jueves, 21 de marzo de 2013

J. M. BERGOGLIO: PAPA FRANCISCO

Estos artículos son publicados en este sitio web, en virtud de la importancia del contenido testimonial y documental de los mismos. En busca de la Verdad histórica y La Trascendente, de la voz silenciada de las victimas de la dictadura genocida cívico-militar, y en definitiva, en la lucha por Justicia y castigo a los culpables.

Raúl Olivares.-

miércoles, 20 de marzo de 2013

DE BERGOGLIO A FRANCISCO por Atilio Boron




De Bergoglio a Francisco



 Por Atilio A. Boron


Poco nuevo hay por agregar a lo mucho que ya se ha dicho sobre el papa Francisco desde su sorpresiva elevación al trono de San Pedro. Trataré de sintetizar esta breve nota en torno de tres ejes: a) las acusaciones sobre su actuación durante la dictadura genocida cívico-militar; b) su política como arzobispo de Buenos Aires y presidente de la Conferencia Episcopal; c) el posible impacto de su pontificado sobre la realidad sociopolítica de América latina.

En relación con el primer punto es indiscutible que su conducta se encuadró, en términos generales, en las deplorables líneas establecidas por la jerarquía católica. No fue un monstruo como Christian von Wernich, activo participante en la comisión de delitos de lesa humanidad y por ello condenado por la Justicia argentina; o un troglodita medieval como el obispo castrense Antonio Baseotto, que propuso colgarle una piedra de molino al cuello y tirar al mar al ministro de Salud Ginés González García por haber recomendado la utilización de preservativos. Pero tampoco fue un cristiano ejemplar como los obispos Enrique Angelelli y Carlos Horacio Ponce de León, el padre Carlos Mugica, los sacerdotes palotinos o las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon, todos asesinados por la dictadura, o como los obispos Miguel Hesayne, Jorge Novak y Jaime de Nevares, duros críticos del régimen militar. El por entonces Provincial de la Compañía de Jesús tuvo una conducta reprobable en relación con dos de sus directos subordinados, los sacerdotes Francisco Jalics y Orlando Virgilio Yorio, quienes ejercían su labor pastoral en una villa del Bajo Flores y fueron secuestrados y torturados por la dictadura ante la inacción de su superior, que los privó de su protección. Algunos testimonios, como el de Alicia Oliveira, rechazan estas críticas señalando su activa colaboración para salvar la vida de clérigos y laicos en peligro. Pero la evidencia documental –que no es lo mismo que una opinión– aportada en estos días por Horacio Verbitsky en Página/12 o lo que escribiera un eminente católico como Emilio F. Mignone lo tipifican como un pastor que entregó “sus ovejas al enemigo sin defenderlas ni rescatarlas”, en un caso al menos de un nieto que fue apropiado por los represores manteniendo oculta esta información por años. Lo más probable es que ambas actitudes sean ciertas, pero los buenos gestos destacados por algunos no alcanzan para opacar la gravedad de los otros. En un país en donde todos sabían de los crímenes perpetrados por el terrorismo de Estado no se puede aducir ignorancia, menos que menos un sacerdote que administraba el sacramento de la confesión y en permanente contacto con el común de la gente. En su momento, Bergoglio pidió perdón en nombre de la Iglesia “por no haber hecho lo suficiente” para preservar los derechos humanos ante la barbarie del terrorismo de Estado; debería haberlo pedido, en cambio, por el explícito apoyo que la jerarquía les brindó a los genocidas y no por lo poco que hizo para combatirlos. ¿Neutralidad o tolerancia ante el terrorismo de Estado? ¡Hum!, recordemos lo que dice el Dante en La Divina Comedia: “El círculo más horrendo del infierno está reservado para quienes en tiempos de crisis moral optan por la neutralidad”.

