jueves, 9 de marzo de 2017

LA RELIGIÓN COMO FUENTE DE UTOPÍAS SALVADORAS Por Leonardo Boff



La religión como fuente de utopías salvadoras




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 Por Leonardo Boff


Hoy predomina la convicción de que el factor religioso es un dato del fondo utópico del ser humano. Después de que la marea crítica de la religión, hecha por Marx, Nietzsche, Freud y Popper, retrocedió, podemos decir que los críticos no han sido suficientemente críticos.

En el fondo todos ellos elaboran dentro de un equívoco: quisieron colocar la religión dentro de la razón, lo cual hace surgir todo tipo de incomprensiones. Estos críticos no se dieron cuenta de que el lugar de la religión no está en la razón, aunque posea una dimensión racional, sino en la inteligencia cordial, en el sentimiento oceánico, en esa esfera de lo humano donde surgen las utopías.

Bien decía Blaise Pascal, matemático y filósofo, en el famoso fragmento 277 de sus Pensées: «El corazón es el que siente a Dios, no la razón». Creer en Dios no es pensar en Dios sino sentir a Dios a partir de la totalidad de nuestro ser. La religión es la voz de una conciencia que se niega a aceptar el mundo tal como es, sim-bólico y dia-bólico. Ella se propone transcenderlo, proyectando visiones de un nuevo cielo y una nueva Tierra y de utopías que rasgan horizontes no vislumbrados todavía.

La antropología en general y especialmente la escuela psicoanalítica de C. G. Jung ven la experiencia religiosa surgiendo de las capas más profundas de la psique. Hoy sabemos que la estructura en grado cero del ser humano no es la razón (logos, ratio) sino la emoción y el mundo de los afectos (pathos, eros y ethos).

La investigación empírica de David Golemann con su Inteligencia emocional (1984) vino a confirmar una larga tradición filosófica que culmina en M. Meffessoli, Muniz Sodré y en mí mismo (Direitos do coração, Paulus 2016). Afirmamos ser inteligencia saturada de emociones y de afectos. En las emociones y en los afectos se elabora el universo de los valores, de la ética, de las utopías y de la religión.

De este trasfondo emerge la experiencia religiosa que subyace a toda religión institucionalizada. Según L. Wittgenstein, el factor místico y religioso nace de la capacidad de extasiarse del ser humano. «Extasiarse no puede expresarse mediante una pregunta. Por eso tampoco existe ninguna respuesta» (Schriften 3, 1969,68). El hecho de que el mundo exista es totalmente inexpresable. Para este hecho «no existen palabras, ese inexpresable se muestra; es lo místico» (Tractatus logico-philosophicus, 1962, 6, 52). Y continúa Wittgenstein: «lo místico no reside en cómo es el mundo, sino en el hecho de que el mundo existe» (Tractatus, 6,44). «Aunque hayamos respondido a todas las posibles preguntas científicas, nos damos cuenta de que nuestros problemas vitales ni siquiera han sido tocados» (Tractatus, 5,52).

«Creer en Dios», prosigue Wittgenstein, «es comprender la cuestión del sentido de la vida. Creer en Dios es afirmar que la vida tiene sentido. Sobre Dios, que está más allá de este mundo, no podemos hablar. Y sobre lo que no podemos hablar, debemos callar» (Tractatus,7).

La limitación del espíritu científico es no tener nada sobre lo que callar. Las religiones cuando hablan es siempre de forma simbólica, evocativa y autoimplicativa. Finalmente terminan en el noble silencio de Buda o usando el lenguaje del arte, de la música, de la danza, del rito.

Hoy, cansados del exceso de racionalidad, de materialismo y consumismo, estamos asistiendo a la vuelta de lo religioso y de lo místico. Pues en él se esconde lo invisible que es parte de lo visble, y que puede dar una nueva esperanza a los seres humanos.

Cabe recordar una frase del gran sociólogo y pensador, al final de su monumental obra Las formas elementales de la vida religiosa (en español 1996): «Hay algo de eterno en la religión, destinado a sobrevivir a todos los símbolos particulares». Porque sobrevive a los tiempos, la afirmación de Ernst Bloch en sus famosos tres volúmenes de El principio esperanza: «donde hay religión, hay esperanza».

Lo esencial del Cristianismo no reside en afirmar la encarnación de Dios. Otras religiones también lo han hecho. Es afirmar que la utopía (lo que no tiene lugar) se volvió eutopía (un lugar bueno). En alguien, no sólo fue vencida la muerte, lo que ya sería mucho, sino que ocurrió algo mayor: por la resurrección explotaron e implosionaron todas las virtualidades escondidas en el ser humano. Jesús de Nazaret es el “novísimo Adán”, como dice San Pablo (1Cor 15,45), el hombre oculto ahora revelado. Él es sólo el primero de muchos hermanos y hermanas; también la Humanidad, la Tierra y el propio Universo serán transfigurados para ser el Cuerpo de Dios.

