sábado, 5 de diciembre de 2015

PERPETUAS RATIFICADAS POR EL ASESINATO DE ANGELELLI






CASACION CONFIRMO LAS CONDENAS, PERO REVOCO LA CARCEL COMUN

Perpetuas ratificadas por el asesinato de Angelelli


La Sala IV de la Cámara Federal de Casación Penal confirmó la condena a prisión perpetua al ex general Luciano Benjamín Menéndez y al ex comodoro Luis Fernando Estrella por el homicidio del Obispo de La Rioja Enrique Angelelli, el 4 de agosto de 1976, en un simulado accidente de tránsito cerca de la capital de la provincia. Sin embargo, los camaristas revocaron el fallo previo que ordenó cumplir la pena en una cárcel común.

La confirmación de la condena a prisión perpetua fue firmada por unanimidad por los camaristas de casación Mariano Borinsky, Gustavo Hornos y Juan Gemignani, mientras que la orden de revisar la forma del cumplimiento de la pena se decidió por mayoría, con el voto de los dos últimos.

Luego del fallo del tribunal oral de la Rioja, Estrella fue trasladado al penal de Bouer, en Córdoba, mientras que Menéndez ya estaba preso en Marcos Paz debido a otras condenas por delitos de lesa humanidad perpetrados durante la última dictadura militar.

La Sala IV de la CFCP analizó la responsabilidad de Menéndez y Estrella por “homicidio doblemente calificado por el concurso premeditado de dos o más personas y para procurar la impunidad” en el caso de Angelelli y “tentativa de homicidio calificado por el concurso premeditado de dos o más personas” de Arturo Aído Pinto –que acompañaba al obispo- además de asociación ilícita.

Al referirse a la “autoría mediata” de Menéndez y Estrella, acotó que “los imputados, desde los altos cargos militares que detentaron, formaron parte de dicho aparato organizado de poder, siendo responsables en la conducción de dicho plan de represión en la provincia de La Rioja”.

Agregó que “resulta ostensible, pues, que los hechos examinados en las presentes actuaciones han sucedido en el contexto de la represión ilegal”, perpetrada “en forma generalizada y por un medio particularmente deleznable cual es el aprovechamiento clandestino del aparato estatal”.

La mayoría que revocó la orden de “cárcel común” evaluó la edad (octogenarios) de los condenados y la necesidad de nuevos exámenes médicos por afecciones coronarias



http://www.elortiba.org/






viernes, 4 de diciembre de 2015

Grupo de Curas en la Opción por los Pobres / CARTA DE DESPEDIDA A CRISTINA


destacado






Grupo de Curas en la Opción por los Pobres


Carta de despedida



3 de diciembre de 2015

Querida Cristina:

Ante todo perdón por tratarte así, tan desenfadadamente, pero así te llaman muchos. Y así elegimos llamarte.

Estás terminando tu segundo mandato constitucional como presidenta de todos los argentinos, y no quisiéramos que te vayas sin nuestro abrazo y nuestra memoria agradecida.

Podríamos mencionar decenas y decenas de motivos y razones para darte gracias, pero sería tedioso. Simplemente, entonces, queremos resumirlo en uno: gracias porque fuiste responsable excluyente de que los pobres, las víctimas de las exclusiones varias, las víctimas de tantas violencias (desde las violencias genocidas hasta las familiares) hoy estén mejor. ¡Mucho mejor! Hasta el último día enfrentaste a sectores poderosos desde empresarios a judiciales, internacionales y mediáticos. 

Y suponemos – o mejor, creemos – que te has sentido acompañada. Y esperamos que nos hayas sentido cerca en ese acompañamiento.

Pronto todos comenzaremos una nueva etapa. Etapa que muchos vislumbramos dura y triste. Y no quisiéramos que la comiences sin nuestro abrazo. Y que sepas que no está en nuestro ADN bajar los brazos en la lucha en favor de los pobres… para que haya cada vez menos pobres y que los que lo son sean menos pobres en justicia y dignidad.

Esperamos, en este tiempo, seguir encontrándonos en los caminos del pueblo mientras seguimos “andando, nomás” como decía el querido obispo Angelelli.

Hasta siempre, querida Cristina. ¡Hasta pronto! Y que Jesús y la Virgen de Luján te sigan acompañando


Siguen las firmas

1. Marcelo A. Ciaramella (Quilmes)
2. Roberto Angeli (Quilmes)
3. Ignacio Blanco (Quilmes)
4. Francisco Olveira (Avellaneda-Lanús)
5. Ricardo Carrizo (Quilmes)
6. Félix Gibbs (Quilmes)
7. Pablo Agüero (Quilmes)
8. Eduardo Rodríguez (Quilmes)
9. Roberto Ferrari (San Isidro)
10. Nestor D. Cruz García (San Isidro)
11. Eduardo de la Serna (Quilmes)
12. Carlos Gómez La Plata)
13. Daniel Echeverría (San Justo)
14. Rodolfo Viano (Bahía blanca)
15. Juan Damico (Bahía Blanca)
16. Javier Buere (Quilmes)
17. Alfredo Torqui (Chaco)
18. Carlos Baigorrí (La Rioja)
19. Raul E. Vera (Río Cuarto)
20. Oscar Miñarro (Merlo-Moreno)
21. Adolfo González (Quilmes)
22. Jorge Cloro (Quilmes)
23. Jorge Torres (Quilmes)
24. Fermín Gauna (Quilmes)
25. Carlos Guerrera (Quilmes)
26. Marcelo Eyheramendy (Quilmes)
27. José Luis Calcagno (Quilmes)
28. Nelson Barrios (Quilmes)
29. Enio Cargnello (Quilmes)
30. Lucio Carvalho Rodrigues
31. Eduardo Brites (Quilmes)
32. Roberto Murall (La Rioja)
33. Marcelo Margni (Quilmes)
34. Carlos M. Vázquez (Quilmes)
35. Luis Pereyra (Quilmes)
36. Horacio Gallo (Quilmes)
37. Damián Burghardt (Quilmes)
38. Gustavo Módica (Quilmes)
39. Sergio Agüero (Quilmes)
40. Daniel Viera (Quilmes)
41. Rubén Biendell (Quilmes)
42. Miguel Hrymacz (Quilmes)
43. Sergio Ortiz (Quilmes)
44. Ariel Aguilera (Quilmes)
45. Germán Pravia (Quilmes)
46. José I. Stillante (Quilmes)
47. Ricardo Orozco (Quilmes)
48. Ricardo Modarelli (S. C. de Bariloche)
49. Basilicio Britez (San Justo)
50. Raúl Gabrielli (C.A.B.A. – Centroamérica)
51. Gonzalo Llorente (La Rioja)
52. Sergio Gómez Tey (Merlo-Moreno)
53. Carlos Ponce de León (Córdoba)
54. Sergio Raffaelli (Santiago del Estero)
55. Rubén Lassaga (Santiago del Estero)
56. Marcelo Trejo (Santiago del Estero)
57. Rubén Cruz (Humahuaca)
58. José Piguillem (Merlo Moreno)
59. Alberto Cruz (San Justo)
60. Gustavo R. Varela (Neuquén)
61. Eduardo Farrell (Merlo-Moreno)
62. Gustavo Rey (San Miguel)
63. Juan Carlos Di Sanzo (Chascomús)


ttps://www.facebook.com/GrupodeCuraseOPP/



domingo, 25 de octubre de 2015

"EL VEGETAL" - LA HISTORIA DE CRISTIAN MARIANO DEPPELER


"El Vegetal" - La historia de Cristian Mariano Deppeler







Este video se hizo viral en Facebook en menos de 24 horas.. Pueden ver los resultados en https://www.facebook.com/photo.php?v=...





jueves, 22 de octubre de 2015

APERTURA DE LA INSTRUCCIÓN DIOCESANA DE LA CAUSA POR MARTIRIO DE MONS. ENRIQUE ANGELELLI





APERTURA DE LA INSTRUCCIÓN DIOCESANA DE LA CAUSA POR MARTIRIO DE MONS. ENRIQUE ANGELELLI


El pasado 13 de octubre tuvo lugar en la Catedral y Santuario San Nicolás de La Rioja, la sesión de apertura del procedimiento instructorio diocesano en la causa por martirio de Mons. Enrique Angelelli.


