martes, 13 de marzo de 2018

LAS HUELLAS QUE DEJA EL PAPA LATINOAMERICANO Por Washington Uranga



Imagen: EFE






Cinco años de pontificado de Francisco

Las huellas que deja el Papa latinoamericano




Francisco transformó a Bergoglio, radicalizó su perspectiva a favor de los pobres, de los excluidos y de sus derechos. Sus gestos y mensajes se pudieron ver desde el primer viaje a Lampedusa, suelo de inmigrantes. Fue memorable su discurso sobre “las tres T” en Bolivia.





Aún para los más cercanos que conocían sus pensamientos y que habían seguido su trayectoria fue difícil imaginar, aquel 13 de marzo de 2013, el “plan de gobierno” que Jorge Bergoglio tenía en su mente cuando fue ungido como Francisco, máxima autoridad de la Iglesia Católica. El tiempo, pero sobre todo los gestos de Francisco fueron dejando en claro la propuesta y las huellas que el primer papa latinoamericano deseaba establecer como impronta a su gestión. Fue así que su primer viaje político-pastoral lo llevó hasta Lampedusa, para encontrarse con los inmigrantes ilegales expulsados de su territorio que huyen desesperados en busca de la vida. A ellos y al mundo les reafirmó con un gesto de cercanía y solidaridad su prédica en favor de los pobres, de la vida y de los derechos.

Y desde allí el Papa comenzó a construir su condición de líder universal, más allá de las propias fronteras de la Iglesia Católica donde hasta hoy muchos sectores lo resisten. Puede decirse que Bergoglio es líder en un mundo con liderazgos en crisis. Pero también es cierto que para construirse en ese lugar el Papa eligió la actitud del diálogo y del encuentro con los diferentes, desde la realidad de los pobres y reclamando por sus derechos. 


Puede decirse que el discurso pronunciado el 9 de julio de 2015 por el Papa ante el auditorio plural de los movimientos sociales reunidos en Cochabamba (Bolivia) cuyo eje fue su proclama de “las tres T” (tierra, techo, trabajo) constituye una suerte de síntesis doctrinal que, en otro tono y con distinto despliegue, Francisco expresó de manera sistemática y con base teológica en Laudato Sí. Una gran suma que, a contracorriente de las fuerzas triunfantes del capitalismo mundial, se alza en favor de los pobres y sus organizaciones, critica a los poderes hegemónicos y lanza un llamado a la paz. Una militancia pacifista que Bergoglio apoya con sus acciones y las del Vaticano en cada lugar de conflicto que se presente en un rincón de la tierra.



Francisco es hoy un líder incómodo para los centros de poder mundial, pero al mismo tiempo una figura cercana y popular entre los marginados. Y ha construido esa identidad apoyándose en la historia reciente, también en el pensamiento teológico y en la experiencia pastoral, de la Iglesia afincada en América Latina. 



De modo también estratégico Bergoglio decidió consolidarse fuera de los límites de la Iglesia, concretar el viejo anhelo del Concilio Vaticano II de dialogar con la sociedad a partir de las realidades, los problemas y también los cuestionamientos que de allí surgen para la institución católica. Quienes lo conocen íntimamente aseguran que el Papa está convencido que es allí, entre los postergados por la sociedad actual y sus poderes, entre los pobres y los excluidos, donde existe el terreno más fértil para el anuncio genuino del mensaje de Jesucristo.

Curiosamente –sobre todo para quienes lo miran a la distancia– las mayores resistencias hacia Francisco radican en la misma estructura eclesiástica y, paradójicamente, en la Argentina, su país.

En la Argentina porque quienes más se alegraron con su designación son los sectores católicos más conservadores, empresarios y representantes del poder, que vieron en Francisco la continuidad de un cardenal Bergoglio que, sin considerarlo como del propio palo nunca les resultó incómodo. Pero Francisco transformó a Bergoglio, acentuó los rasgos más latinoamericanistas del entonces cardenal de Buenos Aires y radicalizó su perspectiva en favor de los pobres, de los excluidos y de sus derechos. Y esto disgustó al poder que hoy se dice decepcionado o directamente escandalizado con el Papa. 

Francisco apoyó todo esto con su política de los gestos y con un mensaje sencillo, llano y entendible para todo el pueblo, una virtud que tampoco solía exhibir durante su paso por el arzobispado de Buenos Aires.

