lunes, 10 de marzo de 2014

"SI LA IGLESIA NO APOYABA, EL GOLPE NO SE HUBIERA DADO" Por Marta Platía




EL PAIS › EL CASO DE LOS SEIS SEMINARISTAS SECUESTRADOS EN CÓRDOBA

“Si la Iglesia no apoyaba, el golpe no se hubiera dado”


Dos teólogos y una monja norteamericana declararon en el megajuicio por los crímenes de La Perla. Relataron el secuestro que sufrieron en agosto de 1976, cuando los teólogos eran seminaristas y trabajaban en una villa.




Por Marta Platía
Desde Córdoba



Miren, yo estoy convencido de que el golpe no se hubiera dado si la Iglesia no hubiera estado de acuerdo. Ellos, en un acuerdo tácito, les dijeron ‘ustedes hagan el trabajo sucio y nosotros convalidamos’”, acusó, con certeza argumental, el teólogo Daniel García Carranza ante el tribunal que juzga los crímenes de lesa humanidad cometidos en La Perla. García Carranza fue uno de los seis religiosos secuestrados y torturados la madrugada del 3 de agosto de 1976: exactamente 24 horas antes de que asesinaran al obispo Enrique Angelelli en una ruta, y a pocas semanas del homicidio de los padres palotinos en San Patricio.

Así las cosas, la jerarquía de la Iglesia Católica argentina durante la última dictadura resultó la principal acusada –junto a los 41 represores que encabeza Luciano Benjamín Menéndez– en una de las audiencias más intensas que se hayan vivido en este juicio. Testificaron dos teólogos: Daniel García Carranza y Alejandro Dausá, y una monja norteamericana, Joan McCarthy: la religiosa que con su valentía y su fuga cuasi cinematográfica impidió que los mataran.

“Nosotros estamos vivos pero sabemos muy bien que podríamos no estar aquí –dijo el teólogo García Carranza–. Si no fuera por ‘Juanita’ (como llaman a Joan, que ya tiene 81 años), nos hubieran desaparecido como hicieron con tantos hermanos.” Vehemente, García Carranza relató que por esos días él, Dausá, Alfredo Velarde, José Luis Destéfanis, el chileno Humberto Pantoja Tapia y el superior del grupo, Santiago Martín Weeks (también norteamericano), “cursábamos teología en la escuela de las Hermanas Claretianas, porque (desde la curia local) nos pidieron que no estudiáramos en el Seminario Mayor. La Iglesia había decidido que no éramos gratos porque habíamos hecho la opción por los pobres, así que no nos dejaban estudiar en la sede del Arzobispado”, el edificio palaciego donde residía el cardenal Francisco Primatesta.

“Los seis pensábamos que el modo de vivir el Evangelio no estaba dentro del Arzobispado. Así que nos dijeron que nos fuéramos cada uno a su casa. Decidimos no hacerlo. La gente con la que nosotros trabajábamos en las villas desaparecía y moría. Nosotros lo veíamos casi a diario. Hubiera sido un acto de enorme cobardía irnos. Dar testimonio del Evangelio nos pedía eso. Nos acusaban de hablar de justicia social, pero el Evangelio es justicia social”, detalló expresivo el sobreviviente, ante la mirada de Menéndez que, desde diciembre, que no se quedaba a escuchar a nadie.

García Carranza relató que los seis seminaristas se fueron a vivir a una casa en un barrio obrero. Todos pertenecían a la orden de La Salette, de origen estadounidense.
La Iglesia cómplice

La noche del 3 de agosto de 1976, el joven García Carranza llegó y se encontró con la patota. “Eran cerca de las doce. Entré y sentí que alguien gritaba que me pusiera contra la pared. Pensé que era un mal chiste, pero me dieron culatazos en la espalda y me ordenaron que mirara al piso. Me vendaron con una camiseta mientras gritaban como locos. Ellos decían que eran de la policía, pero parecían delincuentes comunes. Jugaron a la ruleta rusa con nosotros. Nos gatillaban, nos pateaban. Destruyeron todo lo que había y se robaron todo lo que se pudieron robar.”

En la casa, además de los seminaristas a quienes fueron esperando hasta completar el grupo, estaban también “un viejito español muy enfermo y pobre que estábamos cuidando y una monja norteamericana que había bajado desde Jujuy a visitarnos: Joan McCarthy”. Fue ella quien, mientras esperaba a sus colegas, les abrió la puerta a los represores, que se identificaron como policías. Joan presenció todo a lo largo de las casi seis horas que la patota se tomó para secuestrar a los seminaristas.

Con su acento norteamericano y toques de un fino sentido del humor, Joan McCarthy le contó al Tribunal que “me di cuenta de lo que pasaba cuando entraron a romper todo. Me dijeron que no me preocupara, que no me harían nada. Yo les dije `qué alegría’ y me hice la que no entendía nada. Me senté al lado de la chimenea, junto al viejito español que me estaba contando de la Segunda Guerra Mundial y me puse a tejer. Me di cuenta de que tenía que poner toda mi energía en escuchar, ver, registrar”.

