No habrá otro camino más que el de la verdad, si es que realmente queremos eliminar este innegable flagelo social que necesita también del valor para romper con el silencio como arma del poder para someter, tapar y perpetuarse en estructuras institucionales, que en la órbita del Estado, han sido proyectadas ideológicamente para establecer y consolidar el status quo de todos los tiempos, a través de la legitimación de una "suprema autoridad", que se ejerce como tal con su prerrogativa de magisterio, su derecho de enseñanza y su capacidad de educación de generación en generación. Esta condición, inherente a la constitución histórica de la Iglesia, desde que Constantino la oficializó como religión y fe del antiguo Imperio Romano y posteriormente, en los distintos modos de producción, siempre rigiendo los destinos de cada una de las diferentes sociedades, permanece inalterable en su esencia de potestad al estilo monárquico.
Cuando las corrientes progresistas contemporáneas, quisieron erradicar definitivamente este status de su existencia, para transformarla con "la opción preferencial por los pobres", como programa de práctica radical evangélica, con el Concilio Vaticano II o con lineamientos teológicos pastorales como los de Medellín y Puebla, fue combatida y perseguida por todos los poderes e intereses del capitalismo en su conjunto, especialmente los del conservadurismo ultramontano, acérrimo defensor vaticano, y el neoliberalismo, este último, como “el modelo” neo-colonial, que surgía en esta etapa de la llamada "globalización" del capital. Aquella otra visión y praxis eclesiástica, pos-conciliar, persiste y lucha sin embargo, por cambiarla en la fidelidad a su único y trascendente Proyecto liberador, el del Evangelio de Jesús de Nazaret; sin el cual, su Iglesia, no tiene razón de ser en el mundo y en consecuencia, sólo sirve a los propósitos de ese poder que la desnaturaliza, haciéndola fuente de todos las anomalías propias de los Institutos de este Orden. Entonces, cuando silencia sus crímenes más aberrantes, como el de la pedofilia, de igual manera, está ejerciendo una estrategia, una metodología más de gobierno, de las que la impunidad le otorga, en el marco del régimen del cual es sustento y se nutre a la vez.
La divinización pomposa, la espiritualización desmedida de la doctrina, asume características primordiales en la edificación de esa autoridad que exalta lo sagrado como exclusivamente propio, exaltándose de esta manera, ella misma y arrogándose así, el monopolio no sólo de la fe, lo religioso, lo cultural, sino también y fundamentalmente, el de la vida privada, de manera tal que su cátedra penetra los actos más íntimos de los pueblos y de las personas. Este excepcional panóptico de disciplinamiento social, según su propio dogma le es inherente, sin el cual "su misión” como preceptora universal, no podría aplicarse. Es en esta concepción de lo sagrado, donde se origina el abuso como una extensión necesaria del mismo. El cual, no es otra forma más que arbitrariedad encubierta de falsa piedad la que se produce como conducta aberrante, que se va erigiendo en los ámbitos en donde todo está controlado por ese paternalismo dominante, entre los unos y los otros.
Prácticamente toda la dogmática tradicional de la Iglesia se fundamenta en el dualismo como doctrina que afirma la existencia inequívoca de dos principios supremos, con entidad propia, autosuficientes, irreductibles y antagónicos: el bien y el mal, cada uno de los cuales en su evolución dialéctica conforman toda la realidad desde la misma creación. Es muy importante tener en cuenta esta cosmovisión filosófica, porque es ella la que provee los instrumentos a una teología determinante sobre la noción e imagen de un Dios concreto y su opuesto necesario. Y desde esa lógica, hacia los restantes criterios que se desprenden de ella; ser ideal y ser real, materia y espíritu, naturaleza y gracia divina y cada uno de ellos en planos diferentes del conocimiento, como por ejemplo, razón y fe. El dualismo teológico o cosmogonía, considera asimismo, en su cuerpo doctrinal los argumentos que explican los principios de bendición y maldición, gracia y pecado, que son angulares en la justificación de un sistema de explotadores y explotados, de ricos y pobres, de santos y pecadores.