Y en la institución eclesiástica, ese lugar desde el cual los integrantes del colegio cardenalicio fueron a buscar a un papa latinoamericano y seleccionaron a un argentino porque siendo tal era el “más parecido” a los europeos, las resistencias (también las intrigas y las conspiraciones) han ido en aumento. Los sectores más conservadores no dejan de rasgarse las vestiduras ante lo que consideran excesivas concesiones de Bergoglio, tanto en sus mensajes como en su estilo pastoral. Francisco no se inquieta por ello. Conoce los problemas que enfrenta y utiliza la energía y el respaldo que le llega desde afuera para dar batallas en la propia Iglesia. Pero sabe que tiene una tarea por hacer: avanzar y profundizar la reforma de la Iglesia hacia una forma de gobierno y de participación más sinodal, más horizontal y plural que renueve la vida del catolicismo. Esa es, probablemente, la gran tarea pendiente y la próxima que el Papa decida encarar como legado de su pontificado. Para alcanzar este propósito no habría que descartar ni siquiera el llamado a un nuevo concilio ecuménico.






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UN LUGAR EN LA HISTORIA Por Estela Barnes de Carlotto




Imagen: Télam





Un lugar en la historia



Por Estela Barnes de Carlotto



Nací en Buenos Aires, Argentina, hace 87 años. Soy una Abuela de Plaza de Mayo hace 40 años. Desde esta doble condición podré expresar mi valoración sobre el obispo Jorge Bergoglio y el papa Francisco, una misma persona en dos etapas de su existencia.


Soy católica, por educación y por opción, por lo que confié en los religiosos y sus votos de consagración.

¿Por qué hago este introito? Porque es doloroso y duro decir que, salvo honrosas excepciones, me defraudaron cuando acudí a ellos siendo ya una Abuela de Plaza de Mayo, aunque supe de la heroica labor de algunos obispos que hasta pagaron con su vida el desafío al poder. 

Lo que no supe fue quién era el obispo Bergoglio, salvo por la voz sincera y honesta de una común amiga, Clelia Luro de Podestá.

Cinco años atrás, el humo blanco en la Basílica de San Pedro -”¡Habemus papam!”-, eligió un cura argentino para liderar los caminos del Vaticano.

Y entonces conocí (conocimos) a monseñor Bergoglio, su obra en favor de aquellos cuyas vidas corrían peligro, el hombre que con su sencillez y reserva jesuitas salvó, protegió y cuidó a los perseguidos. Y cuántas acciones más que no conocemos.

Hoy puedo expresar entonces quién es para mí el papa Francisco, el que nos extendió sus brazos, nos estrechó las manos, nos besó en la mejilla aquella primera vez en la Plaza San Pedro, un miércoles, cuando lo fuimos a encontrar dos abuelas y un nieto restituido.

Más que Su Santidad, lo siento como un hermano menor que me ha brindado, en cada una de las oportunidades que me recibió, una sincera sonrisa, mirada afectuosa y sanos consejos y opiniones. El papa Francisco es un ejemplo para el mundo. Sea cual sea la religión del país que visita, siente a ese pueblo como hermano en el dolor y necesidades. Pide, para renovar sus fuerzas, que recemos por él. Necesita esta devolución de todos aquellos por los que lucha.

Muchas gestas heroicas de la Argentina, y algunos de sus protagonistas, son y serán dignos de la admiración mundial.

Creo, estoy segura, que monseñor Jorge Bergoglio, el papa Francisco, ya tiene su lugar asegurado en las páginas de la historia.



* Presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.



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UN FARO QUE ILUMINA AL MUNDO Por Hernán Patiño Mayer








Un faro que ilumina al mundo



Por Hernán Patiño Mayer




Con la elección, cinco años atrás de Bergoglio como obispo de Roma y jefe del catolicismo, comenzó a gestarse un nuevo liderazgo global, en un mundo que exhibía entonces y hoy,una mediocridad desoladora. Recordemos quiénes eran los protagonistas del poder mundial en tiempos de la Guerra Fría. Compararlos con los que los reemplazan hoy luego de la implosión soviética, nos hará sentir la orfandad de una victoria sin dueños. Los líderes políticos del capitalismo triunfante solo pueden ofrecer al mundo incertidumbre, inequidad, fragmentación y un devenir con rumbo de colisión universal. En ese contexto aterrador que solo anestesian los placebos del consumo desenfrenado y minoritario; Francisco comenzó a forjar lo que solo cinco años después es, sin margen de duda, el primer y más importante liderazgo religioso y moral de este siglo, aún adolescente.

