lunes, 1 de junio de 2015

UN LIBRO DIFÍCIL / “Lo difícil es perdonarse a uno mismo” de Iñaki Rekarte


Un libro difícil


Publicado: 1 junio, 2015 en REFLEXIONES
Etiquetas:Perdón


UN LIBRO DIFÍCIL
“Lo difícil es perdonarse a uno mismo” de Iñaki Rekarte
GABRIEL Mª OTALORA*, gabriel.otalora@outlook.com
BILBAO (VIZCAYA).


ECLESALIA, 01/06/15.- Hay libros difíciles de escribir y de difícil lectura. Algunos acaparan ambas características, como es el caso de The Finnegans, escrito por James Joyce en París durante 17 años, nada menos, y considerado uno de los textos más difíciles de leer de la literatura universal. Otros libros son difíciles de escribir porque su autor se vacía literalmente en sus páginas confesando una transformación personal a contracorriente de lo esperado. Es el caso de “Lo difícil es perdonarse a uno mismo” (Ediciones Península), de Iñaki Rekarte, por lo que ha tenido que suponer para él verbalizar por escrito su honesta desnudez interior frente a lo que ha sido su vida hasta hace bien poco.


Tras 21 años en la cárcel por asesinar a tres personas y dejar varios heridos más en nombre de ETA, fue capaz de no deshumanizarse del todo, o de rehumanizarse desde cero, enamorándose de una trabajadora social de la cárcel Puerto I con la que ha logrado rehacer su vida en un pueblecito navarro donde regentan un bar. Solo Dios sabe de las dificultades propias y ajenas que la pareja ha tenido que sortear para estabilizarse en Doneztebe como dos personas más entre tantas.

Pero es que la historia de Rekarte tiene algo más que controversia y morbo: su actitud rezuma emoción y ejemplo al haber sido capaz de expresar su remordimiento en público así como la cojera de ánimo que arrastrará de por vida ante la imposibilidad de deshacer aquella matanza, en 1992, cuando apenas tenía veinte años. Estamos ante un relato vital sin concesiones a la galería, que desnuda a ETA y pone en su punto exacto la importancia del fanatismo en la generación del odio así como la del perdón que nos devuelve a lo mejor del ser humano. De la droga a la militancia en ETA, convertirse en asesino fanático, perder los mejores años de vida en la cárcel, donde la mayoría no sale ya como entró, recapacitar y cambiar su vida contando su testimonio. Es lo que ha logrado Iñaki Rekarte.

Su historia nos compromete, la necesitamos. Seguro que en el precio de este tipo de cambio lleva incluido un sinfín de incomprensiones, vacíos y odios que no le perdonan por un lado ni por el otro. Pero su ejemplo se une a la lista de otras personas como él que fueron un baldón de sufrimiento y capaces también de convertirse en nuestra mejor esperanza abriendo las puertas al relato compartido, al perdón y a la reconciliación. Muchos nos creemos mejores que ellos pero no somos capaces de pedir perdón ni de perdonar una ínfima afrenta, mientras que lo que estos perdonadores nos están mostrando ahora, en presente continuo, es la actitud para caminar por la única senda del verdadero progreso humano, el que pasa por empatizar con el sufrimiento de sus víctimas hasta transformarse en otra persona. ¿Cuál es ahora su delito para que la sociedad toda no convirtamos a su ejemplo en educación viva para nuestros chavales?

La ruptura de la tregua pactada y la bomba de la T-4 en Barajas fue el percutor del cambio para Rekarte. Escribió un texto a la Iglesia en el que repudiaba la violencia. “No existe razón alguna que justifique las barbaridades que en nombre de ETA muchos hemos cometido durante décadas. Pido perdón a las víctimas que causé, entiendo lo duro y casi imposible que tiene que resultar convivir con ello y perdonar al que te ha destrozado la vida para siempre. Jamás volveré a utilizar la violencia contra otro ser humano. Tampoco la justificaré ni callaré frente a quien persista en ella, mi otro gran error en la vida”. Rekarte, empezó a pagar las indemnizaciones a sus víctimas con su trabajo en la cárcel, superando el pánico que les entró a otros etarras cuando quisieron seguir sus pasos.

Rekarte me recuerda la gran lección evangélica de que los “malos” oficiales, son más capaces de cambiar sus conductas que los “buenos” oficiales, a quienes Jesús les dedicó calificativos tan duros como hipócritas o sepulcros blanqueados.

Al final, tantos libros de autoayuda sobre las teorías de la superación y la madurez, y dejaremos de lado a este relato que, no me cabe duda, nos va a costar más leerlo que lo que le ha costado escribirlo al bueno de Rekarte. Un libro difícil porque la dificultad está también en el tema, está en nosotros, lo que no ocurre con el The Finnegans de Joyce. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).



(*) Autor del libro Compasión y misericordia. San Pablo, 2014.




https://eclesalia.wordpress.com






miércoles, 27 de mayo de 2015

martes, 26 de mayo de 2015

JON SOBRINO: "NO QUEREMOS QUE BEATIFIQUEN A UN MONSEÑOR ROMERO "AGUADO"

Jon Sobrino, teólogo y jesuita, 77 años















Jon Sobrino: "Hace tiempo nos pusimos en guardia para que no beatifiquen a un monseñor Romero "aguado"

Tierras de América



En el Centro Monseñor Romero, plantado en el corazón de la Universidad Católica, Jon Sobrino se mueve como si danzara. Lo fundó después de la masacre de sus hermanos jesuitas –"no terminé como ellos sólo porque estaba en Tailandia”, recuerda- y a él se dedica como si fuera la última misión de su vida, que ya llega a los 77 años. Un promedio de unos veinte años más de lo que vivieron Ignacio Ellacuria y sus compañeros, derribados por balas asesinas el 16 de noviembre de 1989.

Jon Sobrino conoce muy bien las resistencias, las acusaciones de izquierdista y filoguerrillero que llovían contra Romero en El Salvador y que recibían oídos condescendientes en Roma. Por eso no puede dejar de alegrarse por la beatificación. Pero no es así. O por lo menos tiene que puntualizar muchas cosas al respecto.