Por tanto, nuestro futuro es la transfiguración del universo y de todo lo que él contiene, especialmente la vida humana, y no polvo cósmico. Tal vez sea esta nuestra gran esperanza, nuestro futuro absoluto. 








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jueves, 2 de marzo de 2017

MENSAJE DE FRANCISCO: LA PALABRA ES UN DON. EL OTRO ES UN DON / CUARESMA 2017


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Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2017


La Palabra es un don. El otro es un don



Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016).

La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisiera centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc16,19-31). Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión.

1. El otro es un don

La parábola comienza presentando a los dos personajes principales, pero el pobre es el que viene descrito con más detalle: él se encuentra en una situación desesperada y no tiene fuerza ni para levantarse, está echado a la puerta del rico y come las migajas que caen de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y los perros vienen a lamérselas (cf. vv. 20-21). El cuadro es sombrío, y el hombre degradado y humillado.

La escena resulta aún más dramática si consideramos que el pobre se llama Lázaro: un nombre repleto de promesas, que significa literalmente «Dios ayuda». Este no es un personaje anónimo, tiene rasgos precisos y se presenta como alguien con una historia personal. Mientras que para el rico es como si fuera invisible, para nosotros es alguien conocido y casi familiar, tiene un rostro; y, como tal, es un don, un tesoro de valor incalculable, un ser querido, amado, recordado por Dios, aunque su condición concreta sea la de un desecho humano (cf. Homilía, 8 enero 2016).

Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida. La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil. Pero para hacer esto hay que tomar en serio también lo que el Evangelio nos revela acerca del hombre rico.

2. El pecado nos ciega

La parábola es despiadada al mostrar las contradicciones en las que se encuentra el rico (cf. v. 19). Este personaje, al contrario que el pobre Lázaro, no tiene un nombre, se le califica sólo como «rico». Su opulencia se manifiesta en la ropa que viste, de un lujo exagerado. La púrpura, en efecto, era muy valiosa, más que la plata y el oro, y por eso estaba reservada a las divinidades (cf. Jr 10,9) y a los reyes (cf. Jc 8,26). La tela era de un lino especial que contribuía a dar al aspecto un carácter casi sagrado. Por tanto, la riqueza de este hombre es excesiva, también porque la exhibía de manera habitual todos los días: «Banqueteaba espléndidamente cada día» (v. 19). En él se vislumbra de forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres momentos sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia (cf. Homilía, 20 septiembre 2013).

El apóstol Pablo dice que «la codicia es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Esta es la causa principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos. El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico (cf. Exh. ap. Evangelii gaudium, 55). En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz.

La parábola nos muestra cómo la codicia del rico lo hace vanidoso. Su personalidad se desarrolla en la apariencia, en hacer ver a los demás lo que él se puede permitir. Pero la apariencia esconde un vacío interior. Su vida está prisionera de la exterioridad, de la dimensión más superficial y efímera de la existencia (cf. ibíd., 62).

El peldaño más bajo de esta decadencia moral es la soberbia. El hombre rico se viste como si fuera un rey, simula las maneras de un dios, olvidando que es simplemente un mortal. Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención. El fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación.

Cuando miramos a este personaje, se entiende por qué el Evangelio condena con tanta claridad el amor al dinero: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).

3. La Palabra es un don

El Evangelio del rico y el pobre Lázaro nos ayuda a prepararnos bien para la Pascua que se acerca. La liturgia del Miércoles de Ceniza nos invita a vivir una experiencia semejante a la que el rico ha vivido de manera muy dramática. El sacerdote, mientras impone la ceniza en la cabeza, dice las siguientes palabras: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». El rico y el pobre, en efecto, mueren, y la parte principal de la parábola se desarrolla en el más allá. Los dos personajes descubren de repente que «sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él» (1 Tm 6,7).

También nuestra mirada se dirige al más allá, donde el rico mantiene un diálogo con Abraham, al que llama «padre» (Lc 16,24.27), demostrando que pertenece al pueblo de Dios. Este aspecto hace que su vida sea todavía más contradictoria, ya que hasta ahora no se había dicho nada de su relación con Dios. En efecto, en su vida no había lugar para Dios, siendo él mismo su único dios.

El rico sólo reconoce a Lázaro en medio de los tormentos de la otra vida, y quiere que sea el pobre quien le alivie su sufrimiento con un poco de agua. Los gestos que se piden a Lázaro son semejantes a los que el rico hubiera tenido que hacer y nunca realizó. Abraham, sin embargo, le explica: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces» (v. 25). En el más allá se restablece una cierta equidad y los males de la vida se equilibran con los bienes.

La parábola se prolonga, y de esta manera su mensaje se dirige a todos los cristianos. En efecto, el rico, cuyos hermanos todavía viven, pide a Abraham que les envíe a Lázaro para advertirles; pero Abraham le responde: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen» (v. 29). Y, frente a la objeción del rico, añade: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto» (v. 31).

De esta manera se descubre el verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo. La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor ―que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador― nos muestra el camino a seguir. Que el Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados. Animo a todos los fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana. Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua.



