lunes, 7 de abril de 2014

SAN ROMERO DE AMERICA: A 34 AÑOS DE SU MARTIRIO

A 34 años de su martirio

24 de marzo de 1980
24 de marzo de 2014





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ACLARACIÓN: 

Por razones técnicas no se pudo publicar en su fecha este sencillo homenaje a nuestro amado San Romero de América. Superadas las mismas, y con las debidas disculpas, son difundidas en su memoria.

BuenaNueva21




MONS ROMERO, 34 AÑOS DE SU MARTIRIO / Nota de autor

A 34 años de su martirio

24 de marzo de 1980
24 de marzo de 2014



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lunes, 24 de marzo de 2014


Monseñor Romero, 34 años de su martirio

XXXIV ANIVERSARIO DEL MARTIRIO DE MONSEÑOR ROMERO

Cripta de Catedral. Lunes, 24 de marzo de 2014

El 34 aniversario del martirio y la pascua consiguiente de Monseñor Romero tiene sabor a victoria. En primer lugar, porque cada vez se van aproximando más el sentir popular, que ya considera como santo a Mons. Romero y las instancias vaticanas, que bajo la motivación del Papa Francisco, le van restituyendo dignidad a una de las víctimas más representativas del capitalismo salvaje imperante.

La cercanía del 35 aniversario de su martirio, el próximo año; así como la feliz concurrencia del centenario de su nacimiento, el año 2017, nos ponen en estado de preparación festiva. Ambos acontecimientos nos reclaman una adecuada preparación, tanto interior como exterior. La profundización sistemática de su magisterio pastoral. Los precedentes sentados en su defensa de los derechos humanos. La construcción de un modelo de Iglesia donde los pobres tengan el centro de la atención, no el mafioso o el corrupto de turno. En fin, son aspectos que, sin duda, el sentido de la fe del pueblo irá sugiriendo a nuestra creatividad organizativa.

Pero también es victoria en el plano político y social, en cuanto asistimos al inicio del eclipse de los dioses del Olimpo salvadoreño que orquestaron su asesinato. A ellos queremos decirles que Romero, como el cordero del Apocalipsis, está degollado, pero sigue en pié (5,6), resucitando en las luchas del pueblo.
Mons. Romero, como el Cordero del Apocalipsis, se acercó al libro de la historia y abrió sus sellos, porque fue degollado y con su sangre ha adquirido para Dios hombres —y mujeres— de toda raza, lengua, pueblo y nación; y ha hecho de ellos para nuestro Dios un Reino de Sacerdotes, que quieren hacer reinar la justicia sobre la tierra.
Quiero detenerme en dos puntos en esta reflexión: la centralidad de la dignidad humana en la construcción del Reino de Dios y la urgencia de construir una iglesia samaritana como la encarnó nuestro mártir.


1. Dignidad humana y construcción del Reino de Dios


El escritor Publio Terencio Africano, mejor conocido como Terencio, tiene una frase famosa: homo sum, humani nihil a me alienum puto, es decir, “hombre soy y nada de lo humano me resulta extraño”. Miguel de Unamuno, inicia su obra Del sentimiento trágico de la vida, haciendo una pequeña modificación a la máxima de Terencio. No sólo lo humano, como concepto abstracto —dice Unamuno— me interesa, sino el hombre concreto, en tanto “ningún hombre me resulta extraño”. Esta sensibilidad moderna, que le otorga una particular importancia a la dignidad de la persona, como presupuesto para evitar la comprensión de una Iglesia apartada de los sufrimientos de la gente, la encontramos en el n. 1 de la Gaudium et SpesLos gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.

Y la frase casi literal de Terencio la encontramos en el n. 380 de Aparecida, pero aplicada a la Iglesia, es decir, a ella, «nada de lo humano le puede resultar extraño». O dicho de otro modo en mismo numeral: «todo signo auténtico de verdad, bien y belleza en la aventura humana viene de Dios y clama por Dios».

Lo importante aquí es comprender que, tanto nuestra vida, como nuestro testimonio y la mediación sacramental de la Iglesia no son realidades auto-referenciales, sino que orientamos «toda nuestra vida desde la realidad transformadora del Reino de Dios que se hace presente en Jesús» (DAp, 382). En otras palabras, «Jesucristo es el Reino de Dios que procura desplegar toda su fuerza transformadora en nuestra Iglesia y en nuestras sociedades» (DAp, 382).