Joan contó que “mientras destruían todo y golpeaban a los hermanos, andaban buscando evidencia subversiva. Y lo único que encontraron fue el libro de un autor de ultraderecha, López Trujillo, que decía ‘Liberación cristiana, liberación marxista’. Se pusieron contentos. Después un disco de Joan Baez, que cantaba canciones de protesta, y uno de Los Beatles sobre Bangla (el concierto de George Harrison para Bangladesh). También un disco boliviano sobre la Patria Grande. Esa es toda la evidencia que encontraron”, se rió. Pero sus labios se apretaron por el dolor cuando recordó: “Antes de irse dibujaron una esvástica sobre una foto de (Carlos) Mugica, y pusieron la palabra ‘kaput’”.

García Carranza siguió su relato: “Nos llevaron en varios autos a la D2, en pleno centro histórico y a pocos pasos de la Catedral. Ahí, en los patios, en las celdas, nos patearon, nos golpearon. La mugre era horrorosa. Los gritos de los torturados. Pero, ¿saben qué? Absolutamente todos los días que estuvimos ahí vino alguien del Arzobispado para ver si seguíamos vivos. Muy posiblemente era monseñor (Pedro Eladio) Bordagaray. Ese hombre vio todo y no hizo nada”, se indignó el testigo.

–¿Cómo sabe que era Bordagaray? –preguntó el juez Jaime Díaz Gavier.

–Porque me lo dijeron en la D2. Y yo lo conocía bien: era mi padrino de bautismo. Mis padres le rogaron que hiciera algo por mí y no hizo nada.

El testigo lloró de dolor y de furia. Contó que después de algunos días, cuando los sacaron a todos de la D2, los represores les dijeron: “Bueno, ahora los tenemos que llevar a matar. Así que si quieren, aprovechen ya y corran. Escapen. Al que quiera irse, que se vaya ahora”. “Pero nosotros no nos movimos. No escapamos. Sabíamos que era una trampa. Nos llevaron a la UP1 (la cárcel del barrio San Martín). Yo la conocía porque mi padre había sido médico de cárcel. Allí nos pusieron en el pabellón de los presos políticos. Ellos nos avisaron que habían matado al obispo Angelelli.”

El relato de García Carranza se volvió vertiginoso: “Cuando nos trasladaron a la cárcel de encausados también nos llevaron a palos. Recuerdo que cerca de mi celda estaban (el gobernador José Manuel) De la Sota, (el sindicalista) Chechela Pastorino. Que a mi compañero y a mí no nos dejaban ir al baño. Me dieron un tarro de cinco litros. Por la mañana ahí ponían el agua para tomar. En la noche había que usarlo de baño. Con el paso de los días, hubo una desgracia más: mi celda se fue inundando con el excremento que caía de los baños de arriba. Yo estaba sentado arriba de una mesita la mañana que Menéndez pasó por ahí y me vio. Me acuerdo de que un militar le dijo que había que sacarme de allí, cambiarme de celda. Pero él dijo ‘no, que se aguante’. Un hombre muy humanitario este Menéndez...”.

El tono del teólogo se volvió de hierro: “Miren, una parte de la jerarquía de la Iglesia fue cómplice. Si ellos no hubieran apoyado, ese golpe no se daba. Monseñor (Adolfo) Tortolo le había dicho a nuestro provincial que no nos dejaran entrar una Biblia. Dijo que nosotros no nos la merecíamos por traidores. Ellos fueron cómplices. Los capellanes fueron cómplices. Les pido a los fiscales que los citen”, bramó.

García Carranza siguió: “Nos llevaron a La Perla. Allí perdí la noción del tiempo. Me interrogaron uno al que le decían Juan XXII (el represor José Carlos González) y (Roberto Mañay alias) ‘el cura’ Magaldi. Este fue el que me dijo que no me iban a torturar porque si lo hacían lo excomulgaban. Eso porque monseñor (Victorio) Bonamín había dicho que era ‘inconcebible que en el Código Militar la pena de muerte esté aceptada y la tortura no, que es un mal menor. Los capellanes vamos a tener que ponerlos de acuerdo con esto’. Ellos estuvieron de acuerdo. Y nosotros teníamos visiones diferentes de la Iglesia. Así que en un golpe de ultraderecha, nosotros éramos considerados de izquierda. Nombrarles la Teología de la Liberación a los represores era como traerles a Lucifer”.

El testigo, que se recibió de teólogo en Estados Unidos, volvió a cubrirse el rostro con las manos cuando nombró La Perla: “Eso no era una antesala del infierno. ¡La Perla era el infierno! Yo no fui picaneado, pero todavía recuerdo los gritos de los torturados. Aún ahora, con todos los años que pasaron, no puedo entrar a mi casa con las luces apagadas, evito salir solo. Las marcas de todo eso son increíblemente profundas”.

Cuando la querellante Adriana Gentile le preguntó por la actuación de Primatesta, García Carranza volvió a indignarse: “Fue de terror. Cuando nos liberaron gracias a la lucha que llevaron Juanita y otros compañeros, tuvimos que pasar a darle las gracias. Una cortesía antes del exilio. Recuerdo que cuando íbamos entrando al Arzobispado se nos aparecieron por detrás varios policías armados que nos encañonaron. Pensamos que nos iban a matar ahí, pero Primatesta apareció por atrás de ellos y entonces los tipos cubrieron sus pistolas con las gorras, pero nos siguieron encañonando. De pronto se hicieron a un lado y fuimos a la audiencia”.