Vaticano, 18 de octubre de 2016
Fiesta de San Lucas Evangelista.











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QUÉ NOS DICE EN CUARESMA MONS ANGELELLI? CARTA PASTORAL (1972)







20 de febrero de 1972

Carta pastoral en la cuaresma



“Urge escuchar la voz de Cristo y llegar incluso a opciones y rupturas interiores si queremos cambiar nuestra manera de vivir"


Queridos hermanos y amigos: Esta carta pastoral que les envío es fruto de prolongada reflexión ante el Señor y de un gran amor por esta Iglesia local de La Rioja, que es nuestra comunidad diocesana.

El hombre nuevo, hombre convertido a Dios


"Conviértete y cree en el evangelio". Así comenzamos la cuaresma en la liturgia del miércoles de ceniza.

Este urgente y gozoso llamado de Cristo: "Convertíos porque ya llegó el reino de Dios" (Mt 4, 17; Mc 1, 15), es un verdadero evangelio, una verdadera buena nueva para el hombre de nuestro tiempo, y reclama su respuesta, dada como la del hijo pródigo: “Me levantaré e iré a mi padre” (Lc 15, 18). Sólo el que después de haber escuchado el evangelio y haberlo aceptado en su corazón, por una gracia del mismo Dios viviente y Padre de las misericordias, lo pone por obra, "será el varón prudente que edifica su casa sobre roca". Será el varón justo "que vive de la fe" (Gál 3, 11), y actúa esa fe por la caridad o amor (Gál. 5, 6). Por eso, si la fe no produce obras, es de suyo muerta (Sant 2, 17).

Convertirse es mucho más que renunciar al pecado, mucho más aún que recibir el perdón de los pecados: es el regalo o don de Dios de una vida nueva, un nuevo ser engendrado por la “semilla divina” (1 Jn 2,29; 3,9; 4,7; 5,1). Es renacer "de lo alto por el agua y el Espíritu", es una transformación íntima y profunda en el corazón del hombre, llamada por Jesu­cristo nuevo nacimiento”, “nacimiento de Dios” (Jn 1,11; 3,35). El que es definitivamente de Jesucristo se ha hecho una nueva criatura. Lo viejo ya pasó, todo se ha hecho nuevo (2 Cor 5, 17; Ef 4, 22; Gál 6,8). El convertido es el hombre nuevo, es el hombre de la luz.

Respetar la dignidad del hombre como la respeta Dios


Se pregunta el autor del salmo ocho, dirigiéndose a Dios: "¿Qué es el hombre...?" Y responde: "Lo has hecho apenas menor que un dios, coronándolo de gloria y honor, y constituyéndolo señor de todas las cosas…"

La misión y función del hombre es dominar la creación, hacer presente en el mundo el poder de Dios. Es un mandato, pues él es imagen y semejanza de Dios, para que domine el mundo y lo cuide, lo cultive y desarrolle, no como individuo cerrado sobre sí mismo, sino como miembro de la comunidad humana. El hombre debe glorificar al Padre junto con la creación.

“Conviértete y cree en el evangelio”: esta palabra seguirá resnando como comprometedora invitación que Jesucristo formula a cada uno. Pero el evangelio sin Cristo crucificado no existe para nosotros. Como pedía san Pablo al comienzo de la fe, no reduzcamos tampoco nosotros la "locura de la cruz", porque es “sabiduría de Dios”.

Si la resurrección de Jesucristo está en el corazón del evangelio y constituye nuestro futuro, dejemos que nuestra esperanza en esa promesa se haga realidad en el mundo, a través de una conducta que no está dispuesta a tolerar ningún conformismo, ninguna discriminación entre los hombres, ninguna explotación del hombre por el hombre. Esto es un don, una responsabilidad del hombre. Esto es una gracia de Dios, una gran tarea que hemos de realizar.

La liberación consiste en promover un hombre nuevo en Cristo


Este es el hombre nuevo que anunciamos y que infatigablemente buscamos ayudar a realizar en cada hombre y mujer de nuestra comunidad diocesana, sin distinción alguna.

Pero es preciso tener las actitudes interiores necesarias y ejercer la acogida generosa y sincera para que el hombre crezca en humanidad. Esta es la liberación que incansablemente buscaremos llevar a cabo en nuestra acción pastoral diocesana; la que esta descrita en la unidad de los libros de la Biblia, en la Antigua y la Nueva Alianza; la que se actualiza y se expresa en lenguaje moderno y captable para los hombres de nuestro tiempo por medio del magisterio de la Iglesia.

Este es el hombre nuevo que debemos realizar en cada uno de nosotros, llámese obispo, sacerdote, religioso, religiosa o laico. Este es el hombre nuevo que ofrecemos a todo hombre de corazón recto. La invitación de cuaresma: “Conviértete y cree en el evangelio”, seguirá siendo el meollo de nuestra vida como Iglesia local. Y la invitación es para todos; por ello la respuesta deberá ser personal y verdaderamente libre.

