domingo, 14 de febrero de 2016

TEXTO Y VIDEO: Discurso del Papa Francisco en el encuentro con los Obispos de México




TEXTO Y VIDEO: Discurso del Papa Francisco en el encuentro con los Obispos de México








CIUDAD DE MÉXICO, 13 Feb. 16 / 01:14 pm (ACI/Europa Press).- El Papa Francisco dirigió un extenso discurso a los obispos de México en la Catedral Metropolitana de Ciudad de México. A continuación el texto completo de sus palabras:

Queridos Hermanos:

Estoy contento de poder encontrarlos al día siguiente de mi llegada a este amado País al cual, siguiendo los pasos de mis Predecesores, también yo he venido a visitar.

No podía dejar de venir ¿Podría el Sucesor de Pedro, llamado del lejano sur latinoamericano, privarse de poder posar la propia mirada sobre la «Virgen Morenita»?

Les agradezco que me reciban en esta Catedral, «casita» prolongada pero siempre «sagrada», que pidió la Virgen de Guadalupe, y por las amables palabras de acogida que me han dirigido.

Porque sé que aquí se halla el corazón secreto de cada mexicano, entro con pasos suaves como corresponde entrar en la casa y en el alma de este pueblo y estoy profundamente agradecido por abrirme la puerta. Sé que mirando los ojos de la Virgen alcanzo la mirada de vuestra gente que, en Ella, ha aprendido a manifestarse. Sé que ninguna otra voz puede hablar así tan profundamente del corazón mexicano como me puede hablar la Virgen; Ella custodia sus más altos deseos y sus más recónditas esperanzas; Ella recoge sus alegrías y sus lágrimas; Ella comprende sus numerosos idiomas y les responde con ternura de Madre porque son sus propios hijos.

Estoy contento de estar con ustedes aquí, en las cercanías del «Cerro del Tepeyac», como en los albores de la evangelización de este Continente y, por favor, les pido que me consientan que todo cuanto les diga pueda hacerlo partiendo desde la Guadalupana. Cuánto quisiera que fuese Ella misma quien les lleve, hasta lo profundo de sus almas de Pastores y, por medio de ustedes, a cada una de sus Iglesias particulares presentes en este vasto México, todo lo que fluye intensamente del corazón del Papa.

Como hizo San Juan Diego, y lo hicieron las sucesivas generaciones de los hijos de la Guadalupana, también el Papa cultivaba desde hace tiempo el deseo de mirarla. Más aún, quería yo mismo ser alcanzado por su mirada materna. He reflexionado mucho sobre el misterio de esta mirada y les ruego acojan cuanto brota de mi corazón de Pastor en este momento.

Una mirada de ternura

Ante todo, la «Virgen Morenita» nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia.

Un inquieto y notable literato de esta tierra dijo que en Guadalupe ya no se pide la abundancia de las cosechas o la fertilidad de la tierra, sino que se busca un regazo en el cual los hombres, siempre huérfanos y desheredados, están en la búsqueda de un resguardo, de un hogar.

Transcurridos siglos del evento fundante de este País y de la evangelización del Continente, ¿acaso se ha diluido, se ha olvidado, la necesidad de regazo que anhela el corazón del pueblo que se les ha confiado a ustedes?

Conozco la larga y dolorosa historia que han atravesado, no sin derramar tanta sangre, no sin impetuosas y desgarradoras convulsiones, no sin violencia e incomprensiones. Con razón mi venerado y santo Predecesor, dijo, que en México estaba como en su casa y ha querido recordar que: «Como ríos a veces ocultos y siempre caudalosos, tres realidades que unas veces se encuentran y otras revelan sus diferencias complementarias, sin jamás confundirse del todo: la antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas que amaron Juan de Zumárraga y Vasco de Quiroga, a quienes muchos de estos pueblos siguen llamando padres; el cristianismo arraigado en el alma de los mexicanos; y la moderna racionalidad de corte europeo que tanto ha querido enaltecer la independencia y la libertad» (JUAN PABLO II, Discurso en la ceremonia de bienvenida en México, 22 enero 1999).

Y en esta historia, el regazo materno que continuamente ha generado a México, aunque a veces pareciera una «red que recogía ciento cincuenta y tres peces» (Jn 21,11), no se demostró jamás infecundo, y las amenazantes fracturas se recompusieron siempre.

Por eso, les invito a partir nuevamente de esta necesidad de regazo que proclama el alma de vuestro pueblo. El regazo de la fe cristiana es capaz de reconciliar el pasado, frecuentemente marcado por la soledad, el aislamiento y la marginación, con el futuro continuamente relegado a un mañana que se escabulle. Sólo en aquel regazo se puede, sin renunciar a la propia identidad, «descubrir la profunda verdad de la nueva humanidad, en la cual todos están llamados a ser hijos de Dios» (ID., Homilía en la Canonización de San Juan Diego).

Reclínense pues, con delicadeza y respeto, sobre el alma profunda de su gente, desciendan con atención y descifren su misterioso rostro. El presente, frecuentemente disuelto en dispersión y fiesta, ¿acaso no es también propedéutico a Dios que es sólo y pleno presente? ¿La familiaridad con el dolor y la muerte no son formas de coraje y caminos hacia la esperanza? La percepción de que el mundo sea siempre y solamente para redimir, ¿no es el antídoto a la autosuficiencia prepotente de cuantos creen poder prescindir de Dios?

Naturalmente, por todo esto se necesita una mirada capaz de reflejar la ternura de Dios. Sean por lo tanto obispos de mirada limpia, de alma transparente, de rostro luminoso. No le tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los «carros y caballos» de los faraones actuales, porque nuestra fuerza es la «columna de fuego» que rompe dividiendo en dos las marejadas del mar, sin hacer grande rumor (cf. Ex 14,24-25).

El mundo en el cual el Señor nos llama a desarrollar nuestra misión se ha vuelto muy complejo. Y aunque la prepotente idea del «cogito», que no negaba que hubiese al menos una roca sobre la arena del ser, hoy está dominada por una concepción de la vida, considerada por muchos, más que nunca, vacilante, errabunda y anómica, porque carece de sustrato sólido. Las fronteras, tan intensamente invocadas y sostenidas, se han vuelto permeables a la novedad de un mundo en el cual la fuerza de algunos ya no puede sobrevivir sin la vulnerabilidad de otros. La irreversible hibridación de la tecnología hace cercano lo que está lejano pero, lamentablemente, hace distante lo que debería estar cerca.

Y, precisamente en este mundo, así, Dios les pide tener una mirada capaz de interceptar la pregunta que grita en el corazón de vuestra gente, la única que posee en el propio calendario una «fiesta del grito». A ese grito es necesario responder que Dios existe y está cerca a través de Jesús. Que sólo Dios es la realidad sobre la cual se puede construir, porque «Dios es la realidad fundante, no un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano» (BENEDICTO XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia General del CELAM, 13 mayo 2007).

En las miradas de ustedes, el Pueblo mexicano tiene el derecho de encontrar las huellas de quienes «han visto al Señor» (cf. Jn 20,25), de quienes han estado con Dios. Esto es lo esencial. No pierdan, entonces, tiempo y energías en las cosas secundarias, en las habladurías e intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, en los infecundos clubs de intereses o de consorterías. No se dejen arrastrar por las murmuraciones y las maledicencias. Introduzcan a sus sacerdotes en esta comprensión del sagrado ministerio. A nosotros, ministros de Dios, basta la gracia de «beber el cáliz del Señor», el don de custodiar la parte de su heredad que se nos ha confiado, aunque seamos inexpertos administradores. Dejemos al Padre asignarnos el puesto que nos tiene preparado (cf. Mt 20,20-28).

¿Acaso podemos estar de verdad ocupados en otras cosas si no es en las del Padre? Fuera de las «cosas del Padre» (Lc 2,48-49) perdemos nuestra identidad y, culpablemente, hacemos vana su gracia.