En términos prácticos, la conjugación de esos dos elementos, dignidad humana y Reino de Dios, hacen que los discípulos de Jesucristo amplíen el horizonte de su fe para que no se encierren en sí mismos; se trata, pues de «asumir evangélicamente y desde la perspectiva del Reino las tareas prioritarias que contribuyen a la dignificación de todo ser humano, y a trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano» (DAp, 384).

Una de esas tareas es determinar cuáles estilos de vida, de los que propone la cultura moderna, son contrarios a la naturaleza y dignidad del ser humano.
Por ejemplo, ante una concepción idolátrica del poder, la riqueza y el placer, Aparecida propone «el valor supremo de cada hombre y de cada mujer» (DAp, 387). A esto le corresponde una opción preferencial por los pobres, «uno de los rasgos que marca la fisonomía de la Iglesia latinoamericana y caribeña» (DAp, 391, 550) y que no nace de un afán meramente sociológico, sino que «nace de nuestra fe en Jesucristo» (DAp, 392, 501), en el sentido que lo presenta Lumen Gentium 8: «Cristo efectuó la redención en la pobreza y en la persecución». Y esto imprime carácter a nuestro modo de creer. Quien pretender vivir su cristianismo de espaldas a la pobreza y a la persecución, injustamente provocadas, es un falso cristiano.

Pensemos en esa imposición que el imperio del Norte nos quiere hacer, es decir, dice que nos aprueba el FOMILENIO II, a condición que aceptemos que el agua de nuestro país pase a formar parte de las mercancías comercializables del capital extranjero y nacional. El agua es un elemento vital y no está en venta. ¿Qué tipo de negocio es ese que nos quita el agua y nos deja a cambio un pedazo de carretera construido? ¿Qué haremos cuando los niños tengan sed? ¿Les haremos morder el pavimento?

Esto me recuerda la respuesta de Jesús al tentador: “No sólo de pan vive el hombre”, entiéndase, “no sólo de dólares viven los salvadoreños”.
También viene a mi mente el evangelio que leímos ayer, cuando los discípulos le dicen a Jesús: “Maestro, come”.  Pero Él les dijo: “Yo tengo un alimento, que ustedes no conocen”. Los discípulos, totalmente desubicados, se decían entre ellos: “¿Alguien le habrá traído de comer?”. Pero Jesús les explica de qué se trata: “Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me envió y dar cumplimiento a su obra”. Por tanto, no estamos en esta historia solamente para engordar barrigas, sino para construir el Reino de Justicia que nos encomienda nuestro Señor Jesucristo.

No puedo dejar de pensar también en el fiscal que tenemos los salvadoreños, el cual, si los señores que han comprado su vida le ordenan que debe investigar si salieron reos a votar en la segunda vuelta electoral, obedece presto y sin demora. Pero si el pueblo le ordena investigar los millones de dólares que se ha robado Francisco Flores, entonces, se hace el mareado y da largas al asunto.

Este hecho me recuerda la segunda tentación en la versión lucana, cuando el diablo lleva a Jesús a una altura y le muestra los poderes y riquezas del mundo y le dice: Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero. A una condición, que Jesús le adore. Pero, Jesús le advierte: está escrito: Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto.

Nuestro Dios no es el mercado divinizado, como dice el papa Francisco, sino el Dios de Jesús y de Mons. Romero, a quien debemos respeto y del cual nos constituimos en sus discípulos, siguiendo los pasos de Jesús pobre y sufriente.

Pero, se impone también la tarea de descubrir el rostro de Cristo en los rostros sufrientes de los sectores marginados de la sociedad. Los pobres se constituyen en la medida que determina la autenticidad del actuar de todo el aparato eclesial; ellos constituyen una forma sacramental en la historia, que expresa la presencia de Cristo entre nosotros: «Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25,40)» (DAp, 393). En este marco de comprensión, «la Iglesia está convocada a ser abogada de la justicia y defensora de los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas, que claman al cielo» (DAp, 395).

Ahora bien, si la opción por los pobres está vinculada al dato de fe, nuestra valoración de ellos debe ser más positiva. En primer lugar, no puede limitarse a ser sólo teórica, emotiva, paternalista, sin una verdadera incidencia en nuestro estilo de vida. En segundo lugar, el documento hace un llamado importante a considerar a los pobres no como meros destinatarios de la misión, sino sus protagonistas: «los pobres se hacen sujetos de la evangelización y de la promoción humana integral» (DAp, 393).

