lunes, 15 de febrero de 2016

CAMILO SACERDOTE



Camilo sacerdote



Todos nosotros que lo conocimos como sacerdote conservamos por él una profunda estima y nos ha chocado e incluso revelado el haber leído en una gran parte de la prensa la expresión “el ex-cura Camilo Torres”.


Esta expresión es inaceptable para nosotros, particularmente para nosotros los sacerdotes que conocimos a Camilo Torres, y ello por dos razones: en primer lugar, porque sabemos que se es sacerdote por el sacramento que confiere el sacerdocio de Jesucristo para la continuación de su obra redentora en el mundo, pase lo que pase, por toda la vida. Pero esa es una razón puramente objetiva. Nosotros, que conocimos a -Camilo como sacerdote, sabemos que Camilo no renunció jamás a su sacerdocio y que es en su carácter de sacerdote que ha querido tomar la opción que ha tomado.

Querría al respecto formular las siguientes reflexiones:

1—Algunas palabras sobre la historia del sacerdocio de Camilo.

2—Algunas palabras también sobre la historia de la decisión que tomó.
3 — Luego una reflexión sobre la decisión de Camilo.
4 — Las enseñanzas de la vida de Camilo como sacerdote.

1. Ya se ha hecho alusión a la historia de su vida y pienso que si le tomamos la historia de su sacerdocio veremos que, desde el comienzo, ese sacerdocio fue meditado. Camilo Torres no se comprometió ni al entrar al pequeño seminario ni incluso cuando ingresó al gran seminario luego de sus estudios secundarios. Primero se comprometió en una vía universitaria, para luego seguir una vocación sacerdotal. Fue un sacerdote reflexivo. .Durante su seminario tuvo largas dudas. Se interrogaba sobre si ese era su camino, no el acceso al sacerdocio porque no creo que lo haya dudado nunca, sino sobre si debía convertirse en religioso, y más particularmente, dominico, o si debía continuar su estadía en el seminario. Me acuerdo de haberlo encontrado por primera vez precisamente cuando todavía estaba en el seminario de Bogotá, poco antes de su ordenación, y en ese momento continuaba aún interrogándose al respecto. Este interrogante se lo planteó aún después.


En el curso de una larga conversación que tuvimos, si no me equivoco en 1962, volvió a plantearse el problema. Esta duda entre la vida religiosa y el sacerdocio diocesano estaba motivada por un deseo de mayor fidelidad a su sacerdocio. Sentía, en razón de su temperamento algo bohemio, que necesitaba un marco existencial y una disciplina mayores.

Como sacerdote, aquí en Lovaina o en Bogotá, Colombia, también osciló entre dos orientaciones: la ciencia y la acción. Creo poder afirmar también que las opciones que adoptó y sobre todo la opción final se ha, evidentemente, inclinado hacia la acción, pero siempre dentro de la visión de su sacerdocio. El sacerdocio de Camilo se caracterizaba esencialmente por su preocupación por los hombres. Esto lo conduciría a veces a descuidar eso que podríamos llamar “lo institucional”, sin darle ningún sentido peyorativo al término, pero que convertía a Camilo en una persona que no dudaba en no presentarse a dar su curso universitario porque en el camino tal vez había encontrado a uno u otro que tenía necesidad de su ayuda particularmente en ese momento.

Su sacerdocio estuvo también caracterizado por una visión global de los problemas. Camilo, sin dejar de preocuparse por los detalles personales de cada uno tenía, sin embargo, una visión de los problemas que superaba de lejos lo cotidiano inmediato. También estuvo, desde el comienzo, marcado por el deseo del diálogo con los demás, con los cristianos, los protestantes y los no cristianos. Muchas veces lo he visto ejercitando ese diálogo con los cristianos de otras confesiones y muchas veces he visto también la admiración y el respeto que suscitaba en ese diálogo. Entre otros casos recuerdo especialmente el de un casamiento que celebró entre una protestante y un católico en Bogotá. Recuerdo también su vigorosa defensa de un profesor de la Universidad Nacional, un sociólogo que tenía problemas por ser protestante.

En fin, todo el mundo lo dice, es una repetición: su sacerdocio se caracterizaba también por la generosidad, generosidad coronada por su muerte. Habría mucho más que decir sobre el sacerdocio de Camilo, pero me siento incapaz de hacerlo.
2. ¿Cómo llegó Camilo a la decisión que tomó? Los problemas planteados a la conciencia cristiana en el seno de la sociedad en que vivía lo preocuparon cada vez más, hasta llegar a torturarlo profundamente. La determinación que tomó, lo veremos más adelante, de solicitar su reducción al estado laical, se inscribe en un contexto global propio de la situación latinoamericana; porque él se ubicaba netamente en un plano latinoamericano, y más particularmente, colombiano.


No hay manera de comprender la decisión de Camilo sin ubicarla en su contexto global, en ese contexto de cambio social rápido absolutamente necesario para lograr el acceso de los pueblos latinoamericanos a un bienestar simplemente humano. No hay manera de entenderla, igualmente, sin ubicarla en el marco de la rigidez de las estructuras sociales, políticas y económicas del país en que vivía, sin ubicarla en el marco del sufrimiento de las masas rurales y urbanas.

No se la puede explicar tampoco sin colocarla en el marco del despertar de la Iglesia en América Latina, hecho que constituye uno de los elementos positivos del cuadro, renacimiento que data solamente de 15 años a esta parte y que manifiesta una muy grande vitalidad en todos los países latinoamericanos. Esta vitalidad es tal vez muy dispersa, pero igualmente ha hecho cambiar las perspectivas del cristianismo en América Latina. Camilo era uno de los elementos activos de ese despertar. Participó en él plenamente. Tenía contacto con los sacerdotes, con los obispos, que desde hace unos quince años, algunos incluso desde hace unos veinte años, trabajan en la base para realizar esta renovación del catolicismo y para hacer del cristianismo una fuerza de transformación y no una fuerza de conservación. Pero su decisión no se comprende tampoco sin ubicarla también en el contexto de la actitud de ciertos cristianos, de cierta reacción que asoma en el interior mismo de la Iglesia e incluso en la jerarquía de la Iglesia, sobre todo en el curso de los últimos tres o cuatro años.. El Concilio, aunque parezca paradojal, ha jugado un papel en este fenómeno de “toma de conciencia” de los elementos más conservadores que se han aterrado con la perspectiva del cambio. Algunos prelados importantes del continente latinoamericano, en más de un país, y tal vez de manera particularmente aguda en Colombia, han adoptado actitudes muy poco abiertas. Eso también constituye uno de los elementos de explicación de la determinación de Camilo y que lo ha conducido a donde ya sabemos.

Es entonces que la pregunta se plantea al espíritu de Camilo: ¿como sacerdote puedo aceptar esa situación? ¿No puedo hacer otra cosa? Si el rol de sacerdote sólo me conduce a predicar el apaciguamiento, la caridad, sin duda, pero en un contexto tal, dentro de una estructura social determinada, finalmente da un sentido muy particular al ejercicio del sacerdocio: el reforzamiento de las estructuras en las que se vive y una pasividad y ausencia de transformación.

