miércoles, 15 de marzo de 2017

CINCO TEMAS CLAVE DOMINARAN EL QUINTO AÑO DEL PAPADO DE FRANCISCO


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Francisco inició este lunes 13 de marzo el quinto año de su papado EFE




Cinco temas clave dominarán el quinto año del papado de Francisco




Francisco aseguró varias veces que su pontificado sería breve



ROMA.- El papa Francisco inicia este lunes 13 de marzo el quinto año de su papado. El pontífice argentino ha causado hasta el momento mucho revuelo con su gestión desde el Vaticano, pero muchos de los cambios que impulsa solo avanzan lentamente debido a una creciente resistencia en el seno de la Iglesia católica.

¿Le quedará tiempo suficiente al papa, que tiene 80 años, para resolver los problemas y cumplir con las elevadas expectativas? Al fin y al cabo, Francisco aseguró varias veces que su pontificado sería breve. He aquí cinco cuestiones clave que también en el quinto año de su mandato centrarán la discusión.


  • Mujeres: El papa no escatima palabras elogiosas cuando habla de las mujeres. Según Francisco, son más valientes que los hombres, son muy importantes para el mundo y sin ellas no hay armonía. El papa siempre alienta a las mujeres a ser misioneras de la fe. Sin embargo, también bajo el pontificado del argentino se les niega a las mujeres la ordenación sacerdotal.
Preguntado sobre si la Iglesia católica va a cambiar esta postura, el papa dijo el pasado 1 de noviembre, durante su viaje de regreso a Roma tras una breve visita a Suecia, que Juan Pablo II ya había dicho todo lo que se puede decir al respecto. No obstante, la inclusión de las mujeres también es una meta importante para Francisco, asegura el Superior de la Compañía de Jesús, Arturo Sosa. El religioso venezolano reconoce, sin embargo, que una mejor integración de las mujeres en el seno de la Iglesia podría ser un proceso largo ya que hay obstáculos “en muchos frentes”.

  • Celibato: A la Iglesia católica le faltan sacerdotes. Entonces, ¿no sería un solución aceptar como sacerdotes a hombres casados? Suena muy fácil, pero para Francisco el celibato voluntario no es la solución del problema, según destacó en una entrevista publicada la semana pasada por el periódico alemán “Die Zeit”. Sin embargo, el papa dirigió su atención hacia los “Viri probati”, hombres casados probados que, según las normas católicas, llevan una vida ejemplar. “Debemos reflexionar sobre si los ‘viri probati’ pueden ser una posibilidad. Entonces, también debemos determinar cuáles son las tareas que ellos pueden asumir, por ejemplo en comunidades muy remotas”, señaló Francisco, sin precisar en qué está pensando concretamente.

  • Divorciados o casados de nuevo: Desde que se publicó su exhortación apostólica “Amoris Lealitia”, sobre la familia y el amor, la cuestión de cuál debe ser el trato a las personas divorciadas que se han vuelto a casar es un tema de discusión constante y motivo de conflicto en el seno de la Curia Romana. En casos individuales, ¿pueden recibir la comunión personas que después de su divorcio se han casado con una nueva pareja? En una carta abierta dirigida al jefe de la Iglesia católica, que generó no poco disgusto en el Vaticano, cuatro cardenales lamentaron que el papa no hubiera dado una clara respuesta a esta pregunta. Hasta la fecha, el pontífice no ha dado a conocer su postura.

  • Abusos: Las víctimas de abusos sexuales en el seno de la Iglesia católica exigen al papa hechos en vez de palabras. Francisco ha condenado los abusos calificándolos como una “enfermedad”. Sin embargo, la comisión papal de protección a la niñez, creada hace tres días por el papa, sufrió hace poco un serio revés cuando la irlandesa Marie Collins, ella misma víctima de violencia sexual, abandonó decepcionada su cargo en la comisión calificando de “catastrófico” el hecho de que algunos miembros de la curia antepongan sus propios intereses al bienestar de los niños. Previamente, un conocido periodista italiano había acusado a Francisco de no actuar con la necesaria firmeza contra los abusos y los sacerdotes pederastas.

  • Ecumenismo: El papa ya ha dado un paso histórico para acercarse a los protestantes, pero para muchos la conmemoración de la Reforma junto con los luteranos durante los primeros actos, celebrados el año pasado, no pasó de ser un mero gesto. A pesar de hay actualmente un trato benevolente al más alto nivel entre protestantes y católicos, algunas posiciones parecen separar ambas confesiones de forma irreconciliable.



FUENTE: dpa






Fuente: https://evangelizadorasdelosapostoles.wordpress.com



REFLEXIÓN SOBRE EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN Por Lucia Gayón






REFLEXIÓN SOBRE EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN


Lucia Gayón, permanecerensuamor@gmail.com
IXAPA (GUERRERO, MÉXICO).




ECLESALIA - El sacramento de la Reconciliación o Confesión, es un sacramento que nos permite descubrir, a través de nuestros errores, la fuente de la Gracia.

Sabemos que hemos cometido un error y muchas veces este se manifiesta con un malestar llamado culpa. ¡Qué incómodo es sentirnos culpables! Entonces corremos al confesionario para “confesar” el error y tratar de quitarnos esa culpa.

Ver la reconciliación bajo esa perspectiva, es caer en la superficialidad y por muy arrepentidos que estemos y por mucha penitencia que hagamos, no lograremos llegar al fondo, al origen del error y por lo tanto no podremos experimentar y tocar la fuente de la Gracia. Por consecuencia, el error seguirá repitiéndose ad infinitum.

La palabra ´re-conciliación´ significa, volver a conciliar. Es como en la contabilidad, tenemos que conciliar las cuentas – el saldo deudor y el saldo acreedor. Si algo no se concilia, tenemos que buscar la cifra que hace la diferencia. Puede ser que no sumamos bien las cantidades, o nos faltó añadir alguna factura, o que escribimos mal una cifra, o tenemos un duplicado. Revisamos cada factura o entrada contable y de pronto encontramos dónde está el error – lo corregimos y conciliamos las cuentas.

Cuando reconciliamos las cuentas no buscamos a los culpables; ni tampoco nos flagelamos diciendo que no somos buenos; tampoco tratamos de añadir una cifra falsa para que al final todo sume correctamente. Buscamos detenidamente qué fue lo que faltó o qué fue lo que sobró.

La re-conciliación debe ser con nosotros mismos – encontrar la cifra que no permitía tener las cuentas claras.

Cuando cometemos un error, debemos reconciliar los elementos que nos llevaron a ese error. A veces son muy simples – distracción, olvido, cansancio, no estar en el momento presente, no poner atención. A veces son más complejos – un dolor profundo que no sabemos por qué o por dónde viene.