Si nuestra mirada no testimonia haber visto a Jesús, entonces las palabras que recordamos de Él resultan solamente figuras retóricas vacías. Quizás expresen la nostalgia de aquellos que no pueden olvidar al Señor, pero de todos modos son sólo el balbucear de huérfanos junto al sepulcro. Palabras finalmente incapaces de impedir que el mundo quede abandonado y reducido a la propia potencia desesperada.

Pienso en la necesidad de ofrecer un regazo materno a los jóvenes. Que vuestras miradas sean capaces de cruzarse con las miradas de ellos, de amarlos y de captar lo que ellos buscan, con aquella fuerza con la que muchos como ellos han dejado barcas y redes sobre la otra orilla del mar (cf. Mc 1,17-18), han abandonado bancos de extorsiones con tal de seguir al Señor de la verdadera riqueza (cf. Mt 9,9).

Me preocupan particularmente tantos que, seducidos por la potencia vacía del mundo, exaltan las quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para comercializar la muerte en cambio de monedas que, al final, «la polilla y el óxido echan a perder, y por lo que los ladrones perforan muros y roban» (Mt 6,20). Les ruego por favor no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia.

La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas, sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza. Sólo comenzando por las familias; acercándonos y abrazando la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando a las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, las comunidades políticas, las estructuras de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada.





Volviendo la mirada a María de Guadalupe surge una mirada capaz de tejer

En el manto del alma mexicana Dios ha tejido, con el hilo de las huellas mestizas de su gente, el rostro de su manifestación en la «Morenita». Dios no necesita de colores apagados para diseñar su rostro. Los diseños de Dios no están condicionados por los colores y por los hilos, sino que están determinados por la irreversibilidad de su amor que quiere persistentemente imprimirse en nosotros.

Sean, por tanto, obispos capaces de imitar esta libertad de Dios eligiendo cuanto es humilde para hacer visible la majestad de su rostro y de copiar esta paciencia divina en tejer, con el hilo fino de la humanidad que encuentren, aquel hombre nuevo que su país espera. No se dejen llevar por la vana búsqueda de cambiar de pueblo, como si el amor de Dios no tuviese bastante fuerza para cambiarlo.

Redescubran pues la sabia y humilde constancia con que los Padres de la fe de esta Patria han sabido introducir a las generaciones sucesivas en la semántica del misterio divino. Primero aprendiendo y, luego, enseñando la gramática necesaria para dialogar con aquel Dios, escondido en los siglos de su búsqueda y hecho cercano en la persona de su Hijo Jesús, que hoy tantos reconocen en la imagen ensangrentada y humillada, como figura del propio destino. Imiten su condescendencia y su capacidad de reclinarse. No comprenderemos jamás bastante el hecho de que con los hilos mestizos de nuestra gente Dios entretejió el rostro con el cual se da a conocer. Nunca seremos suficientemente agradecidos a este inclinarse.

Una mirada de singular delicadeza les pido para los pueblos indígenas, para ellos y sus fascinantes y no pocas veces masacradas culturas. México tiene necesidad de sus raíces amerindias para no quedarse en un enigma irresuelto. Los indígenas de México aún esperan que se les reconozca efectivamente la riqueza de su contribución y la fecundidad de su presencia, para heredar aquella identidad que les convierte en una Nación única y no solamente una entre otras.

Se ha hablado muchas veces del presunto destino incumplido de esta Nación, del «laberinto de la soledad» en el cual estaría aprisionada, de la geografía como destino que la entrampa. Para algunos, todo esto sería obstáculo para el diseño de un rostro unitario, de una identidad adulta, de una posición singular en el concierto de las naciones y de una misión compartida.

Para otros, también la Iglesia en México estaría condenada a escoger entre sufrir la inferioridad en la cual fue relegada en algunos períodos de su historia, como cuando su voz fue silenciada y se buscó amputar su presencia, o aventurarse en los fundamentalismos para volver a tener certezas provisorias, olvidándose de tener anidada en su corazón la sed del Absoluto y ser llamada en Cristo a reunir a todos y no sólo una parte (cf. Lumen gentium, 1, 1).

No se cansen en cambio de recordarle a su Pueblo cuánto son potentes las raíces antiguas, que han permitido la viva síntesis cristiana de comunión humana, cultural y espiritual que se forjó aquí. Recuerden que las alas de su Pueblo ya se han desplegado varias veces por encima de no pocas vicisitudes. Custodien la memoria del largo camino hasta ahora recorrido y sepan suscitar la esperanza de nuevas metas, porque el mañana será una tierra «rica de frutos» aunque nos plantee desafíos no indiferentes (cf. Nm 13,27-28).

Que las miradas de ustedes, reposadas siempre y solamente en Cristo, sean capaces de contribuir a la unidad de su Pueblo; de favorecer la reconciliación de sus diferencias y la integración de sus diversidades; de promover la solución de sus problemas endógenos; de recordar la medida alta que México puede alcanzar si aprende a pertenecerse a sí mismo antes que a otros; de ayudar a encontrar soluciones compartidas y sostenibles para sus miserias; de motivar a la entera Nación a no contentarse con menos de cuanto se espera del modo mexicano de habitar el mundo.

Una mirada atenta y cercana, no adormecida

Les ruego no caer en la paralización de dar viejas respuestas a las nuevas demandas. Vuestro pasado es un pozo de riquezas donde excavar, que puede inspirar el presente e iluminar el futuro. ¡Ay de ustedes si se duermen en los laureles! Es necesario no desperdiciar la herencia recibida, custodiándola con un trabajo constante. Están asentados sobre espaldas de gigantes: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, fieles «hasta el final», que han ofrecido la vida para que la Iglesia pudiese cumplir la propia misión. Desde lo alto de ese podio están llamados a lanzar una mirada amplia sobre el campo del Señor para planificar la siembra y esperar la cosecha.

Los invito a cansarse sin miedo en la tarea de evangelizar y de profundizar la fe mediante una catequesis mistagógica que sepa atesorar la religiosidad popular de su gente. Nuestro tiempo requiere atención pastoral a las personas y a los grupos, que esperan poder salir al encuentro del Cristo vivo. Solamente una valerosa conversión pastoral, y subrayo, conversión pastoral de nuestras comunidades puede buscar, generar y nutrir a los actuales discípulos de Jesús (cf. Documento deAparecida, 226, 368, 370).

Por tanto, es necesario para nosotros, pastores, superar la tentación de la distancia -y dejo a cada uno de ustedes el catálogo de las distancias que puedan existir en esta conferencia episcopal- del clericalismo, de la frialdad y de la indiferencia, del comportamiento triunfal y de la autorreferencialidad. Guadalupe nos enseña que Dios es familiar en su rostro, que la proximidad y la condescendencia -agacharse, acercarse- pueden más que la fuerza, que cualquier tipo de fuerza.

Como enseña la bella tradición guadalupana, la «Morenita» custodia las miradas de aquellos que la contemplan, refleja el rostro de aquellos que la encuentran. Es necesario aprender que hay algo de irrepetible en cada uno de aquellos que nos miran en la búsqueda de Dios. Toca a nosotros no volvernos impermeables a tales miradas. Custodiar en nosotros a cada uno de ellos, conservarlos en el corazón, resguardarlos.

Sólo una Iglesia que sepa resguardar el rostro de los hombres que van a tocar a su puerta es capaz de hablarles de Dios. Si no desciframos sus sufrimientos, si no nos damos cuenta de sus necesidades, nada podremos ofrecerles. La riqueza que tenemos fluye solamente cuando encontramos la poquedad de aquellos que mendigan y, precisamente, este encuentro se realiza en nuestro corazón de Pastores.