El sentido de su determinación debe ser interpretado en este conjunto. Jamás su decisión ha consistido l en el abandono de la fe, como a veces se la ha presentado. Es precisamente en función de la fe que quiso tomar su decisión. Jamás estuvo ella motivada por un abandono del sacerdocio, y Dios sabe hasta dónde llegaron las calumnias a este respecto. El pidió ser relevado de sus funciones sacerdotales y nosotros sabemos, y su testimonio está allí para decirlo, que no fue con alegría en el corazón que lo hizo, sino que fue para él un verdadero sacrificio abandonar la posibilidad de celebrar la eucaristía. Solicitó ser relevado de sus funciones sacerdotales para entregarse a la actividad social y política y entró en conflicto con la autoridad religiosa porque quiso permanecer fiel a su decisión.
3. Querría hacer ahora dos reflexiones sobre su decisión. Creo que en memoria de Camilo debemos ser completamente honestos y plantear los problemas en toda su verdad. Es aún prematuro plantearnos todas las preguntas y no es tiempo aún para comprenderlas en su total dimensión. Pero como cristianos debemos hacernos dos preguntas, la decisión que Camilo tomó plantea problemas fundamentales. Querría señalar dos por el momento, antes de hablar de las enseñanzas de su vida de sacerdote. En primer lugar plantea un problema muy fundamental para la Iglesia postconciliar: el papel del sacerdote. ¿Podemos separar eso que podríamos llamar la realidad ontológica del sacerdocio del ejercicio de su función? Pienso que sí. Creo que ello ocurrirá en el futuro, con cierta perspectiva, y con una evolución de los estudios sociológicos y teológicos sobre el rol del sacerdote y sobre el ministerio sacerdotal. Creo que desde este punto de vista la pregunta formulada por Camilo Torres nos obligará a reflexionar y a profundizar nuestra meditación sobre lo que es el sacerdote y sobre la manera en que puede ejercer su papel, su ministerio.
Querría trazar aquí un paralelo, tal vez algo audaz, con los curas obreros. Hace algunos años el hecho mismo de pensar que un sacerdote podría ser obrero originaba violentas protestas. Parecía imposible: era incompatible con la dignidad del sacerdocio. Durante mucho tiempo hubo oposición al principio mismo de que existiera la posibilidad de que un cura trabajara. Luego, con la ayuda de las circunstancias fue lanzada la experiencia de los curas obreros. A! cabo de un cierto tiempo resultó evidente que no era aceptada por el conjunto de la Iglesia a pesar de que la jerarquía había aceptado e integrado esta experiencia en la mayoría de los lugares donde se la había llevado a cabo. Dos Iglesias estaban formándose: por un lado, la Iglesia concreta de los cristianos ordinarios, de los curas de parroquia, incluso tal vez de la Acción Católica, que no habían aceptado o no estaban dispuestos a asumir esta función misionera realizada por los curas obreros, y, por otro lado, estos últimos. Dos Iglesias se habían formado, y esto condujo a los curas obreros, en cierto modo, a oponerse a la Iglesia concreta y a veces a dejarse absorber por el medio cultural, perdiendo incluso algunas nociones de la universalidad del sacerdocio. Luego, al cabo de una larga y penosa interrupción, y al cabo del doloroso sacrificio de muchos curas obreros, he aquí que la Iglesia retoma, al cabo de la meditación, la experiencia y el sufrimiento, esta forma de ejercicio del sacerdocio consagrada ahora oficialmente por el Concilio. Tal vez se trate solamente de meditación. Es un paralelo que tal vez un día nos haga comprender que en el sacerdocio existe una distinción entre esta realidad ontológica del sacerdote y las formas de ejercicio de su rol ministerial.
Una segunda reflexión concierne a la obediencia al Obispo. Camilo fue llevado a un conflicto abierto con su Obispo y para un sacerdote, ciertamente, es una realidad muy dura.
Todo eso debe ser reubicado en su contexto. Por un lado, la concepción de la autoridad no era por cierto adecuada. Era tan grande la ignorancia de los problemas sociales existentes que, en cierto modo, ese conflicto era, tal vez, inevitable. Pero además debe ser profundamente lamentada la utilización (por ambas partes, es verdad) de medios polémicos. Eso debe ayudarnos a meditar sobre las nociones que tenemos acerca del ejercicio de la autoridad en el interior de la Iglesia y de la obediencia y sumisión a la jerarquía eclesiástica. Creo poder afirmar que por ambas partes fueron cometidos graves errores, explicables sin duda por el clima existente, pero que. con toda honestidad, hay que reconocer como tales.
Estas son, pues, algunas de las cuestiones fundamentales para nosotros, cristianos, que deseábamos subrayar en ocasión de esta meditación sobre el sacerdocio de Camilo.
4. También hay enseñanzas de la vida de Camilo como sacerdote. La primera, y creo que todo el mundo coincide en esto, es su amor por el prójimo, que como marca fundamental de su sacerdocio lo condujo hasta el punto de dar la vida por los que amaba.
Una segunda lección es la ambigüedad fundamental de toda realidad terrestre, el misterio del pecado y de la gracia, el misterio de la muerte y de la resurrección y el hecho de que como hombres y como sacerdotes estamos todos sumergidos en esta realidad. Ella no es ambigua en sí misma. Ella es ambigua en cada uno de nosotros. Es por ello que sentimos a Camilo tan cerca nuestro, porque él también se via sumergido en ese dilema. Y es por ello también que todo juicio —aparte del de Dios— sobre su elección no puede ir enteramente en un sentido ni en otro.
Dentro de una realidad terrestre ambigua, que siempre lo será, 1® que más impacta en Camilo es que no haya dudado en actuar. No adoptó esa actitud cómoda del intelectual que siempre pesa el pro y el contra y a fuer de hacerlo termina por no actuar jamás. Era intelectual y lo fue hasta el fin y en consecuencia veía muy bien el pro y el contra, y sin embarco, incluso al precio de equivocarse, no dudó en actuar de acuerdo a su convicción eligiendo sin retaceos, en medio de una realidad ambigua, el partido de los pobres.
Finalmente creo que la enseñanza más profunda y durable del gesto de Camilo reside en su carácter profético. El profeta es utilizado por Dios para recordar a su pueblo su pecado. Permitidme que cite dos pasajes del profeta Amos, uno tomado del capítulo seis y el otro del octavo.
El profeta Amos decía a su pueblo (y ustedes bien saben que varios profetas se hicieron matar porque reprochaban a los hombres sus injusticias): “Puesto que aplastáis al pobre y le exigís un tributo sobre su trigo, entonces no viviréis en esas casas de piedra tallada que os habéis construido, ni beberéis el vino de esas viñas selectas que habéis plantado, porque sé que son muchos vuestros crímenes y enormes vuestros pecados, opresores de los justos, vosotros que echáis al pobre a la calle”.
Y en el capítulo 8 dice: “Escuchad esto los que aplastáis al pobre y querríais exterminar de la tierra a los infelices, vosotros que decís: compraremos por dinero a los débiles y a los pobres por un par de sandalias, y venderemos las aechaduras del trigo. Yahvé ha jurado por la gloria de Jacob: No olvidaré yo nunca esto. ¿No ha de estremecerse por eso la tierra? En duelo quedarán cuantos la habitan. Alzaráse toda ella como el Nilo, temblará y se abajará como el río de Egipto”.
El profeta es aquél que señala la injusticia de una sociedad y es eso lo que Camilo ha hecho y es en ese sentido que su gesto fue profético. Es aquel que señala el juicio de Dios sobre los nombres y que les recuerda que viven en sistemas sociales que los “cristianos deben cambiar.
Para concluir diré que el recuerdo de Camilo Torres perdurará como el de un sacerdote que tomó una opción que lo condujo hasta la muerte, opción que adoptó profundamente persuadido de que así permanecería fiel a su sacerdocio hasta el fin.

Canónigo Francali Houtart





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COMUNISMO EN LA IGLESIA? ENTREVISTA A CAMILO TORRES












[Entrevista]




¿Cuál es su opinión acerca de las revelaciones hechas por el Presidente Valencia sobre la infiltración comunista en la Iglesia?



Desde el punto de vista estrictamente teórico cuando se habla de Iglesia, se habla de todos los bautizados, tanto con bautismo sacramental como con bautismo de deseo. Esto comprende una gran parte de la humanidad puesto que todos aquellos que están de buena fe se supone que tienen el bautismo de deseo. En este sentido, no creo que se pueda hablar de infiltración comunista en la Iglesia ya que, en Colombia, creo que un alto porcentaje de los comunistas son bautizados.

Si se habla de infiltración lo más lógico es suponer que hay miembros de la Iglesia que, diciéndose católicos, realmente son comunistas. Para averiguar si esto sucede no quedaría más remedio que establecer un tri­bunal como el antiguo tribunal de la Inquisición para que detectara a los infiltrados comunistas dentro de la Iglesia.

Sin embargo, en el lenguaje vulgar, cuando se habla de la Iglesia colombiana se habla de los obispos y sacerdotes y cuando se dice que hay infiltrados dentro de la Iglesia la opinión pública entiende que se trata de infiltrados dentro del clero. La investigación que podría esclarecer esta situación supone una labor inquisitorial que establezca dentro de la Iglesia el delito de opinión.

