miércoles, 20 de enero de 2016

CARTA ABIERTA DE LA RED IGLESIAS Y MINERÍA A LOS OBISPOS Y PASTORES DE AMÉRICA LATINA





Carta abierta de la Red Iglesias y Minería a los obispos y pastores de América

LatinaPublicado: 18 enero, 2016 en DENUNCIA / ANUNCIO





CARTA ABIERTA DE LA RED IGLESIAS Y MINERÍA A LOS OBISPOS Y PASTORES DE AMÉRICA LATINA

RED IGLESIAS Y MINERÍA, iglesiasymineria@gmail.com

BOGOTÁ, LIMA, SANTIAGO, TEGUCIGALPA, SãO LUÍS, RÍO DE JANEIRO, BELO HORIZONTE, NEW YORK, ROMA.



1. Quienes somos

ECLESALIA, 18/01/16.- La red Iglesias y Minería es una coalición ecuménica conformada por cerca de 70 entidades latinoamericanas. Somos comunidades cristianas, equipos de pastoral, comisiones pastorales diocesanas, equipos de las diversas congregaciones religiosas, grupos de reflexión teológica, laicos y laicas reunidos por causa del desafío común de los impactos y violaciones a los derechos socioambientales provocados por las empresas mineras en los territorios donde vivimos y trabajamos.

Creemos en la fuerza de la organización popular en los territorios, a partir del intenso trabajo de los líderes cristianos, de la mística y del compromiso de las comunidades de fe. Ellas defienden todos los días la existencia de las personas, su cultura y relación con la Madre Tierra, sus proyectos y estilos de vida frente a los proyectos que las impactan, expresión de grandes intereses externos y distantes de las comunidades. Comenzamos a sentir la necesidad de reunirnos y articularnos más a partir de la creciente criminalización y persecución de nuestros líderes (conflictosmineros.net), sea por parte de las empresas mineras o de los Estados, muchas veces al servicio de los intereses empresariales.

Por esto, en 2013 realizamos un primer encuentro en Lima (Perú), que confirmó la importancia de la organización de las iglesias ‘de base’, del intercambio entre comunidades cristianas y del debate sobre estos temas también en el ámbito de los sectores de coordinación de la Iglesia. Participó en el encuentro de Lima también el presidente de la Comisión Episcopal para el servicio de la Caridad, la Justicia y la Paz de la CNBB, que motivó la realización de un segundo encuentro en Brasil.

En 2014, Iglesias y Minería se reunió entonces en Brasilia, con un grupo más sólido y articulado, que organizó la coalición para el enfrentamiento de la violencia socioambiental de la minería a partir de los siguientes frentes de actividades: articulación internacional para el diálogo, la incidencia y la denuncia; la facilitación del diálogo entre las comunidades cristianas de base y los sectores de coordinación de las Iglesias; educación popular e intercambio de experiencias; reflexión bíblico-pastoral, sistematización y comunicación.

Realizamos el video de profundización y denuncia “Iglesias y Minería”; publicamos y divulgamos documentos de reflexión crítica sobre algunas iniciativas de las empresas que buscan el apoyo de la iglesia institucional: “Un nuevo inicio para la minería” y “Minería en alianza”.

Integramos redes cualificadas de trabajo para la defensa de los territorios y de los derechos, como la Red Eclesial Panamazónica (REPAM) y el Observatorio de Conflictos Mineros en América Latina (OCMAL); colaboramos con la Coordinación de las Agencias Católicas para el Desarrollo (CIDSE) y con algunas organizaciones religiosas acreditadas en la ONU para la defensa de los derechos humanos: Franciscans International, Vivat International y Mercy International.

Hemos interactuado mucho con el Pontificio Consejo de Justicia y Paz y realizado un encuentro (en julio de 2015) entre el Consejo y representantes de treinta comunidades afectadas por la minería en diversas partes del mundo.

2. Por qué escribimos

Estamos muy preocupados por el crecimiento de la violencia y criminalización de personas y comunidades enteras que se posicionan críticamente frente a la minería en América Latina.

Por otro lado, nos preocupa la estrategia de las empresas mineras. Ellas no están logrando demostrar que las operaciones mineras son sustentables; sus prácticas de responsabilidad social corporativa no resuelven los graves daños y violaciones provocados por sus actividades.