Pero supongamos que un examen exhaustivo e imparcial dictamine la absoluta inocencia de Bergoglio en los años de plomo. ¿Qué podemos decir de su actuación durante la reconstitución democrática posterior a la dictadura? A tono con la contrarreforma lanzada por Juan Pablo II con el apoyo y beneplácito de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, Bergoglio se asoció a las tendencias más reaccionarias de la Iglesia argentina, lo que no es poco decir. Formado en el peronismo de derecha, militante de Guardia de Hierro en su juventud, durante su gestión como cardenal primado de la Argentina se alineó inequívoca y sistemáticamente en contra de todas las buenas causas: se opuso –sin éxito– al matrimonio igualitario; reaccionó con el furioso fanatismo de Tomás de Torquemada ante la muestra del artista plástico León Ferrari, que tuvo que ser levantada antes de tiempo; ha combatido con fiereza todo lo relacionado con la educación sexual, el control de la natalidad, la despenalización del aborto y los derechos de las minorías sexuales; mantiene dentro de la Iglesia (y así les extiende su protección) a criminales como Von Wernich y Julio César Grassi (condenados los dos últimos por pedofilia); atenta contra el carácter laico del Estado democrático y defiende con enjundia los privilegios que tiene la Iglesia en materia financiera y en el control sobre el proceso educacional, en abierta violación a lo dispuesto por la Constitución de 1994.

En conclusión, un papa austero y alejado del boato del Vaticano con una marcada preocupación por la suerte de los pobres, pero sumamente conservador. ¿Es esto novedoso? Para nada. El conservadurismo popular tiene larga historia, y no sólo en América latina. A diferencia de su variante elitista y aristocratizante, los valores e intereses tradicionales que sostienen un orden social injusto se refuerzan, aprovechándose de la ignorancia y credulidad de los sujetos populares ganados por la prédica eclesiástica. Es un conservadurismo plebeyo, excéntrico en sus formas, pero que presta un valioso servicio a las clases dominantes, como lo prueba la obscena explosión de júbilo de los genocidas en los juzgados cuando se conoció la designación de Bergoglio como pontífice, o la desbordante alegría de las más diversas expresiones y variados representantes de la derecha argentina, o la fenomenal campaña apologética de los diarios de la burguesía y del imperio –principalmente Clarín y La Nación, este último marcando la penosa involución moral de un periódico fundado por Bartolomé Mitre, un masón probado y confeso– ante las noticias procedentes de Roma. Con semejantes amigos, ¿cómo creer que Francisco va a imitar al santo de Asís, cuya renuncia a la riqueza y los bienes materiales fue total y absoluta? En compañía de estos ricos cofrades, la “opción por los pobres” difícilmente pueda ser algo más que un lejano acompañamiento de sus sufrimientos y privaciones, pero cuidándose de enseñarles quién es el que los condena a transitar por este valle de lágrimas, padecimientos e infortunios. Hace casi medio siglo que don Helder Cámara, obispo de Olinda y Recife, explicó muy bien esta contradicción: “Si les doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista”. No basta con la humildad ni con la confraternización con los pobres: de lo que se trata es de enseñarles que la pobreza no es resultado de un designio divino o de un capricho de la naturaleza, sino un producto histórico de una sociedad llamada capitalista, máquina implacable de fabricar pobreza y miseria y a la cual la Iglesia jamás tuvo la osadía de condenar a pesar de su intrínseca malignidad.

De los dichos y los hechos de Francisco no se desprende que esto vaya a ocurrir. Es bueno que el esclavo se rebele contra su amo, pero como decía Lenin, el cambio sólo se producirá cuando aquél se rebele contra la esclavitud, contra el sistema y no sólo contra uno de sus agentes. ¿Alentará Francisco la rebelión anticapitalista de los pobres, dado que dentro del capitalismo su suerte está echada? Nada en su biografía autoriza a pensar en ese curso de acción; lo más probable será que estimule su mansedumbre y eternice su sumisión. Es que la “opción por los pobres” de la Iglesia que surge de la contrarreforma liderada por Juan Pablo II y que barrió con los avances del Concilio Vaticano II no es la que proponía la Iglesia de Carlos Mugica, Jaime de Nevares, Miguel Hesayne, Oscar Arnulfo Romero (arzobispo de San Salvador), Sergio Méndez Arceo (obispo de Cuernavaca, México), Samuel Ruiz García (obispo de San Cristóbal, Chiapas), Pedro Casaldáliga y don Helder Cámara (Brasil) y Ernesto Cardenal (Nicaragua) o, en nuestros días, los teólogos de la liberación como Frei Betto, Leonardo Boff, Gustavo Gutiérres o Jon Sobrino.