Cuando se trata de algo complejo, requerimos buscar el tiempo para reflexionar y tratar de llegar al origen del dolor. Tuvimos una experiencia en el pasado en que fuimos profundamente heridos y no pudimos entender o manejar ese dolor. Tal vez la reacción a ese dolor fue de enojo, de incomodidad, de una falsa prudencia o de una humildad contenida y el dolor quedó enterrado en nuestro corazón.

Creo que casi todos los errores humanos se derivan de una situación de dolor – de una ruptura, de un mal trato, de un desprecio, de violencia, de ser olvidado o ignorado.

Entonces cuando hay frustraciones o enojos enterrados, estos no se pueden contener – tarde o temprano emergen en forma de ira, de soberbia, de arrogancia, de celos, de deseo de poseer o de avaricia, de necesidad de llamar la atención, necesidad de llenar los huecos afectivos en situaciones desmedidas como se da con la lujuria o con la gula, o también con el consumismo. Otro efecto es la pereza e incluso la enfermedad de la tristeza. Se manifiesta en una falta de control – se pierde el respeto a uno mismo y al otro; se insulta, se denigra, se humilla – tal vez de la misma forma en que nosotros fuimos agredidos o humillados. Ciertos dolores son tan profundos, que cuando surgen los convertimos en mentiras y fantasías que creamos para distorsionar, apaciguar o anestesiar el dolor.

El camino de la reconciliación es un camino que no frecuentamos mucho – implica tener valentía para encontrar ese punto doloroso que cuando lo tenemos que enfrentar tememos que vuelva a doler como fue la primera vez. El miedo nos hace correr de nuevo a la “seguridad” de lo conocido – aunque implique subirnos a esa rueda de la fortuna que da vueltas sin parar y que solo nos marea, creando un vértigo espiritual.

Cuando optamos por tener la valentía de buscar ese punto doloroso, algo maravilloso ocurre – nos percatamos que no estamos solos en ello. Jesús nos acompaña, nos sigue, está ahí justo para darnos la luz para poder ver el origen del error. Está ahí para darnos fuerza, para permitirnos ver con claridad, enfocando a lo importante. Sabemos que El no nos juzga, como en el Evangelio cuando Él ama a la mujer adúltera. Él nos enseña con su ejemplo a no juzgarnos, sino a tener la mirada comprensiva compasiva de aquello que nos hirió.

Él nos abraza, abraza nuestro dolor, sin interrogatorios, sin castigos, sin recriminaciones. Nos abraza y hace suyo nuestro dolor.

Descubrir la verdad de lo que nos duele podría llevarnos a recorrer un camino larguísimo de interpretaciones y análisis. Pero cuando hacemos este recorrido en la presencia de Jesús, llegamos a ese punto del dolor de una forma rápida y precisa – no más atajos o caminos sin sentido. Es ahí que vamos en el Camino con El, que nos lleva a la Verdad, al punto exacto, y que como resultado nos abre la perspectiva a la Vida absolutamente colorida – a la Libertad de ser amados.

El sacramento de la Reconciliación debe ser un proceso personal de introspección valiente. La meditación cristiana es de gran ayuda para emprender este camino de interioridad al centro de nuestra alma, donde Dios es, donde se da la fuente de la Gracia; donde ocurre el entendimiento y el discernimiento para luego, como consecuencia, entrar al proceso del perdón.

¿Qué es exactamente el perdón?

El perdón es un regalo de Dios; es el premio de haber logrado una reconciliación, como el reconocimiento del origen del dolor y del error. Tocar ese punto doloroso a la luz de Jesús, nos libera, nos da paz, nos reconstituye.

¿Cómo entender la penitencia?

Es una pena usar esta palabra para un proceso de auto-conocimiento y de conocimiento de Dios a la luz de su Amor. La palabra penitencia quiere decir “pena, expiación, castigo, corrección”. Es muy común que la oración (Rosarios, Padre Nuestros, Ave Marías) se utilice como un castigo o como una penitencia por haber cometido un error o un pecado.

Creo que habría que substituir esta palabra por la palabra “Alabanza”. Cuando ha ocurrido una reconciliación luminosa, con un perdón interior – de mí mismo y de Dios, tenemos que festejar, tenemos que alabar a Dios – surge de forma natural. Mi alegría es el resultado de saberme y sentirme libre. En alegría canto al Señor, lo abrazo, me siento a-graciada y agradecida y me percato de todos los regalos que me hace para que yo lleve a cabo su plan divino.

El proceso de reconciliación dejaría de ser un acto de pre-muerte, o la vestidura para el calvario. La reconciliación es un proceso de Vida Eterna – de alegría en conciliar mi condición humana con mi condición divina. Un retorno al hogar, un re-crearme en todo mi potencial – sabiendo que todo lo que parece ser mío, es el trabajo del Espíritu de Jesús, de su Espíritu Santo – que me da el honor de manifestarse en mi persona (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).



https://eclesalia.wordpress.com/









martes, 14 de marzo de 2017

CUATRO AÑOS DE FRANCISCO: ¿UNA REFORMA EFECTIVA E IRREVERSIBLE DE LA IGLESIA CATÓLICA? Por Nicolás Hernán Perrone


artículo destacado







TRIBUNA ABIERTA



Cuatro años de Francisco: ¿una reforma efectiva e irreversible de la Iglesia católica?




Durante los años del Concilio Vaticano II circulaba en las discusiones de los teólogos católicos más progresistas una expresión latina de origen protestante, Ecclesia semper reformanda est, cuya traducción aventurada al castellano podría ser “La Iglesia está siempre siendo reformada”.




Historiador nicolas_perrone@hotmail.com



Según los intelectuales católicos de avanzada la Iglesia debía continuamente reexaminarse a si misma para purificarse de todo aquello que la alejara del pueblo cristiano teniendo en cuenta, sobre todo, los desafíos que el mundo moderno le presentaba. Una posible expresión comparable a este ideal teológico-eclesiástico podría ser el concepto de “revolución permanente”; salvando las enormes distancias ideológicas entre los procesos históricos de las primeras décadas posteriores a la Revolución Rusa y al Concilio Vaticano II, podemos decir que en ambos casos los intentos de transformaciones radicales de las estructuras, instituciones y mentalidades fracasaron estrepitosamente luego de una brusca reacción conservadora al interior de la URSS y la Iglesia respectivamente.

