jueves, 11 de octubre de 2012

RUBEN DRI: "EL CONCILIO VATICANO II CAMBIÓ OBEDIENCIA POR DIALOGO" / ENTREVISTA


Homenaje a 50 años del Concilio Vaticano II






Dri: “El Concilio Vaticano II cambió obediencia por diálogo”

Cecilia Aldini



El Concilio Vaticano II, del que el jueves se cumplen 50 años, fue "la oportunidad histórica que la iglesia católica tuvo para cuestionar su propio poder, cambiar obediencia por diálogo, y poner al pueblo en el centro de la relación con Dios", reivindicó el teólogo y filósofo.
En diálogo con Télam, Rubén Dri, que se ordenó sacerdote durante el papado de Juan XXIII e integró el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo durante su trabajo pastoral como cura en Resistencia, Chaco, aseguró que "el Concilio nos hizo sentir que estábamos vivos, nos dio la posibilidad de dejar de estar apartados dando un mensaje prácticamente de muerte".

Para Dri, que dejó la función sacerdotal en 1976, "la iglesia, que hasta antes del Concilio Vaticano II se había comportado como una fortaleza, empezó a plantear una nueva relación entre Dios y su pueblo, lo que significó abrir las compuertas y cuestionar el propio poder eclesial", sostuvo al intentar definir con precisión el alcance del sínodo de obispos que se reunió en Roma, entre 1962 y 1965.

A partir de ese momento, explicó Dri, "la iglesia, que se definía ya no como una institución integrada solo por obispos y sacerdotes sino por el pueblo de Dios, inició un proceso de democratización interna, y buscó dar respuestas al mundo desde una concepción teológica diferente".

"La iglesia nueva que se empezaba a vislumbrar iba a romper con la concepción individualista que le daba al obispo todo el poder para manejar su diócesis, sin un proyecto común, sin una pastoral", recordó.

Para Dri, "en América Latina, donde se venían gestando movimientos de liberación contra el poder de las oligarquías, el Concilio abrió la posibilidad de avanzar hacia la construcción de una iglesia viva, comprometida con el mundo".

Más tarde, la encíclica "Popularum Progressio" (1967) y la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) de Medellín, Colombia, (1968) se convertirán en los documentos más revolucionarios que producen el Papado (Paulo VI) en el primer caso, y los obispos en el segundo.
Los documentos hablan de la Justicia y la Paz, cuestionan el imperialismo y los poderes económicos de la región.

"Medellín fue un especie de milagro. Hubo algunos obispos que no estaban de acuerdo, pero la tendencia era acompañar a los movimientos de liberación en sus luchas", sostuvo el escritor de "La Hegemonía de los Cruzados" (2011) y el" Movimiento Antiimperial de Jesús" (2004).

Muchos de esos curas fueron sancionados, suspendidos, excomulgados, perseguidos y más tarde engrosaron las listas de asesinados y desaparecidos.

"El Concilio había hecho una lectura de los Evangelios, y de los escritos del Nuevo Testamento, que rescataba las primeras comunidades de cristianos, y el proyecto liberador de Jesús".

En esas comunidades, dijo Dri, "no había jerarquía, no había sacerdocio, sí había roles (maestros, doctores). Los primeros grupos cristianos se reunían en asambleas. De hecho, el significado de "iglesia" del griego (eclesía) es "asamblea" y el concepto de Jesús de "poder" es "servicio" (diaconía), no "jerarquía" (arquía)".

El movimiento de sacerdotes para el Tercer Mundo, que tuvo su expresión máxima en 1968 en Medellín, desarrolló un compromiso con el pueblo que chocaba con los compromisos de las jerarquías de la iglesia argentina con los poderes económicos, políticos, e incluso militares, que recrudeció en la dictadura (1976-1983).

"Para Benedicto XVI, el actual Papa, el Concilio provocó el debilitamiento del poder de la iglesia católica, lo que desde su mirada es correcto: la iglesia perdió poder al abrirse como estructura" aclaró Dri, y añadió que "al hacerlo, el poder bajó a las bases".

Lo que se propuso este Papa, y antes Juan Pablo II -dijo Dri- "fue terminar con todo lo que había gestado el Concilio Vaticano II a través de la destrucción de los centros de formación de la Teología de la Liberación".

"No pueden decir que creen que el Concilio `se equivocó` pero lo piensan", afirmó Dri, quien destacó: "Para nosotros, la iglesia es la asamblea. Ahí donde nos reunimos, ahí es donde luchamos, ahí es donde resolvemos nuestros conflictos".

FUENTE: TELAM



Rubén Dri es un filósofo nacido en argentina, profesor e investigador en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y teólogo. Perteneció al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.




50 AÑOS CONCILIO VATICANO II : 1° ENCUENTRO MOVIMIENTO HELDER CAMARA / MUNICIPIO QUILMES

Homenaje a 50 años del Concilio Vaticano II


1° ENCUENTRO MOVIMIENTO HELDER CAMARA / MUNICIPIO QUILMES




"Cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay gente pobre me llamaron comunista."


Obispo Helder Camara 







  







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CONCILIO VATICANO II: DE LA IGLESIA DEL PODER A LA IGLESIA DEL PUEBLO DE DIOS


Homenaje a 50 años del Concilio Vaticano II


DIOS ABRE A TODOS LA PUERTA DE LA FE

"Cuando llegaron y reunieron a la iglesia, informaron de todas las cosas que Dios había hecho con ellos, y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe."
Hechos 14,27.-



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Papa Juan XXIII



Autor: ForumLibertas.com | Fuente: ForumLibertas.com

50 años después del Concilio Vaticano II


Recordamos la santa locura del que decían ser un Papa de transición. Juan XXIII consumó un paso de increíble trascendencia para la Iglesia y el mundo






El día 25 de enero del año 1959 el Papa Juan XXIII solo llevaba tres meses ocupando la Silla de Pedro. Por sorpresa, al finalizar las oraciones del Octavario por la unidad de los cristianos, en el día de la conversión del apóstol san Pablo, el Papa comunicaba a los allí presentes la convocatoria de un concilio ecuménico para toda la Iglesia católica. Muchos temblaron ante este anuncio improvisado. Las palabras del anciano Roncalli fueron claras: para restaurar algunas formas antiguas de afirmación doctrinal y de prudente ordenamiento de la disciplina eclesiástica que en otro tiempo dieron frutos de extraordinaria eficacia. 

Aquel día de enero de 1959, el Pontífice Juan XXIII (1881-1963) acababa de consumar un paso de increíble trascendencia para la Iglesia y el mundo. El Concilio Vaticano II había sido arrojado a la tierra de la cosecha, como una pequeña semilla por el sembrador evangélico, destinada a convertirse en grandioso árbol de frutos permanentes. 



Casi tres años después de este hecho, en el día de Navidad de 1961, la Bula Papal Humanae salutis, anunciaba solemnemente lo que hasta entonces no había tomado cuerpo legal. Se ponía así en marcha un nuevo Concilio cuando oficialmente no se había aún clausurado el Concilio Vaticano I. Recordamos y celebramos la santa locura del que decían ser un Papa de transición. 