Después de haber recibido el parecer favorable de los peritos teólogos que tuvieron a su cargo el estudio de los escritos de Mons. Angelelli, Mons. Dr. José Ángel Rovai y R.P. Luis Liberti s.v.d., contando ya con la autorización de la Santa Sede y las autoridades de la Conferencia Episcopal Argentina, Mons. Colombo designó a las autoridades que conforman el tribunal diocesano que preside: Pbro. Enrique Martínez Ossola como Promotor de Justicia y Hna. Lucrecia Goyochea en calidad de Notaria. Como postulador de la causa se viene desempeñando el Pbro. Roberto Queirolo.


Además se nombró a los integrantes de la Comisión histórica que tendrá a su cargo el estudio de los archivos y el contexto vital en que transcurrió el ministerio sacerdotal y episcopal del Siervo de Dios Enrique Angelelli: Prof. Dr. Pedro Goyochea, Sr. Aurelio Ortiz y Sr. Luis Baronetto.


Durante la celebración de esta primera sesión, se distribuyó y rezó la oración para pedir la beatificación de Mons. Angelelli. Se establecieron los días y horarios en que se tomarán las declaraciones testimoniales que confluirán en la instrucción del proceso descripto. Después de agradecer a todos sus colaboradores la aceptación del encargo que se les ha confiado, Mons. Colombo resaltó la figura de Mons. Angelelli y su significación para el camino evangelizador de la Iglesia en La Rioja. Cercanos los cuarenta años de su asesinato, Mons. Enrique Angelelli sigue siendo una referencia insoslayable de Jesús, el Buen Pastor para el Pueblo de Dios peregrino en La Rioja. Las palabras “Justicia y Paz” que conforman su lema episcopal siguen invitando a acoger el Reino de Dios en nuestros corazones.




La Rioja, 14 de octubre de 2015.




Grupo de Curas en la Opción por los Pobres




sábado, 3 de octubre de 2015

41º PEREGRINACIÓN JUVENIL A LUJÁN: “GRACIAS MADRE POR ESTAR SIEMPRE, AYUDANOS A CUIDAR NUESTRA PATRIA”.

Lujan_Estampita2015



El sábado 3 de octubre se desarrollará la 41° Peregrinación Juvenil a Luján. Este año será bajo el lema: “GRACIAS MADRE POR ESTAR SIEMPRE, AYUDANOS A CUIDAR NUESTRA PATRIA”.


La peregrinación se iniciará el sábado 3 de octubre a las 12, en las puertas de laParroquia San Cayetano de Liniers, en Cuzco 150 (cerca de General Paz y Avenida Rivadavia). De allí, la imagen cabecera marchará junto a los peregrinos que recorrerán cerca de 60 kilómetros para llegar al Santuario de la Virgen de Luján. A las 7 de la mañana del domingo 4, se celebrará lamisa central.

Año tras año la cantidad de peregrinos fue creciendo. En 1975 comenzaron a caminar unas 30 mil personas. Cuarenta años después lo hacen cientos de miles. De hecho, la Peregrinación Juvenil a Luján es el acontecimiento más grande y renovador de la fe de nuestro pueblo.

Para ellos, la Comisión Arquidiocesana de Piedad Popular prepara todo el camino, con el único objetivo de que cada uno de ellos camine cómodo y seguro hacia la Basílica de Luján.

En abril, y como sucede todos los años, un grupo de laicos y sacerdotes se reunieron para definir el lema en función de las necesidades que los peregrinos dejan escrito en los Cuadernos de Intenciones de la Basílica de Luján. Luego de varios encuentros, el grupo de trabajo trató de intuir y reflejar el pedido que los peregrinos le están haciendo a la Madre de los argentinos en estos tiempos.

El común denominador de esas peticiones es el agradecimiento a la Madre de Luján, dejando de manifiesto que Ella está siempre, nos acompaña siempre.

Pero también le pedimos que nos ayude a comprometernos en el cuidado de la Patria, de nuestra Argentina. Se trata tomar responsabilidades desde lo cotidiano para buscar el bien común, el bien de todos. Cuidar la Patria no es solo un hecho eleccionario, como ocurre este año, sino también una tarea que todos pueden aportar desde sus roles y sus lugares, sin esperar que “un salvador” sea elegido.

Por otro lado, la Comisión Arquidiocesana de Piedad Popular entiende que no es sólo una súplica “hacia lo Alto”, sino también un compromiso de todos y cada uno de los argentinos de trabajar por la Patria.

Es así como surgió el lema que este año nos convoca y anima a llegar a la Virgen de Lujan:“GRACIAS MADRE POR ESTAR SIEMPRE, AYUDANOS A CUIDAR NUESTRA PATRIA”.

¿QUÉ ES LA COMISIÓN ARQUIDIOCESANA DE PIEDAD POPULAR?

Somos más de 6500 voluntarios que colaboramos en forma desinteresada en 70 puestos de Apoyo y Sanitarios. Con la experiencia y el compromiso de ayudar al prójimo, estamos preparando y coordinando todos los recursos necesarios para brindarles a todos los que caminen, los servicios que necesitan para alivianar su andar.

En forma totalmente gratuita, en los Puestos de Apoyo, brindamos alimentos y bebidas para todo el que lo requiera. También, atendemos las inquietudes de los peregrinos, escuchándolos y fortaleciéndolos con palabras de aliento que les ayude recorrer casi 60 kilómetros para llegar a la casa de la Virgen de Luján.

Desde el punto de vista sanitario, se realiza un gran operativo preventivo a lo largo de la ruta. Estos puestos son de suma importancia debido a que allí no solo se asiste ante una eventual emergencia sino también se colabora en suavizar los pies del peregrino. Estos Puestos Sanitarios estarán ubicados desde Liniers hasta Luján y cuentan con profesionales de la salud.

Es importante recalcar que todos los servicios se ofrecen gratuitamente y van a estar visiblemente identificados con la imagen de la Virgen de Luján y el número de puesto.

En forma mancomunada y totalmente altruista, participarán de éste operativo comunidades parroquiales, educativas y ONGs, entre otras instituciones.

También les dan una mano a los peregrinos: empresas privadas, obras sociales y profesionales de la salud, efectivos policiales tanto provincial como de los distintos municipios afectados por la Peregrinación Juvenil a Luján y miembros de Defensa Civil.

Como todos los años, además, colaboran organismos del Gobierno Nacional, Provincial y de los municipios afectados.

Es verdad que el peregrino “sale a caminar” sin que preparemos nada, pero tratamos de acompañarlos para que sea más llevadero el camino.

Un año más, y con la fe renovada, la Comisión Arquidiocesana de Piedad Popular quiere acompañar y servir, una vez más, a los fieles en su camino hacia la Virgen de Luján.



http://peregrinacionlujan.org.ar/

viernes, 2 de octubre de 2015

"ELLOS SON NUESTROS HERMANOS" Por Elena Llorente


El Papa saluda a sus admiradores durante la audiencia general de ayer en la Plaza San Pedro.Imagen: AFP





EL MUNDO › MENSAJE DEL PAPA EN LA JORNADA MUNDIAL DEL MIGRANTE Y DEL REFUGIADO

“Ellos son nuestros hermanos”

Francisco puso el acento sobre las causas y las consecuencias de los flujos migratorios, el tráfico de seres humanos, los naufragios, la insensibilidad de algunos, la actitud desconfiada de cierta gente, el silencio cómplice.


