leyes civiles de matrimonio, registro civil y educación. 

Esto, sin embargo, no implicaba ningún apartamiento de la vida de la Iglesia. Todo lo contrario, porque el Cura Brochero participaría del Sinodo Diocesano, aplicando en su parroquia las disposiciones relacionadas a la administración de los sacramentos y a la catequesis. Aunque nunca dejaría de mostrarse disciplinado a la autoridad del obispo, a quien siempre trataba con respeto, cortesía y humor cordobés. 

Tal como lo había aprendido en sus años de seminario, pensaba que los ejercicios espirituales eran el mejor instrumento para renovar a fondo la fe cristiana. No sólo para el crecimiento personal, sino para promover la solidaridad y el compromiso con las necesidades comunitarias. Para ello organizaba tandas de trescientas o cuatrocientas personas, hombres o mujeres, que durante tres días y tres noches atravesaban las sierras hasta la ciudad de Córdoba para una semana de reflexión, penitencia y oración. 

Repetía ese trajín una y otra vez, hasta que en agosto de 1875 iniciaba por fin la construcción de la Casa de Ejercicios en el pueblo El Tránsito (actual ciudad de Cura Brochero), la villa que poco después pasaría a ser la sede de su curato. 

Y todos, sin excepción, se pondrían a trabajar: hombres, mujeres y niños con el cura a la cabeza. Cavando cimientos, fabricando ladrillos, apagando la cal y acarreando arena, día a día durante tres años, se levantaría esa inmensa Casa, que aún hoy es monumento para la zona.

Hasta el último aliento


Después de treinta años de párroco en las sierras, el obispo de Córdoba, Fray Reginaldo Toro, nombraba a Brochero canónigo de la iglesia catedral para que tuviera un descanso y pudiera reponer su quebrantada salud. Pero sólo llegaría a estar cuatro años en esa función, puesto que en 1902 presentaría la renuncia expresándose con su habitual sencillez y verdad: “Este apero no es para mi lomo, ni la mula para este corral”.

Así, Brochero volvía a las serranías, su auténtico lugar, donde recorrería sus últimas travesías. A los 68 años, casi ciego y con la enfermedad de lepra a cuestas, dejaba la atención pastoral de la parroquia. Los dos últimos años de su vida los pasaría en la casa de su hermana Aurora, en Villa del Tránsito. Desde allí, le describía su situación a un compañero suyo de ordenación, el obispo Martín Yañiz, cuando estaba cumpliendo 47 años de sacerdote: “Yo estoy ciego casi al remate, apenas si distingo la luz del día, y no puedo verme ni mis manos, a más estoy casi sin tacto desde los codos hasta la punta de los dedos y de las rodillas hasta los pies… Dios me da la ocupación de buscar mi último fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo.”

El Cura Brochero daba su último aliento el 26 de enero de 1914. Sus palabras escritas diez años atrás resultarían proféticas: “He podido pispear que viviré siempre, siempre en el corazón de la zona occidental, puesto que la vida de los muertos está en el recuerdo de los vivos”. Así es, Brochero vive en la memoria de su pueblo como si aun hoy anduviera a lomo de mula por las sierras.



Los restos del P. José Gabriel del Rosario Brochero descansan en la iglesia de la ciudad que hoy lleva su nombre. 
La Iglesia de Argentina promueve su causa de canonización, y hasta el momento ha sido declarado “Venerable”.



  • Martes, 15 de marzo de 2016

EL CURA BROCHERO TIENE FECHA DE CANONIZACIÓN 

El papa Francisco firmó los decretos para la canonización del sacerdote argentino José Gabriel del Rosario Brochero, así como también el de Teresa de Calcuta y el mexicano José Sánchez del Río. La ceremonia será el 16 de octubre y la presidirá el papa Francisco.


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