La tardía búsqueda de un aggiornamiento y una apertura a los desafíos de la Modernidad fue recibida con ambigüedades dentro de la jerarquía católica. Si bien el Concilio Vaticano II trajo grandes transformaciones positivas a la Iglesia -renovaciones litúrgicas, promoción del dialogo ecuménico e interreligioso, aceptación oficial de los grandes avances sociales y científicos de los últimos siglos, etc.-, rápidamente el papado puso un freno a los avances doctrinarios, eclesiales, litúrgicos y pastorales más importantes. No es necesario remitirnos a la llegada al trono de San Pedro de Karol Wojtyla: es suficiente recordar los debates que se dieron dentro y fuera del mundo católico durante la década del 60 sobre los métodos anticonceptivos y como Pablo VI buscó poner un freno dogmático a los mismos en 1968 con la encíclica Humanae Vitae que estableció firmemente la postura de la Iglesia en contra de la gran mayoría de las formas de control de la natalidad.

Paradójicamente, fue durante el largo pontificado de Juan Pablo II cuando se dio un doble proceso de consolidación de las transformaciones del Vaticano II junto con una depuración de sus proyecciones más progresistas. Mientras que las transformaciones litúrgicas más indispensables (por ejemplo, la eliminación del uso del Latín de la ceremonia de la Misa) se afianzaron, otros avances y progresos teológicos fueron completamente censurados desde el centro romano. Basta pensar en las innumerables persecuciones a teólogos de “izquierda” -como Hans Küng o Jon Sobrino- que se dieron durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI o en la repetida condena a aquella importantísima y loable búsqueda de conciliación entre el marxismo y el pensamiento cristiano que fue la Teología de la Liberación. Es conocida, por otra parte, la obsesiva lucha del papa Wojtyla contra el comunismo durante los últimos años de la Guerra Fría. La participación de la Iglesia Católica -con su poder simbólico y legitimante- en el sostenimiento de las luchas y los regímenes anticomunistas en Europa y América fue la contracara de la persecución interna que se dio dentro de la propia Iglesia a sus miembros -sacerdotes, obispos y teólogos- más de avanzada. Asimismo, fue durante este pontificado que se intensificaron las luchas que hoy consideramos “tradicionales” de la Iglesia Católica: contra el aborto, la anticoncepción, el divorcio, la Teoría de género, etc.

En paralelo con estas cruzadas morales, se dio dentro de la Iglesia Católica una continua fuga de fieles por diversas causas: crecimiento del evangelismo o aceleración del proceso de secularización en el mundo occidental, entre otras. Quizás una de las más importantes haya sido la perdida de prestigio y legitimidad de esta institución a causa de sus escándalos morales internos. Los numerosos casos a nivel mundial de sacerdotes pedófilos o los casos de corrupción ligados a las finanzas vaticanas son algunos ejemplos de esta crisis moral e institucional eclesial. La misma empeoró durante los ocho años del pontificado de Benedicto XVI. Este pontífice, a pesar de continuar con los mismos tintes teológicos e ideológicos conservadores de su antecesor (no hay que olvidar que Joseph Ratzinger fue, desde 1981 hasta su elección como Papa en 2005, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es decir la institución encargada del control de la ortodoxia dentro de la Iglesia), intentó lidiar con los problemas institucionales aunque, evidentemente, sin éxito alguno. Una de las críticas principales que recibió fue la de ser solamente un intelectual -aunque de gran calibre si recordamos los intercambios de ideas que tuvo siendo aun cardenal con Jürgen Habermas sobre los fundamentos del Estado Liberal moderno- sin ningún tipo de cintura política para afrontar las luchas de poder internas del Vaticano. Algunas teorías sobre su renuncia en el año 2013 indicarían que Benedicto XVI abandonó el trono de San Pedro justamente al darse cuenta de su incapacidad para solucionar los problemas institucionales de la Iglesia Católica.

Aquí es donde entró en escena Jorge Mario Bergoglio. Es evidente que uno de los principales objetivos de este nuevo pontificado -el nro 266 de la historia del catolicismo- es el recuperar la legitimidad de la Iglesia a nivel mundial. La pregunta que podríamos hacernos entonces es: ¿como intenta Bergoglio, en su rol de Francisco, ganar nuevamente la confianza de los creyentes (y no creyentes) en la Iglesia?

Una primer estrategia es, sin duda, la lucha en el campo mediático y simbólico. Si Juan Pablo II buscó ubicarse a si mismo como un carismático líder geopolítico de influencia internacional, si Benedicto XVI se presentó a si mismo como un refinado intelectual, Francisco, en cambio, gusta presentarse sin ambigüedades como un pastor humilde cercano a las preocupaciones del pueblo cristiano. Todos recordamos la machacona insistencia con que en los primeros meses de su pontificado fuimos bombardeados con imágenes sobre los “gestos” de humildad del nuevo pontífice: sus zapatos gastados, el pago de su factura de hotel, su nueva y sencilla residencia que se oponía a los lujosos palacios vaticanos, etc.. Bergoglio buscó rápidamente desligarse de todo aquello que pudiera ser asimilado con el tradicional boato papal, siendo uno de sus eslóganes más repetidos durante estos años el deseo de “una Iglesia pobre para los pobres”. El propio nombre elegido como Papa -que remite al famoso santo medieval- demuestra, finalmente, un interés por darle una importante carga simbólica en favor de la pobreza a su pontificado. Cada uno podrá considerar si estas medidas fueron pensadas o no de manera maquiavélica; lo cierto es que la Iglesia Católica es una institución que depende de manera central de su capital simbólico frente a sus fieles y que necesita urgentemente recuperarlo por todos los medios posibles para su supervivencia.

En segundo lugar, desde el comienzo de su pontificado Francisco ha estado buscando soluciones a los problemas institucionales internos de la Iglesia. Una de sus primeras medidas fue la creación de una comisión especial de cardenales para que colaboren con él en la reforma de la Curia Romana -el órgano de gobierno de la Iglesia que concentró mayor poder durante el pontificado de Juan Pablo II- y de los organismos financieros del Vaticano. Algunos de los objetivos de estas reformas son la de ofrecer una mayor transparencia financiera al Vaticano, la de descentralizar el gobierno de la Iglesia -buscando disminuir el poder de decisión acumulado por Roma desde el Concilio Vaticano I (1869-70)- y la de abrir paulatinamente la puerta a una mayor participación de los laicos en la misma. En esta linea, es necesario remarcar que Francisco ha criticado, discursivamente al menos, el “clericalismo” y la búsqueda de hacer “carrera” dentro de la Iglesia.

