jueves, 15 de agosto de 2013

ASUNCIÓN DE MARÍA





Aquella que dio su Sí para ser Madre de Jesús, aquella que lo amamantó, lo crió, lo siguió; la misma de las bodas de Cana, la misma que guardaba todo en silencio en su corazón y lo maduraba; la que estuvo de pie junto a la cruz; la que sufrió y soportó la persecución, orando y viviendo junto a la primitiva Comunidad de Fe; la Madre única, la Mujer única, ha partido... No entre muertos infinitos, no entre tumbas evocadas... Su camino ha sido otro, su abrazo con el Padre ha sido otro: glorificada de Amor, glorificada de pureza y sencillez, ahora, habita junto a El. Cada mañana, en cada atardecer, cuando el universo transita y cae una estrella, El la escucha atentamente y María, le habla, le canta, le sonríe, como en aquellos imborrables días, en la pequeña aldea olvidada de Nazareth, cuando El era un niño y ya su alma entera la estremecía, anunciándole su gozo, su regocijo, pero también su Cruz...

Asunción de María, Asunción del Júbilo, de la Esperanza. Asunción de Aquella que siempre estuvo ahí donde el Señor, y estará, igualmente, cuando nosotros la necesitemos...


Raúl Olivares.-
Todos los derechos reservados.-



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Por eso, después que una y otra vez hemos elevado a Dios nuestras preces suplicantes e invocado la luz del Espíritu de Verdad, para gloria de Dios omnipotente que otorgó su particular benevolencia a la Virgen María, para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para aumento de la gloria de la misma augusta Madre, y gozo y regocijo de toda la Iglesia, por la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y nuestra, proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.

Constitución "Munificentissimus Deus", 1ro de Noviembre de 1950.








domingo, 4 de agosto de 2013

ANGELELLI: MEMORIAS DE VIDA Y MARTIRIO / A 37 AÑOS






Mons. Enrique Angelelli
Obispo, Pastor y Mártir

1976 - 4 de Agosto - 2013




"No debemos sacar las manos del arado en este presente en que vivimos; a la vez, queremos un futuro distinto del que estamos viviendo; queremos cambiar las armas por instrumentos de trabajo, para que a nadie falte el pan que quiera amasar con el propio sudor; queremos cambiar el odio por el amor fraterno, la mentira por la verdad, los negociados por una justa distribución de los bienes que Dios nos ha dado para todos; queremos cambiar una situación política en la que el poder es de unos pocos, por otra en que el pueblo sea verdaderamente protagonista; queremos cambiar la angustia diaria en que viven tantos hogares riojanos y argentinos, por la alegría del encuentro; queremos cambiar el miedo y la desesperación por la esperanza; la calumnia y la delación por la amistad, la confianza y el servicio fraterno. Todo esto queremos... y mucho más."

Mons. Enrique Angelelli, La Rioja, Homilia radial del 27 de abril de 1975.-






MONS. ANGELELLI: HOMILIA RADIAL 27 DE ABRIL DE 1975





Mons. Enrique Angelelli
Obispo, Pastor y Mártir

1976 - 4 de Agosto - 2013





27 de abril de 1975

Homilía en la misa radial, reflexiones acerca de la "Jornada de oración por la pacificación nacional"

"Es misión del obispo y de toda la Iglesia cuidar que las piedras vivas del cuerpo de Cristo sean respetadas y embellecidas"


Ayer hemos celebrado en todo el país la "Jornada nacional de oración", dispuesta en su última asamblea por el episcopado argentino, a fin de rogar que Dios, nuestro Padre del Cielo, nos dé la luz necesaria y la fortaleza de espíritu suficiente para superar la afligente situación en que vivimos y que a veces se presenta con matices dramáticos. 

Orar: deber, responsabilidad y alimento del corazón


Diariamente se sigue derramando sangre de hermanos. Nos duele en carne propia la situación en que vivimos y, por eso, creemos que no es inoportuna ni queda fuera de lugar la actitud de un pueblo que, sintiendo su debilidad, se autoconvoca para suplicar a Dios, Padre de todos, Señor de las misericordias y juez de nuestras vidas y acciones, buscando así que él ilumine las inteligencias y sacuda los corazones con su gracia. Todos, sin excepción alguna, debemos asumir la responsabilidad que nos toca: encontremos, pues, los verdaderos caminos que nos lleven, como pueblo, al destino que Dios nos tiene señalado como hombres y como hermanos.

Orar, individualmente o como pueblo, no significa cerrar los ojos a la dura realidad; no significa evadirse de esta historia argentina concreta que con sangre vamos construyendo; no significa dejar de lado la creatividad ni el trabajo que nos permitan buscar juntos los rumbos que nos lleven a ser un pueblo feliz, un pueblo que muestre su rostro de esperanza y de confianza fraternal. 

Todos estamos convencidos de que sobran los discursos y faltan las acciones y los gestos constructivos y eficaces... No somos vaticinadores de calamidades —como decía Juan XXIII—, pero si queremos ser muy realistas y no autoengañarnos ni engañar a las generaciones futuras con nuestras actitudes y nuestro proceder. 