Trabajar por la justicia es fortalecer el hombre nuevo


Mientras el Señor nos siga regalando vida, obremos el bien... Pero si miramos detenidamente nuestra situación actual, tanto en lo personal como en la vida pública, advertiremos inmediatamente que es preciso rectificar muchas cosas si queremos ser fieles a ese hombre nuevo de que hablamos antes.

En la última asamblea del episcopado, decidimos redactar, cada obispo en su diócesis, una carta pastoral con motivo de la cuaresma, y para ello aunamos los criterios fundamentales acerca de la vida moral de nuestra sociedad argentina. Que es menester cambiar de conducta en la vida privada y pública resulta una cosa tan evidente que no merece probárselo.

Urge que nos pongamos ante nuestra conciencia con una sinceridad objetiva y cruda para que, habiendo hecho el silencio necesario para escuchar su voz, lleguemos a tomar las opciones y a efectuar las rupturas interiores requeridas para cambiar nuestra manera de vivir.

El aburguesamiento que practicamos nos está insensibilizando ante los más urgentes reclamos de la conciencia. Pero advertimos también que no tenemos paz; vivirnos asfixiados y en un vacío interior que nos lleva hasta la alienación. Nada nos satisface. Rechazamos frecuentemente el más fundamental cuestionamiento de la vida, hasta con agresividad hacia nosotros mismos y hacia los demás. Constatamos la contradicción entre lo que decimos y lo que hacemos.

Un planteo para profundizar el concepto de moral


Las diversas manifestaciones de inmoralidad de la vida diaria (la que no se refiere solamente al sexo) están tocando fondo y se escuchan por todas partes las expresiones del hastío, el cansancio y la urgencia de un cambio en lo privado y en lo público. Ello nos debe hacer abrir los ojos, para aprender la lección que dolorosamente nos está brindando la sociedad en que vivimos. No es un grito de desesperación ni de pesimismo, sino un grito saludable de esperanza y de sinceridad para con nosotros mismos, para con nuestros hermanos y para con Dios, si aún alcanzamos a distinguirlo presente y operante en la vida. Es bueno y urgente reflexionar acerca de los "signos" que se manifiestan en nuestra sociedad.

No nos escandalicemos ni rasguemos las vestiduras si debemos señalar que existen hombres que no ven a Dios en la vida: que viven la angustia, a veces desesperante, de la búsqueda del sentido de la existencia: que odian, que matan. Porque también están aquellos que no comen: que viven infrahumanamente; que no pueden curar sus enfermedades; que no tienen acceso a la cultura; que son silenciados en sus legítimos derechos de personas; que viven encarcelados por querer salvar la dignidad del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios...

Quizá colamos el mosquito y nos tragamos el camello. Es hora de convertirnos y de no seguir mintiéndonos a nosotros mismos ni de mentir a quienes sueñan con una sociedad nueva, más humana y más conforme con el plan de Dios. Pienso en ustedes, jóvenes, que Frecuentemente deben pagar el precio duro de la droga, que se sienten impulsados al rechazo de todos los valores que parezcan comprometidos con el pasado, que gritan lo que no quieren y detestan todo lo que tienen.

Y mientras tanto, seguimos escuchando y leyendo a diario las mismas palabras: "moral", "orden", "disciplina", "valores tradicionales", "ley", "Dios", "Iglesia"...

Quisiera señalar algunas manifestaciones de inmoralidad, con la finalidad de que esto nos ayude a pensar y optar en la vida, sea ella privada o pública.

No debemos sentirnos fuera de época si señalamos que es inmoral una orquestada y comercializada pornografía que invade nuestra vida ciudadana, hasta hacer perder el gusto y el sentido de la vida... Es inmoral domesticar y despersonalizar a un pueblo con una propaganda dirigida "inteligentemente", que mata la creatividad, entre otros valores… Es inmoral el machismo, que considera a la mujer corno una cosa u objeto de placer... Es inmoral el auge “inteligentemente” comercializado de la droga, que quie­bra y corrompe a nuestra juventud con una felicidad ficticia, fruto de una sociedad caduca que reclama cambios sustanciales...

Pero es también inmoral el que ejerce el vil oficio de delator, y manosea la dignidad de las personas... Es inmoral cl que pervierte su vida y la desfigura con la triste imagen del calumniador... Es inmoral el torturador que agudiza su inteligencia para atormentar a sus hermanos, física, psicológica y moralmente… Es Inmoral el usurero y el opresor... Es inmoral el que usa de su responsabilidad de servidor de la comunidad para la coima o para corromper a sus subalternos con el afán de lucro, status o poder... Es inmoral el que es infiel y traiciona a su hermano... Es inmoral el que obstaculiza, para satisfacer sus propios intereses, todo auténtico cambio que haga más feliz al pueblo silenciado, marginado, explotado...