Por Elena Llorente
Desde Roma



En un mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, el papa Francisco supo resumir con gran énfasis y claridad sociológica, los puntos fundamentales de este tema, que ha generado una crisis con pocos precedentes en Europa pero que existe también en otras regiones del mundo. Francisco puso el acento sobre las causas y las consecuencias de los flujos migratorios, el tráfico de seres humanos, los naufragios, la insensibilidad de algunos, la actitud desconfiada de cierta gente, el silencio cómplice. “Los emigrantes son nuestros hermanos y hermanas que buscan una vida mejor lejos de la pobreza, del hambre, de la explotación y de la injusta distribución de los recursos del planeta, que deberían ser divididos ecuánimemente entre todos –escribió Francisco–. ¿No es tal vez el deseo de cada uno de ellos el de mejorar las propias condiciones de vida y el de obtener un honesto y legítimo bienestar para compartir con las personas que ama?”

Aunque la 102 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado se celebrará recién el 17 de enero, el papa quiso dar a conocer el contenido de su mensaje ayer, consciente de cuanto sus palabras puedan influir en algunas actitudes pero también teniendo en cuenta que el 8 de diciembre inaugurará el Jubileo dedicado a la Misericordia. La Jornada del Migrante y del Refugiado “se inserta en el Año de la Misericordia, punto de referencia para toda la Iglesia en los próximos meses”, explicó al presentar el documento el cardenal Antonio María Veglió, presidente del Pontificio Consejo Pastoral para los Emigrantes e Itinerantes.

“En nuestra época –escribió el papa Francisco–, los flujos migratorios están en continuo aumento en todas las áreas del planeta: refugiados y personas que escapan de su propia patria interpelan a cada uno y a las colectividades, desafiando el modo tradicional de vivir y, a veces, trastornando el horizonte cultural y social con el cual se confrontan”. Y agregó, recordando el trágico tráfico de seres humanos: “Cada vez con mayor frecuencia, las víctimas de la violencia y de la pobreza, abandonando sus tierras de origen, sufren el ultraje de los traficantes de personas humanas en el viaje hacia el sueño de un futuro mejor. Si después sobreviven a los abusos y a las adversidades, deben hacer cuentas con realidades donde se anidan sospechas y temores”, concluyó. De hecho el Papa describió la situación que Europa ha podido verificar cada día con los traficantes que obligan a los inmigrantes a atravesar el Mediterráneo en barcazas semi destruidas que luego se hunden, o atravesar las rutas en camiones herméticamente cerrados y mueren asfixiados. Según la ONU, desde enero de 2015, sólo en el Mediterráneo murieron 2800 personas.

Y en tácita alusión a lo que ha sucedido últimamente en la Unión Europea, donde algunos de sus países han levantado muros como fronteras y han hecho demasiado poco para reconocer y asumir el flujo migratorio, el Papa recordó que los migrantes a menudo se encuentren en los países donde llegan “con falta de normas claras y practicables que regulen la acogida y prevean vías de integración a corto y largo plazo”. Ante esto el pontífice subrayó la importancia del Evangelio de la Misericordia, para que, dijo, los católicos no se acostumbren al “sufrimiento del otro”. De hecho fue en este contexto que Franciscó tituló su mensaje “Emigrantes y refugiados nos interpelan. La respuesta del Evangelio de la misericordia”.

El Papa argentino, que desde que fue elegido en 2013 se ha ocupado repetidamente de inmigrantes y refugiados, consciente de que el problema es mundial se refirió al tema también en su reciente viaje a Estados Unidos, tanto en sus discursos ante las autoridades estadounidenses como en el que realizó ante la asamblea general de Naciones Unidas, en Nueva York. “Los flujos migratorios son una realidad estructural y la primera cuestión que se impone es la superación de la fase de emergencia para dar espacio a programas que consideren las causas de las migraciones, los cambios que se producen y las consecuencias” sobre los pueblos, subrayó Francisco en el mensaje. “Todos los días, sin embargo, las historias dramáticas de millones de hombres y mujeres interpelan a la Comunidad internacional, ante la aparición de inaceptables crisis humanitarias en muchas zonas del mundo –añadió–. La indiferencia y el silencio abren el camino a la complicidad cuando vemos como espectadores a los muertos por sofocamiento, las penurias, las violencias y los naufragios.”

Francisco, que hablando en Estados Unidos recordó que él era hijo también de inmigrantes, se refirió asimismo al tema de la integración, uno de los puntos vitales para que el migrante pueda sentirse cómodo en un país y los que lo acogen también. “Quien emigra, de hecho, es obligado a modificar algunos aspectos que definen la propia persona e, incluso en contra de su voluntad, obliga al cambio también a quien lo acoge. ¿Cómo vivir estos cambios de manera que no se conviertan en obstáculos para el auténtico desarrollo, sino que sean oportunidades para un auténtico crecimiento humano, social y espiritual, respetando y promoviendo los valores que hacen al hombre cada vez más hombre en la justa relación con Dios, con los otros y con la creación? (...) ¿Cómo hacer para que la integración sea una experiencia enriquecedora para ambos, que abra caminos positivos a las comunidades y prevenga el riesgo de la discriminación, del racismo, del nacionalismo extremo o de la xenofobia?”

Según el Papa, la respuesta a estas preguntas es que “el cuidar las buenas relaciones personales y la capacidad de superar prejuicios y miedos son ingredientes esenciales para cultivar la cultura del encuentro, donde se está dispuesto no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. La hospitalidad, de hecho, vive del dar y del recibir”.

Pero Francisco fue más lejos todavía, pidiendo a la comunidad internacional “ayudar a los países del cual salen los emigrantes y prófugos” a través de “la solidaridad, la cooperación, la ecuánime distribución de los bienes de la tierra”, para que la gente, en definitiva, no tenga necesidad de abandonar su país, su cultura y su familia. También pidió acabar con la violencia y las persecuciones y , aludiendo tácitamente a algunos hechos que se han verificado en la prensa italiana, dijo que “la opinión pública sea informada de forma correcta, incluso para prevenir miedos injustificados y especulaciones a costa de los inmigrantes”. El Papa asimismo atacó las “nuevas formas de esclavitud gestionadas por organizaciones criminales” que venden y compran a hombres, mujeres y niños como trabajadores de la construcción, la agricultura, la pesca entre otros, que transforman a los niños en soldados o que son víctimas del tráfico de órganos, la mendicidad forzada y la explotación sexual. Francisco concluyó encomendando a todos los migrantes y prófugos a la Virgen María y a San José que también sufrieron, recordó, “la amargura de la emigración a Egipto”.




http://www.pagina12.com.ar/






viernes, 25 de septiembre de 2015

TEXTO COMPLETO DEL SANTO PADRE FRANCISCO ANTE LA ONU



Texto completo del santo padre Francisco ante la ONU

Al abrir la 70 Asamblea General de las Naciones Unidas pide metas concretas para la agenda 2030 de desarrollo sostenible, respetando el ambiente, la dignidad de la persona humana y dando acceso a los medios necesarios




Roma, 25 de septiembre de 2015 (ZENIT.org)


El papa Francisco abrió la 70 Asamblea General de las Naciones Unidas, la cual fijará las metas de 2030 para el desarrollo sostenible. Fue parte del viaje apostólico que inició en Cuba el 19 de este mes de septiembre y que concluirá el domingo 28 en Filadelfia, con la Jornada Mundial de la Familia. A continuación el texto completo que el Santo Padre expuso en español.