Puede ser que el Presidente no haya tenido esta intención al hacer su declaración, pero si ella se toma en serio los efectos no podrán ser diferentes.

¿Según su criterio a que se debe la frecuente información de cierta prensa sobre la existencia de sacerdotes comunistas?


Para poder entender los motivos que mueven a cierta prensa para informar sobre la existencia de sacerdotes comunistas, tendríamos que ana­lizar el fenómeno del macartismo en general.

Toda clase dirigente tiene sistemas de defensa, algunos informales y otros formales. Cuando se trata de una clase dirigente impopular y mino­ritaria es necesario que ésta busque sistemas eficaces para descalificar ante la opinión pública a sus adversarios. La opinión pública se orienta más fácilmente con adjetivos que con disquisiciones filosóficas.

Para desacreditar un puente, basta con ponerle el epíteto de "podrido". Para hacer perseguir a un perro, aunque éste sea de nobles condiciones, basta darle el adjetivo de "rabioso". En las primeras épocas de nuestra era, decirle cristiano a un individuo era una forma de colocarlo fuera de la ley. Después se le decía "bárbaro" al enemigo del Imperio Romano para poderlo perseguir. Antes de la Revolución Francesa se perseguía a los libres pensadores, liberales, demócratas, plebeyos, etc. En la actualidad, la mejor manera de desencadenar la persecución sobre un elemento peligroso para la clase dirigente, es llamarlo comunista.

La clase dirigente colombiana ha considerado a la Iglesia y al Ejército como aliados incondicionales suyos, es natural que, cuando aparecen sacerdotes o militares inconformes, considere que su estructura interna co­mienza a resquebrajarse. Por lo tanto, sacerdotes y militares inconformes

constituyen un elemento mucho más peligroso para el sistema que los mismos comunistas afiliados al partido. De ahí la necesidad para la clase dirigente de desacreditarlos ante la opinión pública, tildándoles de comu­nistas. La prensa, servidora de esta clase, no puede adoptar una política diferente.

¿El clero colombiano peca de comunista o de anti-comunista?


El clero colombiano ciertamente no peca de comunista. El comunismo tiene un sistema filosófico incompatible con el cristianismo, aunque en sus aspiraciones socioeconómicas la mayoría de sus postulados no riñen con la fe cristiana.

Para decir que peca de anticomunista, se necesitaría hacer una investigación sobre las pastorales, los escritos, los sermones de nuestros obispos y sacerdotes. Sin embargo, mi impresión personal es que el comunismo ha sido considerado como el principal mal de la cristiandad en nuestra época. Este es un enfoque poco teológico y poco científico.

Poco teológico, porque el principal mal de la cristiandad es la falta de amor, tanto dentro de ella misma como respecto de los no cristianos, incluyendo a los comunistas. Por la falta de un amor eficaz traducido a las estructuras temporales en una forma científica por parte de los cris­tianos ha surgido el comunismo como una solución con todos sus aciertos y sus errores.

Desde el punto de vista científico, la posición del cristiano no debe ser anti sino en favor del bien de la humanidad. Si este bien no se puede realizar sino cambiando las estructuras temporales sería pecaminoso que el cristiano se opusiera al cambio. Solamente la crítica discriminada y científica del comunismo, en vista a la realización de este bien, puede justificar no una posición anti-comunista sino una posición científica que implique rechazo de todo lo que sea anti-científico.

¿Según su juicio, la actitud del clero colombiano ante los problemas sociales requerirla una revisión?


En general, yo creo que la actitud del clero colombiano ante los problemas sociales sí requiere una revisión. Esta revisión se podría re. sumir así:

1. Preocupación por el bienestar de la humanidad más que por preser­varla del comunismo.

2. Descartar la beneficencia ocasional y paternalista como forma habi­tual de acción.

3. Concentrar los esfuerzos en la formación de un laicado capaz de transformar las estructuras temporales desde su base atacando así el origen de los problemas sociales.

¿El clero colombiano tiene mentalidad capitalista?

Para poder juzgar de la mentalidad de un grupo social, se requeriría un análisis bastante profundo. Sin embargo, yo considero que el clero colombiano por lo menos en la impresión que deja ante la opinión pública aparece con una mentalidad más feudal que capitalista y, en el mejor de los casos, con una mentalidad netamente capitalista.

La mentalidad feudal se caracteriza fundamentalmente por el deseo de posesión, haciendo caso omiso del lucro, de la productividad y del servicio a la comunidad.

La mentalidad capitalista por el deseo del lucro, sin considerar el servicio a la comunidad.

Ante la opinión pública el clero colombiano aparece como un grupo con deseo de posesión. En las esferas jerárquicas más altas y principal­mente en los sectores urbanos, creo yo que aparece como un grupo con deseo de lucro. La opinión pública colombiana me parece que no tiene conciencia de que la Iglesia gaste dinero en servicio de la comunidad.

¿El comunismo debe ser puesto fuera de la ley?

Desde el punto de vista teórico creo yo que la mejor arma para combatir las ideas son las ideas; la mejor arma para combatir los movimientos políticos es mostrar una mayor eficacia en el uso del poder. Por lo tanto, las disposiciones legales en contra de ideas o de movimientos políticos son, en mi concepto, una demostración de debilidad ante ellos.

Sin embargo, si en un país se considera de hecho los comunistas ex­cluidos de los cargos públicos, del derecho a ser elegidos, se excluyen de las cátedras universitarias y en muchas ocasiones, pierden el derecho de es­tudiar y de trabajar, sería una posición menos hipócrita declararlos oficialmente fuera de la ley que conservar una legalidad aparente, pura­mente táctica para disfrazar ese estado de cosas con un ropaje democrático a fin de evitar que los adversarios capitalicen la mística que les daría la ilegalidad y el hecho de ser considerados como víctimas.






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domingo, 14 de febrero de 2016

TEXTO Y VIDEO: Discurso del Papa Francisco en el encuentro con los Obispos de México




TEXTO Y VIDEO: Discurso del Papa Francisco en el encuentro con los Obispos de México








CIUDAD DE MÉXICO, 13 Feb. 16 / 01:14 pm (ACI/Europa Press).- El Papa Francisco dirigió un extenso discurso a los obispos de México en la Catedral Metropolitana de Ciudad de México. A continuación el texto completo de sus palabras:

Queridos Hermanos:

Estoy contento de poder encontrarlos al día siguiente de mi llegada a este amado País al cual, siguiendo los pasos de mis Predecesores, también yo he venido a visitar.

No podía dejar de venir ¿Podría el Sucesor de Pedro, llamado del lejano sur latinoamericano, privarse de poder posar la propia mirada sobre la «Virgen Morenita»?

Les agradezco que me reciban en esta Catedral, «casita» prolongada pero siempre «sagrada», que pidió la Virgen de Guadalupe, y por las amables palabras de acogida que me han dirigido.

Porque sé que aquí se halla el corazón secreto de cada mexicano, entro con pasos suaves como corresponde entrar en la casa y en el alma de este pueblo y estoy profundamente agradecido por abrirme la puerta. Sé que mirando los ojos de la Virgen alcanzo la mirada de vuestra gente que, en Ella, ha aprendido a manifestarse. Sé que ninguna otra voz puede hablar así tan profundamente del corazón mexicano como me puede hablar la Virgen; Ella custodia sus más altos deseos y sus más recónditas esperanzas; Ella recoge sus alegrías y sus lágrimas; Ella comprende sus numerosos idiomas y les responde con ternura de Madre porque son sus propios hijos.

Estoy contento de estar con ustedes aquí, en las cercanías del «Cerro del Tepeyac», como en los albores de la evangelización de este Continente y, por favor, les pido que me consientan que todo cuanto les diga pueda hacerlo partiendo desde la Guadalupana. Cuánto quisiera que fuese Ella misma quien les lleve, hasta lo profundo de sus almas de Pastores y, por medio de ustedes, a cada una de sus Iglesias particulares presentes en este vasto México, todo lo que fluye intensamente del corazón del Papa.