El primer rostro que les suplico custodien en su corazón es el de sus sacerdotes. No los dejen expuestos a la soledad y al abandono, presa de la mundanidad que devora el corazón. Estén atentos y aprendan a leer sus miradas para alegrarse con ellos cuando sientan el gozo de contar cuanto «han hecho y enseñado» (Mc 6,30), y también para no echarse atrás cuando se sientan un poco rebajados y no puedan hacer otra cosa que llorar porque «han negado al Señor» (cf. Lc 22,61-62), y también ¿por qué no? para sostener, en comunión con Cristo, cuando alguno, abatido, saldrá con Judas «en la noche» (Jn 13,30).

En estas situaciones, que nunca falte la paternidad de ustedes, Obispos, para con sus sacerdotes. Animen la comunión entre ellos; hagan perfeccionar sus dones; intégrenlos en las grandes causas, porque el corazón del apóstol no fue hecho para cosas pequeñas.

La necesidad de familiaridad habita en el corazón de Dios. Nuestra Señora de Guadalupe pide, pues, únicamente una «casita sagrada». Nuestros pueblos latinoamericanos entienden bien el lenguaje diminutivo (una casita sagrada) y de muy buen grado lo usan. Quizá tienen necesidad del diminutivo porque de otra forma se sentirían perdidos. Se adaptaron siempre a sentirse disminuidos y se acostumbraron a vivir en la modestia.

La Iglesia, cuando se congrega en una majestuosa Catedral, no podrá hacer menos que comprenderse como una «casita» en la cual sus hijos pueden sentirse a su propio gusto. Delante de Dios sólo se permanece si se es pequeño, si se es huérfano, si se es mendicante. El Protagonista de la historia de salvación es el mendigo.

«Casita» familiar y al mismo tiempo «sagrada», porque la proximidad se llena de la grandeza omnipotente. Somos guardianes de este misterio. Tal vez hemos perdido este sentido de la humilde medida divina y nos cansamos de ofrecer a los nuestros la «casita» en la cual se sienten íntimos con Dios. Puede darse también que, habiendo descuidado un poco el sentido de su grandeza, se haya perdido parte del temor reverente hacia un tal amor. Donde Dios habita, el hombre no puede acceder sin ser admitido y entra solamente «quitándose las sandalias» (cf. Ex 3, 5) para confesar la propia insuficiencia.

Este habernos olvidado de este «quitarse las sandalias» para entrar, ¿no está posiblemente en la raíz de la pérdida del sentido de la sacralidad de la vida humana, de la persona, de los valores esenciales, de la sabiduría acumulada a lo largo de los siglos, del respeto a la naturaleza? Sin rescatar, en la conciencia de los hombres y de la sociedad, estas raíces profundas, incluso al trabajo generoso en favor de los legítimos derechos humanos le faltará la savia vital que puede provenir sólo de un manantial que la humanidad no podrá darse jamás a sí misma.Y siempre mirando a la madre, para terminar.

Una mirada de conjunto y de unidad

Sólo mirando a la «Morenita», México se comprende por completo. Por tanto, les invito a comprender que la misión que la Iglesia les confía, y siempre les confió, requiere esta mirada que abarque la totalidad. Y esto no puede realizarse aisladamente, sino sólo en comunión.

La Guadalupana está ceñida de una cintura que anuncia su fecundidad. Es la Virgen que lleva ya en el vientre el Hijo esperado por los hombres. Es la Madre que ya gesta la humanidad del nuevo mundo naciente. Es la Esposa que prefigura la maternidad fecunda de la Iglesia de Cristo. Ustedes tienen la misión de ceñir toda la Nación mexicana con la fecundidad de Dios. Ningún pedazo de esta cinta puede ser despreciado.

El episcopado mexicano ha cumplido notables pasos en estos años conciliares; ha aumentado sus miembros; se ha promovido una permanente formación, continua y cualificada; el ambiente fraterno no faltó; el espíritu de colegialidad ha crecido; las intervenciones pastorales han influido sobre sus Iglesias y sobre la conciencia nacional; los trabajos pastorales compartidos han sido fructuosos en los campos esenciales de la misión eclesial como la familia, las vocaciones y la presencia social.

Mientras nos alegramos por el camino de estos años, les pido que no se dejen desanimar por las dificultades y de no ahorrar todo esfuerzo posible por promover, entre ustedes y en sus diócesis, el celo misionero, sobre todo hacia las partes más necesitadas del único cuerpo de la Iglesia mexicana. Redescubrir que la Iglesia es misión es fundamental para su futuro, porque sólo el «entusiasmo, el estupor convencido» de los evangelizadores tiene la fuerza de arrastre. Les ruego, especialmente, cuidar la formación y la preparación de los laicos, superando toda forma de clericalismo e involucrándolos activamente en la misión de la Iglesia, sobre todo en el hacer presente, con el testimonio de la propia vida, el evangelio de Cristo en el mundo.

A este Pueblo mexicano, le ayudará mucho un testimonio unificador de la síntesis cristiana y una visión compartida de la identidad y del destino de su gente. En este sentido, sería muy importante que la Pontificia Universidad de México esté cada vez más en el corazón de los esfuerzos eclesiales para asegurar aquella mirada de universalidad sin la cual la razón, resignada a módulos parciales, renuncia a su más alta aspiración de búsqueda de la verdad.

La misión es vasta y llevarla adelante requiere múltiples caminos. Y, con más viva insistencia, los exhorto a conservar la comunión y la unidad entre ustedes. Esto es esencial hermanos, esto no está en el texto pero me sale ahora: si tienen que pelearse, peléense, si tienen que decirse cosas, se las digan, pero como hombres, en la cara y como hombres de Dios, que después van a rezar juntos, a discernir juntos y si se pasaron de la raya, a pedirse perdón pero mantengan la unidad del cuerpo episcopal.

Comunión y unidad entre ustedes

La comunión es la forma vital de la Iglesia y la unidad de sus Pastores da prueba de su veracidad. México, y su vasta y multiforme Iglesia, tienen necesidad de Obispos servidores y custodios de la unidad edificada sobre la Palabra del Señor, alimentada con su Cuerpo y guiada por su Espíritu, que es el aliento vital de la Iglesia.

No se necesitan «príncipes», sino una comunidad de testigos del Señor. Cristo es la única luz; es el manantial de agua viva; de su respiro sale el Espíritu, que despliega las velas de la barca eclesial. En Cristo glorificado, que la gente de este pueblo ama honrar como Rey, enciendan juntos la luz, cólmense de su presencia que no se extingue; respiren a pleno pulmón el aire bueno de su Espíritu. Toca a ustedes sembrar a Cristo sobre el territorio, tener encendida su luz humilde que clarifica sin ofuscar, asegurar que en sus aguas se colme la sed de su gente; extender las velas para que sea el soplo del Espíritu quien las despliegue y no encalle en la barca de la Iglesia en México.

Recuerden que la Esposa, la Esposa de cada uno de ustedes, la Esposa, la Madre Iglesia, sabe bien que el Pastor amado (cf. Ct 1,7) será encontrado sólo donde los pastos son herbosos y los riachuelos cristalinos. La Esposa desconfía de los compañeros del Esposo que, alguna vez por desidia o incapacidad, conducen a la grey por lugares áridos y llenos de peñascos. ¡Ay de nosotros pastores, compañeros del Supremo Pastor, si dejamos vagar a su Esposa porque en la tienda que nos hicimos el Esposo no se encuentra!

Permítanme una última palabra para expresar el aprecio del Papa por todo cuanto están haciendo para afrontar el desafío de nuestra época representada en las migraciones. Son millones los hijos de la Iglesia que hoy viven en la diáspora o en el tránsito, peregrinando hacia el norte en búsqueda de nuevas oportunidades. Muchos de ellos dejan atrás las propias raíces para aventurarse, aún en la clandestinidad que implica todo tipo de riesgos, en búsqueda de la «luz verde» que juzgan como su esperanza. Tantas familias se dividen; y no siempre la integración en la presunta «tierra prometida» es tan fácil como se piensa.