La valoración de estas concepciones, como un pétreo paradigma religioso, se multiplican aún más en otros planos de la fe, cuando se desenvuelven similarmente, otras doctrinas como los de la Indulgencia, que exime, libra de las penas temporales, que se deberían purgar en esta o la otra vida y que por lo tanto configuran un privilegio de impunidad en el contexto Iglesia-mundo, tan cercano, tan próximo a nuestro tema. Además, se deben considerar del mismo modo, perspectivas que nacen de la teoría católica del pecado original, desde la cual se desprende una visión sobre el mismo, sobre el sufrimiento, la mortificación, la culpa y otros aspectos de las llamadas verdades de la fe, que exacerbadas y llevadas hasta sus últimas consecuencias, han sido siempre más un instrumento de opresión y sumisión que cualquier otra cosa. A todo esto, debemos añadir las escuelas y movimientos que sentaron las bases de La Doctrina Católica de la Fe, afirmando los dogmas y creencias, en los múltiples Concilios Ecuménicos, desde Nicea I en adelante, que regirían la vida de la Iglesia en forma definitiva. Estas mismas interpretaciones de la ortodoxia, fueron decisivas en tiempos de paganismo y de las sucesivas posturas heterodoxas, que surgirían lógica e indefectiblemente a lo largo de toda la historia, las llamadas herejías. La apología del cristianismo tuvo sus principales exponentes, hoy Doctores de la Fe, en los pensadores de La Patrística, el Tradicionalismo, la neo-escolástica, desarrollada por Tomás de Aquino, comúnmente denominada Tomismo y que a partir del pontificado de León XIII, pasará a ser cimiento filosófico-teologal de la Iglesia hasta nuestros días, en donde el neo-tomismo junto a otras de sus variantes, asume ese protagonismo medular como columna vertebral de la Iglesia en materia de fe, la que se volcará inevitable, en su práctica social y educativa.
El claustro, el encierro, adosan una de las funciones claves en este proceso. Aislados en esas verdaderas fortalezas medievales o circunscritos a una delegación de responsabilidad pedagógica, que le ha sido otorgada y que también la ha constituido en su rol de educadora por excelencia, bajo las reglas que ella misma ha creado y que le son propias para formar vigilando, es ahí donde se arraiga y se fortalece un vínculo propio e intenso, que en estas formas de organización, genera las condiciones propicias para la aparición de patrones de conductas y hábitos que asociados a lo sexual, son proclives paulatinamente a volverse ocultos y compulsivos; canalizados u orientados primordialmente hacia niños, concluyendo en el abuso deshonesto liso y llano.
Es demasiado, demasiado poder... Pero si realmente queremos dilucidar la matriz de esta Iglesia, en donde se han incubado y albergado tan desgraciadamente, curas pedófilos, debemos conocerla a ella, así como está pergeñada desde dentro, desde su interior como lo que es en definitiva, no lo que intenta mostrar en su apariencia pública y convencional, como Santa Sede de la Verdad revelada, con todo su boato ostentado y espiritualizado, sino en su hechura sistemática.
La pedofilia es una enfermedad, una parafilia* como es denominada actualmente por la psiquiatría, es un delito agravado en estos casos por ese vínculo del que hablábamos, no puede ser tratado de otra manera, si la Iglesia lo silencia es idénticamente coautora y cómplice de ellos.
Como plantea el fragmento de la entrevista de Pagina 12*, también nos cuestionamos ¿Cuál será el subsuelo de ese silencio? Y por qué ese silencio es consensuado por los pedófilos y la Institución de poder eclesial, desde el papado hacia otros niveles de mando? Precisamente la clave de acercamiento a esta respuesta, estaría en la conformación de la Iglesia como un Estado más, una superestructura de clase cimentada y consolidada como maquinaria de sometimiento y a la postre un Imperio. Y no cualquier Imperio, como se ha detallado...
Un imperio... Nada más ajeno, nada más contrario al Jesús Histórico, ese "campesino judío del mediterráneo" - en palabras de John D. Crossan - revolucionario, itinerante, sin posesiones de ningún tipo, sin templos, sin verticalismos ni jerarquías, más que las basadas en el servicio por amor. Sin nada de ello, pero libre y pobre, que es como quería y quiere a su Iglesia. En esa esperanza cierta, el que suscribe, alienta a perseverar en esa lucha para que La Nave levante velas y cambie su rumbo, donde soplen otros vientos, nuevos vientos como aquellos que sacudieron a nuestros padres conciliares y al mismo mundo, allá por octubre de 1962, hace ya 50 años...
Y por supuesto, animamos a todos a tener conciencia crítica de esta realidad, combatiéndola a través de la verdad, del dialogo, de la difusión y cuando sea necesario, de su denuncia ante la justicia.