Señor Presidente, Señoras y Señores:

Una vez más, siguiendo una tradición de la que me siento honrado, el Secretario General de las Naciones Unidas ha invitado al Papa a dirigirse a esta honorable Asamblea de las Naciones. En nombre propio y en el de toda la comunidad católica, Señor Ban Ki-moon, quiero expresarle el más sincero y cordial agradecimiento. Agradezco también sus amables palabras. Saludo asimismo a los Jefes de Estado y de Gobierno aquí presentes, a los Embajadores, diplomáticos y funcionarios políticos y técnicos que les acompañan, al personal de las Naciones Unidas empeñado en esta 70a Sesión de la Asamblea General, al personal de todos los programas y agencias de la familia de la ONU, y a todos los que de un modo u otro participan de esta reunión. Por medio de ustedes saludo también a los ciudadanos de todas las naciones representadas en este encuentro. Gracias por los esfuerzos de todos y de cada uno en bien de la humanidad.

Esta es la quinta vez que un Papa visita las Naciones Unidas. Lo hicieron mis predecesores Pablo VI en 1965, Juan Pablo II en 1979 y 1995 y, mi más reciente predecesor, hoy el Papa emérito Benedicto XVI, en 2008. Todos ellos no ahorraron expresiones de reconocimiento para la Organización, considerándola la respuesta jurídica y política adecuada al momento histórico, caracterizado por la superación tecnológica de las distancias y fronteras y, aparentemente, de cualquier límite natural a la afirmación del poder. Una respuesta imprescindible ya que el poder tecnológico, en manos de ideologías nacionalistas o falsamente universalistas, es capaz de producir tremendas atrocidades. No puedo menos que asociarme al aprecio de mis predecesores, reafirmando la importancia que la Iglesia Católica concede a esta institución y las esperanzas que pone en sus actividades.

La historia de la comunidad organizada de los Estados, representada por las Naciones Unidas, que festeja en estos días su 70 aniversario, es una historia de importantes éxitos comunes, en un período de inusitada aceleración de los acontecimientos. Sin pretensión de exhaustividad, se puede mencionar la codificación y el desarrollo del derecho internacional, la construcción de la normativa internacional de derechos humanos, el perfeccionamiento del derecho humanitario, la solución de muchos conflictos y operaciones de paz y reconciliación, y tantos otros logros en todos los campos de la proyección internacional del quehacer humano. Todas estas realizaciones son luces que contrastan la oscuridad del desorden causado por las ambiciones descontroladas y por los egoísmos colectivos. Es cierto que aún son muchos los graves problemas no resueltos, pero es evidente que, si hubiera faltado toda esa actividad internacional, la humanidad podría no haber sobrevivido al uso descontrolado de sus propias potencialidades. Cada uno de estos progresos políticos, jurídicos y técnicos son un camino de concreción del ideal de la fraternidad humana y un medio para su mayor realización. 

Rindo por eso homenaje a todos los hombres y mujeres que han servido leal y sacrificadamente a toda la humanidad en estos 70 años. En particular, quiero recordar hoy a los que han dado su vida por la paz y la reconciliación de los pueblos, desde Dag Hammarskjöld hasta los muchísimos funcionarios de todos los niveles, fallecidos en las misiones humanitarias, de paz y de reconciliación.

La experiencia de estos 70 años, más allá de todo lo conseguido, muestra que la reforma y la adaptación a los tiempos es siempre necesaria, progresando hacia el objetivo último de conceder a todos los países, sin excepción, una participación y una incidencia real y equitativa en las decisiones. Tal necesidad de una mayor equidad, vale especialmente para los cuerpos con efectiva capacidad ejecutiva, como es el caso del Consejo de Seguridad, los organismos financieros y los grupos o mecanismos especialmente creados para afrontar las crisis económicas. Esto ayudará a limitar todo tipo de abuso o usura sobre todo con los países en vías de desarrollo. Los organismos financieros internacionales han de velar por el desarrollo sustentable de los países y la no sumisión asfixiante de éstos a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia.


La labor de las Naciones Unidas, a partir de los postulados del Preámbulo y de los primeros artículos de su Carta Constitucional, puede ser vista como el desarrollo y la promoción de la soberanía del derecho, sabiendo que la justicia es requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal. En este contexto, cabe recordar que la limitación del poder es una idea implícita en el concepto de derecho. Dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de justicia, significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales. La distribución fáctica del poder (político, económico, de defensa, tecnológico, etc.) entre una pluralidad de sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de las pretensiones e intereses, concreta la limitación del poder. El panorama mundial hoy nos presenta, sin embargo, muchos falsos derechos, y –a la vez– grandes sectores indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder: el ambiente natural y el vasto mundo de mujeres y hombres excluidos. Dos sectores íntimamente unidos entre sí, que las relaciones políticas y económicas preponderantes han convertido en partes frágiles de la realidad. Por eso hay que afirmar con fuerza sus derechos, consolidando la protección del ambiente y acabando con la exclusión.

Ante todo, hay que afirmar que existe un verdadero «derecho del ambiente» por un doble motivo. Primero, porque los seres humanos somos parte del ambiente. Vivimos en comunión con él, porque el mismo ambiente comporta límites éticos que la acción humana debe reconocer y respetar. El hombre, aun cuando está dotado de «capacidades inéditas» que «muestran una singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico» (Laudato si’, 81), es al mismo tiempo una porción de ese ambiente. Tiene un cuerpo formado por elementos físicos, químicos y biológicos, y solo puede sobrevivir y desarrollarse si el ambiente ecológico le es favorable. Cualquier daño al ambiente, por tanto, es un daño a la humanidad. Segundo, porque cada una de las creaturas, especialmente las vivientes, tiene un valor en sí misma, de existencia, de vida, de belleza y de interdependencia con las demás creaturas. Los cristianos, junto con las otras religiones monoteístas, creemos que el universo proviene de una decisión de amor del Creador, que permite al hombre servirse respetuosamente de la creación para el bien de sus semejantes y para gloria del Creador, pero que no puede abusar de ella y mucho menos está autorizado a destruirla. Para todas las creencias religiosas, el ambiente es un bien fundamental (cf. ibíd., 81).

El abuso y la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, van acompañados por un imparable proceso de exclusión. En efecto, un afán egoísta e ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos materiales disponibles como a excluir a los débiles y con menos habilidades, ya sea por tener capacidades diferentes (discapacitados) o porque están privados de los conocimientos e instrumentos técnicos adecuados o poseen insuficiente capacidad de decisión política. La exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente. Los más pobres son los que más sufren estos atentados por un triple grave motivo: son descartados por la sociedad, son al mismo tiempo obligados a vivir del descarte y deben sufrir injustamente las consecuencias del abuso del ambiente. Estos fenómenos conforman la hoy tan difundida e inconscientemente consolidada «cultura del descarte».

Lo dramático de toda esta situación de exclusión e inequidad, con sus claras consecuencias, me lleva junto a todo el pueblo cristiano y a tantos otros a tomar conciencia también de mi grave responsabilidad al respecto, por lo cual alzo mi voz, junto a la de todos aquellos que anhelan soluciones urgentes y efectivas. La adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en la Cumbre mundial que iniciará hoy mismo, es una importante señal de esperanza. Confío también que la Conferencia de París sobre cambio climáticologre acuerdos fundamentales y eficaces.


No bastan, sin embargo, los compromisos asumidos solemnemente, aun cuando constituyen un paso necesario para las soluciones. La definición clásica de justicia a que aludí anteriormente contiene como elemento esencial una voluntad constante y perpetua: Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi. El mundo reclama de todos los gobernantes una voluntad efectiva, práctica, constante, de pasos concretos y medidas inmediatas, para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado. Es tal la magnitud de estas situaciones y el grado de vidas inocentes que va cobrando, que hemos de evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos.