La bula Humanae Salutis 

Poner en marcha un Concilio Ecuménico no es nada fácil. Juan XXIII no lo tenía tampoco demasiado fácil. Eran muchas las resistencias de la Curia Romana y de sectores conservadores de la Iglesia. Posiblemente, el Papa debió sufrir muchas presiones para que olvidara tal descabellado proyecto. Pero siguió adelante. 

Convocar un Concilio exige proclamar un documento oficial de la Iglesia, una Constitución Apostólica. Nos ha parecido de interés dar a conocer a los lectores de Tendencias21 de las religiones este texto –misteriosamente silenciado- que ofrece pistas sobre las intenciones de Juan XXIII y abre caminos de esperanza para los creyentes del futuro. 

El título de este documento es ya, de entrada, muy solemne: ‘Constitución apostólica humanae salutis de Nuestro Santísimo Señor Juan por la Divina Providencia Papa XXIII por la que se convoca el Concilio Vaticano II.

El texto de la Bula muestra los párrafos numerados correlativamente hasta el número 24. En él se expresan los motivos de esta convocatoria, los objetivos del Concilio y algunos de los medios para llevarlos a cabo.

El Papa inicia el texto de la Bula con un reconocimiento de que Dios es el Señor de la historia: 


“1. El Reparador de la salvación humana, Jesucristo, quien, antes de subir a los cielos, ordenó a sus Apóstoles predicar el Evangelio a todas las gentes, les hizo también, como apoyo y garantía de su misión, la consoladora promesa: «Mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos» (Mt 28,20).

2. Esta gozosa presencia de Cristo, viva y operante en todo tiempo en la Iglesia santa, se ha advertido sobre todo en los períodos más agitados de la humanidad. En tales épocas, la Esposa de Cristo se ha mostrado en todo su esplendor coma maestra de verdad y administradora de salvación y ha hecho ver a todos el poder extraordinario de la caridad, de la oración, del sacrificio y del dolor soportados por la gracia de Dios; todos los cuales son medios sobrenaturales y totalmente invencibles y son los mismos que empleó su divino Fundador, quien, en la hora solemne de su vida, declaró: «Confiad, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33)”.

La grave crisis de la humanidad

En castellano, la palabra “humanidad” (la humanitas) tiene diversos sentidos. Puede referirse al conjunto de los seres humanos, pero también a la cualidad esencial de los seres humanos: los valores de solidaridad, paz, respeto a los derechos… Al Papa le preocupan todos los elementos que des-humanizan a nuestro mundo y que impiden que el proyecto humanizador de Dios siga adelante: 


“3. La Iglesia asiste en nuestros días a una grave crisis de la humanidad, que traerá consigo profundas mutaciones. Un orden nuevo se está gestando, y la Iglesia tiene ante sí misiones inmensas, como en las épocas mas trágicas de la historia. Porque lo que se exige hoy de la Iglesia es que infunda en las venas de la humanidad actual la virtud perenne, vital y divina del Evangelio. La humanidad alardea de sus recientes conquistas en el campo científico y técnico, pero sufre también las consecuencias de un orden temporal que algunos han querido organizar prescindiendo de Dios. Por esto, el progreso espiritual del hombre contemporáneo no ha seguido los pasos del progreso material. De aquí surgen la indiferencia por los bienes inmortales, el afán desordenado por los placeres de la tierra, que el progreso técnico pone con tanta facilidad al alcance de todos, y, por último, un hecho completamente nuevo y desconcertante, cual es la existencia de un ateísmo militante, que ha invadido ya a muchos pueblos. 

4. Todos estos motivos de dolorosa ansiedad que se proponen para suscitar la reflexión tienden a probar cuán necesaria es la vigilancia y a suscitar el sentido de la responsabilidad personal de cada uno. La visión de estos males impresiona sobremanera a algunos espíritus que sólo ven tinieblas a su alrededor, como si este mundo estuviera totalmente envuelto por ellas. Nos, sin embargo, preferimos poner toda nuestra firme confianza en el divino Salvador de la humanidad, quien no ha abandonado a los hombres por Él redimidos. Mas aún, siguiendo la recomendación de Jesús cuando nos exhorta a distinguir claramente los signos... de los tiempos (Mt 16,3), Nos creemos vislumbrar, en medio de tantas tinieblas, no pocos indicios que nos hacen concebir esperanzas de tiempos mejores para la Iglesia y la humanidad. Porque las sangrientas guerras que sin interrupción se han ido sucediendo en nuestro tiempo, las lamentables ruinas espirituales causadas en todo el mundo por muchas ideologías y las amargas experiencias que durante tanto tiempo han sufrido los hombres, todo ello está sirviendo de grave advertencia. El mismo progreso técnico, que ha dado al hombre la posibilidad de crear instrumentos terribles para preparar su propia destrucción, ha suscitado no pocos interrogantes angustiosos, lo cual hace que los hombres se sientan actualmente preocupados para reconocer más fácilmente sus propias limitaciones, para desear la paz, para comprender mejor la importancia de los valores del espíritu y para acelerar, finalmente, la trayectoria de la vida social, que la humanidad con paso incierto parece haber ya iniciado, y que mueve cada vez más a los individuos, a los diferentes grupos ciudadanos y a las mismas naciones a colaborar amistosamente y a completarse y perfeccionarse con las ayudas mutuas. Todo esto hace más fácil y más expedito el apostolado de la Iglesia, pues muchos que hasta ahora no advirtieron la excelencia de su misión, hoy, enseñados mas cumplidamente por la experiencia, se sienten dispuestos a aceptar con prontitud las advertencias de la Iglesia. 

5. Por lo que a la Iglesia se refiere, ésta no ha permanecido en modo alguno como espectadora pasiva ante la evolución de los pueblos, el progreso técnico y científico y las revoluciones sociales; por el contrario, los ha seguido con suma atención. Se ha opuesto con decisión contra las ideologías materialistas o las ideologías que niegan los fundamentos de la fe católica. Y ha sabido, finalmente, extraer de su seno y desarrollar en todos los campos del dinamismo humano energías inmensas para el apostolado, la oración y la acción, por parte, en primer lugar, del clero, situado cada vez más a la altura de su misión por su ciencia y su virtud, y por parte, en segundo lugar, del laicado, cada vez más consciente de sus responsabilidades dentro de la Iglesia, y sobre todo de su deber de ayudar a la Jerarquía eclesiástica. Añádense a ellos los inmensos sufrimientos que hoy padecen dolorosamente muchas cristiandades, por virtud de los cuales una admirable multitud de Pastores, sacerdotes y laicos sellan la constancia en su propia fe, sufriendo persecuciones de todo género y dando tales ejemplos de fortaleza cristiana, que con razón pueden compararse a los que recogen los períodos más gloriosos de la Iglesia. Por esto, mientras la humanidad aparece profundamente cambiada, también la Iglesia católica se ofrece a nuestros ojos grandemente transformada y perfeccionada, es decir, fortalecida en su unidad social, vigorizada en la bondad de su doctrina, purificada en su interior, por todo lo cual se halla pronta para combatir todos los sagrados combates de la fe. 