Hermanos, que sus corazones sean capaces de seguirlos y alcanzarlos más allá de las fronteras. Refuercen la comunión con sus hermanos del episcopado estadounidense, para que la presencia materna de la Iglesia mantenga viva las raíces de su fe, las razones de sus esperanzas y la fuerza de su caridad. No suceda que, colgando sus cítaras, se enmudezcan sus alegrías, olvidándose de Jerusalén y convirtiéndose en «exilados de sí mismos» (Sal 136). Testimonien juntos que la Iglesia es custodia de una visión unitaria del hombre y no puede compartir que sea reducido a un mero «recurso» humano.

No será vana la premura de sus diócesis en echar el poco bálsamo que tienen en los pies heridos de quien atraviesa sus territorios y de gastar por ellos el dinero duramente colectado; el Samaritano divino, al final, enriquecerá a quien no pasó indiferente ante Él cuando estaba caído sobre el camino (cf. Lc 10,25-37).

Queridos hermanos, el Papa está seguro de que México y su Iglesia llegarán a tiempo a la cita consigo mismos, con la historia, con Dios. Tal vez alguna piedra en el camino retrasa la marcha, y la fatiga del trayecto exigirá alguna parada, pero no será jamás bastante para hacer perder la meta. Porque, ¿puede llegar tarde quien tiene una Madre que lo espera? ¿Quien continuamente puede sentir resonar en el propio corazón «no estoy aquí, Yo, que soy tu Madre»?




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EL PAPA RETÓ AL PODER POLÍTICO Y A LOS OBISPOS Por Eduardo Febbro


"Ahora, Francisco vino a poner otros temas sobre el tapete con un lenguaje sin decorados, principalmente, la falta de acción y de compromisos justos con las víctimas de la violencia y la corrupción, además del encubrimiento o los silencios con los abusos de menores. En la Catedral, el martillazo de Francisco sonó como una sentencia cuando dijo: “¡Ay de ustedes si se duermen en los laureles!”. Ay, ay, y eso no era más que el principio. El ramo de reproches, órdenes, críticas y bajada de línea fue un perfume abrasador. Francisco expresó que el “pueblo mexicano tiene derecho” a que el mensaje de Cristo se encarne “en su Iglesia”, les exigió a los obispos a que se animen con sus miradas a “cruzarse con las miradas de los jóvenes” y recomendó que “no minusvaloren el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa”. Sobre las querellas intestinas que contaminan la Iglesia mexicana, el Papa sacó un estruendoso “¡si tienen que pelearse, peléense como hombres, a la cara!”. Pálidos se quedaron los obispos y representantes. Y para no olvidar a nadie, el pontífice sugirió a los presentes que no escondan sus sotanas y se concentren con “singular delicadeza en los pueblos indígenas y sus fascinantes, y no pocas veces masacradas, culturas”.

Francisco dictó cátedra de un programa que debe revitalizar a la Iglesia a partir de la misma calle, esa que le manifiesta devoción.




› ENUMERO LOS DRAMAS QUE VIVEN SOCIEDADES COMO LA MEXICANA: CORRUPCION, NARCOTRAFICO, VIOLENCIA Y TRAFICO DE PERSONAS

El Papa retó al poder político y a los obispos

En dos tiempos sucesivos, Francisco se dirigió en tono firme al poder mexicano y luego, en la Catedral de México, reprendió lisa y llanamente a una dirigencia católica embutida en sus juegos y conflictos internos.



 Por Eduardo Febbro
Desde Ciudad de México



Apenas llegó a México, el papa Francisco demostró que sus cinco días de estancia en el país que lo aclamó por las calles cuando pisó suelo mexicano no serían un paseo folklórico sino un viaje con honda dimensión política. En dos tiempos sucesivos, el pontífice se dirigió en tono firme al poder mexicano y luego, en uno de los templos más derechistas del continente, la Catedral de México, retó lisa y llanamente a una dirigencia católica embutida en sus jueguitos internos y los arduos conflictos entre sotanas. Después de seis visitas papales, Francisco fue el primer Papa en ingresar al recinto del Palacio Nacional en un gesto que, para el portavoz del gobierno, Eduardo Sánchez, demuestra “las buenas relaciones y la concordia”. Dentro del Palacio Nacional, bajo los simbólicos chispazos de los cuadros de uno de los artistas más críticos con la evangelización, Diego de Rivera, Francisco escuchó al presidente Peña Nieto admitir lo que el Papa había aportado: “Reconocemos en usted a un líder sencillo y reformador que está llevando la Iglesia Católica a la gente”. Lejos de esas amabilidades y ante las más altas autoridades del país, Francisco bebió agua y dijo: “Cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano la vida en sociedad se vuelve terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte”. En esas frases estaban retratados todos los dramas de un país donde, según datos oficiales del mismo gobierno, existe una lista con 27.000 personas desaparecidas.

La situación es tal que Amnistía Internacional estimó que México atraviesa una crisis de derechos humanos “de dimensión epidémica”. El jefe de la Iglesia Católica continuó luego interpelando directamente a los representantes de los poderes reunidos en el Palacio: “A los dirigentes de la vida social, cultural y política les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva”. El Papa se dirigió después a la controvertida dirigencia eclesiástica de México, y no se ocultó en retóricas apaciguadoras. Ya había algo espeso durante la mañana, en el curso del trayecto de Francisco en papamóvil con el arzobispo primado de México, Norberto Rivera, sentado detrás con un gesto sombrío. Rivera es una figura clásica de la corriente más conservadora que aún detenta cierto poder en las jerarquías católicas de América latina. En los tiempos del papado de Juan Pablo II fue un hombre con enorme poder, pero esos años parecen haber ahora pasado y el arzobispo, que tiene a su cargo la arquidiócesis más grande del mundo, enfrenta el huracán renovador de la “Iglesia pobre para los pobres” con mucho desconcierto. En un momento, a Rivera pareció faltarle la razón, o el más terrestre de los sentidos comunes. Fue un acérrimo defensor de Marcial Maciel, el fundador del estrepitoso movimiento Los Legionarios de Cristo. Benedicto XVI había sacado el dossier negro de los Legionarios de las sombras donde Juan Pablo II lo había ocultado con un empeño desolador.

Ahora, Francisco vino a poner otros temas sobre el tapete con un lenguaje sin decorados, principalmente, la falta de acción y de compromisos justos con las víctimas de la violencia y la corrupción, además del encubrimiento o los silencios con los abusos de menores. En la Catedral, el martillazo de Francisco sonó como una sentencia cuando dijo: “¡Ay de ustedes si se duermen en los laureles!”. Ay, ay, y eso no era más que el principio. El ramo de reproches, órdenes, críticas y bajada de línea fue un perfume abrasador. Francisco expresó que el “pueblo mexicano tiene derecho” a que el mensaje de Cristo se encarne “en su Iglesia”, les exigió a los obispos a que se animen con sus miradas a “cruzarse con las miradas de los jóvenes” y recomendó que “no minusvaloren el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa”. Sobre las querellas intestinas que contaminan la Iglesia mexicana, el Papa sacó un estruendoso “¡si tienen que pelearse, peléense como hombres, a la cara!”. Pálidos se quedaron los obispos y representantes. Y para no olvidar a nadie, el pontífice sugirió a los presentes que no escondan sus sotanas y se concentren con “singular delicadeza en los pueblos indígenas y sus fascinantes, y no pocas veces masacradas, culturas”.