La multiplicidad y complejidad de los problemas exige contar con instrumentos técnicos de medida. Esto, empero, comporta un doble peligro: limitarse al ejercicio burocrático de redactar largas enumeraciones de buenos propósitos –metas, objetivos e indicadores estadísticos–, o creer que una única solución teórica y apriorística dará respuesta a todos los desafíos. No hay que perder de vista, en ningún momento, que la acción política y económica, solo es eficaz cuando se la entiende como una actividad prudencial, guiada por un concepto perenne de justicia y que no pierde de vista en ningún momento que, antes y más allá de los planes y programas, hay mujeres y hombres concretos, iguales a los gobernantes, que viven, luchan y sufren, y que muchas veces se ven obligados a vivir miserablemente, privados de cualquier derecho.

Para que estos hombres y mujeres concretos puedan escapar de la pobreza extrema, hay que permitirles ser dignos actores de su propio destino. El desarrollo humano integral y el pleno ejercicio de la dignidad humana no pueden ser impuestos. Deben ser edificados y desplegados por cada uno, por cada familia, en comunión con los demás hombres y en una justa relación con todos los círculos en los que se desarrolla la socialidad humana –amigos, comunidades, aldeas y municipios, escuelas, empresas y sindicatos, provincias, naciones–. Esto supone y exige el derecho a la educación –también para las niñas, excluidas en algunas partes–, que se asegura en primer lugar respetando y reforzando el derecho primario de las familias a educar, y el derecho de las Iglesias y de agrupaciones sociales a sostener y colaborar con las familias en la formación de sus hijas e hijos. La educación, así concebida, es la base para la realización de la Agenda 2030 y para recuperar el ambiente.

Al mismo tiempo, los gobernantes han de hacer todo lo posible a fin de que todos puedan tener la mínima base material y espiritual para ejercer su dignidad y para formar y mantener una familia, que es la célula primaria de cualquier desarrollo social. Ese mínimo absoluto tiene en lo material tres nombres: techo, trabajo y tierra; y un nombre en lo espiritual: libertad del espíritu, que comprende la libertad religiosa, el derecho a la educación y los otros derechos cívicos.

Por todo esto, la medida y el indicador más simple y adecuado del cumplimiento de la nuevaAgenda para el desarrollo será el acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua potable; libertad religiosa, y más en general libertad del espíritu y educación. Al mismo tiempo, estos pilares del desarrollo humano integral tienen un fundamento común, que es el derecho a la vida y, más en general, lo que podríamos llamar el derecho a la existencia de la misma naturaleza humana.


La crisis ecológica, junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede poner en peligro la existencia misma de la especie humana. Las nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado solo por la ambición de lucro y de poder, deben ser un llamado a una severa reflexión sobre el hombre: «El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza» (Benedicto XVI, Discurso al Parlamento Federal de Alemania, 22 septiembre 2011; citado en Laudato si’, 6). La creación se ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas instancias [...] El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que solo nos vemos a nosotros mismos» (Id., Discurso al Clero de la Diócesis de Bolzano-Bressanone, 6 agosto 2008; citado ibíd.). Por eso, la defensa del ambiente y la lucha contra la exclusión exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre hombre y mujer (cf. Laudato si’, 155), y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones (cf. ibíd., 123; 136).

Sin el reconocimiento de unos límites éticos naturales insalvables y sin la actuación inmediata de aquellos pilares del desarrollo humano integral, el ideal de «salvar las futuras generaciones del flagelo de la guerra» (Carta de las Naciones Unidas, Preámbulo) y de «promover el progreso social y un más elevado nivel de vida en una más amplia libertad» (ibíd.) corre el riesgo de convertirse en un espejismo inalcanzable o, peor aún, en palabras vacías que sirven de excusa para cualquier abuso y corrupción, o para promover una colonización ideológica a través de la imposición de modelos y estilos de vida anómalos, extraños a la identidad de los pueblos y, en último término, irresponsables.

La guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y entre los pueblos.

Para tal fin hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental. La experiencia de los 70 años de existencia de las Naciones Unidas, en general, y en particular la experiencia de los primeros 15 años del tercer milenio, muestran tanto la eficacia de la plena aplicación de las normas internacionales como la ineficacia de su incumplimiento. Si se respeta y aplica la Carta de las Naciones Unidas con transparencia y sinceridad, sin segundas intenciones, como un punto de referencia obligatorio de justicia y no como un instrumento para disfrazar intenciones espurias, se alcanzan resultados de paz. Cuando, en cambio, se confunde la norma con un simple instrumento, para utilizar cuando resulta favorable y para eludir cuando no lo es, se abre una verdadera caja de Pandora de fuerzas incontrolables, que dañan gravemente las poblaciones inermes, el ambiente cultural e incluso el ambiente biológico.

El Preámbulo y el primer artículo de la Carta de las Naciones Unidas indican los cimientos de la construcción jurídica internacional: la paz, la solución pacífica de las controversias y el desarrollo de relaciones de amistad entre las naciones. Contrasta fuertemente con estas afirmaciones, y las niega en la práctica, la tendencia siempre presente a la proliferación de las armas, especialmente las de destrucción masiva como pueden ser las nucleares. Una ética y un derecho basados en la amenaza de destrucción mutua –y posiblemente de toda la humanidad– son contradictorios y constituyen un fraude a toda la construcción de las Naciones Unidas, que pasarían a ser «Naciones unidas por el miedo y la desconfianza». Hay que empeñarse por un mundo sin armas nucleares, aplicando plenamente el Tratado de no proliferación, en la letra y en el espíritu, hacia una total prohibición de estos instrumentos.

El reciente acuerdo sobre la cuestión nuclear en una región sensible de Asia y Oriente Medio es una prueba de las posibilidades de la buena voluntad política y del derecho, ejercitados con sinceridad, paciencia y constancia. Hago votos para que este acuerdo sea duradero y eficaz y dé los frutos deseados con la colaboración de todas las partes implicadas.


En ese sentido, no faltan duras pruebas de las consecuencias negativas de las intervenciones políticas y militares no coordinadas entre los miembros de la comunidad internacional. Por eso, aun deseando no tener la necesidad de hacerlo, no puedo dejar de reiterar mis repetidos llamamientos en relación con la dolorosa situación de todo el Oriente Medio, del norte de África y de otros países africanos, donde los cristianos, junto con otros grupos culturales o étnicos e incluso junto con aquella parte de los miembros de la religión mayoritaria que no quiere dejarse envolver por el odio y la locura, han sido obligados a ser testigos de la destrucción de sus lugares de culto, de su patrimonio cultural y religioso, de sus casas y haberes y han sido puestos en la disyuntiva de huir o de pagar su adhesión al bien y a la paz con la propia vida o con la esclavitud.

Estas realidades deben constituir un serio llamado a un examen de conciencia de los que están a cargo de la conducción de los asuntos internacionales. No solo en los casos de persecución religiosa o cultural, sino en cada situación de conflicto, como en Ucrania, en Siria, en Irak, en Libia, en Sudán del Sur y en la región de los Grandes Lagos, hay rostros concretos antes que intereses de parte, por legítimos que sean. En las guerras y conflictos hay seres humanos singulares, hermanos y hermanas nuestros, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, niños y niñas, que lloran, sufren y mueren. Seres humanos que se convierten en material de descarte cuando solo la actividad consiste en enumerar problemas, estrategias y discusiones.

Como pedía al Secretario General de las Naciones Unidas en mi carta del 9 de agosto de 2014, «la más elemental comprensión de la dignidad humana [obliga] a la comunidad internacional, en particular a través de las normas y los mecanismos del derecho internacional, a hacer todo lo posible para detener y prevenir ulteriores violencias sistemáticas contra las minorías étnicas y religiosas» y para proteger a las poblaciones inocentes.

En esta misma línea quisiera hacer mención a otro tipo de conflictividad no siempre tan explicitada pero que silenciosamente viene cobrando la muerte de millones de personas. Otra clase de guerra viven muchas de nuestras sociedades con el fenómeno del narcotráfico. Una guerra «asumida» y pobremente combatida. El narcotráfico por su propia dinámica va acompañado de la trata de personas, del lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil y de otras formas de corrupción. Corrupción que ha penetrado los distintos niveles de la vida social, política, militar, artística y religiosa, generando, en muchos casos, una estructura paralela que pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones.