Recordemos las palabras de nuestro mártir: “¿Qué otra cosa es la riqueza cuando no se piensa en Dios? Un ídolo de oro, un becerro de oro, y lo están adorando, se postran ante él, le ofrecen sacrificios. ¡Qué sacrificios enormes se hacen ante esta idolatría del dinero; no sólo sacrificios, sino iniquidades! Se paga para matar, se paga el pecado y se vende, todo se comercializa, todo es lícito ante el dinero”. (Día a Día con Monseñor Romero, Homilía 11 de septiembre de 1977).

2. La Iglesia Samaritana 


Nuestro modo de entender la Iglesia va en la línea del n. 8 de la Lumen Gentium, donde se lee: «Mas como Cristo efectuó la redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia está destinada a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación […]. La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que él venga (cfr. 1Co 11,26). Se vigoriza con la fuerza del Señor resucitado, para vencer con paciencia y con caridad sus propios sufrimientos y dificultades internas y externas y para descubrir fielmente, aunque entre sombras, el misterio de Cristo en el mundo, hasta que al fin de los tiempos se descubra con todo esplendor».

El Decreto Ad Gentes del Vaticano II, dice algo parecido: «[La Iglesia debe] caminar, bajo el impulso del Espíritu Santo, por el mismo camino que Cristo siguió, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que salió victorioso por su resurrección. Pues así caminaron en la esperanza todos los apóstoles, que con muchas tribulaciones y sufrimientos completaron lo que falta a la misión de Cristo por su Cuerpo, que es la Iglesia. También fue muchas veces semilla la sangre de los cristianos» (AG, 5).

Por tanto, todas las comunidades cristinas, si realmente aman a Mons. Romero deben incorporar en su praxis eclesial la memoria de los mártires, porque la fe cristiana consiste justamente en creer en uno que murió asesinado no de muerte natural. Jesús no murió de dengue, sino como consecuencia del odio que los poderes de su tiempo infligieron sobre él, porque les hacía estorbo, como también Mons. Romero era estorbo para los poderosos de su tiempo.

Lo que pasa es que esa identificación con los más pobres y la defensa de los mismos, la ha llevado a enfrentar los poderes establecidos. La Iglesia salvadoreña se sabe también como Iglesia martirial: «queremos recordar el testimonio valiente de nuestros santos y santas, y de quienes, aun sin haber sido canonizados, han vivido con radicalidad el Evangelio y han ofrendado su vida por Cristo, por la Iglesia y por su pueblo» (DAp, 98, 140, 178).

Según Aparecida, el martirio es un signo claro de la presencia del Reino de  Dios entre nosotros (cfr. DAp, 383). De ahí que se pueda notar una evolución, coherente con la realidad eclesial y social del continente latinoamericano, que va de una auto-comprensión como Iglesia de los pobres, a una auto-comprensión como iglesia martirial.
La Iglesia salvadoreña está llamada a  mirarse a sí misma como «compañera de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio» (DAp. 396).

Cierro con el n. 42 de la Lumen Gentium, que dice:«Dado que Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su amor entregando su vida por nosotros, nadie tiene mayor amor que el que entrega su vida por Él y por sus hermanos (cf. 1 Jn 3,16; Jn 15,13). Pues bien: algunos cristianos, ya desde los primeros tiempos, fueron llamados, y seguirán siéndolo siempre, a dar este supremo testimonio de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores. Por tanto, el martirio, en el que el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a Él en la efusión de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor, Y, si es don concedido a pocos, sin embargo, todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle, por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia».


Fuente: http://misionologiachopin.blogspot.com.ar/
            Juan Vicente Chopin






SAN ROMERO DE AMERICA: ÚLTIMA HOMILIA

A 34 años de su martirio

24 de marzo de 1980
24 de marzo de 2014



"No es voluntad de Dios que unos tengan todo y otros no tengan nada."