Es inmoral el que profana su hogar con la infidelidad, considerándola como timbre de hombría... Es inmoral el que comercializa su profesión, sin importarle las vidas inocentes, la dignidad personal de sus clientes y pacientes o la eliminación de un ser humano en el seno materno... Es inmoral el aprovechamiento de situaciones económicas desesperadas, y de la debilidad humana, para prostituir a la mujer... Es inmoral el que administra la justicia venalmente.. Es inmoral todo gesto que degrada a la mujer y la convierte en articulo codiciable y comercializable... Es inmoral toda ley injusta... Es inmoral la represión que atenta contra el legítimo y verdadero uso de la libertad... Es inmoral la mentira institucionalizada... Es inmoral el que siembra odio y división... Es inmoral el que pervierte los medios de comunicación social para lograr más lucro, para corromper o dominar y no para ser servidor de la verdad... Es inmoral orquestar intereses para ahogar fuentes de trabajo... Es inmoral el robo institucionalizado... Es inmoral sofocar la vida de un pueblo con monopolios fríos e inhumanos.

Volver la espalda al mal y prepararse para la pascua


Esta pintura de distintas maneras de inmoralidad (que no agota toda la realidad) no busca, como ya se dijo, subrayar lo negativo. Si señalamos los efectos de la situación actual es porque urge buscar las causas y decididamente ponerle remedio.

Tarea difícil y compleja, pero necesaria y que nos implica a todos: a las autoridades y a la comunidad. No olvidemos que en el corazón del mismo hombre radica un desequilibrio profundo, que es necesario armonizar. Con las solas fuerzas humanas no lo lograremos.

Los cristianos ofrecemos la realización del hombre en Cristo, plenificado en su pascua. Tenemos que dimensionar la realidad del pecado y las consecuencias del mismo, para entender la estructuración de una sociedad que adolece de fallas sustanciales.

Convirtámonos y creamos en el evangelio. Ello debe constituir la gran tarea y el esfuerzo personal y de toda la comunidad diocesana en esta cuaresma. Así nos prepararemos a vivir en verdad la pascua del Señor.





http://www.claretianos.org.ar/angelelli/homilia/7.htm




GESTO SOLIDARIO CUARESMAL 2017



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Gesto solidario cuaresmal 2017


Gesto Solidario Arquidiocesano
Cuaresma 2017



"La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil. Pero para hacer esto hay que tomar en serio también lo que el Evangelio nos revela acerca del hombre rico."

Papa Francisco
Mensaje Cuaresmal 2017




Durante el tiempo de Cuaresma (que se inicia este año 2017 el 1º de marzo con la celebración del miércoles de ceniza) las parroquias, los colegios, las iglesias y las demás comunidades de la Arquidiócesis de Buenos Aires, como desde hace ya varios años, ofrecemos las privaciones propias de este tiempo sagrado en favor de nuestros hermanos más pobres. El total de lo recaudado será distribuido en las siguientes obras solidarias, propuestas oportunamente por cada Vicaría Zonal:



  • Centro Barrial "Padre Carlos Mugica" (Pquia. Cristo Obrero – Villa 31)


  • Construcción del salón de usos múltiples (SUM) para formación de líderes positivos en el "Centro Cándida" (Pquia. Ntra. Sra. del Milagro de Caacupé – Villa 21)


  • Centro Barrial Hogar de Cristo (Pquia. San Cayetano L)


  • Ampliación del salón "Madre Teresa de Calcuta" destinado a ropería (Pquia. Soledad de María)


  • Colegio Parroquial en construcción (Pquia. Ntra. Sra. del Carmen F. – Ciudad Oculta)


Los sobres y afiches del gesto solidario cuaresmal 2017 ya están a disposición de las parroquias en las respectivas Vicarías Zonales





http://sanjuanboscocolegiales.blogspot.com.ar






miércoles, 15 de febrero de 2017

TRUMP VIOLA LA PRIMERA VIRTUD DE LA SOCIEDAD MUNDIAL Por Leonardo Boff



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Trump muestra orden para construir muro fronterizo con México.


Trump viola la primera virtud de la sociedad mundial


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 Por Leonardo Boff
                                                                                                        









Estados Unidos se ha distinguido siempre por ser un país extremamente hospitalario, pues, con excepción de los pueblos originarios, los indígenas, prácticamente toda la población está compuesta por inmigrantes. Es lo mismo que Brasil adonde vinieron representantes de 60 pueblos diferentes.

El espíritu democrático y el respeto a las diferencias religiosas están consignados en la constitución. Ahora surge un presidente, Donald Trump, que rompe una larga tradición norteamericana: el respeto a las diferencias religiosas, rechazando a la población musulmana, especialmente a la venida de Siria, y la tradicional hospitalidad a todo o tipo de gente que acudía y acude a ese país.

El filósofo Immanuel Kant (+1804) en su último escrito “La paz perpetua” proponía la república mundial (Weltrepublik) basada fundamentalmente en dos principios: la hospitalidad y el respeto a los derechos humanos.