–¿Y Primatesta lo supo? –preguntó alarmado el juez Díaz Gavier.

–Sí. Eso es lo más asqueroso del asunto. Cuando le contamos, nos dijo: “No hay problema, a eso lo arreglo yo”. Y si eso no es complicidad, ¿qué es? Es más, a una compañera, Ema Rins, que le fue a pedir protección, Primatesta sacó unas listas de su escritorio y le dijo: “Pero no, vos no estás en las listas”. ¡El las tenía!
Un baño de sangre

A su turno, Alejandro Dausá, también teólogo y compañero de cautiverio de García Carranza, recordó horrorizado: “La locura, las armas en la cabeza, en la boca” durante el secuestro, los golpes y los tormentos en la D2 y, en particular, “los gritos de una mujer que rogaba que por favor, que no le metieran más bichos”. Cuando pudo reponerse, este hombre de 60 años que aparenta menos, argumentó firme: “Lo que nosotros considerábamos trabajar con sectores desposeídos y llevar una vida sencilla no iba en línea con la jerarquía. La Iglesia conocía perfectamente lo que pasaba acá. Los obispos eran la única instancia que podría haberle puesto freno al golpe. Pero aquí se dio un caso único en Latinoamérica: que la Iglesia apoyó lo que pasó y hasta aportaron argumentos para avalar la tortura y el genocidio”.

–¿Y cuáles fueron esos argumentos? –preguntó el fiscal Facundo Trotta.

–Ellos hablaban del baño de sangre purificador. Hay homilías de monseñor Bonamín, de Tortolo que hablan del baño de sangre purificador.
De Córdoba a Estados Unidos

“Me acuerdo que sentí una especie de premonición esa tarde cuando iba a visitar a los seminaristas al barrio Los Boulevares”, relató Joan McCarthy ante los jueces. De rasgos hermosos y afilados, “Juanita”, como la llaman sus amigos en Argentina, fue a la vez la persona indicada en el momento justo, y no. “Llegué a la casa en la tarde en que aparecieron los de la patota. Golpearon, gritaron que eran de la policía y yo, que estaba esperando a los compañeros, abrí.” Amparándose en su paso como visita extranjera, la monja fue una testigo fundamental en el secuestro, pero también una protagonista central en la salvación de sus colegas.

“Antes de irse, los secuestradores, que eran unos ocho o nueve, todos armados, me dieron una orden: que fuera al diario La Voz del Interior y dijera que a los seminaristas y al padre Weeks se los habían llevado los Montoneros por traidores. Claro que me di cuenta de que ellos no eran Montoneros. Pero había que hacer algo y todavía no sabía qué.”

Joan pudo salir de la casa cerca de las dos de la madrugada. Sola, en la calle, con su cartera “con dos centavos, porque me habían robado la plata”, y la carta del obispo jujeño que todavía conserva. “Por suerte”, también estaba el papelito con el número de teléfono del teólogo de España: “Yo sabía que tenía que avisar a mis superiores lo antes posible. Pero no me alcanzaba ni para el ómnibus”. Cuando llegó al Arzobispado era aún de madrugada y no le querían abrir. “Pero insistí y les dije que se habían llevado a los seminaristas. Me abrieron. El cardenal Primatesta estaba en Canadá. En su reemplazo había dejado a monseñor (Cándido) Rubiolo. Pero él estaba durmiendo y no lo querían molestar”, recordó la monja. Pidió entonces papel y una lapicera y escribió todo lo que recordaba de las horas que duró el secuestro. Como Rubiolo seguía en su cama cuando Joan terminó de redactar la carta, pidió hacer una llamada. Le habló al teólogo español que era un conocido de Santiago Martin Weeks. Fue él quien avisó a la congregación de La Salette lo que había ocurrido. “Cuando Rubiolo al fin se despertó, le di en mano lo que había escrito –memoró McCarthy–. No sé si hizo algo o no. Pero supongo que esa carta todavía debe estar en el archivo de la Arquidiócesis.”

Joan pudo salir de Córdoba con la ayuda de Seco, quien le envió a buscarla a un sacerdote canadiense para que la acompañara al aeropuerto. Ya en Buenos Aires, el 4 de agosto, fue directamente hacia la Embajada de Estados Unidos. Mala suerte: un cónsul de apellido Owen no quiso creer en su relato. O al menos eso le dijo. Al fin y al cabo era coherente con sus jefes. En aquellos días, el embajador norteamericano en la Argentina era Robert Hill, un hombre que había sido designado por el propio Henry Kissinger: cerebro del Plan Cóndor. Owen le dijo que no la podía ayudar, y aún más: “No le podemos dar dinero, no le podemos prestar dinero, no le podemos dar asilo, no la podemos acompañar a un puerto de salida. Lo único que podemos es decirle cuál es la forma más fácil de salir de la Argentina, pero tampoco le podemos sugerir que la use”.