Mons. Oscar A. Romero, setiembre de 1978.-



Mons. Romero - Ultima homilía 23 marzo 1980






SAN ROMERO DE AMERICA: A 34 DE SU MARTIRIO / "EL CIELO ABIERTO" de Everardo González (Documental)

A 34 años de su martirio

24 de marzo de 1980
24 de marzo de 2014




EL CIELO ABIERTO (Everardo Gonzalez 2011)





lunes, 10 de marzo de 2014

"SI LA IGLESIA NO APOYABA, EL GOLPE NO SE HUBIERA DADO" Por Marta Platía




EL PAIS › EL CASO DE LOS SEIS SEMINARISTAS SECUESTRADOS EN CÓRDOBA

“Si la Iglesia no apoyaba, el golpe no se hubiera dado”


Dos teólogos y una monja norteamericana declararon en el megajuicio por los crímenes de La Perla. Relataron el secuestro que sufrieron en agosto de 1976, cuando los teólogos eran seminaristas y trabajaban en una villa.




Por Marta Platía
Desde Córdoba



Miren, yo estoy convencido de que el golpe no se hubiera dado si la Iglesia no hubiera estado de acuerdo. Ellos, en un acuerdo tácito, les dijeron ‘ustedes hagan el trabajo sucio y nosotros convalidamos’”, acusó, con certeza argumental, el teólogo Daniel García Carranza ante el tribunal que juzga los crímenes de lesa humanidad cometidos en La Perla. García Carranza fue uno de los seis religiosos secuestrados y torturados la madrugada del 3 de agosto de 1976: exactamente 24 horas antes de que asesinaran al obispo Enrique Angelelli en una ruta, y a pocas semanas del homicidio de los padres palotinos en San Patricio.

Así las cosas, la jerarquía de la Iglesia Católica argentina durante la última dictadura resultó la principal acusada –junto a los 41 represores que encabeza Luciano Benjamín Menéndez– en una de las audiencias más intensas que se hayan vivido en este juicio. Testificaron dos teólogos: Daniel García Carranza y Alejandro Dausá, y una monja norteamericana, Joan McCarthy: la religiosa que con su valentía y su fuga cuasi cinematográfica impidió que los mataran.

“Nosotros estamos vivos pero sabemos muy bien que podríamos no estar aquí –dijo el teólogo García Carranza–. Si no fuera por ‘Juanita’ (como llaman a Joan, que ya tiene 81 años), nos hubieran desaparecido como hicieron con tantos hermanos.” Vehemente, García Carranza relató que por esos días él, Dausá, Alfredo Velarde, José Luis Destéfanis, el chileno Humberto Pantoja Tapia y el superior del grupo, Santiago Martín Weeks (también norteamericano), “cursábamos teología en la escuela de las Hermanas Claretianas, porque (desde la curia local) nos pidieron que no estudiáramos en el Seminario Mayor. La Iglesia había decidido que no éramos gratos porque habíamos hecho la opción por los pobres, así que no nos dejaban estudiar en la sede del Arzobispado”, el edificio palaciego donde residía el cardenal Francisco Primatesta.

“Los seis pensábamos que el modo de vivir el Evangelio no estaba dentro del Arzobispado. Así que nos dijeron que nos fuéramos cada uno a su casa. Decidimos no hacerlo. La gente con la que nosotros trabajábamos en las villas desaparecía y moría. Nosotros lo veíamos casi a diario. Hubiera sido un acto de enorme cobardía irnos. Dar testimonio del Evangelio nos pedía eso. Nos acusaban de hablar de justicia social, pero el Evangelio es justicia social”, detalló expresivo el sobreviviente, ante la mirada de Menéndez que, desde diciembre, que no se quedaba a escuchar a nadie.

García Carranza relató que los seis seminaristas se fueron a vivir a una casa en un barrio obrero. Todos pertenecían a la orden de La Salette, de origen estadounidense.
La Iglesia cómplice

La noche del 3 de agosto de 1976, el joven García Carranza llegó y se encontró con la patota. “Eran cerca de las doce. Entré y sentí que alguien gritaba que me pusiera contra la pared. Pensé que era un mal chiste, pero me dieron culatazos en la espalda y me ordenaron que mirara al piso. Me vendaron con una camiseta mientras gritaban como locos. Ellos decían que eran de la policía, pero parecían delincuentes comunes. Jugaron a la ruleta rusa con nosotros. Nos gatillaban, nos pateaban. Destruyeron todo lo que había y se robaron todo lo que se pudieron robar.”

En la casa, además de los seminaristas a quienes fueron esperando hasta completar el grupo, estaban también “un viejito español muy enfermo y pobre que estábamos cuidando y una monja norteamericana que había bajado desde Jujuy a visitarnos: Joan McCarthy”. Fue ella quien, mientras esperaba a sus colegas, les abrió la puerta a los represores, que se identificaron como policías. Joan presenció todo a lo largo de las casi seis horas que la patota se tomó para secuestrar a los seminaristas.