Para él la hospitalidad (usa la expresión latina “die Hospitalität”) es la primera virtud de esta república mundial, porque «todos los humanos están sobre la Tierra y todos, sin excepción, tienen derecho a estar en ella y visitar sus lugares y pueblos; la Tierra pertenece comunitariamente a todos». La hospitalidad es un derecho y un deber de todos.

El segundo principio lo constituyen los derechos humanos que Kant considera «la niña de los ojos de Dios» o «lo más sagrado que Dios puso en la Tierra». Respetarlos hace nacer una comunidad de paz y de seguridad que pone un fin definitivo «a la infame beligerancia».

Pues bien, esta hospitalidad está siendo negada en Europa a miles de refugiados, que escapan de las guerras apoyadas por los occidentales. Esta misma hospitalidad es explicita y conscientemente rechazada por Donald Trump para miles e incluso millones de extranjeros y trabajadores ilegales.

En este contexto vale recordar uno de los mitos más bellos de la cultura griega, la hospitalidad ofrecida por un matrimonio anciano – Filemón y Baucis – a dos divinidades: Júpiter, el dios supremo y su acompañante el dios Hermes.

Cuenta el mito que Júpiter y Hermes se disfrazaron de andariegos miserables para probar cuánta hospitalidad quedaba en la Tierra. En los lugares por los que pasaban eran rechazados por todos.

Pero un atardecer, muertos de hambre y de cansancio, fueron calurosamente acogidos por esta pareja de viejitos que les lavaron los pies, les ofrecieron comida y su cama para dormir. Tales gestos de hospitalidad conmovieron a los dioses.

Cuando se estaban preparando para reposar, quitándose sus harapos, decidieron revelar su verdadera naturaleza divina. En un abrir y cerrar de ojos transformaron la mísera choza en un espléndido templo. Espantados, los buenos viejitos se postraron hasta el suelo en reverencia.

Las divinidades les dijeron que hiciesen una petición que sería prontamente atendida. Como si lo hubiesen acordado previamente, Filemón y Baucis dijeron que querían continuar en el templo recibiendo a los peregrinos y que al final de la vida, los dos, después de tan largo amor, pudiesen morir juntos.

Y fueron atendidos. Un día, cuando estaban sentados en el atrio, esperando a los peregrinos, de repente Filemon vio que el cuerpo de Baucis se revestía de follaje florecido y que el cuerpo de Filemón también se cubría de hojas verdes.

Apenas pudieron decirse adiós uno a otro. Filemón fue transformado en un enorme carvallo y Baucis en un frondoso tilo. Las copas y las ramas se entrelazaron en lo alto. Y así abrazados quedaron unidos para siempre. Los viejos de aquella región, hoy en el norte de Turquía, repiten siempre la lección: quien hospeda a forasteros, hospeda a Dios.

La hospitalidad es un test para ver cuánto humanismo, compasión y solidaridad existen en una sociedad. Detrás de cada refugiado para Europa y de cada inmigrante para USA hay un océano de sufrimiento y de angustia y también de esperanza de días mejores. El rechazo es particularmente humillante, pues les da la impresión de que no valen nada, de que ni siquiera son considerados humanos.

Los refugiados van a Europa porque los europeos estuvieron antes durante dos siglos en sus países, asumiendo el poder, imponiéndoles costumbres diferentes y explotando sus riquezas. Ahora que están tan necesitados, son simplemente rechazados.

Vale la pena rescatar el valor y la urgencia de la hospitalidad, presente como algo sagrado en todas las culturas humanas. Tenemos que reinventarnos como seres hospitalarios para estar a la altura de los millones de refugiados e inmigrantes en el mundo entero. 









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martes, 7 de febrero de 2017

"NO VINE A SER SERVIDO, SINO A SERVIR"


“Sabéis que los jefes de las naciones gobiernan imperiosamente y que los grandes mandan autoritariamente. No ha de ser así entre vosotros. Antes al contrario: quien quisiere llegar a ser grande, será vuestro servidor y quien quisiere ser el primero será esclavo del resto. Igual que yo no vine a ser servido, sino a servir hasta la entrega de la vida para liberación de muchos” (Mt 20,25-28).





LA "IN-AUTORIDAD" DE LA IGLESIA DE JESÚS Por José Mª Rivas Conde




La “in-autoridad” de la Iglesia de Jesús



Publicado: 6 febrero, 2017 en REFLEXIONES


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LA “IN-AUTORIDAD” DE LA IGLESIA DE JESÚS
JOSÉ Mª RIVAS CONDE, CORIMAYO@telefonica.net
MADRID.





ECLESALIA, 06/02/17.- Con “acracia” y con “in-autoridad” significo la “incapacidad de dictar leyes con sanción”. Es lo contrario de la autoridad que aquí, de cara a lo práctico, reduzco a la “capacidad para crear esas leyes”. En los Estados esta capacidad va asociada a “poder” con el que lograr –incluso coactivamente si fuere preciso– la aceptación de la persona que la encarna y el cumplimiento de las leyes o, en su caso, el de la sanción vinculada a su transgresión. Pero la autoridad y ese “poder” no son lo mismo. Porque se da “poder” sin autoridad y autoridad sin “poder”. Prueba de lo primero son los mártires que sufrieron coacción, en materias y cuestiones por completo ajenas a las competencias de quienes se la infligieron. Prueba de lo segundo son los violadores de preceptos legítimos que escapan impunes de la ley.