Finalmente, el actual Pontífice -continuando con las medidas iniciadas por el propio Benedicto XVI- está buscando aplicar una política de “tolerancia 0” con los casos de pedofília dentro de la Iglesia. Bergoglio creó una serie de grupos de estudio sobre esta problemática en la cual incluyó laicos y victimas de abusos sexuales por parte del clero. Sin embargo, en los últimos meses se han dado salidas intempestivas de estos miembros laicos que fueron interpretadas por muchos no sólo como un fracaso rotundo de estos grupos, sino también como una nueva forma de resistencia de las jerarquías vaticanas a profundizar en las investigaciones. Será cuestión de tiempo para ver si todas estas medidas surten efecto dentro de la Iglesia a largo plazo y, por otra parte, si las mismas tienen un contenido gatopardesco o no. Quizás, para alimentar esta duda podemos recordar el caso del padre Grassi y la indiferencia de la jerarquía eclesiástica argentina -de la cual Bergoglio formaba parte- en su momento.

Una tercera manera de recuperar la confianza de los fieles es mediante los cambios del pensamiento teológico. A pesar de las censuras que se dieron al interior de la Iglesia a los teólogos más progresistas, sobrevivieron durante varias décadas en el mundo católico una serie de reclamos doctrinales y pastorales que supusieron siempre un desafío para la jerarquía romana. Desde las demandas más “antiguas” en relación a permitir los métodos anticonceptivos hasta los grupos que luchan por la legalización del aborto como “Católicas por el Derecho a Decidir” o por la ordenación sacerdotal de mujeres, los disensos teológicos progresistas dentro de la Iglesia son varios. La postura de Francisco frente a estos diversos reclamos es, como menos, ambigua. Si bien por un lado parece dar su apoyo a la comunidad homosexual con frases -repetidas numerosas veces en los medios- como “¿quién soy yo para juzgar (a las personas con otra orientación sexual, se entiende)?”, al Papa también le gusta recordar que él solo continúa con la tradicional praxis católica de “odiar al pecado pero no al pecador”, considerando de esta manera a la homosexualidad como conducta desviada y cerrando la posibilidad a aceptar los matrimonios entre personas del mismo sexo. De la misma manera, mientras el actual pontífice llama en sus discursos a una mayor participación de la mujer dentro de la Iglesia continua cerrando categóricamente la puerta a la ordenación sacerdotal de las mismas.

Existen, sin embargo, en el campo teológico algunos signos que permiten conservar una esperanza en este papado. Primeramente, en estos años pareciera haberse relajado desde el Vaticano el control de ortodoxia ideológica a los teólogos católicos: una parte de la comunidad teológica internacional mantiene una actitud positiva con esta flexibilización. En segundo lugar, Francisco mismo se ha reunido con figuras importantes como Gustavo Gutiérrez -uno de los fundadores de la Teología de la Liberación- en lo que pareciera ser un tímido intento de rehabilitación casi póstuma de esta corriente teológica. En esta misma linea, Bergoglio está permitiendo la apertura de la discusión teológica en algunos temas de carácter pastoral como permitir la Comunión a los divorciados vueltos a casar, la entrada al sacerdocio a personas ya casadas o la participación litúrgica de las mujeres en roles alternativos al sacerdotal. Un ejemplo claro de este punto se puede ver en las comisiones teológico-históricas creadas en los últimos meses para estudiar la participación femenina en las comunidades cristianas de los primeros siglos. Uno de los objetivos de muchos teólogos es permitir la posibilidad de que las mujeres puedan ser ordenadas diaconisas, es decir, el escalafón inmediatamente anterior al sacerdotal que se encarga de la administración de algunos sacramentos. Si se diera un paso en esta dirección, la apertura del sacerdocio sería, según la opinión de los especialistas, sólo cuestión de tiempo. En tercer lugar, el papado ha estado buscando retirarse mediáticamente de sus tradicionales cruzadas morales. Francisco mismo ha declarado que él no esta interesado en que dentro de la Iglesia se continúen pública e insistentemente las campañas en contra del aborto o los derechos a las personas homosexuales. Para el pontífice lo más importante en este momento es predicar a un Dios misericorde y abierto al Amor antes que a un Dios que juzga y condena minuciosamente a los hombres por faltas morales de todo tipo. Esto no significa que la Iglesia haya abandonado sus posturas tradicionales respecto a estos temas, sino que Bergoglio busca correr el eje de la discusión de los temas más polémicos para los fieles hacia los aspectos más amigables y centrales -podría llegar a decirse- del propio catolicismo.

A pesar de que todas estas posibles transformaciones puedan parecer extremadamente tibias a los espectadores tanto dentro como fuera de la Iglesia, es necesario considerarlas en perspectiva. Por un lado, estos cambios pastorales y teológicos de Francisco están generando grandes resquemores en los sectores más conservadores y reaccionarios dentro de la Iglesia Católica. La última encíclica papal sobre la familia, Amoris Laetitia, ha sido atacada fuertemente por un grupo de cardenales y ha desatado en Roma una campaña mediática contra Bergoglio. Estos “príncipes de la Iglesia” sostienen que el lenguaje y las expresiones papales sobre el matrimonio y la sexualidad humana son demasiado ambiguas y que, por lo tanto, podrían llegar a generar en un futuro una avalancha teórica que desmoronaría todo el edificio moral católico. A veces es bueno recordar que los conceptos de “izquierda” y “derecha” o “progresista” y “conservador” son sólo una cuestión de perspectiva.

Por otra parte, más allá de las reacciones dentro la jerarquía eclesiástica, es interesante remarcar que todas estas aperturas parecen responder directamente a muchas de las demandas desatendidas de los fieles católicos; de alguna manera, Roma se está dando cuenta -nuevamente- que algunas transformaciones internas son necesarias para frenar la sangría de fieles. Por poner un ejemplo: la prohibición oficial de que los divorciados vueltos a casar puedan comulgar es ignorada en la práctica cotidiana de la mayoría de las parroquias, aunque sigue generando resquemores en muchos fieles que ven como Roma los mira con desaprensión.

Sin embargo, estas tímidas renovaciones (estéticas/simbólicas, institucionales o teológico-pastorales) no son ni inevitables ni irreversibles. Existen, como dijimos, en las altas esferas de la Iglesia numerosos obispos y cardenales bastante descontentos con este papado que no temen manifestarse abierta en contra de Bergoglio. Al mismo tiempo, algunos de los futuros candidatos “papables” provienen de la Iglesia africana, una de las Iglesias actualmente más conservadoras en el campo doctrinal y de mayor crecimiento demográfico. Cualquier pequeño avance que pueda darse durante los años de Francisco puede ser perfectamente revertido por un futuro pontificado conservador sin mayores problemas.

Por el momento, Francisco parece estar reanimando -voluntaria o involuntariamente- algunas de las brasas reformistas apagadas tras el Concilio Vaticano II. Con todo lo que está sucediendo dentro y fuera de la Iglesia en la actualidad, sólo el tiempo podrá decirnos que tan sinceros o efectivos serán los cambios de su pontificado.