6. Ante este doble espectáculo, la humanidad, sometida a un estado de grave indigencia espiritual, y la Iglesia de Cristo, pletórica de vitalidad, ya desde el comienzo de nuestro pontificado —al que subimos, a pesar de nuestra indignidad, por designio de la divina Providencia— juzgamos que formaba parte de nuestro deber apostólico el llamar la atención de todos nuestros hijos para que, con su colaboración a la Iglesia, se capacite ésta cada vez más para solucionar los problemas del hombre contemporáneo. Por ello, acogiendo como venida de lo alto una voz intima de nuestro espíritu, hemos juzgado que los tiempos estaban ya maduros para ofrecer a la Iglesia católica y al mundo el nuevo don de un Concilio ecuménico, el cual continúe la serie de los veinte grandes Sínodos, que tanto sirvieron, a lo largo de los siglos, para incrementar en el espíritu de los fieles la gracia de Dios y el progreso del cristianismo. El eco gozoso que en todos los católicos suscitó el anuncio de este acontecimiento, las oraciones elevadas a Dios con este motivo sin interrupción por toda la Iglesia, y el fervor realmente alentador en los trabajos preparatorios, así como el vivo interés o, al menos, la atención respetuosa hacia el Concilio por parte de los no católicos y hasta de los no cristianos, han demostrado de la manera más elocuente que a nadie se le oculta la importancia histórica de este hecho”.

Un Concilio para dar vida a la humanidad

Juan XXIII, al convocar el Concilio, desea que toda la Iglesia se convierta en constructora de la paz junto con todos aquellos hombres y mujeres que luchan por la justicia y la reconciliación: 


"7. Así, pues, el próximo Sínodo ecuménico se reúne felizmente en un momento en que la Iglesia anhela fortalecer su fe y mirarse una vez más en el espectáculo maravilloso de su unidad; siente también con creciente urgencia el deber de dar mayor eficacia a su sana vitalidad y de promover la santificación de sus miembros, así como el de aumentar la difusión de la verdad revelada y la consolidación de sus instituciones. Será ésta una demostración de la Iglesia, siempre viva y siempre joven, que percibe el ritmo del tiempo, que en cada siglo se adorna de nuevo esplendor, irradia nuevas luces, logra nuevas conquistas, aun permaneciendo siempre idéntica a sí misma, fiel a la imagen divina que le imprimiera en su rostro el divino Esposo, que la ama y protege, Cristo Jesús. 

8. En un tiempo, además, de generosos y crecientes esfuerzos que en no pocas partes se hacen con el fin de rehacer aquella unidad visible de todos los cristianos que responda a los deseos del Redentor divino, es muy natural que el próximo Concilio aclare los principios doctrinales y dé los ejemplos de mutua caridad, que harán aún más vivo en los hermanos separados el deseo del presagiado retorno a la unidad y le allanarán el camino.

9. Finalmente, el próximo Concilio ecuménico está llamado a ofrecer al mundo, extraviado, confuso y angustiado bajo la amenaza de nuevos conflictos espantosos, la posibilidad, para todos los hombres de buena voluntad, de fomentar pensamientos y propósitos de paz; de una paz que puede y debe venir sobre todo de las realidades espirituales y sobrenaturales, de la inteligencia y de la conciencia humana, iluminadas y guiada por Dios, Creador y Redentor de la humanidad. 

10. Pero estos frutos, que Nos ardientemente esperamos del Concilio ecuménico y sobre los que gustamos detenernos tan a menudo, exigen para preparar tan importante acontecimiento un vasto programa de trabajo. Propónense por ello cuestiones doctrinales y cuestiones prácticas, y se proponen para que las enseñanzas y los preceptos cristianos se apliquen perfectamente en la compleja vida diaria y sirvan para la edificación del Cuerpo místico de Cristo y cumplimiento de su misión sobrenatural. Todo esto se refiere a la divina Escritura, la sagrada Tradición, los sacramentos y la oración de la Iglesia, la disciplina de las costumbres, la acción caritativa y asistencial, el apostolado seglar y la acción misionera. 

11. Pero este orden sobrenatural debe tener máxima eficacia sobre el orden temporal, que, por desgracia termina tantas veces por ser el único que ocupa y preocupa al hombre. Porque en este campo también ha demostrado ser la Iglesia Mater et magistra, según la expresión de nuestro glorioso antecesor Inocencio III, pronunciada con ocasión del Concilio ecuménico Lateranense IV. Aunque la Iglesia no tiene una finalidad primordialmente terrena, no puede, sin embargo, desinteresarse en su camino de los problemas relativos a las cosas temporales ni de las dificultades que de éstas surgen. Ella sabe cuánto ayudan y defienden al bien del alma aquellos medios que contribuyen a hacer más humana la vida de los hombres, cuya salvación eterna hay que procurar. Sabe que, iluminando a los hombres con la luz de Cristo, hace que los hombres se conozcan mejor a sí mismos. Porque les lleva a comprender su propio ser, su propia gran dignidad y el fin que deben buscar. De aquí la presencia viva de la Iglesia, de hecho o de derecho, en los actuales organismos internacionales y la elaboración de una doctrina social sobre la familia, la escuela, el trabajo, la sociedad civil y, finalmente, sobre todos los problemas de este campo, que ha elevado a tal prestigio el Magisterio de la Iglesia, que su grave voz goza hoy de gran autoridad entre los hombres sensatos, como intérprete y baluarte del orden moral y como defensora de los deberes y derechos de todos los seres humanos y de todas las comunidades políticas. 

12. Por lo cual, como vivamente esperamos, el influjo benéfico de las deliberaciones conciliares llegará a iluminar con la luz cristiana y penetrar de fervorosa energía espiritual no sólo lo íntimo de las almas, sino también el conjunto de las actividades humanas”.

Las razones para la convocatoria solemne de un Concilio Ecuménico

Tras este deseo (cuya formulación, según algunos expertos ) tiene ecos de la filosofía de Pierre Teilhard de Chardin, el Papa declara convocado el Concilio: 


"13. El primer anuncio del Concilio, hecho por Nos el 25 de enero de 1959, fue como la menuda semilla que echamos en tierra con ánimo y mano trémula. Sostenidos por la ayuda del cielo, nos dispusimos seguidamente al complejo y delicado trabajo de preparación. Tres años han pasado ya, en los que, día a día, hemos visto desarrollarse la menuda semilla y convertirse, con la bendición de Dios, en gran árbol. Al volver la vista al largo y fatigoso camino recorrido, se eleva de nuestra alma un himno de acción de gracias al Señor por la largueza de sus ayudas, gracias a las cuales todo se ha desarrollado de forma conveniente y con armonía de espíritu. 

14. Antes de determinar los temas de estudio para el futuro Concilio, quisimos oír primeramente el sabio y luminoso parecer del Colegio cardenalicio, del Episcopado de todo el mundo, de los sagrados dicasterios de la Curia romana, de los superiores generales de las órdenes religiosas, de las universidades católicas y de las facultades eclesiásticas. En el curso de un año fue llevado a cabo este ingente trabajo de consulta, de cuyo examen resultaron claros los puntos que deberán ser objeto de un profundo estudio. 