Le preguntamos si hace unos años hubiera imaginado que llegaría un día como hoy, como el sábado 23 de mayo, para ser exactos. En la sala principal del mausoleo de los "mártires de la UCA”, agita el cuerpo delgado y suelta un provocatorio "Nunca me interesó”. Vuelve a repetirlo, para que quede bien claro. "En serio… lo digo en serio: nunca me interesó la beatificación de Romero”.

Esperamos la aclaración. Debe haber una, lo que acaba de decir no pueden ser sus últimas palabras. "Cuando lo mataron, la gente de aquí –no los italianos y mucho menos el Vaticano- los salvadoreños, nuestros pobres, dijeron inmediatamente: "¡Es santo!”. Pedro Casaldáliga cuatro días después escribió un gran poema: «¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!»”. Recuerda que también Ignacio Ellacuría, abatido a pocos metros del lugar donde nos encontramos, "tres días después del asesinato de Romero celebró misa en un aula de la UCA y en la homilía dijo: "«Con monseñor Romero Dios ha pasado por El Salvador»”.

Respira hondo como si le faltara el aire. "Eso sí. Nunca hubiera imaginado que alguien pudiera decir algo así. Que lo beatifiquen está bien; tardaron 35 años, pero no es lo más importante”. Se asegura de que el interlocutor haya recibido el golpe. "¿Entiendes lo que te estoy diciendo?”, exclama dibujando una sonrisa indulgente en sus labios finos.

Por toda respuesta recibe otro pedido de explicación. "Se entiende que no lo convence algo de lo que está ocurriendo…”. Cerca de nosotros están descargando los paquetes con el último número de Carta a las Iglesias, la revista que él dirige. "Está bien que lo beatifiquen, no digo que no, pero me hubiera gustado que fuera de otra manera… y todavía no sé lo que va a decir el cardenal Angelo Amato pasado mañana; no sé, no sé si sus palabras me van a convencer o no”.

Pero Sobrino no podrá escuchar la homilía del Prefecto que viene de Roma, o no quiere escucharla. "Sabemos que se va, que ha programado un viaje y que el sábado no estará en la plaza junto con todos. ¿Lo hizo a propósito?”.

Demora en responder, como si se estuviera preguntando cómo se supo. Después llega la aclaración: "Voy a Brasil, porque en Río de Janeiro se celebran los 50 años de la revista Concilium. He trabajado en esa revista los últimos 16 años. Debo dar un discurso y me retiro de la revista. La beatificación coincide con este encuentro. No es que me vaya, veré por televisión la ceremonia de beatificación y un poco antes del mediodía iré al aeropuerto”.

Dieciséis años en Concilium y Sobrino que se retira el día de la beatificación de Romero. Esto también es una noticia.

En la pared que tenemos delante, los "Padres de la Iglesia latinoamericana” escuchan muy serios. La galería comienza con monseñor Gerardi, asesinado en Guatemala en 1998, y prosigue con el colombiano Gerardo Valente Cano, el argentino Enrique Angelelli asesinado en 1976, Hélder Pessoa Câmara, brasileño en olor de santidad, el mexicano Sergio Méndel Arceo con otro compatriota al lado, Samuel Ruiz, y el ecuatoriano Leónidas Proano, seguidos por monseñor Roberto Joaquín Ramos (El Salvador 1938-1993) y el padre Manuel Larrain, chileno y fundador del CELAM, para terminar con el sucesor de Romero, el salesiano Arturo Rivera y Damas, figura clave en la historia de Romero e injustamente ignorado en las celebraciones de estos días.

El sábado al mediodía, según el programa que difundió el Cominé para la beatificación, se debería leer el decreto que incluirá formalmente al siervo de Dios Óscar Arnulfo Romero y Galdámez entre los beatos de la Iglesia Católica. Probablemente Jon Sobrino no tendrá tiempo de escucharlo. Pero no le preocupa. Explica en cierta forma sus razones presentando el material de Carta a las Iglesias año XXXIII, número 661, que lleva en la tapa un mural que representa a Romero llevando de la mano a la hija de un campesino que acaba de cortar con una hoz un racimo de bananas.

"Dos artículos son críticos. El padre Manuel Acosta critica la actuación de la comisión oficial de preparación de la beatificación. Luis Van de Velde es más crítico con la jerarquía. Se pregunta si monseñor Romero se reconocería el día de su beatificación. Hace tiempo que pusimos en guardia para que no beatifiquen a un monseñor Romero aguado. Existe ese riesgo; esperemos que beatifiquen a un Romero vivo, más cortante que una espada de doble filo, justo y compasivo”.

La ropa que vestían los jesuitas amigos y colegas suyos el último día de su vida se exhibe colgada en una vitrina de la sala contigua, como si estuviera en un armario. La sotana marrón de Ellacuría, un albornoz, un par de calzoncillos un poco amarillentos, todos perforados por los proyectiles que los militares no se molestaron en ahorrar. Resuta natural pensar en ellos y en el proceso de su beatificación que empezó hace poco.

"Eso tampoco me preocupa”, exclama Sobrino. "Estaba en Tailandia ese día y por eso no me mataron. He visto correr la sangre de mucha gente en El Salvador, no me interesan las beatificaciones, espero que mis palabras ayuden a conocer más y mejor a Ellalcuría, tratamos de seguir su camino. Éso es lo que me interesa”.

¿Ni siquiera una señal de reconocimiento para el Papa argentino que impulsó la causa de Romero? "No, no me interesa aplaudir, y si aplaudo no es por el hecho de que el Papa sea argentino o jesuita, sino por lo que dice, por la manera como se comportó en Lampedusa, por ejemplo. Lo que me interesa es que haya alguien que diga que el fondo del Mediterráneo está lleno de cadáveres. Yo no aplaudo la resurrección de Jesús. Aplaudir no es lo mío”.

La atención se dirige ahora a pasado mañana. "He visto horrores que nunca se denunciaron, como los denunciaba monseñor Romero. Veremos si el sábado resuenan sus palabras”. Para estar seguro de que no lo malinterpreten, Jon Sobrino las recita de memoria: "En nombre de Dios y en nombre de este pueblo sufriente, les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios que termine la represión”. Ésto se lo escuché a él y me quedó grabado en la cabeza”.