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sábado, 11 de marzo de 2017

EL VATICANO LE DA IMPULSO A LA BEATIFICACIÓN DE ANGELELLI



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El Vaticano le da impulso a la beatificación de Angelelli




El ex obispo riojano es considerado mártir de la Iglesia al igual que los sacerdotes Gabriel Longueville y Carlos Murias. Los tres fueron asesinados en 1976 en nuestra provincia durante la última dictadura. El proceso para la canonización de Angelelli se inició en 2015 y ahora toma fuerza de la mano del Papa Francisco. Pormenores.

El Vaticano retomó el análisis de la causa de canonización del obispo Enrique Angelelli, asesinado en La Rioja en 1976 durante la última dictadura militar.

De acuerdo a información dada a conocer por el diario italiano La Stampa, la causa de beatificación de Angelelli está siendo estudiada junto con la de los sacerdotes Gabriel Longueville y Carlos Murias (asesinados el 22 de julio de 1976), y el laico Wenceslao Pedernera (ultimado el 26 de ese mes), quienes fueron torturados y asesinados semanas antes en la misma provincia, indicó la agencia AFP.

El proceso para la canonización de Angelelli como mártir de la Iglesia se inició en 2015 y la parte que atañe su vida en la Argentina se cerró en octubre del 2016.

Antes de ser elegido pontífice en 2013, el entonces arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio aseguró que Angelelli fue un mártir de la Iglesia “al dar la propia vida por sus ovejas”.

El proceso que sigue el Vaticano tiene algunas similitudes con el de monseñor Oscar Arnulfo Romero, quien fue asesinado por un francotirador el lunes 24 de marzo de 1980 cuando oficiaba una misa en la colonia Miramonte de San Salvador. Fue beatificado el 23 de mayo de 2015.

El 4 de agosto de 1976, el obispo de La Rioja, Enrique Angelelli, murió cerca de Chamical, en medio de un hecho presentado como un accidente de tránsito a pesar de que el cadáver mostraba numerosas señales, como si hubiera sido torturado.

Recién 38 años después del episodio, en 2014, se esclareció como un homicidio, lo cual sólo permitió condenar a dos de los cincos acusados, los represores Luciano Benjamín Menéndez y Luis Estrella, ya que los otros tres imputados en la causa, Jorge Harguindeuy, Jorge Rafael Videla y Juan Carlos Romero fallecieron antes.

El día de su muerte, Angelelli viajaba acompañado por el sacerdote Arturo Pinto a bordo de un vehículo que terminó volcando tras haber sido encerrado por dos vehículos, según las investigaciones.

Durante el juicio, Pinto recordó que “nosotros viajábamos en una camioneta Fiat 125 Multicarga, la cual manejaba Angelelli, y a la altura de Punta de los Llanos (100 kilómetros al sur de la capital) un vehículo de color blanco o claro, nos encerró por delante de la camioneta, lo que provocó que la misma saliera de la ruta y volcara”.

“Por el vuelco, por comentarios que tuve después, Angelelli salió despedido y yo quedé dentro del vehículo inconsciente, recuperando el conocimiento días después, cuando era trasladado hacia la ciudad de Córdoba en ambulancia para una mejor atención” añadió.

Al ser consultado por el motivo de la mala relación entre el obispo y los integrantes de la ex base aérea Chamical, Pinto recordó que “durante una misa y en plena homilía de monseñor Angelelli, éste fue interrumpido por el titular de la base, Lázaro Aguirre, quien le señaló que no estaba de acuerdo con lo vertido en la misma, por lo que debía retractarse. Y al no obtener respuesta favorable, Aguirre se retiró del lugar muy molesto”.

El día de su muerte Angelelli se dirigía desde El Chamical a La Rioja para ver a un enviado del Episcopado y con varias carpetas donde reunía pruebas de los asesinatos de los curas Carlos Murias y Gabriel Longueville y de un laico muy cercano a él, Wenceslao Pedernera, a manos de las bandas paramilitares de la época.

Luis Liberti, un experto de la causa de beatificación del fallecido obispo de La Rioja, afirma que no quedan dudas de que el asesinato del religioso respondió a una trama política. “Pobladores de la zona recuerdan que Angelelli, mientras investigaba el asesinato de los dos sacerdotes de Chamical, dijo que estaba convencido de que se trataba de un proceso en espiral, una espiral que terminaría con su asesinato. Y así, de hecho sucedió, el mismo día que había llegado a la conclusión de la investigación”.

“Sólo ahora, después de 40 años, se puede empezar a hablar y escribir sobre el tema. Con el proceso de Angelelli, en La Rioja ha ocurrido exactamente lo mismo. Hay estudios sociológicos e investigaciones históricas que demuestran que esa provincia ha sido la más perseguida durante la dictadura debido al obispo. Quien era vinculado a Angelelli era capturado, encarcelado o asesinado”, señaló.



http://riojavirtual.com.ar







jueves, 9 de marzo de 2017

LA RELIGIÓN COMO FUENTE DE UTOPÍAS SALVADORAS Por Leonardo Boff



La religión como fuente de utopías salvadoras




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 Por Leonardo Boff


Hoy predomina la convicción de que el factor religioso es un dato del fondo utópico del ser humano. Después de que la marea crítica de la religión, hecha por Marx, Nietzsche, Freud y Popper, retrocedió, podemos decir que los críticos no han sido suficientemente críticos.

En el fondo todos ellos elaboran dentro de un equívoco: quisieron colocar la religión dentro de la razón, lo cual hace surgir todo tipo de incomprensiones. Estos críticos no se dieron cuenta de que el lugar de la religión no está en la razón, aunque posea una dimensión racional, sino en la inteligencia cordial, en el sentimiento oceánico, en esa esfera de lo humano donde surgen las utopías.

Bien decía Blaise Pascal, matemático y filósofo, en el famoso fragmento 277 de sus Pensées: «El corazón es el que siente a Dios, no la razón». Creer en Dios no es pensar en Dios sino sentir a Dios a partir de la totalidad de nuestro ser. La religión es la voz de una conciencia que se niega a aceptar el mundo tal como es, sim-bólico y dia-bólico. Ella se propone transcenderlo, proyectando visiones de un nuevo cielo y una nueva Tierra y de utopías que rasgan horizontes no vislumbrados todavía.

La antropología en general y especialmente la escuela psicoanalítica de C. G. Jung ven la experiencia religiosa surgiendo de las capas más profundas de la psique. Hoy sabemos que la estructura en grado cero del ser humano no es la razón (logos, ratio) sino la emoción y el mundo de los afectos (pathos, eros y ethos).