Sobre dos pilares se sostiene este liderazgo. Uno el de haber reinstalado, luego de décadas de retroceso conservador, el espíritu transformador del catolicismo rescatado hace medio siglo por San Juan XXIII y continuado por Paulo VI. Transformación que tiene como objetivos la lucha contra la corrupción interna en todas sus manifestaciones y la recuperación de una institución que solo tiene su razón de ser en su capacidad de encarnar el mensaje de Cristo y ser la expresión colectiva de su testimonio de entrega ilimitada, por la liberación y salvación del género humano. Sin esta capacidad y su opción preferencial por los pobres, la iglesia es una cáscara vacía y un recipiente que solo puede albergar aguas servidas y nauseabundas.

En la primera carta a los Corintios, Pablo nos recuerda la misión de la iglesia, cuando dice que “predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos (que esperaban un mesías que los liberara de la dominación romana) y locura para los paganos…Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres”. 

No sin duras resistencias de la casta clerical, el rumbo de Francisco se mantiene, sostenido en el respaldo mayoritario de un pueblo que junto a los pastores con “olor a oveja”, ven en él un testimonio de la razón de su esperanza y del sentido de su fe. 

El otro pilar de su liderazgo se construye desde el humanismo moral. Una defensa a ultranza de la dignidad inviolable de la persona humana, lo lleva a Francisco a confrontar abiertamente con el sistema global donde reinan las mil caras del poder transnacional del capital. El dios dinero, en cuyo altar se sacrifican los destinos de naciones enteras y las vidas de millones de víctimas inocentes es denunciado reiteradamente, como el responsable de la “globalización de la indiferencia”.

Este liderazgo se fortalece y no reconoce competencia, pese los esfuerzos histéricos, de los mercenarios de la letra y la palabra que lo acusan de creador del “pobrerismo” (Loris Zanatta, La Nación, 7-2-18) como si Jesucristo hubiera nacido y gastado las alfombras palaciegas. El Papa es hoy el referente mundial de una santa rebeldía: que se expresa en la voluntad pacífica de poner la agenda de los pueblos y de los pobres, por encima de la agenda del poder. 

El respaldo de Francisco a los movimientos populares y su convocatoria a un protagonismo social y político activo que se atreva a cambiar la historia, es una prueba de su voluntad y compromiso.

Finalmente, existe una “reacción” que intenta en nuestra patria devaluar su mensaje y su misión universal, para hacerlo protagonista de mezquinas disputas de la política local. Son los escribas y juglares del poder empeñados en hacer realidad lo de Lucas 4, 24-30 “En aquel tiempo, Jesús llegó a Nazaret, entró a la sinagoga y dijo al pueblo: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra”. Tengamos conciencia de que somos testigos y protagonistas de un tiempo histórico e irrepetible. Un argentino, un hermano nuestro, se ha transformado en un faro que ilumina en el mundo un horizonte de esperanza frente a la prepotencia de los poderosos y la resignación de los anestesiados. Recemos por él.

* Cristianos para el Tercer Milenio.



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jueves, 8 de marzo de 2018

SAN ROMERO DE AMÉRICA





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EL ARZOBISPO ROMERO SERÁ SANTO



El arzobispo Romero, asesinado en 1980, será proclamado santo de la Iglesia Católica. Imagen: EFE




Figura icónica en El Salvador y en América latina

El arzobispo Romero será santo


Francisco aprobó los milagros atribuidos al monseñor Oscar Arnulfo Romero y también al papa Pablo VI. Ambos religiosos serán canonizados este año, aunque la fecha no está definida.



El arzobispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, una figura icónica en América Latina, será proclamado santo de la Iglesia católica. Ayer, Francisco aprobó los milagros atribuidos al monseñor y también al papa Pablo VI, quien también será canonizado.

La certificación de un segundo milagro era el último obstáculo para que ambos beatos pudieran subir a los altares, lo que ocurrirá en una misa que se llevará a cabo más adelante. Ya en febrero, Francisco había adelantado que las misas de canonización se celebrarían este año, mientras que el portavoz vaticano, Greg Burke, había escrito en Twitter que en el caso de Romero sería pronto. Al cierre de esta edición no se habían dado a conocer oficialmente los detalles del milagro que convertirá a Romero en santo. Sin embargo, el cardenal salvadoreño, Gregorio Rosa Chávez, explicó que el milagro atribuido al monseñor corresponde al de una señora que estaba embarazada y que su vida estaba en peligro en el momento del parto. La creyente le oró a Romero que intercediera por ella y su hijo. Ambos sobrevivieron. “Es un hecho maravilloso que fue analizado con muchísimo cuidado en Roma”, dijo Rosa Chávez, citado por el diario digital El Salvador. 