Dos tiempos, dos pasos históricos. El primero, en el Palacio Nacional, sella con nuevos ingredientes la reconciliación entre el Vaticano y México luego de la delicada reanudación de las relaciones entre los dos Estados decidida por el ex presidente Carlos Salinas de Gortari en 1992. Desde el corazón del poder, Francisco emprendió la reconquista no sólo de una relación de Estado a Estado sino, sobre todo, con una población que ha ido perdiendo su fe y alejándose de ese Cristo tan mal representado en el país. Por ello, ante los obispos, Francisco dictó la cátedra de un programa que debe revitalizar a la Iglesia a partir de la misma calle, esa calle que le manifiesta una devoción y una lealtad fervorosa. Ambas son su mejor capital. La cima de la curia lo detesta, el pueblo lo ama. Legitimidad popular contra complots en los cenáculos. Nada está perdido si se mueven los muros, decía Francisco en sus dos mensajes: ante el presidente señaló le porcentaje elevado de jóvenes que hay en México. Ellos son el elemento del cambio: “Un pueblo con juventud es un pueblo capaz de renovarse, transformarse”, dijo el Papa. A los obispos les marcó el deber de “salir a la calle” porque en México “no se necesitan príncipes”. El pontífice planteó su hoja de ruta no como un antagonismo entre sectores progresistas y conservadores sino como una suerte de re-equilibrio entre hombres de Iglesia comprometidos con el pueblo y la honestidad, y otros con la corrupción, el encubrimiento y “el materialismo trivial”. El mundo de la realidad paupérrima contra el mundo de la ficción opulenta. Francisco es el líder de una Iglesia que está en la calle, y no de esa que lo escuchó con urticaria en la Catedral Metropolitana. Las cuentas pendientes de la dirigencia eclesiástica mexicana son abrumadoras, empezando por las del cardenal mexicano Norberto Rivera. Las víctimas de los abusos sexuales lo siguen incriminando, aunque él diga que fue “absuelto” de sus errores. Entre sus muchos pecados está el caso del cura Nicolás Aguilar. Rivera, cuando era obispo de Tehuacán, protegió al cura pederasta Nicolás Aguilar. Lo encubrió enviándolo Los Angeles, en California, donde Aguilar siguió violando inocentes. En los años 80 y pese al volumen de las denuncias, el arzobispo primado de México se negó a oír a las víctimas.

Los dos discursos del Papa han sido el aperitivo de la reforma que se viene. Su programa transformador se concentró ayer en las esferas institucionales. Hoy domingo llegará la hora de verse cara a cara con ese pueblo que el papa vino a conocer a través de un recorrido por las geografías de la violencia, la corrupción, la pobreza y la inmigración. Ecatepec, Chiapas, Michoacán, Ciudad Juárez. No hay lugar donde no broten lágrimas y dolor de pueblo. En la cultura de ese pueblo se zambulló más tarde Francisco cuando ofició una misa en la basílica de la Virgen de Guadalupe. Ese es el pilar del catolicismo mexicano, una Virgen que ocupa todos los imaginarios que conducen al cielo. Ha sido un momento de estrategia y compenetración con el pueblo que visitará a partir de este domingo. Francisco manifestó su deseo de querer estar a solas con la Virgen, y así lo hizo al iniciar una oración frente al ayate (prenda en náhuatl) de Juan Diego, el hombre que asistió a la aparición de la Virgen en el cerro de Tepeyac. Sobre ese ayate de Juan Diego está impresa la imagen de la Virgen de Guadalupe. Ante él y a solas en la basílica empieza el momento mágico entre el Papa y las corrientes populares de todos los méxicos.








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viernes, 12 de febrero de 2016

HOY LLEGA FRANCISCO A MÉXICO Por Elena Llorente


“Yo voy a México como un peregrino, voy a buscar en el pueblo mexicano,” dijo el Papa.
Imagen: AFP


› LOS MIGRANTES, LAS MUJERES Y LOS INDIGENAS, AL TOPE DE LA AGENDA

Hoy llega Francisco a México

Los migrantes han sido y siguen siendo un tema al que Francisco, hijo de inmigrantes italianos, por su parte ha dedicado mensajes y oraciones y su primer viaje fuera de Roma en 2013, a la isla de Lampedusa, poco después de haber sido elegido.




Por Elena Llorente
Desde Roma



El papa Francisco parte hoy a México para una visita que, hasta el 17 de febrero, lo llevará por ciudades muy significativas para los migrantes que intentan llegar a Estados Unidos, para los indígenas y para las mujeres golpeadas por la violencia. Es la séptima vez que un Papa pisa tierras mexicanas aunque se trata del tercer pontífice que visita el país después de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Para Francisco es el cuarto viaje a América latina después de haber estado en Brasil (julio 2013), Ecuador, Bolivia y Paraguay (julio 2015), y Cuba (septiembre 2015).

Pese a que al parecer hubo cierto desconcierto en México luego de un comentario mal interpretado que el pontífice hizo hace unos meses a un conocido suyo y que esa persona publicó en Internet –”Espero que la Argentina no se mexicanice”, referido al tráfico de drogas– hay “gran expectativa por la llegada del primer Papa latinoamericano” a uno de los países con mayor número de católicos –cerca de 100 millones sobre 125 millones de población–, segundo en el mundo después de Brasil. Al menos así lo manifestó el embajador mexicano ante la Santa Sede, Mariano Palacios Alcocer, en un encuentro con periodistas organizado por Mediatrends.

Otro aspecto importante en el contexto de este viaje será el encuentro con el jefe de la Iglesia Ortodoxa Rusa, el patriarca Kirill de Moscú, el primero en la historia de los mayores representantes de estas dos iglesias. El encuentro se llevará a cabo en el aeropuerto José Martí de La Habana donde el avión papal hará una escala antes de llegar a México. Ambos firmarán una declaración conjunta.

“Cuando ya falta muy poco para mi viaje a México –dijo el papa Francisco en un mensaje video que envió al pueblo mexicano hace unos días– estoy contento, siento una gran alegría. Siempre tuve un recuerdo especial en mi oración por todos los mexicanos”. Francisco también respondió, a través de la agencia mexicana Notimex, a algunas preguntas que los creyentes le plantearon. “Yo voy a México no como un Rey Mago cargado de cosas para llevar, mensajes, ideas, soluciones a problemas. Yo voy a México como un peregrino, voy a buscar en el pueblo mexicano, que me den algo... voy a buscar la riqueza de fe que tienen ustedes”, dijo. Y respondiendo a la pregunta: “Cómo nos ayudaría a afrontar la violencia que está viviendo México”, respondió: “Si yo voy ahí es para recibir lo mejor de ustedes y para rezar con ustedes, para que los problemas, que ustedes saben que están sucediendo, se solucionen, porque el México de la violencia, el de la corrupción, del tráfico de drogas, el México de los carteles, no es el México que quiere nuestra Madre. Y por supuesto yo no quiero tapar nada de eso, al contrario, exhortarlos a la lucha de todos los días contra la corrupción, contra el tráfico, contra la guerra, contra la desunión, contra el crimen organizado, contra la trata de personas”. Y agregó: “La paz es algo que hay que trabajar todos los días, es más –yo diría una palabra que parece una contradicción–, ¡la paz hay que pelearla todos los días!, hay que combatir todos los días por la paz, no por la guerra. San Francisco rezaba: ‘Señor, hacé de mí un instrumento de tu paz’. Quisiera ser en México un instrumento de paz, pero con todos ustedes”.

El Papa quiso específicamente, y así lo manifestaron las autoridades vaticanas a las mexicanas cuando preparaban el viaje, visitar Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos, y manifestar de esa manera su preocupación por los migrantes. Los migrantes han sido y siguen siendo un tema al que Francisco –hijo de inmigrantes italianos por su parte– ha dedicado mensajes y oraciones y su primer viaje fuera de Roma en 2013, poco después de haber sido elegido. En ese momento quiso visitar la isla de Lampedusa frente a cuyas costas se han ahogado en los últimos años miles de inmigrantes que intentaron llegar a Europa. México tiene 3200 km de frontera con Estados Unidos y es el país de pasaje de los migrantes centroamericanos que quieren llegar al rico país del norte. Hasta la crisis de 2008, unos 400.000 mexicanos cruzaban la frontera cada año. Pero desde que Barack Obama está en la presidencia, explicó el embajador Palacios Alcocer, han sido repatriado más de dos millones de mexicanos. “Hoy son más los mexicanos que vuelven que los que emigran”, agregó.