El resto de su pensamiento sobre Romero, un Romero "no edulcorado”, el Romero "real”, se encuentra en el artículo que escribió para la Revista latinoamericana de Teología de la Universidad Católica, en cuyo comité de dirección figuran entre otros Leonardo Boff, Enrique Dussel y el chileno Comblin.

"Muestro lo que monseñor Romero sintió y dijo en el último retiro espiritual que predicó un mes antes de ser asesinado; después ofrezco tres puntos de reflexión que considero importantes. Recuerdo que un campesino dijo:

"Monseñor Romero nos defendió a los pobres; no solo nos ayudó, no solo hizo la opción por los pobres, que eso ya es un eslógan. Salió a defendernos a los pobres. Y si uno viene a defender es porque alguien necesita que lo defiendan, y necesita defensa el que es atacado. Por eso –dijo con segura certeza este campesino- lo mataron. Madre Teresa que era buena y no molestaba a nadie recibió el Premio Nobel, monseñor Romero que dio fastidio no recibió ningún Premio Nobel”.





http://www.rebelion.org/

domingo, 24 de mayo de 2015

SANTA PASTEURIZACIÓN Por Horacio Verbitsky


artículo destacado.-

La beatificación de Mons. Romero da pie a un análisis exhaustivo y crítico de Horacio Verbitsky en estas dos notas que publicamos.-


"Romero no volvería a escuchar palabras amables en la Santa Sede. Una de las primeras decisiones de Wojtyla fue enviar a San Salvador una misión investigativa de las denuncias contra el diocesano. Ese encargo fue asignado a Quarracino, quien luego de su visita de una semana a San Salvador, informó al Vaticano, pero también a la dictadura argentina, que las denuncias contra el arzobispo eran fundadas, que tal como decía el nuncio Gerada, Romero estaba enfrentado con el gobierno y con los demás obispos salvadoreños, que sus homilías incitaban a la rebelión y que sus sacerdotes colaboraban con grupos subversivos. Así se desprende del facsímil que ilustra esta nota, del 22 de diciembre de 1978. El paso de Quarracino por El Salvador no fue registrado por la prensa del país, según el relevamiento que realizó a mi pedido el especialista en comunicación Oscar Pérez, quien fue colaborador de monseñor Romero. Pero sí es mencionado en el diario personal de Romero, como el hombre que predispuso al nuevo Pontífice en su contra".


Cardenal Antonio Quarracino





















SUBNOTAS


EL PAIS › BERGOGLIO CANONIZA AL ARZOBISPO CONDENADO POR QUARRACINO

Santa pasteurización

Arnulfo Romero fue canonizado por disposición del Papa Francisco, luego de un proceso de pasteurización. Se ocultan su nexo con la teología de la liberación y el rol que cumplió en su muerte el cardenal Quarracino. Alberto Methol Ferré fue el nexo entre Quarracino, quien rescató a Bergoglio del exilio interior que le había impuesto la Compañía de Jesús, y el actual pontífice. Documentos secretos y el diario de Romero señalan el nefasto papel de Quarracino.



 Por Horacio Verbitsky



La beatificación del arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero, en una ceremonia organizada ayer por el Opus Dei, forma parte de una audaz reescritura de la historia y omite por completo la intervención del cardenal Antonio Quarracino en los acontecimientos que culminaron con su asesinato, el 24 de marzo de 1980. El martirio de Romero fue reconocido por un decreto del Papa Francisco, cuya carrera eclesiástica fue impulsada por Quarracino y por el papa Juan Pablo II, quienes lo rescataron del exilio interior al que lo había condenado la Compañía de Jesús por sus posiciones contrarias a la teología de la liberación durante su desempeño como Superior Provincial y Rector del Colegio Máximo. Quarracino propuso, y el Papa Wojtyla firmó la designación de Jorge Bergoglio como obispo coadjutor de Buenos Aires con derecho a sucesión.

Romero, Yorio y Jalics

El asesinato del salvadoreño tiene ostensibles puntos de contacto con el secuestro en la Argentina de los jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jálics, quienes recuperaron la libertad en octubre de 1976, luego de ciento cincuenta días de privaciones y torturas, en la ESMA y en una casa operativa de la Armada. En marzo de 1977, cinco meses después de la liberación de Yorio y Jálics, los escuadrones de la muerte salvadoreños asesinaron al sacerdote jesuita Rutilio Grande y a dos campesinos que lo acompañaban. Como el gobierno no investigó el crimen, Romero se negó a oficiar en cualquier ceremonia oficial y a partir de allí asumió un compromiso con los pobres y la teología de la liberación, que además de la ira oficial provocó resistencias en el resto del Episcopado centroamericano y en la Nunciatura Apostólica. Este año, en cuanto se anunció la canonizacion de Romero, su ex secretario y biógrafo monseñor Jesús Delgado, dijo que el beato “de la Teología de la Liberación no supo nada”, que esos libros quedaron sin abrir en su biblioteca porque “no quiso informarse de eso, él se fue abriendo el camino con el Evangelio a una teología de Dios presente en los pobres”, dijo Delgado.

Cuando el periódico de la diócesis de San Salvador, “Orientación”, criticó el asesinato de inocentes en la Argentina por las “fuerzas llamadas de seguridad”, la embajada argentina reclamó ante el gobierno salvadoreño.1 Para el embajador argentino Julio Peña, los medios críticos eran “voceros de grupos terroristas”.2 El nuncio Emanuele Gerada le informó que sugeriría al Papa el reemplazo del arzobispo Romero, “ante su actitud hostil con autoridades y apoyo a izquierda subversiva”. Con el mismo propósito viajó a Italia el canciller salvadoreño. Ambos cuestionaron a Romero por sus “homilías incitando a la rebelión contra el gobierno”, su “enfrentamiento con otros obispos” y “la colaboración de sacerdotes con grupos subversivos”.3