Comencé esta intervención recordando las visitas de mis predecesores. Quisiera ahora que mis palabras fueran especialmente como una continuación de las palabras finales del discurso de Pablo VI, pronunciado hace casi exactamente 50 años, pero de valor perenne: «Ha llegado la hora en que se impone una pausa, un momento de recogimiento, de reflexión, casi de oración: volver a pensar en nuestro común origen, en nuestra historia, en nuestro destino común. Nunca, como hoy, [...] ha sido tan necesaria la conciencia moral del hombre, porque el peligro no viene ni del progreso ni de la ciencia, que, bien utilizados, podrán [...] resolver muchos de los graves problemas que afligen a la humanidad» (Discurso a los Representantes de los Estados, 4 de octubre de 1965). Entre otras cosas, sin duda, la genialidad humana, bien aplicada, ayudará a resolver los graves desafíos de la degradación ecológica y de la exclusión. Continúo con Pablo VI: «El verdadero peligro está en el hombre, que dispone de instrumentos cada vez más poderosos, capaces de llevar tanto a la ruina como a las más altas conquistas» (ibíd.).

La casa común de todos los hombres debe continuar levantándose sobre una recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana, de cada hombre y cada mujer; de los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los desocupados, de los abandonados, de los que se juzgan descartables porque no se los considera más que números de una u otra estadística. La casa común de todos los hombres debe también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de la naturaleza creada.

Tal comprensión y respeto exigen un grado superior de sabiduría, que acepte la trascendencia, renuncie a la construcción de una elite omnipotente, y comprenda que el sentido pleno de la vida singular y colectiva se da en el servicio abnegado de los demás y en el uso prudente y respetuoso de la creación para el bien común. Repitiendo las palabras de Pablo VI, «el edificio de la civilización moderna debe levantarse sobre principios espirituales, los únicos capaces no sólo de sostenerlo, sino también de iluminarlo» (ibíd.).


El gaucho Martín Fierro, un clásico de la literatura en mi tierra natal, canta: «Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera».

El mundo contemporáneo, aparentemente conexo, experimenta una creciente y sostenida fragmentación social que pone en riesgo «todo fundamento de la vida social» y por lo tanto «termina por enfrentarnos unos con otros para preservar los propios intereses» (Laudato si’, 229).

El tiempo presente nos invita a privilegiar acciones que generen dinamismos nuevos en la sociedad hasta que fructifiquen en importantes y positivos acontecimientos históricos (cf.Evangelii gaudium, 223). No podemos permitirnos postergar «algunas agendas» para el futuro. El futuro nos pide decisiones críticas y globales de cara a los conflictos mundiales que aumentan el número de excluidos y necesitados.

La laudable construcción jurídica internacional de la Organización de las Naciones Unidas y de todas sus realizaciones, perfeccionable como cualquier otra obra humana y, al mismo tiempo, necesaria, puede ser prenda de un futuro seguro y feliz para las generaciones futuras. Lo será si los representantes de los Estados sabrán dejar de lado intereses sectoriales e ideologías, y buscar sinceramente el servicio del bien común. Pido a Dios Todopoderoso que así sea, y les aseguro mi apoyo, mi oración y el apoyo y las oraciones de todos los fieles de la Iglesia Católica, para que esta Institución, todos sus Estados miembros y cada uno de sus funcionarios, rinda siempre un servicio eficaz a la humanidad, un servicio respetuoso de la diversidad y que sepa potenciar, para el bien común, lo mejor de cada pueblo y de cada ciudadano.

La bendición del Altísimo, la paz y la prosperidad para todos ustedes y para todos sus pueblos. Gracias.


(25 de septiembre de 2015) © Innovative Media Inc.



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TEXTO Y VIDEO: EL HISTÓRICO DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO EN EL CONGRESO DE ESTADOS UNIDOS







TEXTO y VIDEO: El histórico discurso del Papa Francisco en el Congreso de Estados Unidos




WASHINGTON D.C., 24 Sep. 15 / 09:55 am (ACI).- El Papa Francisco se convirtió esta mañana en el primer Pontífice en hablar ante el Congreso de Estados Unidos de América.




A continuación el histórico discurso que pronunció ante los representantes de los estadounidenses:



Señor Vicepresidente,

Señor Presidente,

Distinguidos Miembros del Congreso,

Queridos amigos:

Les agradezco la invitación que me han hecho a que les dirija la palabra en esta sesión conjunta del Congreso en «la tierra de los libres y en la patria de los valientes». Me gustaría pensar que lo han hecho porque también yo soy un hijo de este gran continente, del que todos nosotros hemos recibido tanto y con el que tenemos una responsabilidad común.

Cada hijo o hija de un país tiene una misión, una responsabilidad personal y social.

La de ustedes como Miembros del Congreso, por medio de la actividad legislativa, consiste en hacer que este País crezca como Nación. Ustedes son el rostro de su pueblo, sus representantes. Y están llamados a defender y custodiar la dignidad de sus conciudadanos en la búsqueda constante y exigente del bien común, pues éste es el principal desvelo de la política.

La sociedad política perdura si se plantea, como vocación, satisfacer las necesidades comunes favoreciendo el crecimiento de todos sus miembros, especialmente de los que están en situación de mayor vulnerabilidad o riesgo. La actividad legislativa siempre está basada en la atención al pueblo. A eso han sido invitados, llamados, convocados por las urnas.

Se trata de una tarea que me recuerda la figura de Moisés en una doble perspectiva. Por un lado, el Patriarca y legislador del Pueblo de Israel simboliza la necesidad que tienen los pueblos de mantener la conciencia de unidad por medio de una legislación justa. Por otra parte, la figura de Moisés nos remite directamente a Dios y por lo tanto a la dignidad trascendente del ser humano. Moisés nos ofrece una buena síntesis de su labor: ustedes están invitados a proteger, por medio de la ley, la imagen y semejanza plasmada por Dios en cada vida humana.

En esta perspectiva quisiera hoy no sólo dirigirme a ustedes, sino con ustedes y en ustedes a todo el pueblo de los Estados Unidos. Aquí junto con sus Representantes, quisiera tener la oportunidad de dialogar con miles de hombres y mujeres que luchan cada día para trabajar honradamente, para llevar el pan a su casa, para ahorrar y –poco a poco– conseguir una vida mejor para los suyos. Que no se resignan solamente a pagar sus impuestos, sino que –con su servicio silencioso– sostienen la convivencia. Que crean lazos de solidaridad por medio de iniciativas espontáneas pero también a través de organizaciones que buscan paliar el dolor de los más necesitados.

Me gustaría dialogar con tantos abuelos que atesoran la sabiduría forjada por los años e intentan de muchas maneras, especialmente a través del voluntariado, compartir sus experiencias y conocimientos. Sé que son muchos los que se jubilan pero no se retiran; siguen activos construyendo esta tierra. Me gustaría dialogar con todos esos jóvenes que luchan por sus deseos nobles y altos, que no se dejan atomizar por las ofertas fáciles, que saben enfrentar situaciones difíciles, fruto muchas veces de la inmadurez de los adultos. Con todos ustedes quisiera dialogar y me gustaría hacerlo a partir de la memoria de su pueblo.

Mi visita tiene lugar en un momento en que los hombres y mujeres de buena voluntad conmemoran el aniversario de algunos ilustres norteamericanos. Salvando los vaivenes de la historia y las ambigüedades propias de los seres humanos, con sus muchas diferencias y límites, estos hombres y mujeres apostaron, con trabajo, abnegación y hasta con su propia sangre, por forjar un futuro mejor. Con su vida plasmaron valores fundantes que viven para siempre en el alma de todo el pueblo. Un pueblo con alma puede pasar por muchas encrucijadas, tensiones y conflictos, pero logra siempre encontrar los recursos para salir adelante y hacerlo con dignidad. Estos hombres y mujeres nos aportan una hermenéutica, una manera de ver y analizar la realidad. Honrar su memoria, en medio de los conflictos, nos ayuda a recuperar, en el hoy de cada día, nuestras reservas culturales.