El programa papal contempla además, el domingo 14 una visita a Ecatepec, localidad distante unos 27 km al norte de Ciudad de México, y que se ha hecho tristemente célebre por numerosos feminicidios. El Papa oficiará una misa en el Centro de Estudios de Ecatepec a la que se calcula que asistirán unas 300 mil personas. El lunes 15 será el momento de los indígenas en San Cristóbal de Las Casas donde celebrará una misa y almorzará con la comunidad indígena de Chiapas. De regreso a Ciudad de México el martes 16 hará una encuentro con los jóvenes en el estadio José María Morelos y el miércoles 17 viajará a Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos, y encontrará el mundo del trabajo y visitará una cárcel para luego partir de retorno a Roma.

Respecto de tráfico de drogas, el embajador mexicano explicó que su país “ha venido afrontando el problema del narcotráfico, con el mercado de consumo más grande del mundo al norte de nuestra frontera”. También explicó que el 83 por ciento de las armas que existen en México son provenientes de Estados Unidos y que existen 12.000 armerías de ese país en la frontera con México. “La lucha contra el narcotráfico no ha sido fácil. No tiene una sola causa . Y no siempre atacando una de las raíces se resuelve el problema”, concluyó.

En declaraciones exclusivas a Página/12, Palacios Alcocer dijo que “la visita del Papa es algo muy valioso desde el punto de vista diplomático. Que el primer Papa latinoamericano haga una visita a nuestro país se entiende como una distinción. Recorrer el país de frontera a frontera y encontrarse con los más desfavorecidos, significa que el Papa llevará un mensaje de esperanza. El gobierno espera que esto sirva para establecer nuevas líneas de colaboración entre México y la Santa Sede y para que la Iglesia local y el gobierno puedan colaborar en programas comunes de apoyo a los problemas sociales, como ya se ha hecho por ejemplo en materia de inmigración. Pero también esta visita y el diálogo con la Santa Sede nos permite tener mayores coincidencias en la agenda multilateral: la búsqueda de la paz, la distensión de los conflictos, la colaboración para el desarrollo, la lucha contra el armamentismo, la defensa del medio ambiente, los derechos humanos, las migraciones, la trata de personas, el combate del narcotráfico. La visita del Papa nos permitirá fortalecer esos puntos comunes en los ambientes multilaterales”.

¿Podría el Papa influir o intentar alguna mediación con respecto al narcotráfico? “El Papa llevará un mensaje de paz. Nosotros no tenemos ningún elemento para pensar que tenga esa otra intención. Los temas y el recorrido del papa son públicos”, agregó el embajador. Pero con Francisco tal vez no hay que descartar las sorpresas...”Yo creo que no es ese el propósito del viaje pontificio. El Papa no va a realizar ofrecimientos de buenos oficios. Va a cumplir una importantísima misión pastoral”, concluyó.




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martes, 9 de febrero de 2016

FRANCISCO SE BAJA EN UN CAMPO DE REFUGIADOS LATIANOAMERICANOS / Video


Roma. Papa Francisco se baja en una campo de refugiados latinoamericanos





Ayer 8 de febrero el Papa se dirigía a la visita pastoral de una parroquia y decidió bajarse y dar una sorpresa a personas que viven en "campo de refugiados"; mucha gente que vive allí es de América Latina y ellos no podían creer lo que veían sus ojos.











https://www.youtube.com/watch?v=U2zUeb07nxw





lunes, 25 de enero de 2016

"PADRE, QUE TODOS SEAN UNO" (Jn 17,21) Por Carmen Herrero


“Padre, que todos sean uno” (Jn 17,21)


Publicado: 25 enero, 2016 en ACTUALIDAD



“PADRE, QUE TODOS SEAN UNO” (Jn 17,21)
CARMEN HERRERO, Fraternidad Monástica de Jerusalén, soeurcarmen@gmail.com
ESTRASBURGO (FRANCIA).

ECLESALIA.- 25/01/16.- Estamos celebrando el octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos, que desde el año 1908 se viene celebrando del 18 al 25 de enero. Esta fecha se ha ido constituyendo en una cita anual que, los cristianos de distintas confesiones, nos damos para orar por la unidad de la Iglesia de Cristo. Es de Cristo de donde brota la unidad de la Iglesia, por ello cuanto más vivimos de Cristo y en Cristo, más cerca estamos los unos de los otros.

Este año, han sido los cristianos de Letonia, quienes han preparado las celebraciones para esta semana de oración por la unidad, invitándonos a reflexionar sobre la grandeza del bautismo, que nos lleva a tomar conciencia de nuestra vocación común. El texto de la primera carta de Pedro, “Destinados a proclamar las grandezas del Señor” (1Pe 2,9), ha sido escogido como el lema de esta Semana de Oración por la Unidad. Todos los cristianos estamos llamados a proclamar las grandezas de Dios, como sal y luz que den alegría al mundo e ilumine las oscuridades de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

La idea fundamental que se quiere transmitir con el texto bíblico: “destinados a proclamar las grandezas del señor” (cf. 1 Pe 2,9), es que todos los bautizados, formando parte de diferentes Iglesias y comunidades eclesiales, compartimos la misma vocación a proclamar las grandezas del Señor y la misma llamada a la santidad.

Durante esta semana, los cristianos que profesamos una misma fe en Jesucristo, Dios y hombre verdadero, nos unimos y reunimos en oración para pedir la unidad de la Iglesia de Cristo. Orar por la Unidad es una exigencia, bautismal y evangélica que expresa el deseo de Jesús: “Padre, que todos sean uno, para que el mundo crea” (Jn 17,21). La oración es la expresión del ecumenismo espiritual, que está al alcance de todos, el cual estamos llamados a vivir, con la certeza de que la oración y la fe mueven montañas y hacen avanzar la unidad de los cristianos.

La división entre los cristianos es un gran cuestionamiento y responsabilidad. Es urgente, pues, que tomemos conciencia del pecado comunitario como es la división. La división entre los cristianos es un escándalo para el mundo no creyente y causa del ateísmo moderno. La división que existe entre las diferentes confesiones cristianas aleja a muchos hombres y mujeres de la fe en Cristo y en su Iglesia. La división es de una gran responsabilidad para quienes profesamos una misma fe en Cristo. Ella es un gran obstáculo para el anuncio del Evangelio. El mundo no puede creer que seamos discípulos de Cristo viéndonos tan divididos, tan alejados los unos de los otros, y hasta condenándonos los unos a los otros; pensando que nuestra Iglesia es la única que posee la verdad plena; y desde esta certeza nos atrevemos a condenar a los hermanos que profesan la misma fe en Cristo. El ecumenismo nos llama a la conversión constante, sin conversión y cambio de mentalidad, la unidad no será posible. La unidad no se realiza en la disciplina y decretos, si bien son necesarios; sino en el corazón, en la inteligencia de la fe y profundidad del amor de unos con otros.

Siendo una realidad que la división existente, no hemos de desanimarnos y si que hemos de reconocer todo lo que se ha avanzado en este camino de acercamiento de unas confesiones con otras; realizando proyectos pastorales y sociales conjuntos, que hace un siglo eran impensables de soñar. Por ello, damos gracias a Dios con el deseo renovado de seguir trabajando y orando para que la unidad de la Iglesia de Cristo sea cada día más real y visible.