Ante la creciente hostilidad y las amenazas que recibía, Romero recurrió a Pablo VI. Lo recibió el 21 de junio de 1978, cuando la declinación del Papa Montini, quien estaba por cumplir 81 años, era evidente. Pablo VI le dijo que había que ayudar al pueblo a lograr sus reivindicaciones “pero jamás con odio ni fomentando las violencias” y que las dificultades con las fuerzas dominantes y con los propios colaboradores sólo podían superarse con el amor. Montini le tomó la mano entre las suyas, lo consoló con palabras de afecto, llamó al fotógrafo para que registrara ese momento y le indicó que tratara los problemas concretos con los distintos dicasterios de la curia romana. Esto no era muy alentador. Romero había encontrado en ellos “un criterio negativo, que coincide exactamente con las fuerzas muy poderosas que allí en mi Arquidiócesis tratan de frenar y desprestigiar mi esfuerzo apostólico”. El domingo 25 de junio, Romero analizó la situación salvadoreña y la posición vaticana con el Superior General de la Compañía de Jesús, Pedro Arrupe, quien “tiene mucha experiencia en las malas interpretaciones que se suelen hacer de las obras de los jesuitas” y le ofreció toda su cooperación, “como de hecho la estamos recibiendo”.4 En 1975 el papa Pablo había fijado límites a la teología de la liberación en su exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, que Bergoglio cita con insistencia. Pero Montini murió un mes y medio después de la audiencia con Romero. Su sucesor, Juan Pablo II, convirtió esa crítica en una declaración de guerra a la teología de la liberación. Veía el mundo a través del cristal del anticomunismo polaco. No percibía la diferencia, o no le importaba que la hubiera, entre Mitteleuropa, donde el comunismo llegó tras las orugas de los tanques soviéticos, y Centroamérica, en cuyas luchas populares participaron sectores de la Iglesia Católica, en especial jesuitas. Coincidiría en esto con el gobierno estadounidense de Ronald Reagan, con quien celebraría una estrecha alianza. Según su biógrafo Georges Weigel, Wojtyla criticó ante la asamblea anual de presidentes de la Conferencia Jesuita la actuación de muchos de sus miembros en movimientos latinoamericanos que consideraba de izquierda y con las posiciones críticas de algunos de sus teólogos. 5 El giro que Juan Pablo II decidió imprimir a la Compañía de Jesús era el respaldo que Bergoglio necesitaba para seguir su propia línea de profilaxis ideológica en la provincia argentina de la Compañía de Jesús sin subordinarse al ya muy golpeado Arrupe.

Al mes de la coronación de Wojtyla, la XXXVIII Asamblea Plenaria del Episcopado argentino dispuso que Quarracino redactara el capítulo político del documento que se proponían difundir. El entonces secretario del departamento de laicos del CELAM argumentó que la Asamblea Episcopal nunca había condenado “la campaña exterior adversa al país” ni la “lamentable presencia” de laicos, clérigos y religiosos/as en la guerrilla, y las imprudencias de “varios venerables pastores”.6

Quarracino presentó un esquema interpretativo de censura a los que llamó “ataques externos a la imagen del país” y a quienes dentro de la Iglesia vieron “la violencia como solución”. 7 Esa era la línea que venía de Roma, donde nadie conocía o se preocupaba por la incongruencia de Quarracino, quien fue el obispo que con mayor insistencia predicó años antes el camino de las armas que ahora fulminaba.

Romero no volvería a escuchar palabras amables en la Santa Sede. Una de las primeras decisiones de Wojtyla fue enviar a San Salvador una misión investigativa de las denuncias contra el diocesano. Ese encargo fue asignado a Quarracino, quien luego de su visita de una semana a San Salvador, informó al Vaticano, pero también a la dictadura argentina, que las denuncias contra el arzobispo eran fundadas, que tal como decía el nuncio Gerada, Romero estaba enfrentado con el gobierno y con los demás obispos salvadoreños, que sus homilías incitaban a la rebelión y que sus sacerdotes colaboraban con grupos subversivos. Así se desprende del facsímil que ilustra esta nota, del 22 de diciembre de 1978. El paso de Quarracino por El Salvador no fue registrado por la prensa del país, según el relevamiento que realizó a mi pedido el especialista en comunicación Oscar Pérez, quien fue colaborador de monseñor Romero. Pero sí es mencionado en el diario personal de Romero, como el hombre que predispuso al nuevo Pontífice en su contra.

Disparen contra los jesuitas

El ascenso de Quarracino se hizo irresistible durante la Conferencia del Episcopado Latinoamericano que sesionó al mes siguiente, en enero de 1979. En cuanto su avión despegó de Roma, el Papa convocó a los periodistas y se despachó contra la teología de la liberación porque distorsionaba el Evangelio.8 Y al llegar a Puebla de los Angeles dijo que “esta concepción de Cristo como político revolucionario, como el subversivo de Nazareth, no se compagina con la catequesis de la Iglesia”.9 También impugnó tanto la violencia como las desigualdades sociales, con ricos más ricos a expensas de pobres más pobres. Este es el discurso del populismo conservador que reaparecerá en Roma con el papa Francisco.

El diario mexicano Uno más Uno publicó en aquel momento una carta del cardenal conservador colombiano Alfonso López Trujillo al líder de la minoría conservadora del Episcopado brasileño, Luciano Cabral Duarte, muy despectiva contra Arrupe por su apoyo a la teología de la liberación. El obispo salvadoreño Pedro Arnoldo Aparicio y Quintanilla acusó de la violencia en su país a los jesuitas que habían viajado a Puebla para argumentar a favor de Romero. Arrupe se reunió una vez más con Romero para analizar los riesgos que estas acusaciones causaban a los jesuitas,10 en una situación de inocultable parecido con la que habían enfrentado en Buenos Aires Yorio y Jalics. El 15 de febrero, el embajador Peña informó que el recibimiento apoteótico a Romero, sería utilizado “por elementos católicos tercermundistas izquierda subversiva”.11

Con el apoyo del prefecto de la Congregación vaticana para los Obispos, cardenal Sebastiano Baggio, López Trujillo reemplazó al cardenal brasileño Aloisio Lorscheider en la presidencia del CELAM y Quarracino lo acompañó como Secretario General. Ambos se opusieron a incluir en la declaración final de Puebla la denuncia contra los gobiernos dictatoriales de El Salvador y de Nicaragua pedida por sus respectivos arzobispos. Quarracino escribió que ya no sería posible confundir el significado de “liberación, iglesia popular, evangelización e ideología, las relaciones básicas entre tarea evangelizadora y promoción humana, cristianismo y política”.12

El 7 de mayo de 1979 Juan Pablo II recibió en Roma al arzobispo Romero, quien le entregó pruebas de la complicidad oficial con los escuadrones de la muerte y la persecución a la Iglesia13 y una foto tremenda del sacerdote Octavio Ortiz, con el rostro destrozado por un tanque que el Ejército hizo pasar sobre su cabeza. De regreso a San Salvador, durante una escala en Madrid, narró a una profesora de la Universidad Centroamericana el diálogo con el Papa:

–Le recomiendo mantenerse en los principios, con equilibrio y prudencia, porque es riesgoso caer en errores o equivocaciones al hacer las denuncias concretas –le dijo el Papa.