Me limito a mencionar cuatro de estos ciudadanos: Abraham Lincoln, Martin Luther King, Dorothy Day y Thomas Merton.

Estamos en el ciento cincuenta aniversario del asesinato del Presidente Abraham Lincoln, el defensor de la libertad, que ha trabajado incansablemente para que «esta Nación, por la gracia de Dios, tenga una nueva aurora de libertad». Construir un futuro de libertad exige amor al bien común y colaboración con un espíritu de subsidiaridad y solidaridad.

Todos conocemos y estamos sumamente preocupados por la inquietante situación social y política de nuestro tiempo. El mundo es cada vez más un lugar de conflictos violentos, de odio nocivo, de sangrienta atrocidad, cometida incluso en el nombre de Dios y de la religión. Somos conscientes de que ninguna religión es inmune a diversas formas de aberración individual o de extremismo ideológico.

Esto nos urge a estar atentos frente a cualquier tipo de fundamentalismo de índole religiosa o del tipo que fuere. Combatir la violencia perpetrada bajo el nombre de una religión, una ideología, o un sistema económico y, al mismo tiempo, proteger la libertad de las religiones, de las ideas, de las personas requiere un delicado equilibrio en el que tenemos que trabajar. Y, por otra parte, puede generarse una tentación a la que hemos de prestar especial atención: el reduccionismo simplista que divide la realidad en buenos y malos; permítanme usar la expresión: en justos y pecadores.

El mundo contemporáneo con sus heridas, que sangran en tantos hermanos nuestros, nos convoca a afrontar todas las polarizaciones que pretenden dividirlo en dos bandos. Sabemos que en el afán de querer liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la tentación de ir alimentando el enemigo interior. Copiar el odio y la violencia del tirano y del asesino es la mejor manera de ocupar su lugar. A eso este pueblo dice: No.

Nuestra respuesta, en cambio, es de esperanza y de reconciliación, de paz y de justicia. Se nos pide tener el coraje y usar nuestra inteligencia para resolver las crisis geopolíticas y económicas que abundan hoy. También en el mundo desarrollado las consecuencias de estructuras y acciones injustas aparecen con mucha evidencia. Nuestro trabajo se centra en devolver la esperanza, corregir las injusticias, mantener la fe en los compromisos, promoviendo así la recuperación de las personas y de los pueblos. Ir hacia delante juntos, en un renovado espíritu de fraternidad y solidaridad, cooperando con entusiasmo al bien común.

El reto que tenemos que afrontar hoy nos pide una renovación del espíritu de colaboración que ha producido tanto bien a lo largo de la historia de los Estados Unidos. La complejidad, la gravedad y la urgencia de tal desafío exige poner en común los recursos y los talentos que poseemos y empeñarnos en sostenernos mutuamente, respetando las diferencias y las convicciones de conciencia.

En estas tierras, las diversas comunidades religiosas han ofrecido una gran ayuda para construir y reforzar la sociedad. Es importante, hoy como en el pasado, que la voz de la fe, que es una voz de fraternidad y de amor, que busca sacar lo mejor de cada persona y de cada sociedad, pueda seguir siendo escuchada. Tal cooperación es un potente instrumento en la lucha por erradicar las nuevas formas mundiales de esclavitud, que son fruto de grandes injusticias que pueden ser superadas sólo con nuevas políticas y consensos sociales.

Apelo aquí a la historia política de los Estados Unidos, donde la democracia está radicada en la mente del Pueblo. Toda actividad política debe servir y promover el bien de la persona humana y estar fundada en el respeto de su dignidad. «Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que han sido dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos está la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad» (Declaración de Independencia, 4 julio 1776).

Si es verdad que la política debe servir a la persona humana, se sigue que no puede ser esclava de la economía y de las finanzas. La política responde a la necesidad imperiosa de convivir para construir juntos el bien común posible, el de una comunidad que resigna intereses particulares para poder compartir, con justicia y paz, sus bienes, sus intereses, su vida social. No subestimo la dificultad que esto conlleva, pero los aliento en este esfuerzo.

En esta sede quiero recordar también la marcha que, cincuenta años atrás, Martin Luther King encabezó desde Selma a Montgomery, en la campaña por realizar el «sueño» de plenos derechos civiles y políticos para los afro-americanos. Su sueño sigue resonando en nuestros corazones. Me alegro de que Estados Unidos siga siendo para muchos la tierra de los «sueños». Sueños que movilizan a la acción, a la participación, al compromiso. Sueños que despiertan lo que de más profundo y auténtico hay en los pueblos.

En los últimos siglos, millones de personas han alcanzado esta tierra persiguiendo el sueño de poder construir su propio futuro en libertad. Nosotros, pertenecientes a este continente, no nos asustamos de los extranjeros, porque muchos de nosotros hace tiempo fuimos extranjeros. Les hablo como hijo de inmigrantes, como muchos de ustedes que son descendientes de inmigrantes. Trágicamente, los derechos de cuantos vivieron aquí mucho antes que nosotros no siempre fueron respetados. A estos pueblos y a sus naciones, desde el corazón de la democracia norteamericana, deseo reafirmarles mi más alta estima y reconocimiento. Aquellos primeros contactos fueron bastantes convulsos y sangrientos, pero es difícil enjuiciar el pasado con los criterios del presente. Sin embargo, cuando el extranjero nos interpela, no podemos cometer los pecados y los errores del pasado. Debemos elegir la posibilidad de vivir ahora en el mundo más noble y justo posible, mientras formamos las nuevas generaciones, con una educación que no puede dar nunca la espalda a los «vecinos», a todo lo que nos rodea. Construir una nación nos lleva a pensarnos siempre en relación con otros, saliendo de la lógica de enemigo para pasar a la lógica de la recíproca subsidiaridad, dando lo mejor de nosotros. Confío que lo haremos.

Nuestro mundo está afrontando una crisis de refugiados sin precedentes desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Lo que representa grandes desafíos y decisiones difíciles de tomar. A lo que se suma, en este continente, las miles de personas que se ven obligadas a viajar hacia el norte en búsqueda de una vida mejor para sí y para sus seres queridos, en un anhelo de vida con mayores oportunidades. ¿Acaso no es lo que nosotros queremos para nuestros hijos? No debemos dejarnos intimidar por los números, más bien mirar a las personas, sus rostros, escuchar sus historias mientras luchamos por asegurarles nuestra mejor respuesta a su situación. Una respuesta que siempre será humana, justa y fraterna. Cuidémonos de una tentación contemporánea: descartar todo lo que moleste. Recordemos la regla de oro: «Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes» (Mt 7,12).

Esta regla nos da un parámetro de acción bien preciso: tratemos a los demás con la misma pasión y compasión con la que queremos ser tratados. Busquemos para los demás las mismas posibilidades que deseamos para nosotros. Acompañemos el crecimiento de los otros como queremos ser acompañados. En definitiva: queremos seguridad, demos seguridad; queremos vida, demos vida; queremos oportunidades, brindemos oportunidades. El parámetro que usemos para los demás será el parámetro que el tiempo usará con nosotros. La regla de oro nos recuerda la responsabilidad que tenemos de custodiar y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo.