¿Será su pontificado una remake del de Juan Pablo II? Es muy poco probable. El papa Wojtila fue un producto de finales de los setenta, cuando el mundo era muy diferente del de hoy. Fue el ariete que la burguesía imperial necesitaba para derrumbar a la Unión Soviética y los países el Este europeo. Pero esa estrategia fue eficaz porque aquellos regímenes padecían de un avanzado estado de descomposición moral, política, económica y social. En realidad, Juan Pablo se limitó a desencadenar la embestida final a un inmenso edificio que ya se venía abajo producto de sus propias contradicciones. Hoy el mundo ha cambiado mucho: el imperialismo ya no tiene, tal como lo reconocen sus propios intelectuales orgánicos, la gravitación del pasado. Los rivales son más numerosos y diversificados, y económicamente mucho más fuertes que lo que eran la URSS y los países de Europa Oriental. Sus aliados, además, son más débiles y vacilantes. La Iglesia, a su vez, se ha visto debilitada por una interminable sucesión de escándalos y carece de la credibilidad que había ganado en los años de Juan XXIII. Además, si se quisiera lanzar todo su peso para desestabilizar los procesos bolivarianos en Venezuela, Bolivia y Ecuador o las experiencias de transformación política en curso en otros países de la región, la respuesta será muy diferente de la que hace más de treinta años se verificara en el Este europeo. Aquí se trata de procesos que cuentan con un enorme apoyo popular que ni remotamente existía allá, y por consiguiente el proyecto de las derechas latinoamericanas –organizadas, orientadas y financiadas por el imperio– de reutilizar el ariete eclesiástico que tan buenos resultados le diera en Europa Oriental para acabar con los gobiernos progresistas y de izquierda en la región terminaría en un rotundo fracaso. La “revolución de terciopelo” de Checoslovaquia nada tiene que ver con la Revolución Bolivariana de Venezuela, Evo Morales no es Lech Walesa, y Correa no es Ceaucescu. No sólo los procesos y la época histórica son distintos: los enormes problemas que enfrenta hoy la Iglesia (crisis financiera, delitos económicos del Banco Vaticano, alianzas con intereses mafiosos, pedofilia y sus juicios, el celibato sacerdotal, la incorporación de la mujer al sacerdocio y el postergado aggiornamiento reclamado por Juan XXIII) difícilmente le permitirán a Francisco dedicarle mucha atención a lo que ocurra en los países de Nuestra América. Es un buen administrador y tendrá que poner la casa en orden. Es también un muy hábil político, y sabe que muy pronto deberá convocar a un Concilio que permita destrabar viejas disputas que están corroyendo la Iglesia y aislándola cada vez más del mundo real. Hace exactamente quinientos años Nicolás Maquiavelo diagnosticaba en El Príncipe que, para salvarse, la Iglesia necesitaba una revolución. Tal cosa no ocurrió. Cuatro años más tarde, en 1517, estallaba la Reforma Protestante de Martín Lutero, y la revolución quedó congelada. Ahora, la revolución es muchísimo más urgente y necesaria que antes.

Si Francisco fracasa en este empeño, la suerte de la dos veces milenaria institución se verá muy seriamente comprometida. No hay que engañarse con las cifras manejadas por la prensa en estos días: de esos mil doscientos millones de católicos en todo el mundo, los realmente practicantes son una ínfima minoría, que además se achica cada día. Pretender socavar los procesos emancipatorios en curso en América Latina y el Caribe sería una pérdida de tiempo, el pasaporte para una segura derrota y un esfuerzo que desviaría al papado de su desafío fundamental. Tal vez por eso Leonardo Boff confía en que, pese a sus antecedentes, Francisco se abstendrá de seguir el curso que la derecha y el imperialismo le instan a seguir y elegirá, en cambio, el camino de la reforma. En pocos años la historia ofrecerá su veredicto.

* Politólogo, director del PLED, Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini




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UN SANTO DE LA DIÓCESIS DE ANGELELLI


Cristina Murias, durante el juicio por el asesinato de su hermano Carlos y de Gabriel Longueville.


EL PRIMER BEATIFICADO POR FRANCISCO SERIA UN CURA ASESINADO POR LA DICTADURA CON EL SILENCIO DE LA IGLESIA




Un santo de la diócesis de Angelelli






El diario italiano La Stampa publicó que el papa Francisco se encamina a beatificar a Murias, quien fue torturado y asesinado por la dictadura junto al también cura Gabriel Longueville. El fiscal Carlos Gonella recordó la complicidad de la jerarquía católica.