–En casos como éste hay que ser muy concreto porque la injusticia, el atropello ha sido muy concreto –insistió Romero mientras señalaba la foto del sacerdote.

–Tan cruelmente que nos lo mataron y diciendo que era un guerrillero...

–¿Y acaso no lo era? –contestó, frío, el Pontífice.

Luego lo instó a lograr una mejor relación con el gobierno de su país porque esa armonía, “es lo más cristiano en estos momentos de crisis”.

–Pero, Santo Padre, Cristo en el Evangelio nos dijo que él no había venido a traer la paz sino la espada.

–¡No exagere!14

El Papa le reveló que Quarracino había recomendado la intervención al Arzobispado, como Romero consignó en su diario, preocupado por advertir “que influía una información negativa acerca de mi pastoral”.15 Luego de analizar la situación con los sacerdotes jesuitas Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino, Romero objetó en una carta al cardenal Baggio “la sugerencia de monseñor Quarracino de nombrar un administrador apostólico, sede plena”, porque demostraría “desconfianza acerca del propio obispo”.16

Por su parte, el nuncio Gerada le comentó al embajador Peña que “lamentaba que el Vaticano no hubiera tomado aún las medidas propuestas por el obispo de Avellaneda, monseñor Antonio Quarracino, en el sentido de que Romero debía ser llamado al Vaticano para alejarlo de esta arquidiócesis”.17

También la embajada argentina en Costa Rica seguía con interés cada paso de Romero. En octubre de 1979, el embajador Arnoldo Listre (un radical balbinista) informó que el arzobispo de San José, monseñor Román Arrieta, le dijo que su colega de San Salvador estaba “copado por elementos extremistas, dentro de los cuales se incluye un grupo de jesuitas radicalizados”.18 Romero volvió a Roma en 1980. El 30 de enero asistió a la audiencia general del Papa, donde antes de recibirlo en una salita que utilizaba para audiencias especiales, Wojtyla lo hizo esperar que terminara la actuación de un circo y de un coro polaco. Ya a solas le reiteró sus críticas al papel de la Iglesia salvadoreña.

–No deben tener en cuenta sólo la defensa de la justicia social y el amor a los pobres, porque el esfuerzo reivindicativo popular de izquierda puede dar por resultado también un mal para la Iglesia –le advirtió.

De allí, Romero fue a la casa generalicia de la Compañía de Jesús, donde Arrupe le reiteró su solidaridad y el apoyo de los jesuitas. Al día siguiente, Romero fue recibido por el nuevo Secretario de Estado, cardenal Agostino Casaroli, quien le comunicó “que el embajador de Estados Unidos había venido a verlo con cierta preocupación de que yo estuviera en una línea revolucionaria popular, mientras que Estados Unidos apoya el Gobierno de la Democracia Cristiana”. También le advirtió que la defensa de los derechos humanos y las reivindicaciones del pueblo no debían “suponer una hipoteca de la Iglesia y de los sentimientos cristianos ante las ideologías”.19

Ya no habría paz para Romero. Listre, cuya principal tarea era presionar para que se clausurara la radio Noticias del Continente, que transmitía en onda corta informaciones sobre la situación represiva en toda la región, informó a su gobierno que monseñor Romero había anunciado que esa emisora de Montoneros transmitiría su homilía dominical en la que denunció amenazas contra su vida.20 El informe omitió que se trataba de una solución de emergencia porque la radio del Arzobispado había sido inutilizada por un atentado explosivo.

El nuncio en Costa Rica, el húngaro Lajos Kada, le recomendó a Romero que estuviera alerta porque había sido condenado a muerte. Kada fue el emisario que Juan Pablo II escogió como nuevo visitador apostólico luego de Quarracino. Reunido con los seis obispos salvadoreños, el 12 de marzo, Kada exigió que Romero cediera en sus posiciones para facilitar la unidad episcopal. Romero aceptó un equilibrio de sectores, que incluía otorgar la presidencia al vicario castrense, José Eduardo Alvarez Ramírez, acompañado como vice por el único amigo de Romero en el Episcopado, Arturo Rivera y Damas. Pero al momento de la decisión, Rivera y Damas fue soslayado y resultó elegido Aparicio y Quintanilla, quien en una reunión previa había enrostrado a Romero que su “predicación era violenta, subversiva, que estaba dividiendo al clero y a las diócesis” y que sembraba ideas izquierdistas en el Seminario.21

Esta nueva humillación a Romero fue la definitiva. Abandonado por sus hermanos y por la Santa Sede, el 24 de marzo de 1980, mientras oficiaba misa en la capilla del Hospitalito, un francotirador lo asesinó con un disparo al corazón. Durante su funeral en la Catedral, explosivos y disparos de metralla causaron otras decenas de muertes y centenares de heridos. No fue un hecho aislado. Dos días antes, paramilitares bolivianos secuestraron, torturaron y asesinaron en La Paz al jesuita español Luis Espinal, director de un semanario y de una radio, que la embajada argentina calificó “de extrema izquierda”.22

En 1993 una comisión de la verdad presidida por el ex juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos Thomas Buergenthal, y cuya directora ejecutiva fue la experta argentina Patricia Tappatá de Valdez, esclareció que el crimen de Romero fue ejecutado por el escuadrón de la muerte que respondía al ex mayor del Ejército Roberto D’Aubuisson, líder político de la ultraderecha salvadoreña. Cinco días después se dictó una ley de amnistía, convalidada por la Corte Suprema. En 2000, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos concluyó que el Estado salvadoreño había violado el derecho a la vida de Romero y había faltado a su deber de investigar y sancionar a los responsables23 y en 2004 un juez de California, condenó al ex capitán de la Fuerza Aérea salvadoreña Álvaro Saravia a indemnizar con 10 millones de dólares a la familia del asesinado Romero.24


Pero los jesuitas y la teología de la liberación habían recibido un golpe demoledor. Concluido el proceso de pasteurización, Bergoglio puede elevar a Romero sin riesgo a los altares.