Con su acento norteamericano y toques de un fino sentido del humor, Joan McCarthy le contó al Tribunal que “me di cuenta de lo que pasaba cuando entraron a romper todo. Me dijeron que no me preocupara, que no me harían nada. Yo les dije `qué alegría’ y me hice la que no entendía nada. Me senté al lado de la chimenea, junto al viejito español que me estaba contando de la Segunda Guerra Mundial y me puse a tejer. Me di cuenta de que tenía que poner toda mi energía en escuchar, ver, registrar”.

Joan contó que “mientras destruían todo y golpeaban a los hermanos, andaban buscando evidencia subversiva. Y lo único que encontraron fue el libro de un autor de ultraderecha, López Trujillo, que decía ‘Liberación cristiana, liberación marxista’. Se pusieron contentos. Después un disco de Joan Baez, que cantaba canciones de protesta, y uno de Los Beatles sobre Bangla (el concierto de George Harrison para Bangladesh). También un disco boliviano sobre la Patria Grande. Esa es toda la evidencia que encontraron”, se rió. Pero sus labios se apretaron por el dolor cuando recordó: “Antes de irse dibujaron una esvástica sobre una foto de (Carlos) Mugica, y pusieron la palabra ‘kaput’”.

García Carranza siguió su relato: “Nos llevaron en varios autos a la D2, en pleno centro histórico y a pocos pasos de la Catedral. Ahí, en los patios, en las celdas, nos patearon, nos golpearon. La mugre era horrorosa. Los gritos de los torturados. Pero, ¿saben qué? Absolutamente todos los días que estuvimos ahí vino alguien del Arzobispado para ver si seguíamos vivos. Muy posiblemente era monseñor (Pedro Eladio) Bordagaray. Ese hombre vio todo y no hizo nada”, se indignó el testigo.

–¿Cómo sabe que era Bordagaray? –preguntó el juez Jaime Díaz Gavier.

–Porque me lo dijeron en la D2. Y yo lo conocía bien: era mi padrino de bautismo. Mis padres le rogaron que hiciera algo por mí y no hizo nada.

El testigo lloró de dolor y de furia. Contó que después de algunos días, cuando los sacaron a todos de la D2, los represores les dijeron: “Bueno, ahora los tenemos que llevar a matar. Así que si quieren, aprovechen ya y corran. Escapen. Al que quiera irse, que se vaya ahora”. “Pero nosotros no nos movimos. No escapamos. Sabíamos que era una trampa. Nos llevaron a la UP1 (la cárcel del barrio San Martín). Yo la conocía porque mi padre había sido médico de cárcel. Allí nos pusieron en el pabellón de los presos políticos. Ellos nos avisaron que habían matado al obispo Angelelli.”

El relato de García Carranza se volvió vertiginoso: “Cuando nos trasladaron a la cárcel de encausados también nos llevaron a palos. Recuerdo que cerca de mi celda estaban (el gobernador José Manuel) De la Sota, (el sindicalista) Chechela Pastorino. Que a mi compañero y a mí no nos dejaban ir al baño. Me dieron un tarro de cinco litros. Por la mañana ahí ponían el agua para tomar. En la noche había que usarlo de baño. Con el paso de los días, hubo una desgracia más: mi celda se fue inundando con el excremento que caía de los baños de arriba. Yo estaba sentado arriba de una mesita la mañana que Menéndez pasó por ahí y me vio. Me acuerdo de que un militar le dijo que había que sacarme de allí, cambiarme de celda. Pero él dijo ‘no, que se aguante’. Un hombre muy humanitario este Menéndez...”.

El tono del teólogo se volvió de hierro: “Miren, una parte de la jerarquía de la Iglesia fue cómplice. Si ellos no hubieran apoyado, ese golpe no se daba. Monseñor (Adolfo) Tortolo le había dicho a nuestro provincial que no nos dejaran entrar una Biblia. Dijo que nosotros no nos la merecíamos por traidores. Ellos fueron cómplices. Los capellanes fueron cómplices. Les pido a los fiscales que los citen”, bramó.