La primera semana del papa Francisco al frente del Vaticano estuvo cargada de gestos. El diario italiano La Stampa sumó ayer uno más a la lista: publicó que Jorge Bergoglio, de quien se cuestiona su papel durante la dictadura, se encamina a beatificar a un sacerdote argentino asesinado por los militares. Se trata del sacerdote Carlos de Dios Murias, que fue ordenado por el entonces obispo de La Rioja Enrique Angelelli, quien también fue asesinado por la dictadura por investigar la muerte de Murias y del sacerdote Gabriel Longueville. En diálogo con Página/12, el fiscal riojano Carlos Gonella explicó cuál fue el rol de la Iglesia Católica en la dictadura ante el asesinato de los curas: “Tuvo el gesto del silencio cómplice”.

Carlos de Dios Murias fue secuestrado el 18 de julio de 1976, torturado y asesinado por la dictadura. Por su muerte fueron condenados en diciembre del año pasado el ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército Luciano Benjamín Menéndez, el vicecomodoro Luis Fernando Estrella y el ex comisario Domingo Benito Vera.

Según el diario La Stampa, el proceso de beatificación de Murias se inició en mayo de 2011 con la firma del entonces arzobispo Jorge Bergoglio. El diario especula con que podría ser el primer beato declarado por el papa Francisco y cita las declaraciones del sacerdote Carlos Trovarelli, provincial de los Frailes Menores Conventuales en Argentina y Uruguay. “La causa para la canonización la comenzó Bergoglio en mayo de 2011, cuando firmó los papeles correspondientes. Y lo hizo con discreción para evitar ser bloqueado por otros obispos argentinos, que aún se oponen a iniciativas similares basadas en el compromiso social de los sacerdotes. Gracias a su cautela, el proceso siguió adelante”, advirtió.

La agencia France Press registró las declaraciones del fraile Horacio Zabala, quien dijo que hay dos comisiones que estudian la beatificación: “La que escuchó a unos 70 testigos, finalizó. La comisión histórica que analiza sus vidas puede terminar su labor en 2013 o 2014. Luego se envía el resultado al Vaticano”, dijo el vicario provincial franciscano.

En 1976, a Murias se lo llevaron junto al cura párroco francés Gabriel Longueville. Los llevaron a una base aérea donde los torturaron. Sus cuerpos aparecieron dos días después acribillados en un paraje cerca de El Chamical. El obispo Angelelli viajó allí a recabar información y murió cuando volvía de viaje en un supuesto accidente de auto, que luego se comprobó que había sido un asesinato encubierto.

“Cuentan testimonios que Angelelli se entrevistó por esto en más de una oportunidad con (el arzobispo de Córdoba, Raúl) Primatesta. Le dijo que le estaban matando a los corderos. Y Primatesta le contestó que eso le pasaba por meterse en esas cosas. Al poco tiempo, Primatesta fue presidente de la Conferencia Episcopal. Allí hay un documento en el cual lo asesoran a Videla sobre cómo tratar a los desaparecidos”, recuerda Gonella. El documento fue publicado por el periodista Horacio Verbitsky en Página/12.

“La beatificación de Murias sería un gesto importante de Bergoglio –estimó el fiscal Gonella–. Espero que sea el principio de una apertura del debate por parte de las máximas autoridades de la Iglesia para empezar a discutir el rol de lo que fue la jerarquía de la Iglesia en la Argentina. En este caso concreto, quedó claro cuál fue el rol de la Iglesia: el de silencio cómplice.” Gonella incluso recordó el testimonio en otro juicio en Córdoba de María Cristina Tobares. La testigo contó que ella se exilió y estuvo refugiada en el Acnur de Brasil. Y un obispo, llamado Ars, convocó a los refugiados un día y les mostró una carta de Primatesta, en la que le pedía información sobre ellos, al tiempo que le reprochaba que les diera refugio a subversivos.