(1) Carta del embajador Julio Peña al arzobispo Romero, del 31 de agosto de 1977, y nota a la cancillería Nº 340/77 ESALV, del 7 de septiembre de 1977, Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto.

(2) Secreto. Nota 250/78 del embajador Julio Peña a la Dirección de Prensa y Difusión de la Cancillería.

(3) Cable 144, Secreto, del embajador en El Salvador Julio Peña, 17 de mayo de 1977. Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto.

(4) Diario de monseñor Oscar Arnulfo Romero, 21 y 25 de junio de 1979, Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con los pueblos de América Latina (SICSAL),

(5) “A los 20 años del controvertido padre Arrupe”, Intereconomía, España, 9 de febrero de 2011.

(6) XXXVIII APCEA, 13 al 18 de noviembre de 1978, carta de Quarracino, 11 de octubre de 1978, caja 26, carpeta XXI, documento 17.520, ACEA.

(7) XXXVIII APCEA, 13 al 18 de noviembre de 1978, esquema propuesto por Quarracino, caja 26, carpeta XXI, documento 17.612, ACEA.

(8) Apuntes personales de Marco Politi, en Carl Bernstein y Marco Politi, Su Santidad. Juan Pablo II y la historia oculta de nuestro tiempo, Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 1996, p. 218.

(9) Juan Pablo II, homilía en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe de Ciudad de México durante la solemne concelebración con los participantes en la Conferencia de Puebla, 27 de enero de 1979,http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1979/january/documents/hf_jpii_spe_19790127_messicoguadalupesacrelig_sp.html.

(10) Diario de monseñor Oscar Arnulfo Romero, 3 de febrero de 1979, Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con los pueblos de América Latina (SICSAL), http://www.sicsal.net/romero/DiarioRomero/02.html

(11) Secreto, San Salvador, 8610, del embajador Peña a la Cancillería, 15 de febrero de 1979. Archivo de Culto.

(12) Antonio Quarracino, “Después de Puebla”, Clarín, 22 de marzo de 1979.

(13) Diario de monseñor Oscar Arnulfo Romero, 7 de mayo de 1979, Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con los pueblos de América Latina (SICSAL), http://www.sicsal.net/romero/DiarioRomero/02.html

(14) María López Vigil, “Piezas para un Retrato”, UCA Editores, San Salvador 1993.

(15) Diario de monseñor Oscar Arnulfo Romero, 7 de mayo de 1979, Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con los pueblos de América Latina (SICSAL), http://www.sicsal.net/romero/DiarioRomero/02.html

(16) Diario de monseñor Oscar Arnulfo Romero, 28 de mayo de 1979, Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con los pueblos de América Latina (SICSAL), http://www.sicsal.net/romero/DiarioRomero/03.html

(17) Secreta, 410/79, del embajador Peña al Canciller, 5 de septiembre de 1979, archivo de Culto.

(18) Cable secreto 622/625 del embajador Listre, 16 de octubre de 1979, Culto.


(20) Cable secreto N 123 del embajador Listre, 26 de febrero de 1980, Culto.

(21) Diario de monseñor Oscar Arnulfo Romero, 28 de mayo de 1979, Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con los pueblos de América Latina (SICSAL), http://www.sicsal.net/romero/DiarioRomero/06.html

(22) Cable secreto 288, del 24 de marzo de 1980, DEL EMBAJADOR José María Romero, Culto.

(23) Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Informe N 37/00, caso 11.481, Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez, El Salvador, 13 de abril de 2000.

(24) “Condenado en EE UU uno de los asesinos del arzobispo salvadoreño Oscar Romero”, El País, Madrid, 5 de septiembre de 2004.

(25) “Segundo Encuentro Latinoamericano sobre Pastoral Castrense”, Vicariato Castrense, N 53, abril de 1977, p. 16.

(26) Penny Lernoux, Cry of the People, Penguin Books, Nueva York, 1991, p.,420.

(27) Carta Pastoral País y Bien Común, del 15 de mayo de 1977.

(28) Alberto Methol Ferré, “Análisis de las raíces de la evangelización latinoamericana”, Stromata, N 33, 1977, pp. 93-112.

(29) “Después de Puebla”, La Nación, 16 de febrero de 1979.




Documento secreto de la Cancillería. Quarracino condenó a Romero ante el Vaticano.




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sábado, 23 de mayo de 2015

SAN ROMERO DE AMÉRICA: SU BEATIFICACIÓN




San Romero de América, Pastor y Mártir nuestro


El ángel del Señor anunció en la víspera...

El corazón de El Salvador marcaba
24 de marzo y de agonía.
Tú ofrecías el Pan,
el Cuerpo Vivo
-el triturado cuerpo de tu Pueblo;
Su derramada Sangre victoriosa
-¡la sangre campesina de tu Pueblo en masacre
que ha de teñir en vinos de alegría la aurora conjurada!

El ángel del Señor anunció en la víspera,
y el Verbo se hizo muerte, otra vez, en tu muerte;
como se hace muerte, cada día, en la carne desnuda de tu Pueblo.

¡Y se hizo vida nueva
en nuestra vieja Iglesia!

Estamos otra vez en pie de testimonio,
¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!
Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra.
Romero en flor morada de la esperanza incólume de todo el Continente.
Romero de la Pascua latinoamericana.
Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.

Como Jesús, por orden del Imperio.
¡Pobre pastor glorioso,
abandonado
por tus propios hermanos de báculo y de Mesa...!
(Las curias no podían entenderte:
ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).

Tu pobrería sí te acompañaba,
en desespero fiel,
pasto y rebaño, a un tiempo, de tu misión profética.
El Pueblo te hizo santo.
La hora de tu Pueblo te consagró en el kairós.
Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio.

Como un hermano herido por tanta muerte hermana,
tú sabías llorar, solo, en el Huerto.
Sabías tener miedo, como un hombre en combate.
¡Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de campana!