Como hizo San Juan Diego, y lo hicieron las sucesivas generaciones de los hijos de la Guadalupana, también el Papa cultivaba desde hace tiempo el deseo de mirarla. Más aún, quería yo mismo ser alcanzado por su mirada materna. He reflexionado mucho sobre el misterio de esta mirada y les ruego acojan cuanto brota de mi corazón de Pastor en este momento.

Una mirada de ternura

Ante todo, la «Virgen Morenita» nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia.

Un inquieto y notable literato de esta tierra dijo que en Guadalupe ya no se pide la abundancia de las cosechas o la fertilidad de la tierra, sino que se busca un regazo en el cual los hombres, siempre huérfanos y desheredados, están en la búsqueda de un resguardo, de un hogar.

Transcurridos siglos del evento fundante de este País y de la evangelización del Continente, ¿acaso se ha diluido, se ha olvidado, la necesidad de regazo que anhela el corazón del pueblo que se les ha confiado a ustedes?

Conozco la larga y dolorosa historia que han atravesado, no sin derramar tanta sangre, no sin impetuosas y desgarradoras convulsiones, no sin violencia e incomprensiones. Con razón mi venerado y santo Predecesor, dijo, que en México estaba como en su casa y ha querido recordar que: «Como ríos a veces ocultos y siempre caudalosos, tres realidades que unas veces se encuentran y otras revelan sus diferencias complementarias, sin jamás confundirse del todo: la antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas que amaron Juan de Zumárraga y Vasco de Quiroga, a quienes muchos de estos pueblos siguen llamando padres; el cristianismo arraigado en el alma de los mexicanos; y la moderna racionalidad de corte europeo que tanto ha querido enaltecer la independencia y la libertad» (JUAN PABLO II, Discurso en la ceremonia de bienvenida en México, 22 enero 1999).

Y en esta historia, el regazo materno que continuamente ha generado a México, aunque a veces pareciera una «red que recogía ciento cincuenta y tres peces» (Jn 21,11), no se demostró jamás infecundo, y las amenazantes fracturas se recompusieron siempre.

Por eso, les invito a partir nuevamente de esta necesidad de regazo que proclama el alma de vuestro pueblo. El regazo de la fe cristiana es capaz de reconciliar el pasado, frecuentemente marcado por la soledad, el aislamiento y la marginación, con el futuro continuamente relegado a un mañana que se escabulle. Sólo en aquel regazo se puede, sin renunciar a la propia identidad, «descubrir la profunda verdad de la nueva humanidad, en la cual todos están llamados a ser hijos de Dios» (ID., Homilía en la Canonización de San Juan Diego).

Reclínense pues, con delicadeza y respeto, sobre el alma profunda de su gente, desciendan con atención y descifren su misterioso rostro. El presente, frecuentemente disuelto en dispersión y fiesta, ¿acaso no es también propedéutico a Dios que es sólo y pleno presente? ¿La familiaridad con el dolor y la muerte no son formas de coraje y caminos hacia la esperanza? La percepción de que el mundo sea siempre y solamente para redimir, ¿no es el antídoto a la autosuficiencia prepotente de cuantos creen poder prescindir de Dios?

Naturalmente, por todo esto se necesita una mirada capaz de reflejar la ternura de Dios. Sean por lo tanto obispos de mirada limpia, de alma transparente, de rostro luminoso. No le tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los «carros y caballos» de los faraones actuales, porque nuestra fuerza es la «columna de fuego» que rompe dividiendo en dos las marejadas del mar, sin hacer grande rumor (cf. Ex 14,24-25).

El mundo en el cual el Señor nos llama a desarrollar nuestra misión se ha vuelto muy complejo. Y aunque la prepotente idea del «cogito», que no negaba que hubiese al menos una roca sobre la arena del ser, hoy está dominada por una concepción de la vida, considerada por muchos, más que nunca, vacilante, errabunda y anómica, porque carece de sustrato sólido. Las fronteras, tan intensamente invocadas y sostenidas, se han vuelto permeables a la novedad de un mundo en el cual la fuerza de algunos ya no puede sobrevivir sin la vulnerabilidad de otros. La irreversible hibridación de la tecnología hace cercano lo que está lejano pero, lamentablemente, hace distante lo que debería estar cerca.

Y, precisamente en este mundo, así, Dios les pide tener una mirada capaz de interceptar la pregunta que grita en el corazón de vuestra gente, la única que posee en el propio calendario una «fiesta del grito». A ese grito es necesario responder que Dios existe y está cerca a través de Jesús. Que sólo Dios es la realidad sobre la cual se puede construir, porque «Dios es la realidad fundante, no un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano» (BENEDICTO XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia General del CELAM, 13 mayo 2007).

En las miradas de ustedes, el Pueblo mexicano tiene el derecho de encontrar las huellas de quienes «han visto al Señor» (cf. Jn 20,25), de quienes han estado con Dios. Esto es lo esencial. No pierdan, entonces, tiempo y energías en las cosas secundarias, en las habladurías e intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, en los infecundos clubs de intereses o de consorterías. No se dejen arrastrar por las murmuraciones y las maledicencias. Introduzcan a sus sacerdotes en esta comprensión del sagrado ministerio. A nosotros, ministros de Dios, basta la gracia de «beber el cáliz del Señor», el don de custodiar la parte de su heredad que se nos ha confiado, aunque seamos inexpertos administradores. Dejemos al Padre asignarnos el puesto que nos tiene preparado (cf. Mt 20,20-28).

¿Acaso podemos estar de verdad ocupados en otras cosas si no es en las del Padre? Fuera de las «cosas del Padre» (Lc 2,48-49) perdemos nuestra identidad y, culpablemente, hacemos vana su gracia.

Si nuestra mirada no testimonia haber visto a Jesús, entonces las palabras que recordamos de Él resultan solamente figuras retóricas vacías. Quizás expresen la nostalgia de aquellos que no pueden olvidar al Señor, pero de todos modos son sólo el balbucear de huérfanos junto al sepulcro. Palabras finalmente incapaces de impedir que el mundo quede abandonado y reducido a la propia potencia desesperada.

Pienso en la necesidad de ofrecer un regazo materno a los jóvenes. Que vuestras miradas sean capaces de cruzarse con las miradas de ellos, de amarlos y de captar lo que ellos buscan, con aquella fuerza con la que muchos como ellos han dejado barcas y redes sobre la otra orilla del mar (cf. Mc 1,17-18), han abandonado bancos de extorsiones con tal de seguir al Señor de la verdadera riqueza (cf. Mt 9,9).

Me preocupan particularmente tantos que, seducidos por la potencia vacía del mundo, exaltan las quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para comercializar la muerte en cambio de monedas que, al final, «la polilla y el óxido echan a perder, y por lo que los ladrones perforan muros y roban» (Mt 6,20). Les ruego por favor no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia.

La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas, sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza. Sólo comenzando por las familias; acercándonos y abrazando la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando a las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, las comunidades políticas, las estructuras de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada.





Volviendo la mirada a María de Guadalupe surge una mirada capaz de tejer

En el manto del alma mexicana Dios ha tejido, con el hilo de las huellas mestizas de su gente, el rostro de su manifestación en la «Morenita». Dios no necesita de colores apagados para diseñar su rostro. Los diseños de Dios no están condicionados por los colores y por los hilos, sino que están determinados por la irreversibilidad de su amor que quiere persistentemente imprimirse en nosotros.

Sean, por tanto, obispos capaces de imitar esta libertad de Dios eligiendo cuanto es humilde para hacer visible la majestad de su rostro y de copiar esta paciencia divina en tejer, con el hilo fino de la humanidad que encuentren, aquel hombre nuevo que su país espera. No se dejen llevar por la vana búsqueda de cambiar de pueblo, como si el amor de Dios no tuviese bastante fuerza para cambiarlo.