15. Para preparar el Concilio creamos entonces diversos organismos, a los que confiamos la ardua tarea de elaborar los esquemas doctrinales y disciplinares, de entre los que escogeremos los que habrán de ser sometidos a las congregaciones conciliares. 

16. Tenemos, finalmente, la alegría de comunicar que este intenso trabajo de estudio, al que han prestado preciosa contribución Cardenales, Obispos, Prelados, teólogos, canonistas y expertos de todo el mundo, está tocando a su fin. 

17. Así, pues, confiando en la ayuda del Redentor divino, principio y fin de todas las cosas; de su augusta Madre, la Santísima Virgen María, y de San José, a quien desde el comienzo confiamos tan gran acontecimiento, nos parece llegado el momento de convocar el Concilio ecuménico Vaticano II.

18. Por lo cual, después de oír el parecer de nuestros hermanos los Cardenales de la S. I. R., con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y nuestra, publicamos, anunciamos y convocamos, para el próximo año 1962, el sagrado Concilio ecuménico y universal Vaticano II, el cual se celebrará en la Patriarcal Basílica Vaticana, en días que se fijarán según la oportunidad que la divina Providencia se dignara depararnos”.

El Concilio quiere ser abierto (ecuménico y universal)

Las palabras de Juan XXIII en la Bula son explícitas: 


"19. Queremos entretanto y ordenamos que a este Concilio ecu ménico por Nos convocado acudan, de dondequiera, todos nuestros queridos hijos los Cardenales, los venerables hermanos Patriarcas, Primados, Arzobispos Obispos, ya residenciales, ya sólo titulares, y además todos los que tienen derecho y deber de asistir al Concilio ecuménico. 

20. Por último, rogamos a cada uno de los fieles y a todo el pueblo cristiano que, concentrando sus afanes en el Concilio, pidan a Dios que favorezca benignamente tan magno y ya inminente acontecimiento y con la fortaleza de su gracia permita celebrarlo con la debida dignidad. Que esta oración común sea inspirada por una fe viva y perseverante; que se vea acompañada de la penitencia voluntaria, que la hace más acepta a Dios y acrece su eficacia; que esté igualmente avalorada por el esfuerzo generoso de vida cristiana, que sea como prenda anticipada de la resuelta disposición de cada uno de los fieles a aceptar las enseñanzas y directrices prácticas que emanarán del Concilio. 

21. Nuestro llamamiento se dirige al venerable clero, así secular como regular, esparcido por todo el mundo, y a todas las categorías de fieles; pero encomendamos el éxito del Concilia, de modo especial, a las oraciones de los niños, pues sabemos bien cuán poderosa es delante de Dios la voz de la inocencia, y a los enfermos y dolientes, para que sus dolores y su vida de inmolación, en virtud de la cruz de Cristo, se transformen en oración, en redención y en manantial de vida para la Iglesia. 

22. A este coro de oraciones invitamos, finalmente, a todos los cristianos de las Iglesias separadas de Roma, a fin de que también para ellos sea provechoso el Concilio. Nos sabemos que muchos de estos hijos están ansiosos de un retorno a la unidad y a la paz, según la enseñanza de Jesús y su oración al Padre. Y sabemos que el anuncio del Concilio no sólo ha sida acogido por ellos con alegría, sino también que no pocos han ofrecido sus oraciones por el buen éxito de aquél y esperan mandar representantes de sus comunidades para seguir de cerca sus trabajos. Todo ello constituye para Nos motivo de gran consuelo y esperanza, y justamente para facilitar estos contactos creamos de tiempo atrás un secretariado con este fin concreto. 

23. Repítase así ahora en la familia cristiana el espectáculo de los Apóstoles reunidos en Jerusalén después de la ascensión de Jesús al cielo, cuando la Iglesia naciente se encontró unida toda en comunión de pensamiento y oración con Pedro y en derredor de Pedro, Pastor de los corderos y de las ovejas. Y dígnese el Espíritu divino escuchar de la manera más consoladora la oración que todos los días sube a Él desde todos los rincones de la tierra: «Renueva en nuestro tiempo los prodigios como de un nuevo Pentecostés, y concede que la Iglesia santa, reunida en unánime y más intensa oración en torno a María, Madre de Jesús, y guiada por Pedro, propague el reino del Salvador divino, que es reino de verdad, de justicia, de amor y de paz. Así sea» (cf. ASS 51 (1959) 382)”.

Exhortación final


"24. Queremos, pues, que esta Constitución sea eficaz ahora y para siempre, de tal manera que sus decretos se observen escrupulosamente por aquellos a quienes afectan, y así obtengan su resultado. Ningún mandato en contrario, de cualquier clase que sea, podrá impedir la eficacia de esta Constitución, ya que los derogamos todos mediante la misma Constitución. Por lo tanto, si alguien, cualquiera que sea su autoridad, a sabiendas o sin darse cuenta, actuare en contra de lo por Nos establecido, mandamos que se considere como nulo y de ningún valor. Además, a nadie le será licito ni romper ni falsificar estos documentos de nuestra voluntad; y se ha de dar también completamente el mismo crédito que se daría a este documento si se dejara ver, a sus copias y pasajes, sean impresos o manuscritos, que antepongan el sello de alguien constituido en dignidad eclesiástica y lleven también la firma de algún notario público. Si alguno menospreciare o de cualquier modo criticare estos nuestros decretos en general, sepa que incurrirá en las penas establecidas en el derecho contra los que no cumplen los mandatos de los Sumos Pontífices.

Dado en Roma, junto a San Pedro, en el día de la Natividad del Señor, 25 de diciembre de 1961, cuarto de nuestro pontificado.

Yo, JUAN, Obispo de la Iglesia católica”.






¿QUÉ ES UN CONCILIO ECUMÉNICO?



Homenaje a 50 años del Concilio Vaticano II



Autor: n/a | Fuente: www.mercaba.org 
¿Qué es un Concilio Ecuménico?

Los Concilios Ecuménicos habidos hasta el presente ascienden a veintiuno.

Cuando el Papa quiere tomar una decisión que abarca a toda la cristiandad - proclamar un dogma, modificar la organización de la Iglesia o condenar una herejía, puede convocar un Concilio. 

Los obispos del mundo entero son llamados a Roma (o a la ciudad que el Pontífice haya escogido). Su presencia es obligatoria, salvo en caso de fuerza mayor. Los superiores de órdenes religiosas, los abades generales, los prelados nullius ( es decir, que no tienen jurisdicción en una diócesis propiamente dicha) y los cardenales son admitidos a participar en el Concilio o Sínodo ecuménico. Tienen voz deliberativa. 

Otras personalidades son admitidas a participar en los trabajos del Concilio, y tienen voz consultiva. Son los representantes de obispos ausentes, los príncipes católicos o sus embajadores y ciertos clérigos o laicos convocados a títulos diversos. 

A la apertura de los debates, todos los asistentes prestan juramento. Juran que permanecerán fieles a la Iglesia y a su jefe. El texto del juramento fue redactado por el papa Gregorio VII en el año 1709. 

El Santo Padre decide los temas que serán discutidos por el Concilio. Tiene el poder de interrumpir la sesión o detrasladarla a una fecha ulterior. 