Y supiste beber el doble cáliz del Altar y del Pueblo,
con una sola mano consagrada al servicio.
América Latina ya te ha puesto en su gloria de Bernini
en la espuma-aureola de sus mares,
en el retablo antiguo de los Andes alertos,
en el dosel airado de todas sus florestas,
en la canción de todos sus caminos,
en el calvario nuevo de todas sus prisiones,
de todas sus trincheras,
de todos sus altares...
¡En el ara segura del corazón insomne de sus hijos!

San Romero de América, pastor y mártir nuestro:
¡nadie hará callar tu última homilía!

Pedro Casaldáliga

http://servicioskoinonia.org/romero/poesia.htm

FRANCISCO: "ES UN DÍA DE FIESTA PARA LOS PAÍSES LATINOAMERICANOS"




Francisco: "Es un día de fiesta para los países latinoamericanos"


El Papa Francisco elogió la figura del beato salvadoreño Oscar Arnulfo Romero y llamó a "una verdadera reconcialición nacional ante los desafíos que se aforntan" en el país centroamericano, donde el religioso fue sesinado en 1980.



"En este día de fiesta para la nación salvadoreña, y también para los países hermanos latinoamericanos, damos gracias a Dios porque concedió al obispo mártir (Romero) la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo", apuntó Francisco.

"Monseñor Romero, que construyó la paz con la fuerza del amor, dio testimonio de la fe con su vida entregada hasta el extremo", apuntó el pontífice y añadió: "En tiempos de difícil convivencia, monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su rebaño (...). Su ministerio se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados", recordó Francisco, que destacó cómo el religioso "se preocupó de las mayorías pobres, pidiendo a los poderosos que convirtiesen las armas en hoces para el trabajo".

"Monseñor Romero nos invita a la cordura y a la reflexión, al respeto a la vida y a la concordia", agregó. "Es necesario renunciar a 'la violencia de la espada, la del odio', y vivir 'la violencia del amor, la que dejó a Cristo clavado en una cruz, la que se hace cada uno para vencer sus egoísmos y para que no haya desigualdades tan crueles entre nosotros'."

Francisco instó además a la Iglesia de El Salvador, de América Latina y el mundo entero "a ser rica en misericordia, a convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad".

Fuente: Agencia DPA


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SAN ROMERO DE AMÉRICA Por Washington Uranga





SUBNOTAS


EL MUNDO › EL PROCESO FUE BLOQUEADO POR PRESIONES POLÍTICAS Y DE LOS CONSERVADORES DE LA IGLESIA

San Romero de América



A 35 años de su asesinato por los militares de su país, el obispo Oscar Arnulfo Romero será beatificado hoy en El Salvador, paso previo a ser reconocido como santo.



Por Washington Uranga


El obispo católico Oscar Romero será beatificado hoy en El Salvador, 35 años después de su asesinato por los militares de aquel país. La beatificación, paso previo a ser reconocido como santo por la Iglesia Católica, fue acelerada este mismo año por el papa Francisco, después de que el proceso eclesiástico estuvo bloqueado tanto por razones políticas como por presiones de los sectores conservadores de la misma Iglesia. Benedicto XVI había anunciado la liberación del proceso de canonización en diciembre de 2012, poco antes de su renuncia. Al margen de los reconocimientos formales para gran parte de los católicos de América latina, particularmente para los salvadoreños y centroamericanos, el obispo asesinado se convirtió desde hace mucho tiempo en San Romero de América.

Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980, a los 62 años, por un francotirador (ver aparte) que le acertó con una bala calibre 22 en el corazón cuando celebraba la misa en la capilla del hospital de la Divina Providencia, en el barrio Miramonte, de San Salvador, y mientras pronunciaba allí su última homilía. Desde el 15 de octubre del año anterior, el pequeño país centroamericano estaba gobernado por una junta militar que había derrocado al general Carlos Humberto Romero, quien a su vez había llegado al gobierno mediante un fraude electoral el 20 de febrero de 1977. El país vivía entonces clima de guerra civil debido a la resistencia de organizaciones populares, especialmente campesinas, y revolucionarias.

En medio de una situación de violencia política y de gran represión, el obispo se había convertido en potente voz de resistencia y de denuncia de las violaciones a los derechos humanos. Cada domingo su homilía en la catedral era presenciada por centenares de personas que allí se enteraban de las noticias sobre secuestros, desapariciones y asesinatos y escuchaban en voz de Romero las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos y reclamos de justicia. El sermón del arzobispo era transmitido por la radio YSAX, perteneciente a la Iglesia.
Los actos

La ceremonia central de la beatificación se realizará hoy en la plaza Salvador del Mundo, en la capital salvadoreña, y será presidida por el cardenal italiano Angelo Amato, prefecto (ministro) de la Congregación de la Causa de los Santos, en su calidad de delegado personal del papa Francisco, quien en febrero pasado reconoció formalmente el martirio de Romero, abriendo el camino hacia su santificación.

Se estima que 300 mil personas participarán del acontecimiento, entre los cuales se cuentan muchos peregrinos llegados de toda América y otras partes del mundo. Junto al cardenal Amato estarán el actual arzobispo, José Luis Escobar, 1200 sacerdotes y 200 obispos, encabezados por los cardenales Jaime Ortega (Cuba), Leopoldo Brenes (Nicaragua), José Luis Lacunza (Panamá) y Oscar Rodríguez Maradiaga (Honduras).

En el acto el postulador de la causa de canonización de Romero, Vicenzo Paglia, presentará una biografía del obispo asesinado. Luego el delegado papal leerá la carta apostólica de Francisco en la cual se reconoce la condición martirial de Romero y se descubrirá una gigantografía con la imagen del nuevo beato. Simultáneamente se presentarán en el altar reliquias del obispo Romero.

En Buenos Aires, en coincidencia con la ceremonia en El Salvador, el cardenal Mario Poli, celebrará una misa a las 11 de la mañana en la Catedral, a la que asistirán el nuncio apostólico Emil Tscherrig y el embajador salvadoreño en Argentina, Oscar Menjívar Chávez. La homilía estará cargo del obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión de Pastoral Social, Jorge Lozano.
Líder popular

En el momento de su muerte Romero era claramente un líder popular, más allá de los católicos, y su prestigio había sobrepasado las fronteras de su pequeño país. El 2 de febrero de 1980 la Universidad Católica de Lovaina le otorgó el Doctorado Honoris Causa como reconocimiento a su lucha en defensa de los derechos humanos.

