Desde que el género Homo (homohabilis/homorudolfensis) puso su sello en el planeta, la vida y la formas de vivirla han tenido tantos cambios como los necesarios para el proceso de adaptación. La diferencia entre otras especies respecto de la nuestra está en su hominización o evolución desde su condición de homínido hasta la aparición del homo sapiens sapiens (El hombre que sabe que sabe). Aquel que tiene la capacidad no solo de razonar, sino que también se piensa. Reflexiona sobre sí, planifica, posee una superlativa modalidad de conocerse a sí mismo. Ese ser, ese mismo homo, somos hoy, con las variantes propias que nos condicionan material y socialmente. Es decir que lo que somos como hombres es lo que hemos hecho de nosotros mismos como sociedad. Hay un continua e imperceptible lucha dialéctica entre el ser como individuo y el ser social que lo forma y transforma continuamente. Pero la identidad de ese sujeto único, incomparable y hasta indispensable, no es un conjunto aventurado de cualidades interpuestas por los dioses o la generación espontánea, la identidad es un valor intrínseco de lo que es cada uno como persona, porque ese homo ya deja de ser solo un "producto" de su género, para asimismo, convertirse en un individuo especial y especifico, con una existencia propia, singular, intransferible y trascendente.
Somos humanos, somos personas, somos distintos, somos iguales.
En nuestra entidad genética y social se encuentra esa capacidad, ese don que nos constituye con valores y deseos esenciales que son el individuo en sí, aquel que es solo por el hecho mismo de serlo, más allá de lo que el medio haya hecho de él y de cómo lo programaron para ser formalmente: lo determinado.
La libertad, decía Sartre, es ese pequeño movimiento que todos tenemos para ejercer en un instante dado de la vida, para no devolver necesariamente lo que se hizo de nosotros, sino, para hacer algo decisivo y distinto de ello por nosotros mismos, contrariamente a lo que el sistema prevé y a lo que rigurosamente fuimos determinados por este. En ese sentido, elegimos y tenemos la responsabilidad de esa elección, pese a todo lo que nos rodea, pese a quien le pese, elegimos ser y en consecuencia somos ese ser que decidimos y no otro. En este giro del hombre en torno a su libertad, está no solo la grandeza de su naturaleza, sino también y de manera especial, sus derechos inalienables, los que acorde con este significado, no son de nadie más que de uno y en sentido genérico, al mismo tiempo, comunes a todos. Entonces es necesario plantear el derecho y la vocación del ser humano a optar y vivir en consecuencia, como una conquista de la misma humanidad, cada vez que asume el respeto por la persona en su integridad.
Sin embargo parece ser que hay muchos que aun no lo entienden, o bien lo entienden y propenden a proyectos ideológicos pétreos que actúan consciente y socialmente contra la misma dignidad humana. ¿Qué hace que alguien piense y obre de esta manera? ¿Por qué la discriminación y el odio hacia aquellos que no son como uno? Obviamente no hay una respuesta sino múltiples cuestionamientos que nos llevan a la verdad. Somos seres complejos y esa complejidad se multiplica muchísimo más cuando empezamos el largo y sinuoso proceso de socialización. Si el modelo que nos educa y nos forma no infunde principios de valorización y consideración por nuestros semejantes, en la medida de esa vara intolerante y acrítica nace indefectiblemente la ignorancia, la insensibilidad y el fanatismo más primitivo que dan origen a las conductas ególatras y narcisistas, entre ellas, la xenofobia, la homofobia y otras tantas. La xenofobia, configurada como justificación para el rechazo y la segregación, es entonces ya una ideología, un cuerpo de ideas sustentadas en supuestas certezas adquiridas, basadas en el prejuicio de todo orden, el cultural, histórico, político, religioso, jurídico, nacional, etc. Y que en definitiva, nos habla de una estructura mental aprehendida, que baja al individuo desde la misma sociedad, la que a su vez ha sido conformada por esa otra superestructura, el Estado, que significa precisamente, lo cultural, lo ideológico lo religioso, lo jurídico puesto en función de los intereses de clase. No escapa a este análisis, entonces, que la xenofobia es la resultante final de un meticuloso disciplinamiento social, que funciona estimulando, acicateando, los recelos, temores y miedos más básicos de nuestra condición, con el objeto de su utilización, sea esta política, religiosa, cultural o bien todas ellas al mismo tiempo.
La xenofobia esta a un paso milimétrico del racismo y es una profunda inmersión en las aguas tenebrosas de los mares más negros de nuestra ascendencia. Nos catapulta de manera inmediata a la era de los antepasados, al gregarismo, a la horda...
Homofobia: No es el miedo, sino el odio...
Si existe una estratificación de este orden en los estamentos primigenios de lo colectivo, es el miedo irracional o la aversión, el desprecio sin fundamento real a lo que es considerado como extraño, "como fuera de uno", enemigo creado solo por desconfianza como "cuestión de piel", que tiende a fijar una creación generalmente fantasiosa o mítica del otro, considerado no solo distinto, sino "raro", "anómalo", "inconcebible". De esta noción, de lo que se percibe como "anormal" y "denigrante", su sentimiento primordial no es el miedo, sino el odio. La homofobia como trastorno de la personalidad, tiene un intenso deseo de eliminación de aquello que se ve como el objeto que la estimula: el otro diferente. Subyace en su configuración la necesidad de manifestar en la práctica este rechazo, por eso la homofobia se expresa socialmente, de maneras organizadas, en asociaciones y alternativamente como ejercicio de poder político partidario. Nuevamente el presente análisis, nos conduce a las causas y a las diversas vertientes culturales que se crean y recrean en relación a este fenómeno, son ellas las que en un desarrollo histórico concreto, moldean las condiciones para suscitarlas, corporizándolas en los individuos. Hay un permanente intercambio entre lo social y lo particular, entre lo oficial y lo privado que reproducen estos comportamientos, son la necesaria asociación y comunicación de unos y otros, para la justificación y confirmación de sus actitudes. De tal manera, que se pueda efectivamente, licenciar la criminalización, la impunidad y la naturalización del odio como modo de vida.
Luchar contra estas ideologías y manifestaciones, atacando los gérmenes que provocan su instalación social y posterior praxis, es imperativo. Si dejamos que avancen, habremos preferido no hacer nada con aquello que hicieron de nosotros, o lo que es igual, no construiremos nuestra personalidad libre y responsablemente, sino como por mandato nos impusieron.
Raúl Olivares.-
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