García Carranza siguió: “Nos llevaron a La Perla. Allí perdí la noción del tiempo. Me interrogaron uno al que le decían Juan XXII (el represor José Carlos González) y (Roberto Mañay alias) ‘el cura’ Magaldi. Este fue el que me dijo que no me iban a torturar porque si lo hacían lo excomulgaban. Eso porque monseñor (Victorio) Bonamín había dicho que era ‘inconcebible que en el Código Militar la pena de muerte esté aceptada y la tortura no, que es un mal menor. Los capellanes vamos a tener que ponerlos de acuerdo con esto’. Ellos estuvieron de acuerdo. Y nosotros teníamos visiones diferentes de la Iglesia. Así que en un golpe de ultraderecha, nosotros éramos considerados de izquierda. Nombrarles la Teología de la Liberación a los represores era como traerles a Lucifer”.

El testigo, que se recibió de teólogo en Estados Unidos, volvió a cubrirse el rostro con las manos cuando nombró La Perla: “Eso no era una antesala del infierno. ¡La Perla era el infierno! Yo no fui picaneado, pero todavía recuerdo los gritos de los torturados. Aún ahora, con todos los años que pasaron, no puedo entrar a mi casa con las luces apagadas, evito salir solo. Las marcas de todo eso son increíblemente profundas”.

Cuando la querellante Adriana Gentile le preguntó por la actuación de Primatesta, García Carranza volvió a indignarse: “Fue de terror. Cuando nos liberaron gracias a la lucha que llevaron Juanita y otros compañeros, tuvimos que pasar a darle las gracias. Una cortesía antes del exilio. Recuerdo que cuando íbamos entrando al Arzobispado se nos aparecieron por detrás varios policías armados que nos encañonaron. Pensamos que nos iban a matar ahí, pero Primatesta apareció por atrás de ellos y entonces los tipos cubrieron sus pistolas con las gorras, pero nos siguieron encañonando. De pronto se hicieron a un lado y fuimos a la audiencia”.

–¿Y Primatesta lo supo? –preguntó alarmado el juez Díaz Gavier.

–Sí. Eso es lo más asqueroso del asunto. Cuando le contamos, nos dijo: “No hay problema, a eso lo arreglo yo”. Y si eso no es complicidad, ¿qué es? Es más, a una compañera, Ema Rins, que le fue a pedir protección, Primatesta sacó unas listas de su escritorio y le dijo: “Pero no, vos no estás en las listas”. ¡El las tenía!
Un baño de sangre

A su turno, Alejandro Dausá, también teólogo y compañero de cautiverio de García Carranza, recordó horrorizado: “La locura, las armas en la cabeza, en la boca” durante el secuestro, los golpes y los tormentos en la D2 y, en particular, “los gritos de una mujer que rogaba que por favor, que no le metieran más bichos”. Cuando pudo reponerse, este hombre de 60 años que aparenta menos, argumentó firme: “Lo que nosotros considerábamos trabajar con sectores desposeídos y llevar una vida sencilla no iba en línea con la jerarquía. La Iglesia conocía perfectamente lo que pasaba acá. Los obispos eran la única instancia que podría haberle puesto freno al golpe. Pero aquí se dio un caso único en Latinoamérica: que la Iglesia apoyó lo que pasó y hasta aportaron argumentos para avalar la tortura y el genocidio”.

–¿Y cuáles fueron esos argumentos? –preguntó el fiscal Facundo Trotta.

–Ellos hablaban del baño de sangre purificador. Hay homilías de monseñor Bonamín, de Tortolo que hablan del baño de sangre purificador.
De Córdoba a Estados Unidos

“Me acuerdo que sentí una especie de premonición esa tarde cuando iba a visitar a los seminaristas al barrio Los Boulevares”, relató Joan McCarthy ante los jueces. De rasgos hermosos y afilados, “Juanita”, como la llaman sus amigos en Argentina, fue a la vez la persona indicada en el momento justo, y no. “Llegué a la casa en la tarde en que aparecieron los de la patota. Golpearon, gritaron que eran de la policía y yo, que estaba esperando a los compañeros, abrí.” Amparándose en su paso como visita extranjera, la monja fue una testigo fundamental en el secuestro, pero también una protagonista central en la salvación de sus colegas.

“Antes de irse, los secuestradores, que eran unos ocho o nueve, todos armados, me dieron una orden: que fuera al diario La Voz del Interior y dijera que a los seminaristas y al padre Weeks se los habían llevado los Montoneros por traidores. Claro que me di cuenta de que ellos no eran Montoneros. Pero había que hacer algo y todavía no sabía qué.”