El trabajo está repartido en varias comisiones - las Congregaciones - antes de ser presentado a la discusión general. 

En el reglamento mismo del Concilio se encuentra el ambiente de las asambleas de la Iglesia primitiva. Los votos son nominales y a la mayoría. Pero aunque el Papa reúna a su alrededor sólo una minoría, es siempre su punto de vista el que prevalece. 

En los primeros Concilios, cuya convocación quedaba al cuidado de los emperadores, cada pregunta estaba sometida a la aprobación de los participantes, que respondían por "placet" (sí) y "non placet" (no). Cuando han recibido la aprobación del Sumo Pontífice, las conclusiones del Concilio son promulgadas por una Bula. 

Los Concilios Ecuménicos 


La Iglesia, como sociedad divina y humana, es también visible e invisible al mismo tiempo; obra según los principios de su naturaleza con un Magisterio, que transmite el pensamiento divino por medio de la palabra humana; obra también con un Ministerio, que por medio de ritos sensibles - los Sacramentos - infunde la vida sobrenatural; y, como es lógico, debe tener un Gobierno que notifique las leyes del espíritu en una forma sometida a la experiencia de los sentidos. Por lo tanto cuenta con los tres poderes: legislativo, judicial y ejecutivo, todo ello en el ámbito religioso. 

La Iglesia en varias ocasiones, se ha visto obligada a reunir a sus hijos más preclaros, ya fuere por su dignidad o sabiduría, y enfrentarse a una oposición destructora en cuanto a la doctrina, a la moral o a la disciplina de la Institución. Esas asambleas reciben el nombre de Concilios, algunos de los cuales abarcan solamente una porción de la Iglesia como una Provincia Eclesiástica o bien la Iglesia de todo un país; y, los otros son los Ecuménicos = Universales, porque ya deliberan sobre asuntos que interesan a toda la Iglesia y al que asisten representantes de todas las latitudes. En estos casos el Sumo Pontífice asiste en persona y preside las sesiones o bien se hace representar por Legados. 

Los Concilios Ecuménicos habidos hasta el presente ascienden a veintiuno. A continuación los menciono, siguiendo el orden del tiempo en que se realizaron, las circunstancias que los originaron y las definiciones conciliares que se decretaron. 

Los Concilios


1. I De Nicea. 325

Reunido por el Emperador Constantino durante el pontificado de San Silvestre. Contra el arrianismo. Definió la consubstancialidad del Verbo, largamente defendida por Atanasio, diácono de Alejandría; sancionó los privilegios de las tres sedes patriarcales de Roma, Alejandría y Antioquía, y extendió a toda la Iglesia la costumbre romana concertando la fecha de la celebración de Pascua.

2. I De Constantinopla. 381


Reunido durante el pontificado del Papa San Dámaso y el Emperador Teodosio el Grande, reafirmó la divinidad del Espíritu Santo. Contra los macedonianos. También fue condenada la doctrina de Pelagio y Celestino que negaban la transmisión del pecado de Adán a su descendencia y defendían la bondad, puramente humana para hacer el bien sin el concurso del auxilio divino.

3. De Éfeso. 431


San Celestino I. Contra el nestorianismo. En el reinado de Teodosio el Joven. Definió la unidad de persona en Cristo y la maternidad divina de María. Condenación de los errores pelagianos.

4. De Calcedonia 451


León I El Magno. Contra los monofisitas. Emperador Marciano. Condenó el eutiquianismo, que no reconocía en Cristo la distinción de las dos naturalezas perfectas.

5. II De Constantinopla. 553


Reunido por el emperador Justiniano, por ausencia del papa Vigilio. Contra los Tres Capítulos. Condenó los escritos de Teodoro de Mopsuestia y de Teodoro de Ciro contra San Cirilo y el Concilio de Efeso. Se confirma la condenación de los errores precedentes (trinitarios y cristológicos), ratificando el sentido genérico de las definiciones conciliares. Se condenan también los errores derivados de Orígenes junto con los Tres Capítulos influidos de Nestorianismo.

6. III De Constantinopla. 680-681


Papa San Agatón I y Papa San León II. Contra el monotelismo. Condenó a Honorio. El culto de las imágenes arranca desde los principios del Cristianismo, como se puede ver en las catacumbas romanas donde se ocultaban los cristianos perseguidos. En estas circunstancias se reunió el concilio de Nicea.

7. II De Nicea. 787


Papa Adriano I. Contra los iconoclastas. Emperatriz regente, Irene. Regula la querella de los iconoclastas pronunciándose por el culto de las imágenes, pero distinguiendo cuidadosamente el culto de veneración del culto de adoración, que sólo es debido a Dios.

A mediados del siglo noveno un ambicioso personaje ocupó la silla patriarcal, su nombre fue Focio; cometió toda clase de arbitrariedades y exacerbó los ánimos de los orientales contra Roma. Esta grave situación decidió la apertura de un nuevo concilio.

8. IV De Constantinopla. 869-970


Papa Adriano II. Contra el Cisma del emperador Focio. Con el apoyo del emperador Basilio el Macedonio. Condenación de Focio. Confirmación del culto de las imágenes. Afirmación del Primado del Romano Pontífice.

Los ocho primeros concilios se desarrollaron en el Oriente por ser ahí donde se originaron las controversias. En el siglo once el Oriente se separa de Roma y los concilios - trece más hasta el presente - se celebraron en el Occidente de Europa.

9. I De Letrán. 1123


Papa Calixto II. Contra las investiduras. Ratificó el arreglo entre el papa Calixto II y el emperador Enrique V. Es conocido con el nombre de Concordato de Worms, referente a las investiduras eclesiásticas. Propuso a los príncipes cristianos emprender las cruzadas. Se reivindica el derecho de la Iglesia en la elección y consagración de los Obispos contra la investidura de los laicos. Condénanse la simonía y el concubinato de los eclesiásticos como herejías.

10. II De Letrán. 1139


Papa Inocencio II. Por la disciplina y buenas costumbres. Condenó los amaños cismáticos de varios antipapas y los errores de Arnaldo de Brescia y publicó medidas destinadas a que reinara la continencia en el clero. Condenación del antipapa Anacleto y de sus partidarios.

11. III De Letrán. 1179


Papa Alejandro III. Contra los albigenses, cátaros y valdenses. Condenó a los cátaros y regularizó la elección del Papa, declarando válidamente elegido al candidato que hubiera obtenido los dos tercios de los votos de los cardenales. Nuevas leyes contra la simonía.

12. IV De Letrán. 1215


Papa Inocencio III. Por la fe y la moral. Condenó a los albigenses y a los valdenses. Decidió la organización de una cruzada. Revisó y fijó la legislación eclesiástica sobre los impedimentos matrimoniales y, en fin, impuso a los fieles la obligación de la confesión anual y de la comunión pascual. Es uno de los más importantes.

13. I De Lyon. 1245. (en Francia)


Papa Inocencio IV. Contra el Emperador Federico II y por la reforma del clero. Llevó a cabo una sentencia de deposición contra el emperador Federico II, usurpador de bienes y opresor de la Iglesia, y reguló el proceso de los juicios eclesiásticos.