La sanción vinculada a las leyes puede ser, especulativamente hablando, temporal o eterna. Pero siempre es falsa e ineficaz la vinculación a la eterna establecida en el curso del tiempo. En los sujetos temporales, la falta de capacidad para vincular preceptos a la sanción eterna no es una posibilidad; sino carencia absolutamente exigida y universal. De suerte que intentar establecerla es tan huero e inoperante, aunque nosotros creamos lo contrario, como lo sería la vinculación o la apelación a cualquier recurso, capacidad o fuerza de la que es en absoluto imposible disponer. Como cuando a los de mi edad nos amenazaban de pequeños con el “Coco”: por más que uno sucumbiera a su confiada credulidad infantil y temiera hasta el pavor, era obviamente imposible que el Coco llegara en ningún caso. Tampoco puede llegar el infierno nunca, por incumplir preceptos temporales. Ni aunque uno se tenga creído lo contrario como dogma. No ya porque el infierno no exista ―como defienden algunos―; sino porque no hay absolutamente nadie que pueda unir la sanción eterna a precepto de índole temporal, como es la de todos los promulgados por hombres.

Esta universal “in-autoridad” o “acracia” respecto de la vinculación de la sanción eterna a preceptos, leyes o normas temporales, corona o fluye de mi escrito “Hacia la herencia inagotable” (ECLESALIA, 27/04/16). Nadie hay, en efecto, que pueda decretar ni imponer, como exigencia condicionante de la salvación eterna, mandamientos que sean abolibles. Porque, producida la abolición devendría temporal la pena que de por sí es eterna (Mt 25,41); que se considera eterna en la propia disposición luego abolida; y que suponen eterna hasta los mismos que niegan que haya infierno. De ser posible esa vinculación, se daría una pena en la que por su propia esencia no cabría esperanza ninguna de verse libre de ella jamás y en la que, a la vez, anidaría la confianza de que un día llegue el legislador que derogue el precepto que la estableció. Como tantas veces ha sucedido desde Pío XII. Ya dije que el derribo de la norma arrastra consigo el de la pena impuesta por su incumplimiento, al dejar éste de merecerla.

Es más: ni parece, como también dije, que pueda ligarse la herencia imperecedera a ninguna realidad con principio en el tiempo, al no poder la temporalidad dar lo que no tiene y granar eternidad. Así sucede, por ejemplo, con las leyes llamadas naturales y con los dogmas de fe definidos a lo largo de la historia. No es que éstos sean necesariamente falsos; sino que el profesarlos no puede decidir nuestra salvación. Además de impedirlo lo de haber empezado a urgir en el tiempo, lo excluye la independencia absoluta, propia del Ser supremo que es nuestro Dios, de todo lo extrínseco a Él y variable. Como la época histórica en que haya tocado vivir, o el número de dogmas ya definidos en ella. O –dicho sea de paso– el lugar geográfico en que se habite, el rito al que se pertenezca…, etc.

Esta “acracia trascendente” de que trato, antecede y está por encima de absolutamente todos. Porque ni Dios es capaz de superarla. Simplemente por no serlo nunca de contradecirse a sí mismo, ni de realizar el absurdo. Me refiero, como es obvio, al absurdo ese de una sanción que tendría por fuerza que ser al mismo tiempo de naturaleza eterna y temporal. Y hablo de nuestro Dios, infinitamente justo y Amor. Incapaz de sancionar sin haber ya motivo para ello. Por eso la “acracia” respecto de la vida eterna es a priori inherente a cualquier sujeto creado y temporal, sea persona física o jurídica, sin que pueda exceptuarse de ella ni a la propia Iglesia de Jesús. Ni en ésta, ni en ninguna otra sociedad, pueden aparecer enviados de Dios con autoridad para penar con sanción eterna leyes o preceptos temporales. Es decir, mensajeros suyos dotados de poder para realizar en su nombre lo que ni Él puede hacer: tanto ese absurdo ni otro, como esa sinrazón ni otra; como esa impiedad ni otra; como ese desamor ni otro, sea sádico o no.

Contrariamente a lo que sucede en relación a la sanción eterna, no parece impropio de las agrupaciones sociales de este mundo, tener autoridad y “poder” respecto de “sanciones temporales”. Que una sociedad no sea como pieza de otras respecto del bien pretendido, es lo que fundamenta su independencia, y ésta a su vez motiva su calificación de perfecta. Pero que una sociedad perfecta goce de independencia total de las demás, no implica que ella misma tenga que tener autoridad. Sino sólo que ninguna otra la tiene en lo que es de ella, aunque sí tenga que “dar al César lo que es del César”.