El que fuera arzobispo de San Salvador murió asesinado a manos de un francotirador integrante de los escuadrones de la muerte de la ultraderecha el 24 de marzo de 1980, a los 63 años,mientras celebraba misa, con una bala que le destrozó el corazón. Nacido en Ciudad Barrios, departamento de San Miguel, el 15 de agosto de 1917, el religioso fue nombrado arzobispo en 1977. Su figura cobró relieve debido a que usó el púlpito de la Catedral Metropolitana para denunciar las graves violaciones de los derechos humanos cometidas tanto por las fuerzas armadas como por la naciente insurgencia.

El ex mayor de inteligencia Roberto d’Aubuisson fue quien ordenó a un escuadrón de la muerte asesinar al religioso mientras oficiaba una misa en la capilla de un hospital para enfermos de cáncer. La confirmación del hecho la hizo el informe de una comisión formada en 1993 por Naciones Unidas (la Comisión de la Verdad) tras los acuerdos que acabaron con 12 años de guerra civil. El ya fallecido D’Aubuisson, fundó el partido Alianza Republicana (Arena) en 1981, que gobernó 20 años consecutivos entre 1989 y 2009. 

Cuando Romero fue nombrado arzobispo de San Salvador, el 3 de febrero de 1977, muchos sacerdotes y laicos lo consideraban conservador. Sin embargo, numerosos hechos, como el asesinato de su amigo el sacerdote jesuita Rutilio Grande, hicieron que diera un giro para pasar a ser un ferviente luchador y defensor de los pobres. Algunas personas, como su hermano Gaspar, sostienen que él siempre había trabajado por los más necesitados y que el cambio no fue tan radical.

Analistas coinciden en que su último mensaje en una misa dominical, el 23 de marzo de 1980, fue su condena de muerte. “En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día mas tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión”, expresó en un llamado dramático al cese de la matanza de obreros y campesinos. El funeral de Romero, el 30 de marzo de ese año, se tiñó de sangre. Militares apostados en las azoteas de los edificios aledaños a la Catedral Metropolitana dispararon contra los miles de fieles que participaban en la misa de despedida del arzobispo, en la plaza Gerardo Barrios, en el centro de San Salvador. 

El camino del monseñor a la santidad estuvo bloqueado durante varios años por sus conexiones políticas con la teología de la liberación,un movimiento izquierdista dentro de la Iglesia católica en las décadas de 1960 y 1970. 

Francisco desbloqueó el proceso en 2015 al reconocer su muerte como un martirio y aprobar su beatificación. El actual Papa considera al arzobispo como uno de los mejores hijos de la Iglesia. Sin embargo, hasta el momento, el crimen de Romero está impune dado que la Justicia salvadoreña nunca ha procesado y condenado a los autores del magnicidio.

Por su parte, Pablo VI dirigió la Iglesia entre 1963 y 1978 y es recordado por su impulso al Concilio Vaticano II, que introdujo numerosas reformas modernizadoras, como la abolición de la misa en latín. Durante su papado también confirmó la prohibición del aborto y del uso de anticonpectivos. Pablo VI fue beatificado en 2014, el mismo año en el que fueron proclamados santos otros dos papas modernos, Juan XXIII y Juan Pablo II. 

Expertos vaticanos y el Papa aprobaron la existencia de dos milagros atribuidos a Pablo VI. El primero se produjo en 2001 con el nacimiento en EE.UU. de un niño sano tras haber sido diagnosticado con una grave malformación. Y el segundo en 2014 con el nacimiento prematuro con éxito de una niña a las 26 semanas de gestación, cuya madre tenía problemas con la placenta.




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SAN ROMERO DE AMÉRICA: ÚLTIMA HOMILÍA



"No es voluntad de Dios que unos tengan todo y otros no tengan nada."
Mons. Oscar A. Romero, setiembre de 1978.-



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Mons. Romero - Ultima homilía 23 marzo 1980








"LA SEÑAL DE MONSEÑOR ROMERO". Un mártir incómodo Por Braulio Hernández


artículo destacado


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“Rutilio me ha abierto los ojos”.