Su nueva estrategia, por tanto, está siendo buscar apoyo de instituciones que tienen credibilidad para lograr la confianza del pueblo. Entre ellas, están también las iglesias.

En diversas ocasiones, los altos ejecutivos de las mayores empresas mineras se encontraron con la Iglesia jerárquica, tanto de confesión católica, como anglicana y presbiterana. Hubo una reunión en el Vaticano en 2013, otra en Canterbury (Inglaterra) en 2014 y una más en el Vaticano en 2015.

También delegaciones de las empresas junto a representantes del mundo religioso están realizando visitas a algunos sitios mineros en países de América Latina. Intentan demonstrar que las operaciones extractivas son transparentes, respectan los derechos humanos y son apoyadas por las comunidades locales. Pero los sitios fueron escogidos por las empresas, lo mismo que los líderes comunitarios que iban encontrar la delegación.

Todo eso demuestra el interés de las empresas por legitimarse, a través de esa aproximación y alianza simbólica con las iglesias. Además, el proyecto “Minería en alianza” que algunas empresas intentaran establecer propone financiar los seminarios y centros de formación de las iglesias para repensar teológica, espiritual y pastoralmente el significado y valor de la minería para las comunidades.

Iglesias y Minería critica fuertemente esas prácticas y escribe a obispos y pastores de las iglesias latinoamericanas ofreciendo los siguientes puntos de reflexión y acción:

a. Posición de la Iglesia

Las comunidades esperan que la Iglesia no mantenga posiciones ‘neutras’ frente a los conflictos mineros. Reconociendo “la inmensa dignidad de los pobres” (LS 158), la Iglesia debe continuar asumiendo su grito y posicionarse al lado de ellos y de la Creación.

Es importante garantizar el Consentimiento Libre, Previo e Informado de todas las comunidades que podrían ser afectadas por un proyecto minero, igualmente el derecho de las mismas decir No a la minería.

Recordamos, a ese respecto, los numerosos documentos de las Conferencias Episcopales nacionales contra la exploración desregulada de los bienes comunes y la reciente publicación del Consejo Latinoamericano de Iglesias, en sintonía con ese tema: “Perspectivas bíblicas-teológicas y desafíos de la crisis climática para las Iglesias en América Latina y el Caribe”.

También valoramos la denuncia formal que la Iglesia Católica de América Latina, a través del Departamento Justicia y Solidaridad del CELAM, presentó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en marzo de 2015, con el título “Posición de la Iglesia católica ante vulneración y abusos contra los derechos humanos de las poblaciones afectadas por las industrias extractivas en América Latina”.

b. ¿Cuál es el diálogo más importante y urgente?

Estamos preocupados sobre la posibilidad de nuevas reuniones de la Iglesia con los ejecutivos de las mayores empresas mineras, en nivel continental o regional.

Eses tipos de encuentros no van a generar cambios efectivos de las empresas en sus prácticas locales, así como no percibimos esos cambios después de los encuentros hechos en Roma y Canterbury.

En nuestra opinión, el diálogo más importante que los obispos y pastores necesitan hacer no es con las empresas, sino con todos los miembros de las iglesias, para definir posiciones comunes sobre eses temas. Aún más, recomendamos el diálogo con las comunidades, apoyando sus reivindicaciones y denuncias concretas. De esa manera, las iglesias contribuyen al empoderamiento de las comunidades, para que sean ellas mismas a dialogar con los Estados y las empresas.

Esperamos que estas simples reflexiones contribuyan para un debate interno a las iglesias latinoamericanas sobre el tema de la minería. Estamos a disposición de obispos, pastores y comunidades en lo que podemos y sabemos ofrecer, a partir de nuestra experiencia, espiritualidad y articulaciones, en cumplimiento del mandato del cuidado de la Casa Común (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

Red Iglesias y Minería, desde Bogotá, Lima, Santiago, Tegucigalpa, São Luís, Rio de Janeiro, Belo Horizonte, New York, Roma, en el día 05 de enero de 2016.











miércoles, 13 de enero de 2016

PAZ: UN BIEN ESCASO Y SIEMPRE DESEADO Por Leonardo Boff





Servicios Koinonía <contactos@servicioskoinonia.org>
Para boffsemanal@servicioskoinonia.org

ene 12 a las 12:02 P.M.