Al agradecer la distinción Romero dijo, entre otras cosas, que “las mayorías pobres de nuestro país son oprimidas y reprimidas cotidianamente por las estructuras económicas y políticas”, denunció la persecución de la Iglesia “porque parte de la Iglesia se ha puesto del lado del pueblo pobre y ha salido en su defensa”. En esa ocasión dijo también que “el mundo de los pobres nos enseña que la liberación llegará no sólo cuando los pobres sean puros destinatarios de los beneficios de gobiernos o de la misma Iglesia, sino actores y protagonistas ellos mismos de su lucha y de su liberación, desenmascarando así la raíz última de falsos paternalismos aun eclesiales”. En esa misma ocasión sostuvo que “o servimos a la vida de los salvadoreños o somos cómplices de su muerte” en coherencia con una afirmación del 24 de julio de 1977, oportunidad en la que había dicho que “la Iglesia no puede callar ante la injusticia, porque si callara sería cómplice”.

Romero estaba consciente de que su vida estaba en peligro. Y poco tiempo antes de su asesinato adelantó que “desde ya ofrezco mi sangre por la redención y resurrección de El Salvador” y pidió “que mi sangre sea semilla de libertad”.
La “conversión” de Romero

Sin embargo, Romero había sido elegido arzobispo por su condición de “moderado” y para evitar que accedieran a ese cargo los sectores “progresistas” de la Iglesia. En 1977 renunció el entonces arzobispo de la capital salvadoreña, Luis Chávez y González y aparecía como su sucesor natural quien en ese momento era su segundo, el obispo auxiliar Arturo Rivera Damas, un hombre reconocido por su compromiso “en la opción por los pobres”. No obstante, una maniobra urdida entre el prefecto (ministro) de la Congregación para los Obispos, el cardenal italiano Sebastiano Baggio (1913-1933) y el secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), el ultraconservador obispo colombiano Alfonso López Trujillo (1935-2008), logró desplazar al progresista Rivera Damas y designar a Romero.

El 10 de febrero de 1977, en una entrevista concedida al diario La Prensa Gráfica, el arzobispo argumentó acerca de la participación de los clérigos en la vida política. “El gobierno no debe tomar al sacerdote que se pronuncia por la justicia social como un político o elemento subversivo –dijo entonces– porque está cumpliendo su misión en la política del bien común.”

Quienes conocen de cerca la vida de Romero señalan que el asesinato de un amigo cercano y estrecho colaborador del obispo, el sacerdote Rutilio Grande, cambió la vida del ahora beato. El hecho ocurrió el 12 de marzo de 1977 en la ciudad de Aguilares. Allí el cura Rutilio fue asesinado junto a dos campesinos, supuestamente por denunciar el secuestro en Apopa y posterior expulsión del país del sacerdote colombiano Mario Bernal Londoño. La muerte de Grande conmovió al ahora obispo mártir y lo impulsó de manera decisiva en su compromiso en defensa de los derechos humanos. En esa oportunidad la respuesta de Romero, además de profundizar sus denuncias contra los atropellos del régimen, fue realizar una misa a la que convocó a todos los sacerdotes en la plaza Barrios de la capital, una iniciativa que tuvo la expresa oposición del nuncio (embajador del Vaticano) y de otros obispos. Miles de personas, especialmente campesinos, se reunieron en el acto litúrgico transformado en manifestación opositora.

En una nota recientemente publicada en la revista católica Vida Nueva, el periodista colombiano Javier Darío Restrepo, da testimonio de la transformación de Romero. Refiriendo un encuentro en 1979 junto a grupo de colegas, Restrepo asegura que “quien hubiera visto y oído a Oscar Arnulfo Romero años atrás no hubiera podido imaginar lo que los periodistas, estábamos viendo esta mañana en la catedral: sin altisonancias, como quien habla con la familia, el arzobispo denunciaba lo que nadie se atrevía a decir, pero lo suyo era una toma de partido y defensa de los campesinos y los pobres”.

El obispo católico brasileño Pedro Casaldáliga escribió un poema titulado “San Romero de América, pastor y mártir” en el que se refiere al obispo asesinado como “pobre pastor glorioso, abandonado por tus propios hermanos de báculo y de mesa”, porque “las curias no podían entenderte: ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo”. Sin embargo, sigue diciendo Casaldáliga, “el Pueblo te hizo santo (...), los pobres te enseñaron a leer el Evangelio”.
“Cese la represión”

Un día antes de su asesinato, el Domingo de Ramos, 23 de marzo de 1980, como parte de su sermón dominical, Romero pronunció un párrafo que, según diferentes testigos, fue el que desencadenó la furia de los militares que decidieron acelerar su final. “Yo quisiera hacer una llamamiento, de manera especial, a los hombres del Ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional”, dijo el arzobispo ante centenares de personas reunidas en el templo y a quienes lo escuchaban por radio. “Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: ‘no matar’.” Y agregó: “Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen sus conciencias y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre”. Y en tono muy fuerte y dirigiéndose directamente a los militares remató su sentencia: “En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!”.

La tumba de Romero en la cripta de la catedral de San Salvador se ha transformado desde su asesinato en lugar de peregrinación popular. Hasta allí llegaron también el papa Juan Pablo II cuando visitó El Salvador en 1983 y, más recientemente, el presidente norteamericano Barack Obama. En el mismo lugar hasta hace pocos días estaba colgado un cuadro del santo del Opus Dei, Josemaría Escribá de Balaguer, instalado allí por el arzobispo Fernando Sáenz Lacalle. Este sacerdote español, también perteneciente al Opus Dei, fue nombrado por el Vaticano como titular de la arquidiócesis de San Salvador y ejerció el cargo entre mayo de 1995 y diciembre de 2008. Desde esa función hizo todo lo posible para impedir el avance de la causa de canonización de Romero, que se había iniciado en 1990 por iniciativa de su sucesor, Arturo Rivera Damas.

Una escultura de Romero se encuentra actualmente en la galería de los Diez mártires del siglo XX, en la abadía anglicana de Westminster, en Londres, en la que también está Martin Luther King.



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