Redescubran pues la sabia y humilde constancia con que los Padres de la fe de esta Patria han sabido introducir a las generaciones sucesivas en la semántica del misterio divino. Primero aprendiendo y, luego, enseñando la gramática necesaria para dialogar con aquel Dios, escondido en los siglos de su búsqueda y hecho cercano en la persona de su Hijo Jesús, que hoy tantos reconocen en la imagen ensangrentada y humillada, como figura del propio destino. Imiten su condescendencia y su capacidad de reclinarse. No comprenderemos jamás bastante el hecho de que con los hilos mestizos de nuestra gente Dios entretejió el rostro con el cual se da a conocer. Nunca seremos suficientemente agradecidos a este inclinarse.

Una mirada de singular delicadeza les pido para los pueblos indígenas, para ellos y sus fascinantes y no pocas veces masacradas culturas. México tiene necesidad de sus raíces amerindias para no quedarse en un enigma irresuelto. Los indígenas de México aún esperan que se les reconozca efectivamente la riqueza de su contribución y la fecundidad de su presencia, para heredar aquella identidad que les convierte en una Nación única y no solamente una entre otras.

Se ha hablado muchas veces del presunto destino incumplido de esta Nación, del «laberinto de la soledad» en el cual estaría aprisionada, de la geografía como destino que la entrampa. Para algunos, todo esto sería obstáculo para el diseño de un rostro unitario, de una identidad adulta, de una posición singular en el concierto de las naciones y de una misión compartida.

Para otros, también la Iglesia en México estaría condenada a escoger entre sufrir la inferioridad en la cual fue relegada en algunos períodos de su historia, como cuando su voz fue silenciada y se buscó amputar su presencia, o aventurarse en los fundamentalismos para volver a tener certezas provisorias, olvidándose de tener anidada en su corazón la sed del Absoluto y ser llamada en Cristo a reunir a todos y no sólo una parte (cf. Lumen gentium, 1, 1).

No se cansen en cambio de recordarle a su Pueblo cuánto son potentes las raíces antiguas, que han permitido la viva síntesis cristiana de comunión humana, cultural y espiritual que se forjó aquí. Recuerden que las alas de su Pueblo ya se han desplegado varias veces por encima de no pocas vicisitudes. Custodien la memoria del largo camino hasta ahora recorrido y sepan suscitar la esperanza de nuevas metas, porque el mañana será una tierra «rica de frutos» aunque nos plantee desafíos no indiferentes (cf. Nm 13,27-28).

Que las miradas de ustedes, reposadas siempre y solamente en Cristo, sean capaces de contribuir a la unidad de su Pueblo; de favorecer la reconciliación de sus diferencias y la integración de sus diversidades; de promover la solución de sus problemas endógenos; de recordar la medida alta que México puede alcanzar si aprende a pertenecerse a sí mismo antes que a otros; de ayudar a encontrar soluciones compartidas y sostenibles para sus miserias; de motivar a la entera Nación a no contentarse con menos de cuanto se espera del modo mexicano de habitar el mundo.

Una mirada atenta y cercana, no adormecida

Les ruego no caer en la paralización de dar viejas respuestas a las nuevas demandas. Vuestro pasado es un pozo de riquezas donde excavar, que puede inspirar el presente e iluminar el futuro. ¡Ay de ustedes si se duermen en los laureles! Es necesario no desperdiciar la herencia recibida, custodiándola con un trabajo constante. Están asentados sobre espaldas de gigantes: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, fieles «hasta el final», que han ofrecido la vida para que la Iglesia pudiese cumplir la propia misión. Desde lo alto de ese podio están llamados a lanzar una mirada amplia sobre el campo del Señor para planificar la siembra y esperar la cosecha.

Los invito a cansarse sin miedo en la tarea de evangelizar y de profundizar la fe mediante una catequesis mistagógica que sepa atesorar la religiosidad popular de su gente. Nuestro tiempo requiere atención pastoral a las personas y a los grupos, que esperan poder salir al encuentro del Cristo vivo. Solamente una valerosa conversión pastoral, y subrayo, conversión pastoral de nuestras comunidades puede buscar, generar y nutrir a los actuales discípulos de Jesús (cf. Documento deAparecida, 226, 368, 370).

Por tanto, es necesario para nosotros, pastores, superar la tentación de la distancia -y dejo a cada uno de ustedes el catálogo de las distancias que puedan existir en esta conferencia episcopal- del clericalismo, de la frialdad y de la indiferencia, del comportamiento triunfal y de la autorreferencialidad. Guadalupe nos enseña que Dios es familiar en su rostro, que la proximidad y la condescendencia -agacharse, acercarse- pueden más que la fuerza, que cualquier tipo de fuerza.

Como enseña la bella tradición guadalupana, la «Morenita» custodia las miradas de aquellos que la contemplan, refleja el rostro de aquellos que la encuentran. Es necesario aprender que hay algo de irrepetible en cada uno de aquellos que nos miran en la búsqueda de Dios. Toca a nosotros no volvernos impermeables a tales miradas. Custodiar en nosotros a cada uno de ellos, conservarlos en el corazón, resguardarlos.

Sólo una Iglesia que sepa resguardar el rostro de los hombres que van a tocar a su puerta es capaz de hablarles de Dios. Si no desciframos sus sufrimientos, si no nos damos cuenta de sus necesidades, nada podremos ofrecerles. La riqueza que tenemos fluye solamente cuando encontramos la poquedad de aquellos que mendigan y, precisamente, este encuentro se realiza en nuestro corazón de Pastores.

El primer rostro que les suplico custodien en su corazón es el de sus sacerdotes. No los dejen expuestos a la soledad y al abandono, presa de la mundanidad que devora el corazón. Estén atentos y aprendan a leer sus miradas para alegrarse con ellos cuando sientan el gozo de contar cuanto «han hecho y enseñado» (Mc 6,30), y también para no echarse atrás cuando se sientan un poco rebajados y no puedan hacer otra cosa que llorar porque «han negado al Señor» (cf. Lc 22,61-62), y también ¿por qué no? para sostener, en comunión con Cristo, cuando alguno, abatido, saldrá con Judas «en la noche» (Jn 13,30).

En estas situaciones, que nunca falte la paternidad de ustedes, Obispos, para con sus sacerdotes. Animen la comunión entre ellos; hagan perfeccionar sus dones; intégrenlos en las grandes causas, porque el corazón del apóstol no fue hecho para cosas pequeñas.

La necesidad de familiaridad habita en el corazón de Dios. Nuestra Señora de Guadalupe pide, pues, únicamente una «casita sagrada». Nuestros pueblos latinoamericanos entienden bien el lenguaje diminutivo (una casita sagrada) y de muy buen grado lo usan. Quizá tienen necesidad del diminutivo porque de otra forma se sentirían perdidos. Se adaptaron siempre a sentirse disminuidos y se acostumbraron a vivir en la modestia.

La Iglesia, cuando se congrega en una majestuosa Catedral, no podrá hacer menos que comprenderse como una «casita» en la cual sus hijos pueden sentirse a su propio gusto. Delante de Dios sólo se permanece si se es pequeño, si se es huérfano, si se es mendicante. El Protagonista de la historia de salvación es el mendigo.

«Casita» familiar y al mismo tiempo «sagrada», porque la proximidad se llena de la grandeza omnipotente. Somos guardianes de este misterio. Tal vez hemos perdido este sentido de la humilde medida divina y nos cansamos de ofrecer a los nuestros la «casita» en la cual se sienten íntimos con Dios. Puede darse también que, habiendo descuidado un poco el sentido de su grandeza, se haya perdido parte del temor reverente hacia un tal amor. Donde Dios habita, el hombre no puede acceder sin ser admitido y entra solamente «quitándose las sandalias» (cf. Ex 3, 5) para confesar la propia insuficiencia.

Este habernos olvidado de este «quitarse las sandalias» para entrar, ¿no está posiblemente en la raíz de la pérdida del sentido de la sacralidad de la vida humana, de la persona, de los valores esenciales, de la sabiduría acumulada a lo largo de los siglos, del respeto a la naturaleza? Sin rescatar, en la conciencia de los hombres y de la sociedad, estas raíces profundas, incluso al trabajo generoso en favor de los legítimos derechos humanos le faltará la savia vital que puede provenir sólo de un manantial que la humanidad no podrá darse jamás a sí misma.Y siempre mirando a la madre, para terminar.