Joan pudo salir de la casa cerca de las dos de la madrugada. Sola, en la calle, con su cartera “con dos centavos, porque me habían robado la plata”, y la carta del obispo jujeño que todavía conserva. “Por suerte”, también estaba el papelito con el número de teléfono del teólogo de España: “Yo sabía que tenía que avisar a mis superiores lo antes posible. Pero no me alcanzaba ni para el ómnibus”. Cuando llegó al Arzobispado era aún de madrugada y no le querían abrir. “Pero insistí y les dije que se habían llevado a los seminaristas. Me abrieron. El cardenal Primatesta estaba en Canadá. En su reemplazo había dejado a monseñor (Cándido) Rubiolo. Pero él estaba durmiendo y no lo querían molestar”, recordó la monja. Pidió entonces papel y una lapicera y escribió todo lo que recordaba de las horas que duró el secuestro. Como Rubiolo seguía en su cama cuando Joan terminó de redactar la carta, pidió hacer una llamada. Le habló al teólogo español que era un conocido de Santiago Martin Weeks. Fue él quien avisó a la congregación de La Salette lo que había ocurrido. “Cuando Rubiolo al fin se despertó, le di en mano lo que había escrito –memoró McCarthy–. No sé si hizo algo o no. Pero supongo que esa carta todavía debe estar en el archivo de la Arquidiócesis.”

Joan pudo salir de Córdoba con la ayuda de Seco, quien le envió a buscarla a un sacerdote canadiense para que la acompañara al aeropuerto. Ya en Buenos Aires, el 4 de agosto, fue directamente hacia la Embajada de Estados Unidos. Mala suerte: un cónsul de apellido Owen no quiso creer en su relato. O al menos eso le dijo. Al fin y al cabo era coherente con sus jefes. En aquellos días, el embajador norteamericano en la Argentina era Robert Hill, un hombre que había sido designado por el propio Henry Kissinger: cerebro del Plan Cóndor. Owen le dijo que no la podía ayudar, y aún más: “No le podemos dar dinero, no le podemos prestar dinero, no le podemos dar asilo, no la podemos acompañar a un puerto de salida. Lo único que podemos es decirle cuál es la forma más fácil de salir de la Argentina, pero tampoco le podemos sugerir que la use”.

Casi al borde de la desesperanza, la monja llamó al nuncio Pío Laghi: ella era consciente del rango de embajador de la Santa Sede que tenía Laghi en el país y pensó que tal vez sus fueros diplomáticos, sumados a la extraterritorialidad de la nunciatura, le permitirían otorgarle el asilo que ella necesitaba para que no la secuestraran. Pero desde el otro lado de la línea le dijeron que no la podrían atender hasta el lunes. Era jueves. La monja sabía que tenía apenas 48 horas para salir del país.

A pesar de que “estaba muerta de miedo y de hambre”, se arriesgó a esperar dentro de un hospital de la orden de Schoenstatt. Llegó el lunes. Pío Laghi ni se dignó a atenderla. Le comunicó a través de un secretario que no podía ayudarla: “Que sólo podía ayudar a sacerdotes argentinos, y que fuera a mi embajada”. Fue entonces cuando Joan se contactó con un grupo de jesuitas. Uno de ellos, uruguayo, la invitó a su país. “Fueron las mejores palabras que escuché en todos esos días y noches llenos de horas terribles”, recordó McCarthy. Con la policía y los militares mordiéndole los talones, Joan subió a un alíscafo rumbo a Montevideo.

Ya en la capital uruguaya, los funcionarios norteamericanos tampoco quisieron auxiliarla, pero un empleado del consulado blanqueó lo que ocurría: “Se tiene que ir lo antes posible. Las policías y los ejércitos de todos los países latinoamericanos están en contacto. No podemos darle ninguna protección”. McCarthy logró despegar en un avión cuyo pasaje también pagó la orden de los jesuitas. ¿El itinerario? Bolivia vía Paraguay. En La Paz un grupo de monjas a las que habían llamado los religiosos uruguayos juntó plata para el viaje a Washington, adonde Joan llegó recién el 13 de agosto. “Avisé a todos los que pude. No paramos hasta que un buen día, frente al Congreso, logramos que Ted Kennedy nos atendiera. Estábamos con las Madres. Teníamos pancartas. El se bajó de su auto cuando nos vio en la puerta y nos dijo que nos iba a ayudar, que no nos iba a abandonar”, recordó, ya con una sonrisa.