Puede entonces afirmarse que la Iglesia de Jesús es sociedad perfecta, ya que goza de esa plenitud de independencia en lo suyo; y que no deja de serlo por no poseer autoridad ninguna en relación a sí misma, ni a ninguna otra sociedad. Tampoco por carecer de “poder” con el que amparar a su líder y lograr la aceptación de su enseñanza, que parece debiera limitarse a dar testimonio de Jesús (Hch 1,8), “el Verbo –el Amor– hecho carne, rebosante de liberalidad y de verdad” (Jn 1,14), y fuente de liberación (Jn 8,31-32) y de vida (10,10). Como hizo Pedro con el centurión Cornelio (Hch 10,34-43). Esto todo es lo que al final de cuentas sostengo, pese a conocer lo sucedido a lo largo de los siglos y los extremos en contra, incluso demenciales para muchos de nosotros, en que varias iglesias incurrieron en la idea de ser lo propio. Lo sostengo por pura lógica y, sobre todo, por evidenciárseme lo único compatible con la palabra de Jesús sobre la naturaleza de su Iglesia. De modo palmario en su respuesta a la pregunta de Pilato sobre su condición de rey.

El alcance de la misma tal vez se nos abrillante a nosotros, si tenemos presente que Jesús la dio muy poco después de haberse opuesto a ser defendido con la espada, cuando fueron a apresarle (Jn 18,10-11). No parece probable que Pilato estuviera al tanto del detalle. La sola respuesta tuvo que bastarle para llegar a la seguridad de su «Yo no hallo en él delito alguno» (Jn 18,38). Se refería a los aducidos en la acusación inicial. En resumen los propios de un amotinador común (Lc 23,2). Incorporo la respuesta de Jesús excediendo su literalidad, con el fin de puntualizar cómo a mi parecer tuvo que entenderla Pilato para conseguir esa seguridad: “Mi reino no es como los de este mundo. De serlo, mis seguidores habrían luchado para que yo no cayera en manos de las autoridades judías. Mi reino por tanto no es como los de aquí […] Yo nací y vine a este mundo precisamente a dar testimonio de la verdad, no a imponerla. De modo que quien es de la verdad acoge mi palabra por sí sólo, sin obligarle a la fuerza”.

Esa respuesta a Pilato recuerda la enseñanza a los apóstoles, cuando el enojo de los diez restantes al enterarse que la madre de los Zebedeo había intentado conseguir para sus hijos los dos primeros puestos del Reino de Jesús (Mt 20,25). La diversidad entre éste y los del mundo la da esa enseñanza marcando la diferencia entre ambos en lo que concierne a su actitud respecto de los demás y a su mecánica: en los de aquí abajo, imposición dominadora y fuerza sojuzgante; en el de Jesús, amor y servicio liberadores hasta el supremo de la entrega de la vida propia (Jn 15,13): “Sabéis que los jefes de las naciones gobiernan imperiosamente y que los grandes mandan autoritariamente. No ha de ser así entre vosotros. Antes al contrario: quien quisiere llegar a ser grande, será vuestro servidor y quien quisiere ser el primero será esclavo del resto. Igual que yo no vine a ser servido, sino a servir hasta la entrega de la vida para liberación de muchos” (Mt 20,25-28).

La discordancia “vine a dar testimonio de la verdad / vine a servir”, la diluye el propio proceder de Jesús. Por él su testimonio se manifiesta servicio a los demás. Porque él nos transmite la verdad liberadora de preceptos esclavizantes (Jn 8,32)… ¡hasta a simplezas! (Col 2). Preceptos que apartan del aluvión de vida que pretendió tuviéramos (Jn 10,10). Preceptos propios de las religiones que, como las sociedades de la tierra, se aúpan sobre el poder. Y también es por su proceder, por el que su servicio hasta la entrega de la vida se exhibe, a su vez, testimonio de la verdad: nos la manifestó jugándose la vida, por oponerse y desenmascarar a quienes, siendo “de este mundo, matan al que no lo es, sino que es del de arriba. Matan al que cambia sus palabras y su mecánica de autoritarismo sojuzgante, con las del amor y el servicio libertadores (Mt 7,12; 22,37-40; etc.). Éstas les son tan incomprensibles e inasumibles, que ni oírlas pueden, y eliminan a quien las pronuncia y las vive” (Jn 8,23+37).

Propio, entonces, y diferenciante de la Iglesia de Jesús respecto de las demás sociedades que pueblan la tierra es la “in-autoridad” con su aura: falta de “poder” para proteger al líder y para forzar a nadie; incompatibilidad con la represalia (Lc 9,55), ni incluso ante el “abandono de muchos” (Jn 6,67); comedimiento en la queja –«¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6,68)–; eficacia expansiva en el simple testimonio de Jesús “con el denuedo y la firmeza del Espíritu recibido” (Hch 1,8); cohesión interna en el amor mutuo y el servicio recíproco, sementera ambos de liberación encumbradora (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).



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