La investigación empírica de David Golemann con su Inteligencia emocional (1984) vino a confirmar una larga tradición filosófica que culmina en M. Meffessoli, Muniz Sodré y en mí mismo (Direitos do coração, Paulus 2016). Afirmamos ser inteligencia saturada de emociones y de afectos. En las emociones y en los afectos se elabora el universo de los valores, de la ética, de las utopías y de la religión.

De este trasfondo emerge la experiencia religiosa que subyace a toda religión institucionalizada. Según L. Wittgenstein, el factor místico y religioso nace de la capacidad de extasiarse del ser humano. «Extasiarse no puede expresarse mediante una pregunta. Por eso tampoco existe ninguna respuesta» (Schriften 3, 1969,68). El hecho de que el mundo exista es totalmente inexpresable. Para este hecho «no existen palabras, ese inexpresable se muestra; es lo místico» (Tractatus logico-philosophicus, 1962, 6, 52). Y continúa Wittgenstein: «lo místico no reside en cómo es el mundo, sino en el hecho de que el mundo existe» (Tractatus, 6,44). «Aunque hayamos respondido a todas las posibles preguntas científicas, nos damos cuenta de que nuestros problemas vitales ni siquiera han sido tocados» (Tractatus, 5,52).

«Creer en Dios», prosigue Wittgenstein, «es comprender la cuestión del sentido de la vida. Creer en Dios es afirmar que la vida tiene sentido. Sobre Dios, que está más allá de este mundo, no podemos hablar. Y sobre lo que no podemos hablar, debemos callar» (Tractatus,7).

La limitación del espíritu científico es no tener nada sobre lo que callar. Las religiones cuando hablan es siempre de forma simbólica, evocativa y autoimplicativa. Finalmente terminan en el noble silencio de Buda o usando el lenguaje del arte, de la música, de la danza, del rito.

Hoy, cansados del exceso de racionalidad, de materialismo y consumismo, estamos asistiendo a la vuelta de lo religioso y de lo místico. Pues en él se esconde lo invisible que es parte de lo visble, y que puede dar una nueva esperanza a los seres humanos.

Cabe recordar una frase del gran sociólogo y pensador, al final de su monumental obra Las formas elementales de la vida religiosa (en español 1996): «Hay algo de eterno en la religión, destinado a sobrevivir a todos los símbolos particulares». Porque sobrevive a los tiempos, la afirmación de Ernst Bloch en sus famosos tres volúmenes de El principio esperanza: «donde hay religión, hay esperanza».

Lo esencial del Cristianismo no reside en afirmar la encarnación de Dios. Otras religiones también lo han hecho. Es afirmar que la utopía (lo que no tiene lugar) se volvió eutopía (un lugar bueno). En alguien, no sólo fue vencida la muerte, lo que ya sería mucho, sino que ocurrió algo mayor: por la resurrección explotaron e implosionaron todas las virtualidades escondidas en el ser humano. Jesús de Nazaret es el “novísimo Adán”, como dice San Pablo (1Cor 15,45), el hombre oculto ahora revelado. Él es sólo el primero de muchos hermanos y hermanas; también la Humanidad, la Tierra y el propio Universo serán transfigurados para ser el Cuerpo de Dios.

Por tanto, nuestro futuro es la transfiguración del universo y de todo lo que él contiene, especialmente la vida humana, y no polvo cósmico. Tal vez sea esta nuestra gran esperanza, nuestro futuro absoluto. 








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jueves, 2 de marzo de 2017

MENSAJE DE FRANCISCO: LA PALABRA ES UN DON. EL OTRO ES UN DON / CUARESMA 2017


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Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2017


La Palabra es un don. El otro es un don



Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016).

La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisiera centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc16,19-31). Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión.

1. El otro es un don

La parábola comienza presentando a los dos personajes principales, pero el pobre es el que viene descrito con más detalle: él se encuentra en una situación desesperada y no tiene fuerza ni para levantarse, está echado a la puerta del rico y come las migajas que caen de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y los perros vienen a lamérselas (cf. vv. 20-21). El cuadro es sombrío, y el hombre degradado y humillado.

La escena resulta aún más dramática si consideramos que el pobre se llama Lázaro: un nombre repleto de promesas, que significa literalmente «Dios ayuda». Este no es un personaje anónimo, tiene rasgos precisos y se presenta como alguien con una historia personal. Mientras que para el rico es como si fuera invisible, para nosotros es alguien conocido y casi familiar, tiene un rostro; y, como tal, es un don, un tesoro de valor incalculable, un ser querido, amado, recordado por Dios, aunque su condición concreta sea la de un desecho humano (cf. Homilía, 8 enero 2016).

Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida. La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil. Pero para hacer esto hay que tomar en serio también lo que el Evangelio nos revela acerca del hombre rico.

2. El pecado nos ciega

La parábola es despiadada al mostrar las contradicciones en las que se encuentra el rico (cf. v. 19). Este personaje, al contrario que el pobre Lázaro, no tiene un nombre, se le califica sólo como «rico». Su opulencia se manifiesta en la ropa que viste, de un lujo exagerado. La púrpura, en efecto, era muy valiosa, más que la plata y el oro, y por eso estaba reservada a las divinidades (cf. Jr 10,9) y a los reyes (cf. Jc 8,26). La tela era de un lino especial que contribuía a dar al aspecto un carácter casi sagrado. Por tanto, la riqueza de este hombre es excesiva, también porque la exhibía de manera habitual todos los días: «Banqueteaba espléndidamente cada día» (v. 19). En él se vislumbra de forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres momentos sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia (cf. Homilía, 20 septiembre 2013).

El apóstol Pablo dice que «la codicia es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Esta es la causa principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos. El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico (cf. Exh. ap. Evangelii gaudium, 55). En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz.

La parábola nos muestra cómo la codicia del rico lo hace vanidoso. Su personalidad se desarrolla en la apariencia, en hacer ver a los demás lo que él se puede permitir. Pero la apariencia esconde un vacío interior. Su vida está prisionera de la exterioridad, de la dimensión más superficial y efímera de la existencia (cf. ibíd., 62).

El peldaño más bajo de esta decadencia moral es la soberbia. El hombre rico se viste como si fuera un rey, simula las maneras de un dios, olvidando que es simplemente un mortal. Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención. El fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación.

Cuando miramos a este personaje, se entiende por qué el Evangelio condena con tanta claridad el amor al dinero: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).

3. La Palabra es un don

El Evangelio del rico y el pobre Lázaro nos ayuda a prepararnos bien para la Pascua que se acerca. La liturgia del Miércoles de Ceniza nos invita a vivir una experiencia semejante a la que el rico ha vivido de manera muy dramática. El sacerdote, mientras impone la ceniza en la cabeza, dice las siguientes palabras: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». El rico y el pobre, en efecto, mueren, y la parte principal de la parábola se desarrolla en el más allá. Los dos personajes descubren de repente que «sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él» (1 Tm 6,7).