14. II De Lyon. 1274


Papa San Gregorio X. Por la unión de las iglesias. Restableció, a petición de Miguel Paleólogo, la unión con los griegos y tomó nuevas medidas para una posible Cruzada.

15. De Vienne (Francia) 1311


Papa Clemente V. Por la cuestión de los templarios. Decidió la supresión de la Orden de los Templarios. Condenación de los errores de los Begardos sobre la perfección espiritual.

16. De Constanza. 1414-1418. (Alemania)


Papa Gregorio XII. Contra el cisma de Martín V Occidente, Wickleff, Juan Huss y Jerónimo de Praga. Fin del Cisma Occidental. Condénanse los errores de Wickleff sobre los Sacramentos y la constitución de la Iglesia, y también los errores de Juan Huss sobre la Iglesia invisible de los predestinados.

17. De Ferrara - Florencia. 1438-1442


Papa Eugenio IV. Por la reconciliación de griegos y latinos. Se celebró en Roma los dos últimos años. Estudio la Reforma de la Iglesia y un nuevo intento de reconciliación con los griegos de Constantinopla. Fundamentalmente trató de la unión con Roma de diferentes Iglesias Orientales Autónomas y para unificar criterios.

18. V De Letrán. 1512-1517


Papa Julio II. Contra el concilio León X de Pisa y por la reforma de la Iglesia. Tenía como misión la reforma del clero y de los fieles pero tuvo que dejar lo más importante de esta tarea al Concilio siguiente.

19. De Trento. 1545-1563


Papa Paulo III. Julio III. Pío IV. Contra los errores del protestantismo y por la disciplina eclesiástica. Fue transferido durante dos años a Bolonia. En veintidós reuniones logró oponer una verdadera y sabia reforma de la Iglesia a los excesos y a los innumerables errores de la reforma protestante. El Concilio de Trento señala un cambio en la historia del mundo cristiano, pues muestra el dogma católico no sólo en su esplendor de verdad revelada, sino con su valor de vida sobrenatural. El concilio de Trento, el más largo de todos, dieciocho años, fue suspendido en varias ocasiones y se reanudó hasta su conclusión en l563. La causa principal fue la revolución protestante de Martín Lutero, que socavó profundamente los cimientos de la fe cristiana.

20. Vaticano I. 1869-1870


Se celebró en la Basílica de San Pedro en el Vaticano, por lo que se denominó Concilio Vaticano I. Papa Pío IX. Contra el racionalismo y el galicanismo. Hubo que definir solemnemente la infalibilidad Pontificia como dogma de fe, cuando habla "Ex Cathedra". Esto es cuando en calidad de pastor y maestro de todos los cristianos, y haciendo uso de su suprema autoridad apostólica define una doctrina sobre la fe y las costumbres. El Papa Pío IX definió también el dogma de la Inmaculada Concepción (1854).

21. Vaticano II. 1962-1965


Fue convocado por el Papa Juan XXIII en 1962 y clausurado por el Papa Paulo VI en 1965. Ha sido el concilio más representativo de todos. Constó de cuatro etapas, con una media de asistencia de unos dos mil Padres Conciliares procedentes de todas las partes del mundo y de una gran diversidad de lenguas y razas. Se propuso actualizar la vida de la Iglesia sin definir ningún dogma. Trató de la Iglesia, la Revelación, la Liturgia, la libertad religiosa, etc. Recordó el Concilio la llamada universal a la santidad.

El Concilio Vaticano II es el hecho más decisivo de la historia de la Iglesia en el siglo XX. Las características del Concilio Vaticano II, son Renovación y Tradición.

Del Concilio Vaticano II surgieron 16 Documentos: cuatro Constituciones, nueve Decretos y tres Declaraciones



http://es.catholic.net/sacerdotes/222/2454/articulo.php?id=23220



¿QUÉ ES EL CONCILIO VATICANO II?


Homenaje a 50 años del Concilio Vaticano II




Concilio Vaticano II. 1962-1965
(Clickear en la palabra "Vaticano" para ingresar a más información)

Fue convocado por el Papa Juan XXIII en 1962 y clausurado por el Papa Paulo VI en 1965. Ha sido el concilio más representativo de todos. Constó de cuatro etapas, con una media de asistencia de unos dos mil Padres Conciliares procedentes de todas las partes del mundo y de una gran diversidad de lenguas y razas. Se propuso actualizar la vida de la Iglesia sin definir ningún dogma. Trató de la Iglesia, la Revelación, la Liturgia, la libertad religiosa, etc. Recordó el Concilio la llamada universal a la santidad. 

El Concilio Vaticano II es el hecho más decisivo de la historia de la Iglesia en el siglo XX. Las características del Concilio Vaticano II, son Renovación y Tradición.

Del Concilio Vaticano II surgieron 16 Documentos: cuatro Constituciones, nueve Decretos y tres Declaraciones

EL PEQUEÑO CONCILIO DE QUILMES (JUNIO 1965)



Homenaje a 50 años del Concilio Vaticano II


Padres Rossi, Morales, Bresci, Olagaray, Artiles, Galli, francisco Mascialino, de izq. a der.