Casi al borde de la desesperanza, la monja llamó al nuncio Pío Laghi: ella era consciente del rango de embajador de la Santa Sede que tenía Laghi en el país y pensó que tal vez sus fueros diplomáticos, sumados a la extraterritorialidad de la nunciatura, le permitirían otorgarle el asilo que ella necesitaba para que no la secuestraran. Pero desde el otro lado de la línea le dijeron que no la podrían atender hasta el lunes. Era jueves. La monja sabía que tenía apenas 48 horas para salir del país.

A pesar de que “estaba muerta de miedo y de hambre”, se arriesgó a esperar dentro de un hospital de la orden de Schoenstatt. Llegó el lunes. Pío Laghi ni se dignó a atenderla. Le comunicó a través de un secretario que no podía ayudarla: “Que sólo podía ayudar a sacerdotes argentinos, y que fuera a mi embajada”. Fue entonces cuando Joan se contactó con un grupo de jesuitas. Uno de ellos, uruguayo, la invitó a su país. “Fueron las mejores palabras que escuché en todos esos días y noches llenos de horas terribles”, recordó McCarthy. Con la policía y los militares mordiéndole los talones, Joan subió a un alíscafo rumbo a Montevideo.

Ya en la capital uruguaya, los funcionarios norteamericanos tampoco quisieron auxiliarla, pero un empleado del consulado blanqueó lo que ocurría: “Se tiene que ir lo antes posible. Las policías y los ejércitos de todos los países latinoamericanos están en contacto. No podemos darle ninguna protección”. McCarthy logró despegar en un avión cuyo pasaje también pagó la orden de los jesuitas. ¿El itinerario? Bolivia vía Paraguay. En La Paz un grupo de monjas a las que habían llamado los religiosos uruguayos juntó plata para el viaje a Washington, adonde Joan llegó recién el 13 de agosto. “Avisé a todos los que pude. No paramos hasta que un buen día, frente al Congreso, logramos que Ted Kennedy nos atendiera. Estábamos con las Madres. Teníamos pancartas. El se bajó de su auto cuando nos vio en la puerta y nos dijo que nos iba a ayudar, que no nos iba a abandonar”, recordó, ya con una sonrisa.

Los compañeros de Joan fueron liberados por la dictadura unos tres meses después, con opción a dejar el país. La mayoría, salvo el chileno, siguieron con sus estudios en Norteamérica. Todos saben que la pelea que dieron el español Seco, el propio Weeks ya en libertad y, fundamentalmente Joan, fue determinante para que no los asesinaran.


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LOS ARCHIVOS DE LA IGLESIA









                         

EL PAIS


Los archivos de la Iglesia

En el libro La Perla, historia y testimonios de un campo de concentración, de los periodistas Ana Mariani y Alejo Gómez Jacobo, el teólogo Daniel García Carranza reveló que “monseñor Primatesta, en medio de todo lo que estaba pasando, se encontraba en Canadá. O sea, no estaba preocupado por lo que sucedía por acá con miembros de la Iglesia Católica, que vivíamos en el lugar donde nos secuestraron y era residencia canónica porque se había autorizado. Pero alguien (un infiltrado) nos denunció. No sabemos con certeza quién fue, pero sospechamos de alguien que ya está muerto. Logramos recuperar del Archivo Provincial de la Memoria de Córdoba algunos escritos y cartas del archivo del arzobispado que delatan que la intimidad que había entre Primatesta y Menéndez era increíble. La importancia de las cartas reside en que se hace evidente que la comunicación entre la Iglesia y el Ejército no era ocasional. Pero lo lamentable es que el archivo del arzobispado está burlado, porque resulta que por una normativa muy interesante que tiene el derecho canónico, las diócesis pueden tener archivos absolutamente secretos (...) y cuando hay dudas de que ese secreto se pueda mantener en el archivo de la diócesis, pasa a la Nunciatura, que es terreno diplomático, por lo tanto, nadie puede acceder a ella. Imagínense la cantidad de cosas que habrá ahí. La cantidad de cartas que debe de haber quemado (Jorge) Bergoglio cada noche con las cosas que tiene que esconder. Uno piensa que es increíble cómo se produjeron los secuestros y asesinatos. ¡Y la cantidad de complicidades que hubo!”.


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viernes, 10 de enero de 2014

"EL EVANGELIO NO ES BUENA NOTICIA PARA TODOS..."



Me llegó este comentario anónimo hace pocos días, referido a la publicación del 4 de agosto de 2012 "MONS. ANGELELLI: MÁRTIR DE LOS POBRES" y me pareció muy importante por algunos conceptos que reflejan la realidad evangélica. La cual debe ser tomada  y asimilada seriamente, en particular la que lleva el titulo, en el contexto del mismo comentario:"El Evangelio no es Buena Noticia para todos..." 

Esta visión de la práctica evangélica, nos ubica en la relevancia de esa misión trascendente, y por cierto, también, revolucionaria. En este sentido, y agradeciendo al  estimado lector, simplemente, lo quería compartir con todos Uds. para la reflexión, a la luz del testimonio y el martirio de Mons. Angelelli.

