Ser pobre, siempre ha
sido una desgracia, esta es una realidad terriblemente dolorosa y más
aún cuando serlo no significa solamente un infierno que se padece en un nivel
personal o familiar, sino también, cuando esa pobreza es
constantemente atribuida por la clase social que empobrece, como una culpa
irremediablemente originada en el pecado del individuo; escindiendo de plano y
en forma velada, las condiciones de explotación de un modo
de producción determinado que es el
que efectivamente contiene las causas estructurales de esas
desigualdades e injusticias. La pobreza, es entonces
impuesta a la clase dominada también como doctrina de
sometimiento y regulación de sus normas de relación social, a través de la fe,
la religión y la cultura, instrumentos ideológicos de este sistema para un
estado de sujeción y represión permanente. La existencia en tanto
infrahumana, casi animal, es proclamada por los poderosos y soportada por los
oprimidos, primero como un castigo, pero no cualquier castigo, sino aquel
que es (transmitido por ellos) de carácter divino.
En el lejano mundo religioso-cultural del Israel al que nos referimos, despiadadamente excluyente y
discriminante, existían distintas clases y grupos sociales que se sustentaban fundamentalmente en su poder económico y del mismo modo, lo hacían, en
la corriente dualista (bien-mal, mancha-pureza), de
profunda raigambre teológica y filosófica, paradigma de
espiritualización y sacralización, en manos de unos pocos "elegidos"
e "iluminados", mediante los cuales se
centralizaba el derecho de interpretación licita de las
escrituras, la educación y formación socializada de ellas y en
consecuencia, su doctrina como único
sistema de creencias, que alternativamente
produce la justificación para la explotación. "La
espiritualización implica dos operaciones, la primera es la división de la
realidad en dos partes, una material y la otra espiritual; y la segunda, la atribución
de toda práctica a la realidad espiritual." (1). Del mismo modo,
ese poder se "distribuía" en la práctica
del monopolio de la Ley sagrada, el culto religioso-oficial y
la política que estaba esencialmente en manos de dos sectores o
partidos bien diferenciados unos de otros, los Fariseos* y los Saduceos*, estos
últimos asumían las funciones sacerdotales del Templo. Otro estrato
preponderante en la coacción social de ese período era el de los
publicanos, recaudadores del
Imperio, quienes poseían inmensas fortunas e impunidad total en el cobro
de los impuestos, amparados en el estatus que le daba
la ley romana.
En lo
institucional, como consejo o asamblea mayor de poder estaba el denominado "Sanedrín", integrado por escribas (circulo de los
instruidos) y otras facciones, más los sectores sacerdotales con el Sumo
Sacerdote a la cabeza. Todos estos conformaban una solida estructura
de clases y castas determinadas. De esta manera se hallaba estratificada la
sociedad en la que vivió Jesús. Extremadamente rica y poderosa por un lado
e infinitamente pobre y excluida por el otro.
Los grupos de poder como los Fariseos, la aristocracia
Sacerdotal: Saduceos, no solo expresaban la asimétrica abundancia de
lujo y riquezas; hacían de ello un estilo legitimador en el
ejercicio de la explotación y la dominación, en tanto y en cuanto ese estilo "era
inherente" a Dios. Los pobres, lo eran porque al serlo,
Dios "no los había elegido como a ellos", eran
por lo tanto impuros, manchados por el pecado. ¿Pero qué pecado? su
pobreza. Eran impuros por ser pobres y eran pobres por ser pecadores. "Así lo establecían las
costumbres, así estaba escrito, así debía mantenerse". Aunque la ley escrita decía
que eran sus prójimos, en la realidad, esta era ley muerta. Los "manchados" jamás
podían acercarse a "los bendecidos por Dios", "los
ricos y poderosos". Los pobres jamás podían ser tratados como
próximos, ni relacionarse con ellos, esto implicaba una mácula que era
inconcebible en su lógica de poder. Los
opulentos Maestros de la Ley, Fariseos, Sacerdotes y Saduceos eran el
modelo a seguir para ser
fiel a Israel y su
leyes. Ellos, "los
puros", estaban en un mundo donde Dios "estaba presente" y los demás, los pobres, los
hambrientos, los enfermos, los explotados, los huérfanos, no cabían en él,
porque no eran de él. Su mundo era "otro"
y allí debían resignarse a padecer su maldición. Jesús
viene a destruir por completo esta iniquidad, su Visión está en
las antípodas de los poderosos de su época. El Proyecto Liberador y
Salvador de Jesús de Nazareth, elige a los despreciados por
el mundo como a aquellos que no solo son parte del Reino,
sino también y especialmente a los que el Reino les será
dado: "El Reino es de ellos." Mt 6,20.- En
abierta oposición a los valores y criterios de su cultura y
proponiendo una práctica nueva, angular y radicalizada para los que
quieran seguirlo, Jesús de Nazareth contrapone en su Proyecto, quiénes son los
verdaderamente bendecidos en su Reino y quiénes al no reconocerlo y negar su
Buena Nueva, en consecuencia, se condenan a sí mismos. No entran ellos, ni
dejan entrar al Reino a los demás:"¡Ay de ustedes, maestros de la ley y
fariseos, hipócritas!, que cierran la puerta del Reino de los Cielos para que
otros no entren. Y ni ustedes mismos entran, ni dejan entrar a los que quieren
hacerlo". Mt. 23,13. Así se entiende su sentencia:
Estos, los ricos y hartos de poder que no quieren convertirse (Mt. 19,16-22., Mc. 10, 23-27., Lc.
18, 24-27.-) son los maldecidos, los que por su condición personal
y social han provocado la Injusticia y el empobrecimiento de
su prójimo. Sus riquezas les bastan, ellos "ya
tienen su consuelo". Lc. 6,17.-
"El malditos los ricos" de Lucas, es la Palabra que nace del dolor por Amor a todos y
especialmente dirigida en esta condena, al hombre que ha puesto toda su
existencia subordinada en lo material, su horizonte se agota en sí mismo y
para ello engendra estructuras de miseria que son antagónicas con el
Reino. El texto evangélico, duro, severo, lo es para que éste transforme su vida.
El "Ay de
ustedes..." es también una lamentación contra el hedonismo, una
denuncia absoluta sobre su perversidad, sobre el enorme costo que conlleva
cimentar la vida solo en aquello que "la polilla y el herrumbre
consumen..." Mt. 6,19. Porque "Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón." Mt.
6,21.-
Esta Fe trascendental
y revolucionaria, vivida y
entregada hasta el extremo de la crucifixión, ya nos muestra qué tipo de Sociedad Nueva nos plantea construir hoy, en nuestro presente, aquel
Jesús histórico.-
Raúl
Olivares.-
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