También nuestra mirada se dirige al más allá, donde el rico mantiene un diálogo con Abraham, al que llama «padre» (Lc 16,24.27), demostrando que pertenece al pueblo de Dios. Este aspecto hace que su vida sea todavía más contradictoria, ya que hasta ahora no se había dicho nada de su relación con Dios. En efecto, en su vida no había lugar para Dios, siendo él mismo su único dios.

El rico sólo reconoce a Lázaro en medio de los tormentos de la otra vida, y quiere que sea el pobre quien le alivie su sufrimiento con un poco de agua. Los gestos que se piden a Lázaro son semejantes a los que el rico hubiera tenido que hacer y nunca realizó. Abraham, sin embargo, le explica: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces» (v. 25). En el más allá se restablece una cierta equidad y los males de la vida se equilibran con los bienes.

La parábola se prolonga, y de esta manera su mensaje se dirige a todos los cristianos. En efecto, el rico, cuyos hermanos todavía viven, pide a Abraham que les envíe a Lázaro para advertirles; pero Abraham le responde: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen» (v. 29). Y, frente a la objeción del rico, añade: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto» (v. 31).

De esta manera se descubre el verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo. La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor ―que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador― nos muestra el camino a seguir. Que el Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados. Animo a todos los fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana. Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua.



Vaticano, 18 de octubre de 2016
Fiesta de San Lucas Evangelista.











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QUÉ NOS DICE EN CUARESMA MONS ANGELELLI? CARTA PASTORAL (1972)







20 de febrero de 1972

Carta pastoral en la cuaresma



“Urge escuchar la voz de Cristo y llegar incluso a opciones y rupturas interiores si queremos cambiar nuestra manera de vivir"


Queridos hermanos y amigos: Esta carta pastoral que les envío es fruto de prolongada reflexión ante el Señor y de un gran amor por esta Iglesia local de La Rioja, que es nuestra comunidad diocesana.

El hombre nuevo, hombre convertido a Dios


"Conviértete y cree en el evangelio". Así comenzamos la cuaresma en la liturgia del miércoles de ceniza.

Este urgente y gozoso llamado de Cristo: "Convertíos porque ya llegó el reino de Dios" (Mt 4, 17; Mc 1, 15), es un verdadero evangelio, una verdadera buena nueva para el hombre de nuestro tiempo, y reclama su respuesta, dada como la del hijo pródigo: “Me levantaré e iré a mi padre” (Lc 15, 18). Sólo el que después de haber escuchado el evangelio y haberlo aceptado en su corazón, por una gracia del mismo Dios viviente y Padre de las misericordias, lo pone por obra, "será el varón prudente que edifica su casa sobre roca". Será el varón justo "que vive de la fe" (Gál 3, 11), y actúa esa fe por la caridad o amor (Gál. 5, 6). Por eso, si la fe no produce obras, es de suyo muerta (Sant 2, 17).

Convertirse es mucho más que renunciar al pecado, mucho más aún que recibir el perdón de los pecados: es el regalo o don de Dios de una vida nueva, un nuevo ser engendrado por la “semilla divina” (1 Jn 2,29; 3,9; 4,7; 5,1). Es renacer "de lo alto por el agua y el Espíritu", es una transformación íntima y profunda en el corazón del hombre, llamada por Jesu­cristo nuevo nacimiento”, “nacimiento de Dios” (Jn 1,11; 3,35). El que es definitivamente de Jesucristo se ha hecho una nueva criatura. Lo viejo ya pasó, todo se ha hecho nuevo (2 Cor 5, 17; Ef 4, 22; Gál 6,8). El convertido es el hombre nuevo, es el hombre de la luz.

Respetar la dignidad del hombre como la respeta Dios


Se pregunta el autor del salmo ocho, dirigiéndose a Dios: "¿Qué es el hombre...?" Y responde: "Lo has hecho apenas menor que un dios, coronándolo de gloria y honor, y constituyéndolo señor de todas las cosas…"

La misión y función del hombre es dominar la creación, hacer presente en el mundo el poder de Dios. Es un mandato, pues él es imagen y semejanza de Dios, para que domine el mundo y lo cuide, lo cultive y desarrolle, no como individuo cerrado sobre sí mismo, sino como miembro de la comunidad humana. El hombre debe glorificar al Padre junto con la creación.

“Conviértete y cree en el evangelio”: esta palabra seguirá resnando como comprometedora invitación que Jesucristo formula a cada uno. Pero el evangelio sin Cristo crucificado no existe para nosotros. Como pedía san Pablo al comienzo de la fe, no reduzcamos tampoco nosotros la "locura de la cruz", porque es “sabiduría de Dios”.

Si la resurrección de Jesucristo está en el corazón del evangelio y constituye nuestro futuro, dejemos que nuestra esperanza en esa promesa se haga realidad en el mundo, a través de una conducta que no está dispuesta a tolerar ningún conformismo, ninguna discriminación entre los hombres, ninguna explotación del hombre por el hombre. Esto es un don, una responsabilidad del hombre. Esto es una gracia de Dios, una gran tarea que hemos de realizar.

La liberación consiste en promover un hombre nuevo en Cristo


Este es el hombre nuevo que anunciamos y que infatigablemente buscamos ayudar a realizar en cada hombre y mujer de nuestra comunidad diocesana, sin distinción alguna.

Pero es preciso tener las actitudes interiores necesarias y ejercer la acogida generosa y sincera para que el hombre crezca en humanidad. Esta es la liberación que incansablemente buscaremos llevar a cabo en nuestra acción pastoral diocesana; la que esta descrita en la unidad de los libros de la Biblia, en la Antigua y la Nueva Alianza; la que se actualiza y se expresa en lenguaje moderno y captable para los hombres de nuestro tiempo por medio del magisterio de la Iglesia.

Este es el hombre nuevo que debemos realizar en cada uno de nosotros, llámese obispo, sacerdote, religioso, religiosa o laico. Este es el hombre nuevo que ofrecemos a todo hombre de corazón recto. La invitación de cuaresma: “Conviértete y cree en el evangelio”, seguirá siendo el meollo de nuestra vida como Iglesia local. Y la invitación es para todos; por ello la respuesta deberá ser personal y verdaderamente libre.

Trabajar por la justicia es fortalecer el hombre nuevo


Mientras el Señor nos siga regalando vida, obremos el bien... Pero si miramos detenidamente nuestra situación actual, tanto en lo personal como en la vida pública, advertiremos inmediatamente que es preciso rectificar muchas cosas si queremos ser fieles a ese hombre nuevo de que hablamos antes.