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EL PRIMER BEATO DE FRANCISCO: CARLOS DE DIOS MURIAS MÁRTIR CON ANGELELLI DE LA DICTADURA




Padre Carlos de Dios Murias



VATICAN INSIDER

19/03/2013


El primer beato del Pontífice, un sacerdote asesinado por el régimen





Carlos Murias se inspiraba en la teología de la liberación
PAOLO MASTROLILLI (VATICAN INSIDER)

El primer santo de Francisco será un mártir de la dictadura militar, si el deseo que el cardenal Bergoglio había expresado antes de ser elegido Papa se cumple. Carlos de Dios Murias, un joven fraile franciscacno torturado y asesinado brutalmente por los militares de la provincia de La Rioja en 1976. 

«La causa de canonización -nos cuenta el padre Carlos Trovarelli, provincial franciscano en Argentina y Uruguay- la firmó Bergoglio en persona en mayo de 2011. Y lo hizo con discreción, para evitar que fuera bloqueada por otros obispos argentinos, que todavía estaban en contra de iniciativas de este tipo basadas en el compromiso social de los sacerdotes». 


Carlos Murias nació en 1945 en Córdoba. Su padre era un rico agente inmobiliario, además de hombre político famoso en la región. Quería una carrera militar para su hijo, por lo que lo inscribió en el Liceo Militar, pero después de sus estudios, Carlos entró al seminario y poco tiempo después fue ordenado sacerdote por Enrique Angelelli, el obispo de La Rioja, famoso por su pastoral de los campesinos. La situación en ese entonces y en esa región era el retrato de los desequilibrios de todo el país: pocas familias riquísimas que controlaban todo frente a una marea de trabajadores reducidos a la esclavitud. 


Angelelli se opuso a ello y Murias fue enviado a ayudar a los campesinos de un pueblecito llamado El Chamizal, en compañía del francés Gabriel Longueville. Debían fundar una comunidad franciscana, pero los militares dieron el golpe. Comenzó a recibir advertencias y amenazas, citaciones en las que los soldados le explicaban que «la tuya no es la Iglesia en la que creemos». Carlos siguió trabajando y el 18 dejulio de 1976 fue secuestrado con Gabriel. Fueron encerrados en la Base de la Fuerza Aérea di Chamizal y, dos días después, su cadáver fue encontrado en medio del campo: le habían sacado los ojos y le habían cortado las manos antes de dispararle. 


Angelelli celebró el funeral atacando a los militares: «Han golpeado donde sabían que habrían hecho más daño. A Carlos lo ordené yo y yo lo puse en una situación de peligro». Dos semanas después, una Peugeot 404 alcanzó el coche en el que viajaba monseñor Angelelli; el coche tuvo un accidente y todos los que viajaban a bordo murieron. La policía archivó el episodio como un simple accidente. La magistratura está finalmente investigando para determinar si se trató de un homicidio. 


La parte menos conocida de esta historia es el papel de Bergoglio, que ahora nos la revela el padre Miguel La Civita, cercano colaborador de Angelelli: «Lo conocí cuando estudiaba. Pocos días después del homicidio se llevó a nuestros seminaristas y los escondió en el Colegio Máximo de los jesuitas, del que era el provincial. No son historias que he escuchado por ahí: lo vi, en primera persona. Y que quede clara una cosa: yo era el prototipo exacto de los que entonces se llamaban “sacerdotes tercermundistas”, teología de la liberación. Con el pretexto de los retiros espirituales, el Colegio se había convertido en una especie de central para ayudar a los perseguidos: los escondían, preparaban los documentos falsos y los ayudaban a huir al extranjero. Bergoglio estaba convencido de que los militares no habrían tenido el valor de violar el Máximo».   




La muerte de Carlos Murias afectó mucho a Bergoglio. Es difícil entender cómo ciertos episodios marcan el ánimo humano, en situaciones en las que el peliro extremo se vuelve cotidiano. «Los jesuitas - explica Trovarelli - son la vanguardia total. Creo que la curia general ordenó a Bergoglio y él tuvo que encontrar la forma para salvar sus vidas sin exponer demasiado la de los colegas». 

  
El hecho es que la diócesis de La Rioja puso en marcha la causa para la canonización y el cardenal Bergoglio la firmó inmediatamente. Era mayo de 2011, por lo que no había todavía ninguna “campaña papal” a la vista. «Bergoglio firmó y nos aconsejó que fuéramos discretos: muchos obispos argentinos, sobre todo los más viejos, se oponen a las causas basadas en el compromiso social. Gracias a su cautela el proceso ha seguido su curso. Ahora Bergoglio es Papa. La voluntad de Dios hace milagros: sería conmovedor si el primer beato de Francisco fuera Carlos». 