Una mirada de conjunto y de unidad

Sólo mirando a la «Morenita», México se comprende por completo. Por tanto, les invito a comprender que la misión que la Iglesia les confía, y siempre les confió, requiere esta mirada que abarque la totalidad. Y esto no puede realizarse aisladamente, sino sólo en comunión.

La Guadalupana está ceñida de una cintura que anuncia su fecundidad. Es la Virgen que lleva ya en el vientre el Hijo esperado por los hombres. Es la Madre que ya gesta la humanidad del nuevo mundo naciente. Es la Esposa que prefigura la maternidad fecunda de la Iglesia de Cristo. Ustedes tienen la misión de ceñir toda la Nación mexicana con la fecundidad de Dios. Ningún pedazo de esta cinta puede ser despreciado.

El episcopado mexicano ha cumplido notables pasos en estos años conciliares; ha aumentado sus miembros; se ha promovido una permanente formación, continua y cualificada; el ambiente fraterno no faltó; el espíritu de colegialidad ha crecido; las intervenciones pastorales han influido sobre sus Iglesias y sobre la conciencia nacional; los trabajos pastorales compartidos han sido fructuosos en los campos esenciales de la misión eclesial como la familia, las vocaciones y la presencia social.

Mientras nos alegramos por el camino de estos años, les pido que no se dejen desanimar por las dificultades y de no ahorrar todo esfuerzo posible por promover, entre ustedes y en sus diócesis, el celo misionero, sobre todo hacia las partes más necesitadas del único cuerpo de la Iglesia mexicana. Redescubrir que la Iglesia es misión es fundamental para su futuro, porque sólo el «entusiasmo, el estupor convencido» de los evangelizadores tiene la fuerza de arrastre. Les ruego, especialmente, cuidar la formación y la preparación de los laicos, superando toda forma de clericalismo e involucrándolos activamente en la misión de la Iglesia, sobre todo en el hacer presente, con el testimonio de la propia vida, el evangelio de Cristo en el mundo.

A este Pueblo mexicano, le ayudará mucho un testimonio unificador de la síntesis cristiana y una visión compartida de la identidad y del destino de su gente. En este sentido, sería muy importante que la Pontificia Universidad de México esté cada vez más en el corazón de los esfuerzos eclesiales para asegurar aquella mirada de universalidad sin la cual la razón, resignada a módulos parciales, renuncia a su más alta aspiración de búsqueda de la verdad.

La misión es vasta y llevarla adelante requiere múltiples caminos. Y, con más viva insistencia, los exhorto a conservar la comunión y la unidad entre ustedes. Esto es esencial hermanos, esto no está en el texto pero me sale ahora: si tienen que pelearse, peléense, si tienen que decirse cosas, se las digan, pero como hombres, en la cara y como hombres de Dios, que después van a rezar juntos, a discernir juntos y si se pasaron de la raya, a pedirse perdón pero mantengan la unidad del cuerpo episcopal.

Comunión y unidad entre ustedes

La comunión es la forma vital de la Iglesia y la unidad de sus Pastores da prueba de su veracidad. México, y su vasta y multiforme Iglesia, tienen necesidad de Obispos servidores y custodios de la unidad edificada sobre la Palabra del Señor, alimentada con su Cuerpo y guiada por su Espíritu, que es el aliento vital de la Iglesia.

No se necesitan «príncipes», sino una comunidad de testigos del Señor. Cristo es la única luz; es el manantial de agua viva; de su respiro sale el Espíritu, que despliega las velas de la barca eclesial. En Cristo glorificado, que la gente de este pueblo ama honrar como Rey, enciendan juntos la luz, cólmense de su presencia que no se extingue; respiren a pleno pulmón el aire bueno de su Espíritu. Toca a ustedes sembrar a Cristo sobre el territorio, tener encendida su luz humilde que clarifica sin ofuscar, asegurar que en sus aguas se colme la sed de su gente; extender las velas para que sea el soplo del Espíritu quien las despliegue y no encalle en la barca de la Iglesia en México.

Recuerden que la Esposa, la Esposa de cada uno de ustedes, la Esposa, la Madre Iglesia, sabe bien que el Pastor amado (cf. Ct 1,7) será encontrado sólo donde los pastos son herbosos y los riachuelos cristalinos. La Esposa desconfía de los compañeros del Esposo que, alguna vez por desidia o incapacidad, conducen a la grey por lugares áridos y llenos de peñascos. ¡Ay de nosotros pastores, compañeros del Supremo Pastor, si dejamos vagar a su Esposa porque en la tienda que nos hicimos el Esposo no se encuentra!

Permítanme una última palabra para expresar el aprecio del Papa por todo cuanto están haciendo para afrontar el desafío de nuestra época representada en las migraciones. Son millones los hijos de la Iglesia que hoy viven en la diáspora o en el tránsito, peregrinando hacia el norte en búsqueda de nuevas oportunidades. Muchos de ellos dejan atrás las propias raíces para aventurarse, aún en la clandestinidad que implica todo tipo de riesgos, en búsqueda de la «luz verde» que juzgan como su esperanza. Tantas familias se dividen; y no siempre la integración en la presunta «tierra prometida» es tan fácil como se piensa.

Hermanos, que sus corazones sean capaces de seguirlos y alcanzarlos más allá de las fronteras. Refuercen la comunión con sus hermanos del episcopado estadounidense, para que la presencia materna de la Iglesia mantenga viva las raíces de su fe, las razones de sus esperanzas y la fuerza de su caridad. No suceda que, colgando sus cítaras, se enmudezcan sus alegrías, olvidándose de Jerusalén y convirtiéndose en «exilados de sí mismos» (Sal 136). Testimonien juntos que la Iglesia es custodia de una visión unitaria del hombre y no puede compartir que sea reducido a un mero «recurso» humano.

No será vana la premura de sus diócesis en echar el poco bálsamo que tienen en los pies heridos de quien atraviesa sus territorios y de gastar por ellos el dinero duramente colectado; el Samaritano divino, al final, enriquecerá a quien no pasó indiferente ante Él cuando estaba caído sobre el camino (cf. Lc 10,25-37).

Queridos hermanos, el Papa está seguro de que México y su Iglesia llegarán a tiempo a la cita consigo mismos, con la historia, con Dios. Tal vez alguna piedra en el camino retrasa la marcha, y la fatiga del trayecto exigirá alguna parada, pero no será jamás bastante para hacer perder la meta. Porque, ¿puede llegar tarde quien tiene una Madre que lo espera? ¿Quien continuamente puede sentir resonar en el propio corazón «no estoy aquí, Yo, que soy tu Madre»?




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EL PAPA RETÓ AL PODER POLÍTICO Y A LOS OBISPOS Por Eduardo Febbro


"Ahora, Francisco vino a poner otros temas sobre el tapete con un lenguaje sin decorados, principalmente, la falta de acción y de compromisos justos con las víctimas de la violencia y la corrupción, además del encubrimiento o los silencios con los abusos de menores. En la Catedral, el martillazo de Francisco sonó como una sentencia cuando dijo: “¡Ay de ustedes si se duermen en los laureles!”. Ay, ay, y eso no era más que el principio. El ramo de reproches, órdenes, críticas y bajada de línea fue un perfume abrasador. Francisco expresó que el “pueblo mexicano tiene derecho” a que el mensaje de Cristo se encarne “en su Iglesia”, les exigió a los obispos a que se animen con sus miradas a “cruzarse con las miradas de los jóvenes” y recomendó que “no minusvaloren el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa”. Sobre las querellas intestinas que contaminan la Iglesia mexicana, el Papa sacó un estruendoso “¡si tienen que pelearse, peléense como hombres, a la cara!”. Pálidos se quedaron los obispos y representantes. Y para no olvidar a nadie, el pontífice sugirió a los presentes que no escondan sus sotanas y se concentren con “singular delicadeza en los pueblos indígenas y sus fascinantes, y no pocas veces masacradas, culturas”.

Francisco dictó cátedra de un programa que debe revitalizar a la Iglesia a partir de la misma calle, esa que le manifiesta devoción.