Buena Nueva21


El comentario:


"Los verdaderos discípulos de Jesús el Maestro, los que hacen aparte de decir, los que cargan con la cruz y predican el verdadero Evangelio, tarde o temprano cosechan enemistades de parte de los poderosos, de los dueños de las tierras, de los montes, de los ríos, de la soja y de las vacas. Angelelli debía morir porque su mensaje fiel al Evangelio No es buena noticia para todos, no todos quieren que todos y todas sean felices o tengan una vivienda y trabajo digno, no todos desean compartir el pan con el hermano, no todos tienen corazón de carne. Ruego a Dios que nos regale más Profetas que denuncien las injusticias y las desigualdades como Enrique, ruego a Dios que nos envíe mas hombres de buena voluntad como el para trabajar todos los días porque cesen las muertes prematuras. Ruego por más testigos en esta tierra que lleven el mensaje que todos somos hijos de Dios y que nadie debe pretender ser ni tener mas que otro. Angelelli vive en la sonrisa de cada niño, en la ternura del compartir el pan con el que nada tiene, en el vuelo libre de las aves y en cada amanecer cargado de esperanza!! FALLARON TUS SICARIOS ASESINOS TU VIVES EN EL PUEBLO DE DIOS!!!"






jueves, 12 de diciembre de 2013

ADVIENTO: PREPAREMOS LOS CAMINOS DEL SEÑOR!!



Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios.
1:2 Como está escrito en el libro del profeta Isaías:
Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti
para prepararte el camino.
1:3 Una voz grita en el desierto:
Preparen el camino del Señor,
allanen sus senderos,
1:4 así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
1:5 Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
1:6 Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero,  y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:
1:7 "Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias.
1:8 Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo".



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“El Espíritu de Dios está sobre mí… me envía a anunciar la Buena Noticia a los pobres, a sanar a los enfermos…” 

Is 61, 1-2a. 10-11


Estén
 alegres…, no apaguen el Espíritu. …Fiel es el que los llama…
1Ts 5, 16-24


“Hubo un hombre llamado Juan… éste vino para dar testimonio de la Luz. 


Jn 1, 6-8. 19-28



El Adviento, preparación para la Navidad


Tiempo para prepararse y estar en gracia para vivir correctamente la Navidad


Significado del Adviento


La palabra latina "adventus" significa “venida”. En el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Jesucristo. La liturgia de la Iglesia da el nombre de Adviento a las cuatro semanas que preceden a la Navidad, como una oportunidad para prepararnos en la esperanza y en el arrepentimiento para la llegada del Señor.

El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa penitencia.

El tiempo de Adviento es un período privilegiado para los cristianos ya que nos invita a recordar el pasado, nos impulsa a vivir el presente y a preparar el futuro.
Autor: Tere Fernández del Castillo | Fuente: Catholic.net 

domingo, 8 de diciembre de 2013

MADIBA: UN ADIÓS QUE NO QUIERE SERLO








A mi padre.

27 años de cárcel, apartado de su Cultura, de su Patria en su Patria, apartado, apartado con odio sin medida, apartado con todos sus hermanos de la Vida, de la Dignidad, apartados como residuos, como basura; apartados desde la explotación para ser más explotados aun. Apartados de los bienes que eran suyos, de sus riquezas, de sus derechos, apartados de todo menos del dolor, pero aun así, apartados a sufrir en un dolor apartado, silenciado, humillante, “un dolor de negros”, solo de “ellos”… Apartados del sistema que bendecía a unos con la mejor educación, la mejor salud, el mejor trabajo, y a ellos, apartándolos a una existencia que no conoce palabras para “explicarla”. Y en la nacida de ese inconmensurable Apartheid, él, él, Madiba, tribu de guerreros, etnia de valientes, unidos enfrentando a imperios con la sola Verdad de su razón, con la sangre derramada, multiplicada en muchos más que también cayeron y fueron simiente de abundantes venas abiertas como en otros continentes. No fue el odio, fue el amor más que el instinto, fue más la determinación que el miedo, fue más la perseverancia que todas las mazmorras, la templanza fue mucho más que los fusiles, los machetazos y balazos que abrían heridas en la ya enorme herida abierta y lacerada.

Lo veo en su cárcel, mirando a través de la ínfima reja que le abre el cielo y quién sabe cuántos deseos más, lo veo inconmovible, alentando la insurrección, la resistencia desde esa aparente pasividad de prisionero sin salida. Su celda, su uniforme gris plomo, su número de reo, son una afrenta tal a la dignidad humana que por patético se transforma en arma de indignación contra la injusticia. Pero eso no basta, hace falta un pueblo organizado, un pueblo esperanzado, un pueblo decidido a vencer: en él, en Madiba, se sintetiza ese conjunto de milagros, o al revés, quién sabe…

Gracias Madiba, gracias por ese fuego que no se apaga jamás, gracias por arder en la noche de las noches de la humanidad, gracias por brillar incesantemente, aún en la soledad de esos 27 años, con sus días y sus noches eternamente tortuosos. Madiba, ahora que partiste, como una estrella que allende en el infinito está apagada pero sigue siendo lucero en el universo y en el tiempo, como esa estrella, quieran las leyes de los astros, nos ilumines siempre, para porfiarnos, para machacarnos, como lo hiciste desde tu lucha, enseñándonos que el hombre es Libre en la Dignidad de su esencia o no es hombre.