Pequeño Concilio de Quilmes: 28 y 29 de Junio 1965

Sólo uno de los doce obispos de la provincia de Buenos Aires no alcanzó a recibir el documento: monseñor Antonio Aguirre, titular de San Isidro, quien se había embarcado diez días antes hacia Roma. Pero desde el miércoles pasado, las 40 carillas mimeografiadas que resumían el Encuentro de Quilmes fueron llegando a las manos de los demás. Una decimotercera copia, inclusive, fue entregada al primado de la Argentina, cardenal Antonio Caggiano. Para ninguno de ellos el documento resultaba absolutamente novedoso: el Encuentro (28 y 29 de junio pasado) era la culminación de otras cuatro reuniones entre grupos sacerdotales dispuestos a intensificar el diálogo de la Iglesia Argentina con aquello que los teólogos llaman mundo, pero que es, en rigor, todo lo que está ,más allá de esa Iglesia. Por lo demás, el presbítero Juan José Rossi había publicado, en el quincenario Criterio —edición del 12 de agosto—, una minuciosa crónica del Encuentro. Dos obispos no tuvieron necesidad de informarse a través del documento: Jerónimo Podestá, de Avellaneda, y Antonio Quarraccino, de Nueve de Julio, comulgaron en la misa del 29 con todos los sacerdotes concentrados en Quilmes, y se sentaron a las mismas mesas de debate para dialogar con ellos, en pie de igualdad, sobre tres temas básicos: La ubicación de Dios en nuestra vida (la sacerdotal), Nuestra ubicación en la Iglesia, Nuestra relación con el mundo.
Las conversaciones duraron doce horas en total, y, por lo que se sabe, en algunas mesas (fueron diez en total, para 80 asistentes) el afán de entendimiento mutuo llegó a tales límites que algunas opiniones se parecieron más bien a una confesión en voz alta. Las consecuencias son explosivas: indican una voluntad de cambio radical en la Iglesia argentina, sobre todo en lo que concierne a la evangelización del mundo y a la ruptura de algunos antiquísimos tabúes: la relación recelosa del sacerdote con la mujer, exagerada cautela de algunos sectores de la Iglesia ante graves injusticias, el temor ante los riesgos del mundo.
Pero la clave del Encuentro está quizá en otra parte: en la necesidad de un diálogo franco entre los obispos y el clero. El documento de Quilmes dice, textualmente: "Nos falta gobierno de parte del Obispo. Ni siquiera habla con los sacerdotes. Si alguna vez lo hace, no es para consultarlos o escucharlos. Todo esto nos crea una situación de soledad pastoral, de gran incomodidad, que nos desubica al estar asumiendo responsabilidades que no nos corresponden."
Pese a que de ese texto podría inferirse un enfrentamiento, todo lo que hay es una apasionada voluntad de comunicación: "Quisimos dar alguna salida a nuestro sentimiento de desgobierno y de orfandad humana -explicó uno de los 80 sacerdotes de Quilmes, la semana pasada. Por nuestra formación, y por la estructura misma de la Iglesia, los sacerdotes dependemos hasta afectivamente del Obispo, a veces de un modo inconsciente. Cuando un cura es llamado por su Obispo, siente un golpe interior. ¿Qué me irá a decir?, teme. Ocurre que, en general —se quejó el informante—, los Obispos sólo llaman a sus sacerdotes para reprenderlos."
Los 80 hombres de Quilmes, ahora, sostienen que fueron impulsados por su amor a la Iglesia. Elaboraron su documento luego de haber transcripto todos los largos diálogos grabados; confiaron su redacción a los peritos, moderadores y coordinadores del Encuentro; llamaron a esa reunión "Primera Asamblea General de Equipos de Sacerdotes". Las 40 carillas mimeografiadas se convirtieron, así, en una especie de plan de vida para aquellos 80 hombres que representan a más de cien, y cuya edad promedio es 35 años. Pero es la historia previa al Encuentro lo que arroja luz sobre él y, en cierto modo, lo que le da el aire de una auténtica, empecinada revolución.

Los nombres y apellidos

Aunque la idea de un Encuentro entre grupos sacerdotales nació, en rigor, hacia julio de 1964, durante la Asamblea de la AJAC (los jóvenes de Acción Católica), y aunque ya en agosto se concentraron 9 sacerdotes de 7 equipos diferentes, en Buenos Aires, el proceso se remonta a diez años atrás, cuando 12 presbíteros —de 4 parroquias— empezaron a trabajar junto al padre Alfredo Trusso, de Todos los Santos. Uno de los miembros era monseñor Alberto Devoto, ahora Obispo de Goya, quien siguió adherido al equipo aun después de ser transferido a la diócesis de San Isidro.
A lo largo de esa década se produjo, inclusive, una escisión, cuando dos miembros se retiraron por razones ideológicas: el sector disidente procuraba poner el acento del trabajo sacerdotal sobre los aspectos litúrgicos; el resto defendía una labor pastoral más amplia. Por pastoral se entiende (según precisó un miembro de aquel grupo) "la acción de la Iglesia en relación a todos los hombres, cristianos o no, y en especial la evangelización del mundo". Lo doméstico, en cambio, la acción orientada a la Iglesia como tal, es lo que se conoce por liturgia y, catequesis. Estas dos formas de entender la misión de los sacerdotes cambió la fisonomía del grupo después de aquel desprendimiento: los que quedaron eran hombres preocupados ante todo por la evangelización. Los miembros más antiguos fueron Francisco Mascialino, párroco; Miguel Ramondetti, asesor del Movimiento Obrero Católico (MOAC); Néstor García Morro, párroco; Manuel Artiles, consejero psico-pastoral, y Juan José Rossi, consagrado al periodismo y miembro de la Junta Nacional de Catequesis.
Mientras ese equipo crecía con la incorporación de dos sacerdotes franceses —quienes estudian ahora, en Avellaneda, la gestación de un centro apostólico en el medio obrero—, otros grupos sacerdotales iban agregándose a aquel primer núcleo de 12 hombres: uno, con seis o siete miembros, empezó a ocuparse de Revisión de Vida y Pastoral; otro, al que se incorporaron los presbíteros Alejandro Mayol, Carlos Mugica y Pedro Geltman, se consagró a la Juventud Católica Universitaria (JUC). A partir de la reunión inicial (agosto de 1964, en Buenos Aires), los encuentros fueron produciéndose regularmente, a razón de 8 sacerdotes por vez. Hacia noviembre, el equipo primitivo había ya establecido vínculos con otros diez: ese movimiento comprendía ya el total de las doce
diócesis bonaerenses (Azul, Bahía Blanca, Avellaneda, La Plata, Mercedes, Mar del Plata, San Nicolás, Nueve de Julio, Morón, Lomas de Zamora, San Martín, San Isidro) y parecía dispuesto para una acción en bloque.
El primer encuentro entre los grupos fue efectuado en Mercedes, a fines de 1964: concentró a 19 sacerdotes de 6 diócesis; en marzo, Hurlingham cobijó a 23, y las diócesis ascendieron a 8; Azul, en mayo recibió a 37: a esa altura, sólo la diócesis de San Martin dejaba ya de estar representada. El encuentro de Quilmes fue como una repentina mayoría de edad: el crecimiento despacioso da las reuniones previas se transformó en un avasallador cónclave de dos obispos, 80 sacerdotes y 15 equipos.
Desde diciembre de 1964, cada uno de estos vastos diálogos había permitido la mutua revelación de preocupaciones comunes, una voluntad de hacer algo, y rápido, entre los sacerdotes bonaerenses; a la vez, se iba elaborando el orden de temas para Quilmes. Allí hubo un descubrimiento primordial: cuanto más maduro está un sacerdote, tanto más comprometido se siente en una acción colectiva.