"Pero llama la atención que durante el largo pontificado de Juan Pablo II, el Papa que más santos y beatos ha elevado a los altares (tantos como en el conjunto de los últimos siglos), no lo tuviera tan claro con monseñor Romero. Juan Pablo II en el telegrama de condolencia condenó su asesinato como “un crimen execrable”, pero nunca lo elogiaba como mártir, sino como ‘celoso pastor’..."


"Han tenido que transcurrir 35 años para que se declare oficialmente que Monseñor Romero murió como un mártir."







“LA SEÑAL DE MONSEÑOR ROMERO”

Un mártir incómodo


BRAULIO HERNÁNDEZ., brauhm@gmail.com
TRES CANTOS (MADRID).




ECLESALIA “A monseñor Romero le di la mano en dos ocasiones” dijo Rodolfo, un campesino salvadoreño que tuvo que refugiarse en Honduras durante la cruel guerra civil que asoló El Salvador en la década de los 80. Con aquella frase, pronunciada en una eucaristía comunitaria, el campesino, que era un hombre muy tímido como para atreverse a hablar en público, se sentía dignificado queriendo agradecer ante los presentes aquel gesto de tocar la mano a un arzobispo que había optado, arriesgando su vida, por defender a los sin voz ante la opresión de los poderosos. “En aquella noche memorable Rodolfo nos regaló una homilía preciosa en diez palabras llenas de sentimiento, verdad y significado”. Años después, en 1992, cuando terminó la guerra civil Rodolfo, acompañado de su hijo, visitó su tierra con el fin de reparar su casa, semi destruida y abandonada, y poder regresar a su antiguo hogar. Pero cuando intentaba desalojar un artefacto oculto entre las tejas del tejado hundido, el artefacto explotó y le segó la vida. Esta pequeña historia la recoge Thomas Greenan, en el Prólogo de su Tesis doctoral (editada como libro) El pensamiento teológico-pastoral en las homilías de Monseñor Romero, un homenaje al pueblo salvadoreño y a su arzobispo.

No es habitual que en la Jerarquía eclesial se den procesos de conversión tan impactantes como el experimentado por Monseñor Romero, apenas 20 días después de su toma de posesión como máximo ‘responsable’ de la Iglesia salvadoreña (el 22 de febrero de 1977), a raíz del asesinato de su amigo el sacerdote jesuita Rutilio Grande, producido el 12 de marzo, que había sido el maestro de ceremonias en su consagración como obispo (21/06/70). En la reciente Historia de la Iglesia, hablando de ‘conversiones’, son paradigmáticas las figuras de Juan XXIII, un anciano Papa, ‘de transición’, que convocó de sopetón un Concilio (para revisar) para volver a los orígenes. O el de Juan Pablo I que a los pocos días de ser nombrado Papa estaba decidido a cortar de una vez con los escandalosos negocios vaticanos, empezando por destituir de su cargo al mayordomo de palacio (Is 22,15.19). En Romero, como en el caso del ‘ciego de nacimiento’ en la piscina de Siloé, también se produjo el milagro en su ‘ceguera’ cuando, consternado por el asesinato del Padre Rutilio, confesó (para escándalo de algunos): “Rutilio me ha abierto los ojos”.

En una carta de Monseñor Romero a Juan Pablo II le manifiesta: “Creo en conciencia que Dios pide una fuerza pastoral en contraste con las inclinaciones ‘conservadoras’ que me son tan propias, según mi temperamento”. Sacerdote y obispo de perfil ‘conservador’, y muy cercano a círculos del poder, Óscar Romero desconfiaba de los experimentos pastorales de la teología de la Liberación, especialmente de los curas más jóvenes, siendo los jesuitas de la Universidad Centroamericana (UCA) el blanco de los ataques de su pluma. Pero su proceso de “conversión” le llevará a denunciar desde el púlpito que “Una religión de misa dominical pero de semanas injustas no agrada al Señor” (4/12/1977); o que “no es un prestigio para la Iglesia estar a bien con los poderosos”, frase pronunciada el 17 de febrero de 1980, mes y pico antes de ser asesinado por la ultraderecha católica.