Entonces, Madiba, este es un adiós que no quiere ser adiós…



Raúl Olivares.-
Todos los derechos reservados.-



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Invictus

Fuera de la noche que me cubre,
Negra como el abismo de polo a polo,
Agradezco a cualquier dios que pudiera existir
Por mi alma inconquistable.
En las feroces garras de las circunstancias
Ni me he lamentado ni he dado gritos.
Bajo los golpes del azar
Mi cabeza sangra, pero no se inclina.
Más allá de este lugar de ira y lágrimas
Es inminente el Horror de la sombra,
Y sin embargo la amenaza de los años
Me encuentra y me encontrará sin miedo.
No importa cuán estrecha sea la puerta,
Cuán cargada de castigos la sentencia.
Soy el amo de mi destino:
Soy el capitán de mi alma.


Invictus, Soy el Amo de mi Destino. Soy el Capitán de mi Alma.

(Poema de William Ernest Henley.)


Invictus es un poema escrito por el autor inglés William Ernest Henley.

La película “Invictus” refleja la importancia que este poema tuvo para el líder surafricano Nelson Mandela. Le influyó tanto que lo escribió en un trozo de papel y lo conservó con él los 27 años que estuvo encarcelado. Mandela admitió que quizás no hubiese podido soportar los largos años en prisión sin la ayuda de las palabras del poeta inglés.


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Apartheid

Johannes Gerhardus Strijdom, que sucedió a Malan como primer ministro en 1954, instauró además las siguientes leyes:
  • Los negros no podían ocupar posiciones en el gobierno y no podían votar excepto en algunas aisladas elecciones para instituciones segregadas.
  • Los negros no podían habilitar negocios o ejercer prácticas profesionales dentro de las áreas asignadas específicamente para los blancos.
  • El transporte público era totalmente segregado, tanto en trenes, buses, aviones, o inclusive los taxis de las ciudades.
  • A los negros no les estaba permitido entrar en zonas asignadas para población blanca, a menos que tuvieran un pase emitido por la policía. Los blancos también tenían que portar un pase para entrar en las zonas asignadas a los negros.
  • Edificios públicos tales como juzgados u oficinas de correos, disponían de accesos diferentes para blancos y negros.

Las principales consecuencias de esta situación fueron:
  • Las áreas asignadas a los negros raramente tenían electricidad o agua. Los hospitales también eran segregados: los hospitales para los blancos tenían la calidad de cualquier nación desarrollada, mientras que los asignados a los negros estaban pobremente equipados, faltos de personal y eran muy pocos en relación a la población que servían.
  • En 1970 la educación de un escolar negro costaba el 10% de la correspondiente a un escolar blanco. La educación superior era de un costo casi imposible de abonar para los negros.
  • El ingreso mínimo para el pago de impuestos era de 360 rand para los negros y mucho más alto para los blancos, unos 750 rand.



http://www.exito-personal.com/invictus
es.wikipedia.org/wiki/Apartheid




EL SIGNIFICADO DE MANDELA PARA EL FUTURO AMENAZADO DE LA HUMANIDAD por Leonardo Boff



El significado de Mandela para el futuro amenazado de la humanidad


Nelson Mandela, con su muerte, se ha sumergido en el inconsciente colectivo de la humanidad para ya nunca irse de ahí, porque se ha transformado en un arquetipo universal, de una persona injustamente condenada que no guardó rencor, que supo perdonar, reconciliar polos antagónicos y transmitirnos una inquebrantable esperanza en que el ser humano todavía tiene solución. Después de pasar 27 años en reclusión y ser elegido presidente de Sudáfrica en 1994, se propuso y realizó el gran desafío de transformar una sociedad estructurada en la suprema injusticia del apartheid, que deshumanizaba a las grandes mayorías negras del país condenándolas a ser no-personas, en una sociedad única, unida sin discriminaciones, democrática y libre.

Y lo consiguió al escoger el camino de la virtud, del perdón y de la reconciliación. Perdonar no es olvidar. Las llagas están ahí, muchas de ellas todavía abiertas. Perdonar es no permitir que la amargura y el espíritu de venganza tengan la última palabra y determinen el rumbo de la vida. Perdonar es liberar a las personas de las amarras del pasado, pasar página y empezar a escribir otra a cuatro manos, de negros y de blancos. La reconciliación sólo es posible y real cuando hay plena admisión de los crímenes por parte de sus autores y pleno conocimiento de los actos por parte de las víctimas. La pena de los criminales es la condenación moral ante toda la sociedad.

Una solución de esas, seguramente originalísima, supone un concepto ajeno a nuestra cultura individualista: el Ubuntu que quiere decir: “yo sólo puedo ser yo a través de ti y contigo”. Por tanto, sin un lazo permanente que ligue a todos con todos, la sociedad estará, como la nuestra, en peligro de desgarrarse y de conflictos sin fin.