Esta certeza es la que me ha llevado, desde el principio de mi ministerio, a trabajar en diferentes niveles para solicitar la abolición mundial de la pena de muerte. Estoy convencido que este es el mejor camino, porque cada vida es sagrada, cada persona humana está dotada de una dignidad inalienable y la sociedad sólo puede beneficiarse en la rehabilitación de aquellos que han cometido algún delito. Recientemente, mis hermanos Obispos aquí, en los Estados Unidos, han renovado el llamamiento para la abolición de la pena capital. No sólo me uno con mi apoyo, sino que animo y aliento a cuantos están convencidos de que una pena justa y necesaria nunca debe excluir la dimensión de la esperanza y el objetivo de la rehabilitación.

En estos tiempos en que las cuestiones sociales son tan importantes, no puedo dejar de nombrar a la Sierva de Dios Dorothy Day, fundadora del Movimiento del trabajador católico. Su activismo social, su pasión por la justicia y la causa de los oprimidos estaban inspirados en el Evangelio, en su fe y en el ejemplo de los santos.

¡Cuánto se ha progresado, en este sentido, en tantas partes del mundo! ¡Cuánto se viene trabajando en estos primeros años del tercer milenio para sacar a las personas de la extrema pobreza! Sé que comparten mi convicción de que todavía se debe hacer mucho más y que, en momentos de crisis y de dificultad económica, no se puede perder el espíritu de solidaridad internacional. Al mismo tiempo, quiero alentarlos a recordar cuán cercanos a nosotros son hoy los prisioneros de la trampa de la pobreza. También a estas personas debemos ofrecerles esperanza. La lucha contra la pobreza y el hambre ha de ser combatida constantemente, en sus muchos frentes, especialmente en las causas que las provocan. Sé que gran parte del pueblo norteamericano hoy, como ha sucedido en el pasado, está haciéndole frente a este problema.

No es necesario repetir que parte de este gran trabajo está constituido por la creación y distribución de la riqueza. El justo uso de los recursos naturales, la aplicación de soluciones tecnológicas y la guía del espíritu emprendedor son parte indispensable de una economía que busca ser moderna pero especialmente solidaria y sustentable. «La actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la región donde instala sus emprendimientos, sobre todo si entiende que la creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al bien común» (Laudato si’, 129). Y este bien común incluye también la tierra, tema central de la Encíclica que he escrito recientemente para «entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común» (ibíd., 3). «Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos» (ibíd., 14).

En Laudato si’, aliento el esfuerzo valiente y responsable para «reorientar el rumbo» (N. 61) y para evitar las más grandes consecuencias que surgen del degrado ambiental provocado por la actividad humana. Estoy convencido de que podemos marcar la diferencia y no tengo alguna duda de que los Estados Unidos –y este Congreso– están llamados a tener un papel importante. Ahora es el tiempo de acciones valientes y de estrategias para implementar una «cultura del cuidado» (ibíd., 231) y una «aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza» (ibíd., 139).

La libertad humana es capaz de limitar la técnica (cf. ibíd., 112); de interpelar «nuestra inteligencia para reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder» (ibíd., 78); de poner la técnica al «servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral» (ibíd., 112). Sé y confío que sus excelentes instituciones académicas y de investigación pueden hacer una contribución vital en los próximos años.

Un siglo atrás, al inicio de la Gran Guerra, «masacre inútil», en palabras del Papa Benedicto XV, nace otro gran norteamericano, el monje cisterciense Thomas Merton. Él sigue siendo fuente de inspiración espiritual y guía para muchos. En su autobiografía escribió: «Aunque libre por naturaleza y a imagen de Dios, con todo, y a imagen del mundo al cual había venido, también fui prisionero de mi propia violencia y egoísmo. El mundo era trasunto delinfierno, abarrotado de hombres como yo, que le amaban y también le aborrecían. Habían nacido para amarle y, sin embargo, vivían con temor y ansias desesperadas y enfrentadas». Merton fue sobre todo un hombre de oración, un pensador que desafió las certezas de su tiempo y abrió horizontes nuevos para las almas y para la Iglesia; fue también un hombre de diálogo, un promotor de la paz entre pueblos y religiones.

En tal perspectiva de diálogo, deseo reconocer los esfuerzos que se han realizado en los últimos meses y que ayudan a superar las históricas diferencias ligadas a dolorosos episodios del pasado. Es mi deber construir puentes y ayudar lo más posible a que todos los hombres y mujeres puedan hacerlo. Cuando países que han estado en conflicto retoman el camino del diálogo, que podría haber estado interrumpido por motivos legítimos, se abren nuevos horizontes para todos. Esto ha requerido y requiere coraje, audacia, lo cual no significa falta de responsabilidad. Un buen político es aquel que, teniendo en mente los intereses de todos, toma el momento con un espíritu abierto y pragmático. Un buen político opta siempre por generar procesos más que por ocupar espacios (cf. Evangelii gaudium, 222-223).

Igualmente, ser un agente de diálogo y de paz significa estar verdaderamente determinado a atenuar y, en último término, a acabar con los muchos conflictos armados que afligen nuestro mundo. Y sobre esto hemos de ponernos un interrogante: ¿por qué las armas letales son vendidas a aquellos que pretenden infligir un sufrimiento indecible sobre los individuos y la sociedad? Tristemente, la respuesta, que todos conocemos, es simplemente por dinero; un dinero impregnado de sangre, y muchas veces de sangre inocente. Frente al silencio vergonzoso y cómplice, es nuestro deber afrontar el problema y acabar con el tráfico de armas.

Tres hijos y una hija de esta tierra, cuatro personas, cuatro sueños: Abraham Lincoln, la libertad; Martin Luther King, una libertad que se vive en la pluralidad y la no exclusión; Dorothy Day, la justicia social y los derechos de las personas; y Thomas Merton, la capacidad de diálogo y la apertura a Dios.

Cuatro representantes del pueblo norteamericano.

Terminaré mi visita a su País en Filadelfia, donde participaré en el Encuentro Mundial de las Familias. He querido que en todo este Viaje Apostólico la familiafuese un tema recurrente. Cuán fundamental ha sido la familia en la construcción de este País. Y cuán digna sigue siendo de nuestro apoyo y aliento. No puedo esconder mi preocupación por la familia, que está amenazada, quizás como nunca, desde el interior y desde el exterior. Las relaciones fundamentales son puestas en duda, como el mismo fundamento del matrimonio y de la familia. No puedo más que confirmar no sólo la importancia, sino por sobre todo, la riqueza y la belleza de vivir en familia.

De modo particular quisiera llamar su atención sobre aquellos componentes de la familia que parecen ser los más vulnerables, es decir, los jóvenes. Muchos tienen delante un futuro lleno de innumerables posibilidades, muchos otros parecen desorientados y sin sentido, prisioneros en un laberinto de violencia, de abuso y desesperación. Sus problemas son nuestros problemas. No nos es posible eludirlos. Hay que afrontarlos juntos, hablar y buscar soluciones más allá del simple tratamiento nominal de las cuestiones. Aun a riesgo de simplificar, podríamos decir que existe una cultura tal que empuja a muchos jóvenes a no poder formar una familia porque están privados de oportunidades de futuro. Sin embargo, esa misma cultura concede a muchos otros, por el contrario, tantas oportunidades, que también ellos se ven disuadidos de formar una familia.

Una Nación es considerada grande cuando defiende la libertad, como hizo Abraham Lincoln; cuando genera una cultura que permita a sus hombres «soñar» con plenitud de derechos para sus hermanos y hermanas, como intentó hacer Martin Luther King; cuando lucha por la justicia y la causa de los oprimidos, como hizo Dorothy Day en su incesante trabajo; siendo fruto de una fe que se hace diálogo y siembra paz, al estilo contemplativo de Merton.

Me he animado a esbozar algunas de las riquezas de su patrimonio cultural, del alma de su pueblo. Me gustaría que esta alma siga tomando forma y crezca, para que los jóvenes puedan heredar y vivir en una tierra que ha permitido a muchos soñar. Que Dios bendiga a América.








Discurso del Papa Franciso en el Congreso de los Estados Unidos










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