Parados en la barranca

Los 80 hombres que llegaron a Quilmes el 28 de junio estaban dispuestos a no, dejar una sola pregunta sin contestación: había 14 en total, y todas eran arduas. Algunas ponían en tela de juicio la propia razón de ser del sacerdocio, en un esfuerzo valeroso por llevar la indagación hasta sus últimas consecuencias; otras postulaban una búsqueda del valor y la vigencia "de la pobreza, el celibato y la obediencia"; otras más, en fin, investigaban la actitud de los clérigos católicos ante las injusticias y la mentira.
El lugar de concentración fue una casa para retiros espirituales —el Hogar Sanford—, un enorme solar antiguo que se empina sobre una barranca, de cara al Río de la Plata. Durante las dos noches de fines de junio, los sacerdotes durmieron en los inmensos dormitorios del Hogar, donde caben unas quince camas por sala.
El método de trabajo consistió —como lo define el Documento— "en el ya clásico ver, juzgar y obrar". Durante la jornada inicial, los 80 sacerdotes se distribuyeron en diez mesas redondas; por la noche, los coordinadores de las mesas, un equipo moderador y tres teólogos (Lucio Gera, Miguel Mascialino y Carmelo Giaquinta) elaboraron las coincidencias básicas: al día siguiente, la Asamblea General pudo discutirlas. Fueron los mismos teólogos quienes, al fin del segundo día, expusieron las líneas de fuerza que predominaron en el Encuentro.
Durante el primer día, cuando "quisimos ser lo más objetivos posible", el clima de franqueza permitió un análisis a fondo de la relación entre los sacerdotes y la realidad. "Esa realidad —dijo uno de ellos, según revela el documento— se presenta como un mundo del trabajo y de la técnica, con todo lo que eso significa: la ida al cosmos, incorporar lo que es el cosmos a una nueva visión. Es un hecho. Incluso puede determinar un cambio de imagen del mundo humano."
El debate permitió, además, enfrentar al científico que descubre nuevos elementos en el universo con "la viejita —cristiana antigua— que dice no, es imposible que los hombres puedan ir arriba, eso es blasfemia". Fue como una segunda reivindicación de Galileo.
Otro tema básico de discusión —el sexo, la mujer— arrancó algunas notables definiciones: "Podríamos decir: en el horizonte ha aparecido la mujer. Cuestionada o no. Es un hecho que debemos valorar definitivamente. Aparece de un modo nuevo. Presenta características que no presentaba antes. La mujer se nos ha acercado."
Una suerte de estribillo se desplazó insistentemente sobre todas las conversaciones: La Iglesia tiene que estar presente, la Iglesia debe dialogar la Iglesia debe actuar.
Hasta el sábado pasado, el documento de Quilmes no había derivado en respuestas oficiales. Es probable, por lo demás, que ningún obispo bonaerense salga al cruce de las 40 carillas mimeografiadas, al menos de manera pública.
Los 80 sacerdotes explican allí que "tenían conciencia de participar en algo trascendental", que fueron al Encuentro "no a librarse de una culpa, sino a asumir una situación". Entendieron que la asumían al sentirse responsables del diálogo entre la Iglesia y el mundo, y que esa responsabilidad está basada sobre una pregunta importantísima: "¿Cómo vivir el sacerdocio para ser plenamente hombre?" En Quilmes se descubrió que la mejor manera de zanjar esa interrogación era no ya "cómo empezar a vivir", sino cómo comprender lo que ya se está viviendo". 
24 de agosto de 1965


FUENTE: REVISTA PRIMERA PLANA



VIDEOS / TESTIMONIOS

Pequeño Concilio de Quilmes (28 y 29 de Junio 1965) 

Centro de Producción Audivisual del Municipio de Quilmes

Entrevistados: Padre Domingo Bresci, Aldo Etchegoyen, Padre Pichi Meisseheier y Padre Luis Sanchez






sábado, 6 de octubre de 2012

LUJÁN: UNA PEREGRINACIÓN A LA VIDA!! TESTIMONIO DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR




http://www.peregrinacionlujan.org.ar/entrar.htm


"Este es el siglo de América, 
este es tu siglo Señor, 
los jóvenes estamos presentes, 
testigos de tu gran amor..." 


Estrofa que cantábamos mientras peregrinábamos.-



Cuando todo comenzó hace 38 años, muy pocos sabíamos que significaba peregrinar, no conocíamos el profundo sentido que tiene esa experiencia en todos los niveles, empezando por el principal, el humano. De hecho, no fue hasta "la tercera" de ellas, donde allí en la Parroquia del barrio y en plena dictadura militar, en aquel oasis de encuentro entre jóvenes, nos decidimos a ir. Reitero que se trataba de un grupo de jóvenes bastante importante en número y con una calidad diversa de posturas y compromisos, en mitad de la noche más larga y tortuosa que pudimos padecer. No es antojadizo, teníamos otro lugar, otro sitio y la Iglesia, fue sin dudas, aquel rincón de confluencia y de abrigo. Ella nos abrió sus puertas, nos dio todo su espacio, toda su disposición y todo su amor. No hubiese sido posible sin ella, sin la parroquia del barrio y aquellos curas y laicos que en una pastoral social de liberación y con mucho miedo y mucho valor, nos enseñaron que la Iglesia éramos todos. Desde ese sencilla Comunidad de “Jesús salvador”, en Lugano, fuimos creciendo en la fe; entonces fue ahí, donde sentimos necesidad de llegar hasta la Virgen con todos nuestros proyectos, con todas nuestras alegrías y todas nuestras incertidumbres.


Aquella fueron tardes, noches y madrugadas de aprendizaje. Lo primero que uno siente es que no está solo y en ese momento histórico concreto, eso es muchísimo... Después uno se sabe pueblo que camina, no que camina en términos usuales, sino como modo de vida; luego se aprende a compartir, a saber caminar, a rezar en el silencio y en grupo, a conocerse mejor como personas, a vivir el sacrificio, el cansancio con un sentido de superación; a descubrir lo importante que significa el prójimo, tanto que en él se descubre al mismo Dios...

Pocas veces en mi vida he sentido la presencia de María tan en mí como cuando apoyado en un bastón (un palo de escoba), Ella y quienes me acompañaban, me sostenían, me alentaban, me infundieron fuerzas cuando ya no daba más... Qué lejos quedaba Gral Rodriguez!! La pregunta obligada siempre era: Falta mucho para Lujan? Qué lejos quedaba Luján cuando salias hecho trizas de Rodriguez!! Inalcanzable, imposible con el sueño, las ampollas y la lluvia o el sol que te habían pasado su arado y surcado en todo el trayecto!! Veíamos los chicos que iban quedando, las lágrimas por no poder seguir, parecían muñequitos tristes sentados con los pies hinchados, llagados, en la ruta... Pero cuando los que llegábamos  mirábamos el cartel que decía: "Lujan centro urbano" y la flechita que indicaba que “ya la teníamos” a la ciudad encima, era el desborde de la fe que sobreponía todo, era la gente que nos aplaudía, nos recibía al llegar y por un instante sentíamos que éramos titanes pero la imagen de la virgencita, pequeña, a cuestas en los brazos de los peregrinos de adelante, nos bajaba los humos y nos decía que era María la que importaba... Entré varias veces a la Basílica después de cada peregrinación y cuando me disponía a agradecerle y a orar, levantaba la mirada, y entre tanta majestuosidad arquitectónica, entre el esplendor envolvente y la pompa vacua, estaba Ella, su figura morena, su estampa popular y simple; en apariencia sola e insignificante, rodeada de tanta ostentación proyectada a modo de piedad, pero única en sí misma y en el corazón de la gente.

Luján no terminaba en Luján, Luján continuaba en la vida de cada uno, en la fe como testimonio social y privado, Luján quedaba mucho más lejos todavía que lo que pensábamos, en realidad a ese “Luján” no se llega nunca, todos los días se peregrina hacia él. No sabíamos que lo teníamos dentro nuestro, pero para saberlo debíamos pasar por ese otro Luján que nos preparó para entenderlo; más que como un destino, Luján entonces, se transformó en una partida sin solución de continuidad, desde allí, era posible transitar la fe para hacer el Reino presente con auténtica devoción y perseverancia entre todos, preferentemente los pobres, desde allí podíamos vivir la fe sin medias tintas, fortalecidos en una movilización religiosa y popular que excede toda palabra.

Hay que ir...




Raul Olivares.-
Todos los derechos reservados.-