En los manuales escolares de todo el mundo deberá figurar esta afirmación humanísima de Mandela: “Yo luché contra la dominación de los blancos y luché contra la dominación de los negros. Cultivé el ideal de una sociedad democrática y libre, en la cual todas las personas puedan vivir juntas en armonía y tengan oportunidades iguales. Este es mi ideal y deseo vivir para alcanzarlo. Pero, si fuera necesario, estoy dispuesto a morir por este ideal”.

¿Por qué la vida y la saga de Mandela fundan una esperanza en el futuro de la humanidad y en nuestra civilización? Porque hemos llegado al núcleo central de una conjunción de crisis que puede amenazar nuestro futuro como especie humana. Estamos en plena sexta gran extinción en masa. Cosmólogos (Brian Swimme) y biólogos (Edward Wilson) nos advierten que, si las cosas siguen como están, hacia 2030 culminará este proceso devastador. Esto quiere decir que la creencia persistente en el mundo entero, también en Brasil, de que el crecimiento económico material nos debería traer desarrollo social, cultural y espiritual es una ilusión. Estamos viviendo tiempos de barbarie y sin esperanza.

Cito a una persona libre de toda sospecha, Samuel P. Huntington, antiguo asesor del Pentágono y un analista perspicaz del proceso de globalización, que al final de su libro El choque de civilizaciones dice: “La ley y el orden son el primer pre-requisito de la civilización; en gran parte del mundo parecen estarse evaporando; a escala mundial, la civilización parece, en muchos aspectos, estar cediendo ante la barbarie, generando la imagen de un fenómeno sin precedentes, una Edad de las Tinieblas mundial que se abate sobre la humanidad”(1997:409-410).

Añado la opinión del conocido filósofo y científico político Norberto Bobbio que como Mandela creía en los derechos humanos y en la democracia, como valores para equilibrar el problema de la violencia entre los Estados y para una convivencia pacífica. En su última entrevista declaró: “no sabría decir cómo será el Tercer Milenio. Mis certezas caen y solamente un enorme punto de interrogación agita mi cabeza: ¿será el milenio de la guerra de exterminio o el de la concordia entre los seres humanos? No tengo posibilidad de responder a esta pregunta”.

Ante estos escenarios sombríos Mandela respondería seguramente, fundándose en su experiencia política: sí, es posible que el ser humano se reconcilie consigo mismo, que sobreponga su dimensión de sapiens a la de demens e inaugure una nueva forma de estar juntos en la misma Casa. Tal vez valgan las palabras de su gran amigo, el arzobispo Desmond Tutu, que coordinó el proceso de Verdad y Reconciliación: “Habiendo encarado a la bestia del pasado frente a frente, habiendo pedido y recibido perdón, pasemos ahora la página. No para olvidar ese pasado sino para no dejar que nos aprisione para siempre. Avancemos en dirección a un futuro glorioso de una nueva sociedad en la que las personas valgan no en razón de irrelevancias biológicas u otros extraños atributos, sino porque son personas de valor infinito, creadas a imagen de Dios”.

Mandela nos deja esta lección de esperanza: nosotros podremos vivir si, sin discriminaciones, hacemos realidad el Ubuntu. 






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martes, 26 de noviembre de 2013

JUICIO ORAL POR JUSTICIA PARA MONSEÑOR ANGELELLI: "LA IGLESIA FUE CÓMPLICE DEL ASESINATO" Por Irina Hauser







EL PAIS › EL TESTIMONIO DEL EX SACERDOTE ARTURO PINTO, EN EL JUICIO POR EL CRIMEN DEL OBISPO ANGELELLI EN 1976


“Lo mataron mediante un maniobra vehicular 
provocativa, fríamente premeditada”, 
dijo Pinto.












“La Iglesia fue cómplice del asesinato”


Pinto fue amigo y colaborador de Angelelli. Ante el tribunal contó cómo fueron los últimos días del obispo de La Rioja y, en contraposición con la teoría del accidente que sostuvo la jerarquía eclesiástica, aseguró que “fue un atentado”.


Por Irina Hauser

Un día antes de que lo asesinaran, el obispo de La Rioja, Enrique Angelelli dibujó en un papel un círculo con forma de espiral y en él fue ubicando una serie de sucesos, cuyos últimos eslabones habían sido el homicidio de los curas de su pastoral en Chamical, Gabriel Longeville y Carlos de Dios Murias, y el del laico Wenceslao Pedernera. “La cosa está brava”, les advirtió a los sacerdotes de su mayor confianza, y se ubicó en el centro del dibujo porque, dijo, creía ser el próximo de la lista. Ellos le pedían que se fuese a Perú, aprovechando que de allí lo convocaban. “El pastor no abandona a sus ovejas”, contestó. En aquel encuentro estaba Arturo Pinto, amigo y mano derecha de Angelelli, quien lo recordó ante el tribunal oral riojano que juzga su asesinato como parte de un contexto que anticipaba el desenlace. Su testimonio resulta clave porque además es el hombre que viajaba con el obispo en un Fiat 125 multicarga el 4 de agosto de 1976 en el momento en que otro vehículo se les cruzó y los hizo volcar, y que al sobrevivir pudo contarlo.