› ENUMERO LOS DRAMAS QUE VIVEN SOCIEDADES COMO LA MEXICANA: CORRUPCION, NARCOTRAFICO, VIOLENCIA Y TRAFICO DE PERSONAS

El Papa retó al poder político y a los obispos

En dos tiempos sucesivos, Francisco se dirigió en tono firme al poder mexicano y luego, en la Catedral de México, reprendió lisa y llanamente a una dirigencia católica embutida en sus juegos y conflictos internos.



 Por Eduardo Febbro
Desde Ciudad de México



Apenas llegó a México, el papa Francisco demostró que sus cinco días de estancia en el país que lo aclamó por las calles cuando pisó suelo mexicano no serían un paseo folklórico sino un viaje con honda dimensión política. En dos tiempos sucesivos, el pontífice se dirigió en tono firme al poder mexicano y luego, en uno de los templos más derechistas del continente, la Catedral de México, retó lisa y llanamente a una dirigencia católica embutida en sus jueguitos internos y los arduos conflictos entre sotanas. Después de seis visitas papales, Francisco fue el primer Papa en ingresar al recinto del Palacio Nacional en un gesto que, para el portavoz del gobierno, Eduardo Sánchez, demuestra “las buenas relaciones y la concordia”. Dentro del Palacio Nacional, bajo los simbólicos chispazos de los cuadros de uno de los artistas más críticos con la evangelización, Diego de Rivera, Francisco escuchó al presidente Peña Nieto admitir lo que el Papa había aportado: “Reconocemos en usted a un líder sencillo y reformador que está llevando la Iglesia Católica a la gente”. Lejos de esas amabilidades y ante las más altas autoridades del país, Francisco bebió agua y dijo: “Cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano la vida en sociedad se vuelve terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte”. En esas frases estaban retratados todos los dramas de un país donde, según datos oficiales del mismo gobierno, existe una lista con 27.000 personas desaparecidas.

La situación es tal que Amnistía Internacional estimó que México atraviesa una crisis de derechos humanos “de dimensión epidémica”. El jefe de la Iglesia Católica continuó luego interpelando directamente a los representantes de los poderes reunidos en el Palacio: “A los dirigentes de la vida social, cultural y política les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva”. El Papa se dirigió después a la controvertida dirigencia eclesiástica de México, y no se ocultó en retóricas apaciguadoras. Ya había algo espeso durante la mañana, en el curso del trayecto de Francisco en papamóvil con el arzobispo primado de México, Norberto Rivera, sentado detrás con un gesto sombrío. Rivera es una figura clásica de la corriente más conservadora que aún detenta cierto poder en las jerarquías católicas de América latina. En los tiempos del papado de Juan Pablo II fue un hombre con enorme poder, pero esos años parecen haber ahora pasado y el arzobispo, que tiene a su cargo la arquidiócesis más grande del mundo, enfrenta el huracán renovador de la “Iglesia pobre para los pobres” con mucho desconcierto. En un momento, a Rivera pareció faltarle la razón, o el más terrestre de los sentidos comunes. Fue un acérrimo defensor de Marcial Maciel, el fundador del estrepitoso movimiento Los Legionarios de Cristo. Benedicto XVI había sacado el dossier negro de los Legionarios de las sombras donde Juan Pablo II lo había ocultado con un empeño desolador.

Ahora, Francisco vino a poner otros temas sobre el tapete con un lenguaje sin decorados, principalmente, la falta de acción y de compromisos justos con las víctimas de la violencia y la corrupción, además del encubrimiento o los silencios con los abusos de menores. En la Catedral, el martillazo de Francisco sonó como una sentencia cuando dijo: “¡Ay de ustedes si se duermen en los laureles!”. Ay, ay, y eso no era más que el principio. El ramo de reproches, órdenes, críticas y bajada de línea fue un perfume abrasador. Francisco expresó que el “pueblo mexicano tiene derecho” a que el mensaje de Cristo se encarne “en su Iglesia”, les exigió a los obispos a que se animen con sus miradas a “cruzarse con las miradas de los jóvenes” y recomendó que “no minusvaloren el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa”. Sobre las querellas intestinas que contaminan la Iglesia mexicana, el Papa sacó un estruendoso “¡si tienen que pelearse, peléense como hombres, a la cara!”. Pálidos se quedaron los obispos y representantes. Y para no olvidar a nadie, el pontífice sugirió a los presentes que no escondan sus sotanas y se concentren con “singular delicadeza en los pueblos indígenas y sus fascinantes, y no pocas veces masacradas, culturas”.

Dos tiempos, dos pasos históricos. El primero, en el Palacio Nacional, sella con nuevos ingredientes la reconciliación entre el Vaticano y México luego de la delicada reanudación de las relaciones entre los dos Estados decidida por el ex presidente Carlos Salinas de Gortari en 1992. Desde el corazón del poder, Francisco emprendió la reconquista no sólo de una relación de Estado a Estado sino, sobre todo, con una población que ha ido perdiendo su fe y alejándose de ese Cristo tan mal representado en el país. Por ello, ante los obispos, Francisco dictó la cátedra de un programa que debe revitalizar a la Iglesia a partir de la misma calle, esa calle que le manifiesta una devoción y una lealtad fervorosa. Ambas son su mejor capital. La cima de la curia lo detesta, el pueblo lo ama. Legitimidad popular contra complots en los cenáculos. Nada está perdido si se mueven los muros, decía Francisco en sus dos mensajes: ante el presidente señaló le porcentaje elevado de jóvenes que hay en México. Ellos son el elemento del cambio: “Un pueblo con juventud es un pueblo capaz de renovarse, transformarse”, dijo el Papa. A los obispos les marcó el deber de “salir a la calle” porque en México “no se necesitan príncipes”. El pontífice planteó su hoja de ruta no como un antagonismo entre sectores progresistas y conservadores sino como una suerte de re-equilibrio entre hombres de Iglesia comprometidos con el pueblo y la honestidad, y otros con la corrupción, el encubrimiento y “el materialismo trivial”. El mundo de la realidad paupérrima contra el mundo de la ficción opulenta. Francisco es el líder de una Iglesia que está en la calle, y no de esa que lo escuchó con urticaria en la Catedral Metropolitana. Las cuentas pendientes de la dirigencia eclesiástica mexicana son abrumadoras, empezando por las del cardenal mexicano Norberto Rivera. Las víctimas de los abusos sexuales lo siguen incriminando, aunque él diga que fue “absuelto” de sus errores. Entre sus muchos pecados está el caso del cura Nicolás Aguilar. Rivera, cuando era obispo de Tehuacán, protegió al cura pederasta Nicolás Aguilar. Lo encubrió enviándolo Los Angeles, en California, donde Aguilar siguió violando inocentes. En los años 80 y pese al volumen de las denuncias, el arzobispo primado de México se negó a oír a las víctimas.

Los dos discursos del Papa han sido el aperitivo de la reforma que se viene. Su programa transformador se concentró ayer en las esferas institucionales. Hoy domingo llegará la hora de verse cara a cara con ese pueblo que el papa vino a conocer a través de un recorrido por las geografías de la violencia, la corrupción, la pobreza y la inmigración. Ecatepec, Chiapas, Michoacán, Ciudad Juárez. No hay lugar donde no broten lágrimas y dolor de pueblo. En la cultura de ese pueblo se zambulló más tarde Francisco cuando ofició una misa en la basílica de la Virgen de Guadalupe. Ese es el pilar del catolicismo mexicano, una Virgen que ocupa todos los imaginarios que conducen al cielo. Ha sido un momento de estrategia y compenetración con el pueblo que visitará a partir de este domingo. Francisco manifestó su deseo de querer estar a solas con la Virgen, y así lo hizo al iniciar una oración frente al ayate (prenda en náhuatl) de Juan Diego, el hombre que asistió a la aparición de la Virgen en el cerro de Tepeyac. Sobre ese ayate de Juan Diego está impresa la imagen de la Virgen de Guadalupe. Ante él y a solas en la basílica empieza el momento mágico entre el Papa y las corrientes populares de todos los méxicos.