Sin ignorar la división existente y el dolor que supone el no poder compartir juntos la eucaristía, no nos quedemos tan sólo en lo que nos separa, sino que tratemos de avanzar en aquello que nos une. Y potenciando lo que ya nos une, poco a poco, se irán clarificando y desapareciendo los obstáculos que nos separan; como dice el papa Francisco: “vivamos la unidad de las Iglesias reconciliadas”.

El Papa Francisco insiste a tiempo y a destiempo para crear una cultura de unidad, de comunión, de familia universal; como fue el deseo de Dios Padre desde el principio de la Creación. Los gestos del papa Francisco hablan por sí solos. ¡Aprendamos! Él hace todo cuanto puede, para derribar los muros de separación y crear lazos de acercamiento, de conocimiento mutuo y de amistad; y así poder avanzar en este proceso de diálogo teológico y eclesiológico que faciliten la unidad visible, tan necesaria para nuestro mundo roto y en continuo conflicto.

Quienes compartimos un mismo bautismo, estamos llamados a vivir la unidad, a trabajarla, primero en nosotros mismo, para luego ser instrumentos de unidad, al interior de nuestra propia familia, comunidad parroquia y a nivel de la Iglesia universal (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Quiero terminar con una oración:

Dios y Padre de todos, que nos has enviado a tu Hijo, nacido de una mujer, para redimir a la Humanidad, para hermanarnos unos con otros, para enseñarnos el camino del amor, de la paz y la unidad.

Jesús, con tu vida y ejemplo, nos ha mostrado el camino a seguir, pues, tú mismo eres el Camino que conduce al Padre de todos los creyentes.

Cristo, con tu resurrección nos has dado a todos una nueva vida, llena de esperanza, de gozo y de luz.

Que tu resurrección, oh Cristo, nos ayude a quitar las piedras de nuestras divisiones, a salir de la oscuridad de nuestros sepulcros, para convertirnos en Luz para este mundo tan necesitado de ella; en Sal que de sabor y despierte el deseo de escudriñar las Santas Escrituras, tu Palabra, donde realmente aprendemos a conocerte, y conociéndote amarte y amándote también amar a nuestros hermanos.

Que desde la fe en tu resurrección, piedra angular de nuestra unidad, formaremos todos unidos un mundo mejor, un mundo donde cada persona sea reconocida, respetada y amada en lo que ella es: hija e hijo de Dios.

Te pedimos la unidad del corazón y de la inteligencia de la fe, y desde esta unidad seamos piedras vivas en la construcción de tu Iglesia, para que ella aparezca ante el mundo lo que realmente es: Santa e Inmaculada, sin fisura ni mancha alguna. Concédenos, Señor, la gracia de embellecer, con nuestra vida, a nuestra Madre la Iglesia, en lugar de crearle arrugas y manchas que empañan su Esplendor y Belleza con nuestra de sus hijos y hermanos. Amén



https://eclesalia.wordpress.com


miércoles, 20 de enero de 2016

CARTA ABIERTA DE LA RED IGLESIAS Y MINERÍA A LOS OBISPOS Y PASTORES DE AMÉRICA LATINA





Carta abierta de la Red Iglesias y Minería a los obispos y pastores de América

LatinaPublicado: 18 enero, 2016 en DENUNCIA / ANUNCIO





CARTA ABIERTA DE LA RED IGLESIAS Y MINERÍA A LOS OBISPOS Y PASTORES DE AMÉRICA LATINA

RED IGLESIAS Y MINERÍA, iglesiasymineria@gmail.com

BOGOTÁ, LIMA, SANTIAGO, TEGUCIGALPA, SãO LUÍS, RÍO DE JANEIRO, BELO HORIZONTE, NEW YORK, ROMA.



1. Quienes somos

ECLESALIA, 18/01/16.- La red Iglesias y Minería es una coalición ecuménica conformada por cerca de 70 entidades latinoamericanas. Somos comunidades cristianas, equipos de pastoral, comisiones pastorales diocesanas, equipos de las diversas congregaciones religiosas, grupos de reflexión teológica, laicos y laicas reunidos por causa del desafío común de los impactos y violaciones a los derechos socioambientales provocados por las empresas mineras en los territorios donde vivimos y trabajamos.

Creemos en la fuerza de la organización popular en los territorios, a partir del intenso trabajo de los líderes cristianos, de la mística y del compromiso de las comunidades de fe. Ellas defienden todos los días la existencia de las personas, su cultura y relación con la Madre Tierra, sus proyectos y estilos de vida frente a los proyectos que las impactan, expresión de grandes intereses externos y distantes de las comunidades. Comenzamos a sentir la necesidad de reunirnos y articularnos más a partir de la creciente criminalización y persecución de nuestros líderes (conflictosmineros.net), sea por parte de las empresas mineras o de los Estados, muchas veces al servicio de los intereses empresariales.

Por esto, en 2013 realizamos un primer encuentro en Lima (Perú), que confirmó la importancia de la organización de las iglesias ‘de base’, del intercambio entre comunidades cristianas y del debate sobre estos temas también en el ámbito de los sectores de coordinación de la Iglesia. Participó en el encuentro de Lima también el presidente de la Comisión Episcopal para el servicio de la Caridad, la Justicia y la Paz de la CNBB, que motivó la realización de un segundo encuentro en Brasil.

En 2014, Iglesias y Minería se reunió entonces en Brasilia, con un grupo más sólido y articulado, que organizó la coalición para el enfrentamiento de la violencia socioambiental de la minería a partir de los siguientes frentes de actividades: articulación internacional para el diálogo, la incidencia y la denuncia; la facilitación del diálogo entre las comunidades cristianas de base y los sectores de coordinación de las Iglesias; educación popular e intercambio de experiencias; reflexión bíblico-pastoral, sistematización y comunicación.

Realizamos el video de profundización y denuncia “Iglesias y Minería”; publicamos y divulgamos documentos de reflexión crítica sobre algunas iniciativas de las empresas que buscan el apoyo de la iglesia institucional: “Un nuevo inicio para la minería” y “Minería en alianza”.

Integramos redes cualificadas de trabajo para la defensa de los territorios y de los derechos, como la Red Eclesial Panamazónica (REPAM) y el Observatorio de Conflictos Mineros en América Latina (OCMAL); colaboramos con la Coordinación de las Agencias Católicas para el Desarrollo (CIDSE) y con algunas organizaciones religiosas acreditadas en la ONU para la defensa de los derechos humanos: Franciscans International, Vivat International y Mercy International.

Hemos interactuado mucho con el Pontificio Consejo de Justicia y Paz y realizado un encuentro (en julio de 2015) entre el Consejo y representantes de treinta comunidades afectadas por la minería en diversas partes del mundo.

2. Por qué escribimos

Estamos muy preocupados por el crecimiento de la violencia y criminalización de personas y comunidades enteras que se posicionan críticamente frente a la minería en América Latina.

Por otro lado, nos preocupa la estrategia de las empresas mineras. Ellas no están logrando demostrar que las operaciones mineras son sustentables; sus prácticas de responsabilidad social corporativa no resuelven los graves daños y violaciones provocados por sus actividades.

Su nueva estrategia, por tanto, está siendo buscar apoyo de instituciones que tienen credibilidad para lograr la confianza del pueblo. Entre ellas, están también las iglesias.

En diversas ocasiones, los altos ejecutivos de las mayores empresas mineras se encontraron con la Iglesia jerárquica, tanto de confesión católica, como anglicana y presbiterana. Hubo una reunión en el Vaticano en 2013, otra en Canterbury (Inglaterra) en 2014 y una más en el Vaticano en 2015.

También delegaciones de las empresas junto a representantes del mundo religioso están realizando visitas a algunos sitios mineros en países de América Latina. Intentan demonstrar que las operaciones extractivas son transparentes, respectan los derechos humanos y son apoyadas por las comunidades locales. Pero los sitios fueron escogidos por las empresas, lo mismo que los líderes comunitarios que iban encontrar la delegación.