Paz: un bien escaso y siempre deseado




Lo que más se escucha al comienzo de cada nuevo año son los deseos de paz y felicidad. Si miramos de manera realista la situación actual del mundo, e incluso de los diferentes países, incluido el nuestro, lo que más falta es precisamente la paz. Pero es tan preciosa que siempre se desea. Y tenemos que empeñarnos un montón (casi iba a decir... hay que luchar, lo que sería contradictorio) para conseguir ese mínimo de paz que hace la vida más apetecible: la paz interior, la paz en la familia, la paz en las relaciones laborales, la paz en el juego político y la paz entre los pueblos. ¡Y cómo se necesita! Además de los ataques terroristas, hay en el mundo 40 focos de guerras o conflictos generalmente devastadores.

Son muchas y hasta misteriosas las causas que destruyen la paz e impiden su construcción. Me limito a la primera: la profunda desigualdad social mundial. Thomas Piketty ha escrito un libro entero sobre La economía de las desigualdades (Anagrama, 2015). El simple hecho de que alrededor del 1% de multibillonarios controlen gran parte de los ingresos de los pueblos, y en Brasil, según el experto en el campo Marcio Pochman, cinco mil familias detenten el 46% del PIB nacional muestra el nivel de desigualdad. Piketty reconoce que «la cuestión de la desigualdad de los ingresos del trabajo se ha convertido en el tema central de la desigualdad contemporánea, si no de todos los tiempos». Ingresos altísimos para unos pocos y pobreza infame para las grandes mayorías.

No olvidemos que la desigualdad es una categoría analítico-descriptiva. Es fría, ya que no deja escuchar el grito del sufrimiento que esconde. Ética y políticamente se traduce por injusticia social. Y teológicamente, en pecado social y estructural que afecta al plan del Creador que creó a todos los seres humanos a su imagen y semejanza, con la misma dignidad y los mismos derechos a los bienes de la vida. Esta justicia original (pacto social y creacional) se rompió a lo largo de la historia y nos legó la injusticia atroz que tenemos actualmente, pues afecta a aquellos que no pueden defenderse por sí mismos.

Una de las partes más contundentes de la encíclica del Papa Francisco sobre el Cuidado de la Casa Común está dedicada a “la desigualdad planetaria” (nn.48-52) Vale la pena citar sus palabras:

«Los excluidos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar… deberían integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el grito de la Tierra como el grito de los pobres» (n.49).

En esto radica la principal causa de la destrucción de las condiciones para la paz entre los seres humanos o con la Madre Tierra: tratamos injustamente a nuestros semejantes; no alimentamos ningún sentido de equidad o de solidaridad con los que menos tienen y pasan todo tipo de necesidades, condenados a morir prematuramente. La encíclica va al punto neurálgico al decir: «Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia» (n.52).

La indiferencia es la ausencia de amor, es expresión de cinismo y de falta de inteligencia cordial y sensible. Retomo siempre esta última en mis reflexiones, porque sin ella no nos animamos a tender la mano al otro para cuidar de la Tierra, que también está sujeta a una gravísima injusticia ecológica: le hacemos la guerra en todos los frentes hasta el punto de que ha entrado en un proceso de caos con el calentamiento global y los efectos extremos que provoca.

En resumen, o vamos a ser personal, social y ecológicamente justos o nunca gozaremos de paz serena.

A mi modo de ver, la mejor definición de paz la dio la Carta de la Tierra al afirmar: «la paz es la plenitud que resulta de las relaciones correctas con uno mismo, con otras personas, otras culturas, otras formas de vida, con la Tierra y con el Todo del cual formamos parte» (n.16, f). Aquí está claro que la paz no es algo que existe por sí mismo. Es el resultado de relaciones correctas con las diferentes realidades que nos rodean. Sin estas relaciones correctas (esto es la justicia) nunca disfrutaremos de la paz.

Para mí es evidente que en el marco actual de una sociedad productivista, consumista, competitiva y nada cooperativa, indiferente y egoísta, mundialmente globalizada, no puede haber paz. A lo sumo algo de pacificación. Tenemos que crear políticamente otro tipo de sociedad que se base en las relaciones justas entre todos, con la naturaleza, con la Madre Tierra y con el Todo (el misterio del mundo) al que pertenecemos. Entonces florecerá la paz que la tradición ética ha definido como «la obra de la justicia» (opus justiciae, pax).