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CAMINO A DAMASCO Hechos 9,1-43.-



Damasco puede ser nuevamente. Como antes fue, es, y también, siempre será. Ahora, lo necesitamos. 

Señor que tu encuentro nos vuelque, nos enceguezca para ver de verdad, que tu Luz nos envuelva, nos convierta para dar testimonio como Iglesia, aunque tengamos que padecer en tu nombre.

Ahora, ahora lo necesitamos... Tu Iglesia puede tener su camino a Damasco. No la dejes pasar, arremete contra ella si es necesario, cuestiónala, guíala, abrázala! Pero ante todo y como siempre, Señor, que se haga tu Voluntad.

En esa Esperanza...




Raúl Olivares.-
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Saulo de Tarso cae enceguecido por la Luz del Señor.  
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La vocación de Pablo


Saulo, que todavía respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de traer encadenados a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres o mujeres.

Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su resplandor.

Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?"

Él preguntó: "¿Quién eres tú, Señor?". "Yo soy Jesús, a quien tú persigues, le respondió la voz. Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer". Los que lo acompañaban quedaron sin palabra, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco. Allí estuvo tres días sin ver, y sin comer ni beber.

El bautismo de Pablo




Vivía entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en una visión: "¡Ananías!" Él respondió: "Aquí estoy, Señor". El Señor le dijo: "Ve a la calle llamada Recta, y busca en casa de Judas a un tal Saulo de Tarso. Él está orando, y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que entraba y le imponía las manos para devolverle la vista". Ananías respondió: "Señor, oí decir a muchos que este hombre hizo un gran daño a tus santos en Jerusalén. Y ahora está aquí con plenos poderes de los jefes de los sacerdotes para llevar presos a todos los que invocan tu Nombre". El Señor le respondió: "Ve a buscarlo, porque es un instrumento elegido por mí para llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes y al pueblo de Israel. Yo le haré ver cuánto tendrá que padecer por mi Nombre".
Ananías fue a la casa, le impuso las manos y le dijo: "Saulo, hermano mío, el Señor Jesús —el mismo que se te apareció en el camino— me envió a ti para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo". 
En ese momento, cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado. Después comió algo y recobró sus fuerzas.

La permanencia de Pablo en Damasco


Saulo permaneció algunos días con los discípulos que vivían en Damasco, y luego comenzó a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios.Todos los que lo oían quedaban sorprendidos y decían: "¿No es este aquel mismo que perseguía en Jerusalén a los que invocan este Nombre, y que vino aquí para llevarlos presos ante los jefes de los sacerdotes?" Pero Saulo, cada vez con más vigor, confundía a los judíos que vivían en Damasco, demostrándoles que Jesús es realmente el Mesías. Al cabo de un tiempo, los judíos se pusieron de acuerdo para quitarle la vida, pero Saulo se enteró de lo que tramaban contra él. Y como los judíos vigilaban noche y día las puertas de la ciudad, para matarlo, sus discípulos lo tomaron durante la noche, y lo descolgaron por el muro, metido en un canasto. 


Pablo en Jerusalén


Cuando llegó a Jerusalén, trató de unirse a los discípulos, pero todos le tenían desconfianza porque no creían que también él fuera un verdadero discípulo. Entonces Bernabé, haciéndose cargo de él, lo llevó hasta donde se encontraban los Apóstoles, y les contó en qué forma Saulo había visto al Señor en el camino, cómo le había hablado, y con cuánta valentía había predicado en Damasco en el nombre de Jesús. 

Desde ese momento, empezó a convivir con los discípulos en Jerusalén y predicaba decididamente en el nombre del Señor. 
Hablaba también con los judíos de lengua griega y discutía con ellos, pero estos tramaban su muerte. Sus hermanos, al enterarse, lo condujeron a Cesarea y de allí lo enviaron a Tarso.

La Iglesia, entre tanto, gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba consolidando, vivía en el temor del Señor y crecía en número, asistida por el Espíritu Santo.


Hechos de los Apóstoles 9,1-43.-