En la última asamblea del episcopado, decidimos redactar, cada obispo en su diócesis, una carta pastoral con motivo de la cuaresma, y para ello aunamos los criterios fundamentales acerca de la vida moral de nuestra sociedad argentina. Que es menester cambiar de conducta en la vida privada y pública resulta una cosa tan evidente que no merece probárselo.

Urge que nos pongamos ante nuestra conciencia con una sinceridad objetiva y cruda para que, habiendo hecho el silencio necesario para escuchar su voz, lleguemos a tomar las opciones y a efectuar las rupturas interiores requeridas para cambiar nuestra manera de vivir.

El aburguesamiento que practicamos nos está insensibilizando ante los más urgentes reclamos de la conciencia. Pero advertimos también que no tenemos paz; vivirnos asfixiados y en un vacío interior que nos lleva hasta la alienación. Nada nos satisface. Rechazamos frecuentemente el más fundamental cuestionamiento de la vida, hasta con agresividad hacia nosotros mismos y hacia los demás. Constatamos la contradicción entre lo que decimos y lo que hacemos.

Un planteo para profundizar el concepto de moral


Las diversas manifestaciones de inmoralidad de la vida diaria (la que no se refiere solamente al sexo) están tocando fondo y se escuchan por todas partes las expresiones del hastío, el cansancio y la urgencia de un cambio en lo privado y en lo público. Ello nos debe hacer abrir los ojos, para aprender la lección que dolorosamente nos está brindando la sociedad en que vivimos. No es un grito de desesperación ni de pesimismo, sino un grito saludable de esperanza y de sinceridad para con nosotros mismos, para con nuestros hermanos y para con Dios, si aún alcanzamos a distinguirlo presente y operante en la vida. Es bueno y urgente reflexionar acerca de los "signos" que se manifiestan en nuestra sociedad.

No nos escandalicemos ni rasguemos las vestiduras si debemos señalar que existen hombres que no ven a Dios en la vida: que viven la angustia, a veces desesperante, de la búsqueda del sentido de la existencia: que odian, que matan. Porque también están aquellos que no comen: que viven infrahumanamente; que no pueden curar sus enfermedades; que no tienen acceso a la cultura; que son silenciados en sus legítimos derechos de personas; que viven encarcelados por querer salvar la dignidad del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios...

Quizá colamos el mosquito y nos tragamos el camello. Es hora de convertirnos y de no seguir mintiéndonos a nosotros mismos ni de mentir a quienes sueñan con una sociedad nueva, más humana y más conforme con el plan de Dios. Pienso en ustedes, jóvenes, que Frecuentemente deben pagar el precio duro de la droga, que se sienten impulsados al rechazo de todos los valores que parezcan comprometidos con el pasado, que gritan lo que no quieren y detestan todo lo que tienen.

Y mientras tanto, seguimos escuchando y leyendo a diario las mismas palabras: "moral", "orden", "disciplina", "valores tradicionales", "ley", "Dios", "Iglesia"...

Quisiera señalar algunas manifestaciones de inmoralidad, con la finalidad de que esto nos ayude a pensar y optar en la vida, sea ella privada o pública.

No debemos sentirnos fuera de época si señalamos que es inmoral una orquestada y comercializada pornografía que invade nuestra vida ciudadana, hasta hacer perder el gusto y el sentido de la vida... Es inmoral domesticar y despersonalizar a un pueblo con una propaganda dirigida "inteligentemente", que mata la creatividad, entre otros valores… Es inmoral el machismo, que considera a la mujer corno una cosa u objeto de placer... Es inmoral el auge “inteligentemente” comercializado de la droga, que quie­bra y corrompe a nuestra juventud con una felicidad ficticia, fruto de una sociedad caduca que reclama cambios sustanciales...

Pero es también inmoral el que ejerce el vil oficio de delator, y manosea la dignidad de las personas... Es inmoral cl que pervierte su vida y la desfigura con la triste imagen del calumniador... Es inmoral el torturador que agudiza su inteligencia para atormentar a sus hermanos, física, psicológica y moralmente… Es Inmoral el usurero y el opresor... Es inmoral el que usa de su responsabilidad de servidor de la comunidad para la coima o para corromper a sus subalternos con el afán de lucro, status o poder... Es inmoral el que es infiel y traiciona a su hermano... Es inmoral el que obstaculiza, para satisfacer sus propios intereses, todo auténtico cambio que haga más feliz al pueblo silenciado, marginado, explotado...

Es inmoral el que profana su hogar con la infidelidad, considerándola como timbre de hombría... Es inmoral el que comercializa su profesión, sin importarle las vidas inocentes, la dignidad personal de sus clientes y pacientes o la eliminación de un ser humano en el seno materno... Es inmoral el aprovechamiento de situaciones económicas desesperadas, y de la debilidad humana, para prostituir a la mujer... Es inmoral el que administra la justicia venalmente.. Es inmoral todo gesto que degrada a la mujer y la convierte en articulo codiciable y comercializable... Es inmoral toda ley injusta... Es inmoral la represión que atenta contra el legítimo y verdadero uso de la libertad... Es inmoral la mentira institucionalizada... Es inmoral el que siembra odio y división... Es inmoral el que pervierte los medios de comunicación social para lograr más lucro, para corromper o dominar y no para ser servidor de la verdad... Es inmoral orquestar intereses para ahogar fuentes de trabajo... Es inmoral el robo institucionalizado... Es inmoral sofocar la vida de un pueblo con monopolios fríos e inhumanos.

Volver la espalda al mal y prepararse para la pascua


Esta pintura de distintas maneras de inmoralidad (que no agota toda la realidad) no busca, como ya se dijo, subrayar lo negativo. Si señalamos los efectos de la situación actual es porque urge buscar las causas y decididamente ponerle remedio.

Tarea difícil y compleja, pero necesaria y que nos implica a todos: a las autoridades y a la comunidad. No olvidemos que en el corazón del mismo hombre radica un desequilibrio profundo, que es necesario armonizar. Con las solas fuerzas humanas no lo lograremos.

Los cristianos ofrecemos la realización del hombre en Cristo, plenificado en su pascua. Tenemos que dimensionar la realidad del pecado y las consecuencias del mismo, para entender la estructuración de una sociedad que adolece de fallas sustanciales.

Convirtámonos y creamos en el evangelio. Ello debe constituir la gran tarea y el esfuerzo personal y de toda la comunidad diocesana en esta cuaresma. Así nos prepararemos a vivir en verdad la pascua del Señor.





http://www.claretianos.org.ar/angelelli/homilia/7.htm