“A Angelelli lo mataron mediante una maniobra vehicular provocativa, fríamente premeditada, fue un atentado, no un accidente”, aseveró Pinto, en contraposición con la teoría que sostuvo la Iglesia Católica.

Pinto declaró ayer frente a los jueces Camilo García Uriburu, Carlos Lascano y Juan Carlos Reynaga. “Sabía que era perseguido y que lo iban a matar como lo hicieron con otros sacerdotes”, insistió el ex sacerdote, quien dejó de ejercer en 1977 cuando se cumplió un año del homicidio del obispo. El juicio que transcurre en La Rioja tiene como acusados al ex jefe del tercer cuerpo de Ejército Luciano Benjamín Menéndez y al ex comodoro Luis Estrella. Los otros tres hombres que debieron haber sido juzgados por este hecho ya murieron: el dictador Jorge Rafael Videla, el ex ministro del Interior Albano Harguindeguy y Juan Carlos Romero, quien estuvo a cargo del Departamento de Informaciones (D2) de La Rioja.

En su relato, Pinto se refirió a Menéndez en un tramo específico en el que confirmó la existencia de un encuentro que mantuvo con Angelelli en 1976. Dijo que el obispo volvió de allí “preocupado”, como quien había recibido una amenaza. Menéndez siempre negó esa entrevista, a la que, sin embargo, aludieron también otros testigos del juicio, como Luis “Vitín” Baronetto –querellante de la organización Tiempo Latinoamericano– y María Elena Coseano, sobrina de Angelelli.

“Esto demuestra la mano siniestra de Menéndez en las amenazas y la planificación del atentado”, señaló a este diario Guillermo Díaz Martínez, querellante por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Ayer la sala del tribunal oral, en el edificio del correo en La Rioja, estaba repleta.

Pinto conoció en los ’60 a Angelelli, que era rector del seminario en Córdoba donde él estudiaba para sacerdote. El obispo lo consagró cura en Villa Unión, en un acto en la vía pública, y desde entonces fue junto a él casi a todas partes. Durante toda la primera parte de su declaración intentó explicarles a los jueces “la nueva manera de hacer de la Iglesia” que buscaba desarrollar Angelelli a través de la llamada “opción por los pobres”. “Era una Iglesia liberadora de ataduras, que cuestionaba la mala distribución del agua, la concentración de la tierra en latifundios, los bienes en pocas manos. Ofrecía una reinterpretación del evangelio, se preocupaba por la situación de cada persona. Era novedoso, y fue tratado de subversivo, lo acusaban de cambiar la fe y las costumbres”, le contó a Página/12.

En julio de 1976 Angelelli había viajado a Chamical tras el asesinato de los curas Longueville y de Dios Murias, cuyos cuerpos aparecieron con vendas en los ojos y marcas de torturas dos días después de ser secuestrados. Después del sepelio se los homenajeó en un “novenario” (durante nueve días), donde también se intentaba “mitigar el dolor” y contener a los pobladores, que estaban asustados. En ese período el obispo se instaló en el cuarto de Murias y comenzó a entrevistar a la gente de la zona –recordó Pinto– que le tenía gran confianza, “quería descubrir quién los había matado, la gente le contaba, su máquina de escribir volaba”, contó Pinto a este diario. Con todo ese material armó una carpeta, que pensaba mandar al Vaticano y a la nunciatura, según contaron varios testigos.

El 3 de agosto Angelelli y Pinto emprendieron el viaje de vuelta después del mediodía. Llevaban la carpeta con toda la investigación de Angelelli en el asiento de atrás. Tomaron “un camino alternativo hasta retomar la ruta nacional 38 para no pasar por el frente de la ex base Aérea de Chamical debido a la mala relación que había entre sus integrantes y el obispo”, declaró Pinto. Entonces contó que a la altura de Punta de Los Llanos, a 100 kilómetros al sur de la capital riojana, un auto de color blanco los encerró “por delante de la camioneta, que se salió de la ruta y volcó”. “Producto del vuelco Angelelli, por comentarios que tuve después, salió despedido y yo quedé adentro del vehículo, inconsciente.”

Cuando los jueces le preguntaron por “la mala relación” con la Base Aérea, Pinto recordó como ejemplo que en medio de una misa, “en plena homilía de monseñor Angelelli, fue interrumpido por el titular de la base, Lázaro Aguirre, quien le señaló que no estaba de acuerdo y debía retractarse”. “En las misas siempre había una o dos personas de civil que nos dábamos cuenta de que eran militares y en algunas ocasiones grababan”, señaló.

La carpeta con la investigación sobre el asesinato de los curas de Chamical apareció –contó el abogado Díaz Martínez– en un escritorio de Harguindeguy. Hoy, a los 73 años, Pinto vive en Formosa y trabaja en el Equipo para la Promoción y el Acompañamiento Solidario, que promueve el desarrollo de las comunidades wichí y toba. “La Iglesia fue cómplice del asesinato de Angelelli, nunca se pronunció públicamente –dijo Pinto a este diario–. Cualquier agrupación, cuando tocan a un miembro, reacciona: acá masacraron a Angelelli y nadie condenó su muerte.”


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