Los compañeros de Joan fueron liberados por la dictadura unos tres meses después, con opción a dejar el país. La mayoría, salvo el chileno, siguieron con sus estudios en Norteamérica. Todos saben que la pelea que dieron el español Seco, el propio Weeks ya en libertad y, fundamentalmente Joan, fue determinante para que no los asesinaran.


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LOS ARCHIVOS DE LA IGLESIA









                         

EL PAIS


Los archivos de la Iglesia

En el libro La Perla, historia y testimonios de un campo de concentración, de los periodistas Ana Mariani y Alejo Gómez Jacobo, el teólogo Daniel García Carranza reveló que “monseñor Primatesta, en medio de todo lo que estaba pasando, se encontraba en Canadá. O sea, no estaba preocupado por lo que sucedía por acá con miembros de la Iglesia Católica, que vivíamos en el lugar donde nos secuestraron y era residencia canónica porque se había autorizado. Pero alguien (un infiltrado) nos denunció. No sabemos con certeza quién fue, pero sospechamos de alguien que ya está muerto. Logramos recuperar del Archivo Provincial de la Memoria de Córdoba algunos escritos y cartas del archivo del arzobispado que delatan que la intimidad que había entre Primatesta y Menéndez era increíble. La importancia de las cartas reside en que se hace evidente que la comunicación entre la Iglesia y el Ejército no era ocasional. Pero lo lamentable es que el archivo del arzobispado está burlado, porque resulta que por una normativa muy interesante que tiene el derecho canónico, las diócesis pueden tener archivos absolutamente secretos (...) y cuando hay dudas de que ese secreto se pueda mantener en el archivo de la diócesis, pasa a la Nunciatura, que es terreno diplomático, por lo tanto, nadie puede acceder a ella. Imagínense la cantidad de cosas que habrá ahí. La cantidad de cartas que debe de haber quemado (Jorge) Bergoglio cada noche con las cosas que tiene que esconder. Uno piensa que es increíble cómo se produjeron los secuestros y asesinatos. ¡Y la cantidad de complicidades que hubo!”.


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viernes, 10 de enero de 2014

"EL EVANGELIO NO ES BUENA NOTICIA PARA TODOS..."



Me llegó este comentario anónimo hace pocos días, referido a la publicación del 4 de agosto de 2012 "MONS. ANGELELLI: MÁRTIR DE LOS POBRES" y me pareció muy importante por algunos conceptos que reflejan la realidad evangélica. La cual debe ser tomada  y asimilada seriamente, en particular la que lleva el titulo, en el contexto del mismo comentario:"El Evangelio no es Buena Noticia para todos..." 

Esta visión de la práctica evangélica, nos ubica en la relevancia de esa misión trascendente, y por cierto, también, revolucionaria. En este sentido, y agradeciendo al  estimado lector, simplemente, lo quería compartir con todos Uds. para la reflexión, a la luz del testimonio y el martirio de Mons. Angelelli.

Buena Nueva21


El comentario:


"Los verdaderos discípulos de Jesús el Maestro, los que hacen aparte de decir, los que cargan con la cruz y predican el verdadero Evangelio, tarde o temprano cosechan enemistades de parte de los poderosos, de los dueños de las tierras, de los montes, de los ríos, de la soja y de las vacas. Angelelli debía morir porque su mensaje fiel al Evangelio No es buena noticia para todos, no todos quieren que todos y todas sean felices o tengan una vivienda y trabajo digno, no todos desean compartir el pan con el hermano, no todos tienen corazón de carne. Ruego a Dios que nos regale más Profetas que denuncien las injusticias y las desigualdades como Enrique, ruego a Dios que nos envíe mas hombres de buena voluntad como el para trabajar todos los días porque cesen las muertes prematuras. Ruego por más testigos en esta tierra que lleven el mensaje que todos somos hijos de Dios y que nadie debe pretender ser ni tener mas que otro. Angelelli vive en la sonrisa de cada niño, en la ternura del compartir el pan con el que nada tiene, en el vuelo libre de las aves y en cada amanecer cargado de esperanza!! FALLARON TUS SICARIOS ASESINOS TU VIVES EN EL PUEBLO DE DIOS!!!"