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viernes, 12 de febrero de 2016

HOY LLEGA FRANCISCO A MÉXICO Por Elena Llorente


“Yo voy a México como un peregrino, voy a buscar en el pueblo mexicano,” dijo el Papa.
Imagen: AFP


› LOS MIGRANTES, LAS MUJERES Y LOS INDIGENAS, AL TOPE DE LA AGENDA

Hoy llega Francisco a México

Los migrantes han sido y siguen siendo un tema al que Francisco, hijo de inmigrantes italianos, por su parte ha dedicado mensajes y oraciones y su primer viaje fuera de Roma en 2013, a la isla de Lampedusa, poco después de haber sido elegido.




Por Elena Llorente
Desde Roma



El papa Francisco parte hoy a México para una visita que, hasta el 17 de febrero, lo llevará por ciudades muy significativas para los migrantes que intentan llegar a Estados Unidos, para los indígenas y para las mujeres golpeadas por la violencia. Es la séptima vez que un Papa pisa tierras mexicanas aunque se trata del tercer pontífice que visita el país después de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Para Francisco es el cuarto viaje a América latina después de haber estado en Brasil (julio 2013), Ecuador, Bolivia y Paraguay (julio 2015), y Cuba (septiembre 2015).

Pese a que al parecer hubo cierto desconcierto en México luego de un comentario mal interpretado que el pontífice hizo hace unos meses a un conocido suyo y que esa persona publicó en Internet –”Espero que la Argentina no se mexicanice”, referido al tráfico de drogas– hay “gran expectativa por la llegada del primer Papa latinoamericano” a uno de los países con mayor número de católicos –cerca de 100 millones sobre 125 millones de población–, segundo en el mundo después de Brasil. Al menos así lo manifestó el embajador mexicano ante la Santa Sede, Mariano Palacios Alcocer, en un encuentro con periodistas organizado por Mediatrends.

Otro aspecto importante en el contexto de este viaje será el encuentro con el jefe de la Iglesia Ortodoxa Rusa, el patriarca Kirill de Moscú, el primero en la historia de los mayores representantes de estas dos iglesias. El encuentro se llevará a cabo en el aeropuerto José Martí de La Habana donde el avión papal hará una escala antes de llegar a México. Ambos firmarán una declaración conjunta.

“Cuando ya falta muy poco para mi viaje a México –dijo el papa Francisco en un mensaje video que envió al pueblo mexicano hace unos días– estoy contento, siento una gran alegría. Siempre tuve un recuerdo especial en mi oración por todos los mexicanos”. Francisco también respondió, a través de la agencia mexicana Notimex, a algunas preguntas que los creyentes le plantearon. “Yo voy a México no como un Rey Mago cargado de cosas para llevar, mensajes, ideas, soluciones a problemas. Yo voy a México como un peregrino, voy a buscar en el pueblo mexicano, que me den algo... voy a buscar la riqueza de fe que tienen ustedes”, dijo. Y respondiendo a la pregunta: “Cómo nos ayudaría a afrontar la violencia que está viviendo México”, respondió: “Si yo voy ahí es para recibir lo mejor de ustedes y para rezar con ustedes, para que los problemas, que ustedes saben que están sucediendo, se solucionen, porque el México de la violencia, el de la corrupción, del tráfico de drogas, el México de los carteles, no es el México que quiere nuestra Madre. Y por supuesto yo no quiero tapar nada de eso, al contrario, exhortarlos a la lucha de todos los días contra la corrupción, contra el tráfico, contra la guerra, contra la desunión, contra el crimen organizado, contra la trata de personas”. Y agregó: “La paz es algo que hay que trabajar todos los días, es más –yo diría una palabra que parece una contradicción–, ¡la paz hay que pelearla todos los días!, hay que combatir todos los días por la paz, no por la guerra. San Francisco rezaba: ‘Señor, hacé de mí un instrumento de tu paz’. Quisiera ser en México un instrumento de paz, pero con todos ustedes”.

El Papa quiso específicamente, y así lo manifestaron las autoridades vaticanas a las mexicanas cuando preparaban el viaje, visitar Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos, y manifestar de esa manera su preocupación por los migrantes. Los migrantes han sido y siguen siendo un tema al que Francisco –hijo de inmigrantes italianos por su parte– ha dedicado mensajes y oraciones y su primer viaje fuera de Roma en 2013, poco después de haber sido elegido. En ese momento quiso visitar la isla de Lampedusa frente a cuyas costas se han ahogado en los últimos años miles de inmigrantes que intentaron llegar a Europa. México tiene 3200 km de frontera con Estados Unidos y es el país de pasaje de los migrantes centroamericanos que quieren llegar al rico país del norte. Hasta la crisis de 2008, unos 400.000 mexicanos cruzaban la frontera cada año. Pero desde que Barack Obama está en la presidencia, explicó el embajador Palacios Alcocer, han sido repatriado más de dos millones de mexicanos. “Hoy son más los mexicanos que vuelven que los que emigran”, agregó.

El programa papal contempla además, el domingo 14 una visita a Ecatepec, localidad distante unos 27 km al norte de Ciudad de México, y que se ha hecho tristemente célebre por numerosos feminicidios. El Papa oficiará una misa en el Centro de Estudios de Ecatepec a la que se calcula que asistirán unas 300 mil personas. El lunes 15 será el momento de los indígenas en San Cristóbal de Las Casas donde celebrará una misa y almorzará con la comunidad indígena de Chiapas. De regreso a Ciudad de México el martes 16 hará una encuentro con los jóvenes en el estadio José María Morelos y el miércoles 17 viajará a Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos, y encontrará el mundo del trabajo y visitará una cárcel para luego partir de retorno a Roma.

Respecto de tráfico de drogas, el embajador mexicano explicó que su país “ha venido afrontando el problema del narcotráfico, con el mercado de consumo más grande del mundo al norte de nuestra frontera”. También explicó que el 83 por ciento de las armas que existen en México son provenientes de Estados Unidos y que existen 12.000 armerías de ese país en la frontera con México. “La lucha contra el narcotráfico no ha sido fácil. No tiene una sola causa . Y no siempre atacando una de las raíces se resuelve el problema”, concluyó.

En declaraciones exclusivas a Página/12, Palacios Alcocer dijo que “la visita del Papa es algo muy valioso desde el punto de vista diplomático. Que el primer Papa latinoamericano haga una visita a nuestro país se entiende como una distinción. Recorrer el país de frontera a frontera y encontrarse con los más desfavorecidos, significa que el Papa llevará un mensaje de esperanza. El gobierno espera que esto sirva para establecer nuevas líneas de colaboración entre México y la Santa Sede y para que la Iglesia local y el gobierno puedan colaborar en programas comunes de apoyo a los problemas sociales, como ya se ha hecho por ejemplo en materia de inmigración. Pero también esta visita y el diálogo con la Santa Sede nos permite tener mayores coincidencias en la agenda multilateral: la búsqueda de la paz, la distensión de los conflictos, la colaboración para el desarrollo, la lucha contra el armamentismo, la defensa del medio ambiente, los derechos humanos, las migraciones, la trata de personas, el combate del narcotráfico. La visita del Papa nos permitirá fortalecer esos puntos comunes en los ambientes multilaterales”.

¿Podría el Papa influir o intentar alguna mediación con respecto al narcotráfico? “El Papa llevará un mensaje de paz. Nosotros no tenemos ningún elemento para pensar que tenga esa otra intención. Los temas y el recorrido del papa son públicos”, agregó el embajador. Pero con Francisco tal vez no hay que descartar las sorpresas...”Yo creo que no es ese el propósito del viaje pontificio. El Papa no va a realizar ofrecimientos de buenos oficios. Va a cumplir una importantísima misión pastoral”, concluyó.




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martes, 9 de febrero de 2016

FRANCISCO SE BAJA EN UN CAMPO DE REFUGIADOS LATIANOAMERICANOS / Video


Roma. Papa Francisco se baja en una campo de refugiados latinoamericanos





Ayer 8 de febrero el Papa se dirigía a la visita pastoral de una parroquia y decidió bajarse y dar una sorpresa a personas que viven en "campo de refugiados"; mucha gente que vive allí es de América Latina y ellos no podían creer lo que veían sus ojos.











https://www.youtube.com/watch?v=U2zUeb07nxw