Todo eso demuestra el interés de las empresas por legitimarse, a través de esa aproximación y alianza simbólica con las iglesias. Además, el proyecto “Minería en alianza” que algunas empresas intentaran establecer propone financiar los seminarios y centros de formación de las iglesias para repensar teológica, espiritual y pastoralmente el significado y valor de la minería para las comunidades.

Iglesias y Minería critica fuertemente esas prácticas y escribe a obispos y pastores de las iglesias latinoamericanas ofreciendo los siguientes puntos de reflexión y acción:

a. Posición de la Iglesia

Las comunidades esperan que la Iglesia no mantenga posiciones ‘neutras’ frente a los conflictos mineros. Reconociendo “la inmensa dignidad de los pobres” (LS 158), la Iglesia debe continuar asumiendo su grito y posicionarse al lado de ellos y de la Creación.

Es importante garantizar el Consentimiento Libre, Previo e Informado de todas las comunidades que podrían ser afectadas por un proyecto minero, igualmente el derecho de las mismas decir No a la minería.

Recordamos, a ese respecto, los numerosos documentos de las Conferencias Episcopales nacionales contra la exploración desregulada de los bienes comunes y la reciente publicación del Consejo Latinoamericano de Iglesias, en sintonía con ese tema: “Perspectivas bíblicas-teológicas y desafíos de la crisis climática para las Iglesias en América Latina y el Caribe”.

También valoramos la denuncia formal que la Iglesia Católica de América Latina, a través del Departamento Justicia y Solidaridad del CELAM, presentó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en marzo de 2015, con el título “Posición de la Iglesia católica ante vulneración y abusos contra los derechos humanos de las poblaciones afectadas por las industrias extractivas en América Latina”.

b. ¿Cuál es el diálogo más importante y urgente?

Estamos preocupados sobre la posibilidad de nuevas reuniones de la Iglesia con los ejecutivos de las mayores empresas mineras, en nivel continental o regional.

Eses tipos de encuentros no van a generar cambios efectivos de las empresas en sus prácticas locales, así como no percibimos esos cambios después de los encuentros hechos en Roma y Canterbury.

En nuestra opinión, el diálogo más importante que los obispos y pastores necesitan hacer no es con las empresas, sino con todos los miembros de las iglesias, para definir posiciones comunes sobre eses temas. Aún más, recomendamos el diálogo con las comunidades, apoyando sus reivindicaciones y denuncias concretas. De esa manera, las iglesias contribuyen al empoderamiento de las comunidades, para que sean ellas mismas a dialogar con los Estados y las empresas.

Esperamos que estas simples reflexiones contribuyan para un debate interno a las iglesias latinoamericanas sobre el tema de la minería. Estamos a disposición de obispos, pastores y comunidades en lo que podemos y sabemos ofrecer, a partir de nuestra experiencia, espiritualidad y articulaciones, en cumplimiento del mandato del cuidado de la Casa Común (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Red Iglesias y Minería, desde Bogotá, Lima, Santiago, Tegucigalpa, São Luís, Rio de Janeiro, Belo Horizonte, New York, Roma, en el día 05 de enero de 2016.











miércoles, 13 de enero de 2016

PAZ: UN BIEN ESCASO Y SIEMPRE DESEADO Por Leonardo Boff





Servicios Koinonía <contactos@servicioskoinonia.org>
Para boffsemanal@servicioskoinonia.org

ene 12 a las 12:02 P.M.

Paz: un bien escaso y siempre deseado




Lo que más se escucha al comienzo de cada nuevo año son los deseos de paz y felicidad. Si miramos de manera realista la situación actual del mundo, e incluso de los diferentes países, incluido el nuestro, lo que más falta es precisamente la paz. Pero es tan preciosa que siempre se desea. Y tenemos que empeñarnos un montón (casi iba a decir... hay que luchar, lo que sería contradictorio) para conseguir ese mínimo de paz que hace la vida más apetecible: la paz interior, la paz en la familia, la paz en las relaciones laborales, la paz en el juego político y la paz entre los pueblos. ¡Y cómo se necesita! Además de los ataques terroristas, hay en el mundo 40 focos de guerras o conflictos generalmente devastadores.

Son muchas y hasta misteriosas las causas que destruyen la paz e impiden su construcción. Me limito a la primera: la profunda desigualdad social mundial. Thomas Piketty ha escrito un libro entero sobre La economía de las desigualdades (Anagrama, 2015). El simple hecho de que alrededor del 1% de multibillonarios controlen gran parte de los ingresos de los pueblos, y en Brasil, según el experto en el campo Marcio Pochman, cinco mil familias detenten el 46% del PIB nacional muestra el nivel de desigualdad. Piketty reconoce que «la cuestión de la desigualdad de los ingresos del trabajo se ha convertido en el tema central de la desigualdad contemporánea, si no de todos los tiempos». Ingresos altísimos para unos pocos y pobreza infame para las grandes mayorías.

No olvidemos que la desigualdad es una categoría analítico-descriptiva. Es fría, ya que no deja escuchar el grito del sufrimiento que esconde. Ética y políticamente se traduce por injusticia social. Y teológicamente, en pecado social y estructural que afecta al plan del Creador que creó a todos los seres humanos a su imagen y semejanza, con la misma dignidad y los mismos derechos a los bienes de la vida. Esta justicia original (pacto social y creacional) se rompió a lo largo de la historia y nos legó la injusticia atroz que tenemos actualmente, pues afecta a aquellos que no pueden defenderse por sí mismos.

Una de las partes más contundentes de la encíclica del Papa Francisco sobre el Cuidado de la Casa Común está dedicada a “la desigualdad planetaria” (nn.48-52) Vale la pena citar sus palabras:

«Los excluidos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar… deberían integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el grito de la Tierra como el grito de los pobres» (n.49).

En esto radica la principal causa de la destrucción de las condiciones para la paz entre los seres humanos o con la Madre Tierra: tratamos injustamente a nuestros semejantes; no alimentamos ningún sentido de equidad o de solidaridad con los que menos tienen y pasan todo tipo de necesidades, condenados a morir prematuramente. La encíclica va al punto neurálgico al decir: «Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia» (n.52).

La indiferencia es la ausencia de amor, es expresión de cinismo y de falta de inteligencia cordial y sensible. Retomo siempre esta última en mis reflexiones, porque sin ella no nos animamos a tender la mano al otro para cuidar de la Tierra, que también está sujeta a una gravísima injusticia ecológica: le hacemos la guerra en todos los frentes hasta el punto de que ha entrado en un proceso de caos con el calentamiento global y los efectos extremos que provoca.

En resumen, o vamos a ser personal, social y ecológicamente justos o nunca gozaremos de paz serena.

A mi modo de ver, la mejor definición de paz la dio la Carta de la Tierra al afirmar: «la paz es la plenitud que resulta de las relaciones correctas con uno mismo, con otras personas, otras culturas, otras formas de vida, con la Tierra y con el Todo del cual formamos parte» (n.16, f). Aquí está claro que la paz no es algo que existe por sí mismo. Es el resultado de relaciones correctas con las diferentes realidades que nos rodean. Sin estas relaciones correctas (esto es la justicia) nunca disfrutaremos de la paz.

Para mí es evidente que en el marco actual de una sociedad productivista, consumista, competitiva y nada cooperativa, indiferente y egoísta, mundialmente globalizada, no puede haber paz. A lo sumo algo de pacificación. Tenemos que crear políticamente otro tipo de sociedad que se base en las relaciones justas entre todos, con la naturaleza, con la Madre Tierra y con el Todo (el misterio del mundo) al que pertenecemos. Entonces florecerá la paz que la tradición ética ha definido como «la obra de la justicia» (opus justiciae, pax).