La conversión de Romero no está exenta de ‘señales’, y éstas pueden ser más reveladoras que algunos milagros,cocinados para devolver favores, ‘acreditados’ en algunas canonizaciones polémicas. Cuando el 1 de diciembre de 1979 sacerdotes y amigos de monseñor Romero le quisieron rendir un homenaje en su antigua diócesis, Santiago de María, le tenían preparado una sorpresa a su antiguo obispo: el acto consistía en una representación teatral en la que se escenificaba el martirio de santo Tomás Moro. A Romero, que sufrió humillaciones y silencios vaticanos y que fue cacheado por las Fuerzas de Seguridad en sus desplazamientos pastorales por su país como si fuera un delincuente, apenas le quedaban cuatro meses de vida. El 24 de marzo de 1980, día de su asesinato, Monseñor Romero se dirigió, a las cuatro y treinta, a Santa Tecla, a la casa de los jesuitas, para ver a su confesor: “Vengo, padre, porque quiero estar limpio delante de Dios”. Hora y media después, a las 6 de la tarde, tenía que celebrar una misa en el hospitalito de la Divina Providencia. Cuando las agujas del reloj marcaban las seis y veintiséis (“él cenaba habitualmente a las seis y media”), monseñor Romero caía abatido por el disparo de un francotirador en el altar, en el ofertorio de la misa. En la portada del diario ABC de Sevilla se leía este titular: “Monseñor Romero: un mártir del siglo XX. Asesinado por predicar el evangelio” (27/03/1980). Pero llama la atención que durante el largo pontificado de Juan Pablo II, el Papa que más santos y beatos ha elevado a los altares (tantos como en el conjunto de los últimos siglos), no lo tuviera tan claro con monseñor Romero. Juan Pablo II en el telegrama de condolencia condenó su asesinato como “un crimen execrable”, pero nunca lo elogiaba como mártir, sino como ‘celoso pastor’, escribe el sacerdote Jesús López Sáez, que recoge este detalle contado por el periodista Juan Arias (entonces corresponsal del diario El País en Roma), acaecido en el primer viaje de Juan Pablo II a América latina: cuando el periodista le mencionó lo del martirio de Romero, Juan Pablo II le respondió irritado. “Eso aún hay que probarlo” (El día de la cuenta, pág. 240).

Por fin, el Vaticano ha reconocido que hubo una campaña para denigrar a monseñor Romero y que el proceso de su beatificación estuvo bloqueado en la época de Juan Pablo II (Diario1). En febrero pasado, el arzobispo italiano Vincenzo Paglia, actual presidente del Consejo Pontificio de la Familia, y postulador de la causa de su beatificación, reconoció que el proceso había sufrido numerosas trabas, y que “De no haber sido por el papa latinoamericano Francisco, Romero no hubiera sido beatificado”. Durante largos años, los escritos y homilías de monseñor Romero tuvieron que pasar por sesudos análisis para al final dictaminarse que todo estaba en orden, requisito indispensable para poder iniciar el proceso de beatificación. Cosa que se hizo oficialmente por el Vaticano, en 1997. Pero sufriendo un rosario de obstáculos de todo tipo. Entre ellos se alegó el temor a que su beatificación podría dividir al País. Que es como decir que por encima de la verdad evangélica está la paz social. “Así surgió entre la gente una división por causa de Jesús (Jn 7, 40-53): esta lectura se leía en todas las Iglesias el sábado 24 de marzo de 2007, en el 27 aniversario del asesinato de Romero. Antes de abrirse formalmente su causa, quienes se oponían a la misma alegaban en su contra la proximidad de Óscar Romero con el teólogo jesuita Jon Sobrino, una de las grandes referencias de la Teología de la Liberación y censurado por el Vaticano en marzo de 2007, coincidiendo con el 30 aniversario del asesinato de Rutilio Grande. Jon Sobrino, gracias a un viaje providencial que le surgió, se libró de haber sido asesinado junto a sus seis compañeros jesuitas, entre ellos el padre Ellacuría, en la matanza perpetrada en 1989 por militares salvadoreños en la UCA.

Han tenido que transcurrir 35 años para que se declare oficialmente que Monseñor Romero murió como un mártir. Y, como mártir, a Óscar Romero ya no tendrán que ‘exigirle’ que acredite ningún ‘milagro’. Pero, como manifiesta en un escrito el sacerdote Jesús López Sáez en la Web de la Comunidad de Ayala de Madrid, La señal de monseñor Romero se ha hecho bien presente. Otra cosa es que en los palacios vaticanos la puedan percibir. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).








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