Anhelamos una vida nueva en Cristo

No debemos sacar las manos del arado en este presente en que vivimos; a la vez, queremos un futuro distinto del que estamos viviendo; queremos cambiar las armas por instrumentos de trabajo, para que a nadie falte el pan que quiera amasar con el propio sudor; queremos cambiar el odio por el amor fraterno, la mentira por la verdad, los negociados por una justa distribución de los bienes que Dios nos ha dado para todos; queremos cambiar una situación política en la que el poder es de unos pocos, por otra en que el pueblo sea verdaderamente protagonista; queremos cambiar la angustia diaria en que viven tantos hogares riojanos y argentinos, por la alegría del encuentro; queremos cambiar el miedo y la desesperación por la esperanza; la calumnia y la delación por la amistad, la confianza y el servi­cio fraterno. Todo esto queremos... y mucho más.

En el evangelio de Juan, el apóstol Tomás le pregunta a Jesús "cómo podemos saber el camino…". Y Jesús le responde: “Yo soy el camino, la verdad y la vida: nadie va al Padre sino por mí; les aseguro que el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago y aun más...”. Por eso san Pedro nos enseña en su primera carta que “somos una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de las tinieblas a su luz maravillosa”. 

Debemos repetirlo una vez más: somos las piedras vivas del cuerpo de Cristo, los templos vivientes del Espíritu Santo. El hombre es la razón de ser de la encarnación de Cristo, con su muerte y su resurrección, ya que el Verbo vino al mundo para salvarlo, para liberarlo, para hacerlo hombre nuevo para gloria de nuestro Padre Dios. Y la misión de la Iglesia no es otra que la de Cristo: servir al hombre redimido por el Señor. 

Una palabra, oportuna o inoportuna


Volviendo al sentido de la Jornada de oración, el episcopado argentino entrevistó recientemente a la señora presidenta, manifestándole, entre otros asuntos, esta honda preocupación por la situación argentina, por las amenazas de muerte, por la realidad de sangre y por todo lo que está experimentando el pueblo. En realidad, no hacíamos otra cosa que cumplir con nuestra irrenunciable misión de pastores al servicio del pueblo. Cuando no procedemos así, debemos pedir humildemente perdón y fuerza a Jesucristo, sumo y eterno sacerdote, de quien recibimos la tarea que ejercemos y el mandato de anunciar el evangelio a todos los hombres, oportuna o inoportunamente. 

También a mí me toca decir una palabra en nombre, de Cristo y del evangelio que en su nombre les predico. Debo hablar de los hechos que son conocidos y que estamos viviendo dolorosamente en La Rioja. Se me ha pedido, además, que ayude a reflexionarlos desde la fe, y que dé una palabra de serenidad; ciertamente, de no hacerlo, me sentiría por lo menos intranquilo de conciencia: es un deber. 

Más allá de los intereses particulares y políticos que pudiesen estar en juego; más allá de las falsas interpretaciones que se pudieran dar a esta reflexión, debo asumir el dolor profundo, el desconcierto, el temor y la desorientación de nuestro pueblo riojano. Colocado por encima de las competencias y atribuciones que no me corresponden, ciertamente debo decir que los hechos vividos en estos días, las detenciones y allanamientos realizados en nuestra provincia, han mostrado un profundo sufrimiento en los hogares riojanos, y han sembrado miedo en la población, hasta el punto de desconfiar nuestros ciudadanos de las personas con quienes están hablando, hasta el punto de no saber a quien recurrir, pues se ha creado una psicosis popular, haciendo correr los rumores más inverosímiles. Se llega a dudar de enviar a los niños a la catequesis, se llega a hacer creer que la gente de Iglesia está comprometida en algo grave...

En primer lugar, les pido que no caigamos en esta fiebre de calumnias. No perdamos el discernimiento ante lo que se nos diga. Pero comprenderán que no puedo permanecer indiferente frente a la desorientación del pueblo. Aún más, repudiamos todo lo que pueda haber de avasallamiento por parte de quienes han realizado estos procedimientos, dejando de lado el respeto y la dignidad del trato que merece todo hombre. Lamentamos que esta tierra riojana —que cuenta como comprovinciana a la señora presidenta de la República— haya sido tratada de este modo... Será bueno recordar que La Rioja tiene su propia personalidad, amasada, desde su larga historia, con sangre y valores morales y religiosos muy enraizados en su alma, que no pueden ser pisoteados por quienes, proviniendo de fuera, cumplen procedimientos con criterios y escala de valores que hieren nuestra dignidad.

No a la violencia, si al evangelio

No queremos la violencia en ninguna de sus manifestaciones; no queremos cambiar la escala de valores que nos rige, pues son valores evangélicos que no pueden ser trocados por antivalores que atentan contra la identidad de nuestro pueblo. No compartimos ni aprobamos los errores, pero si procuramos ejercer misericordia y acogida fraternal para quienes pudiesen estar errados.

Ciertamente, debemos respetar a todo hombre en su dignidad de tal: esto es lo evangélico, pues no podemos permitir que se los manosee con apremios ilegales. No podemos admitir que nuestras mujeres sean tratadas menos dignamente; ello nos repugna como hombres, como cristianos y como pueblo. 

Nuestro pueblo es digno dentro de sus debilidades; es respetuoso; es seriamente creyente, silencioso y contemplativo; es sufrido y patriota; respeta sus instituciones y se lo hiere cuando se las desconoce. Por ello lamentamos que algunos hermanos nuestros riojanos se presten para procedimientos y acciones poco nobles, quizás a cambio de alguna dádiva que no puede dejar en paz el alma del que la recibe; también ellos necesitan ver la luz y ordenar sus pasiones descontroladas... 

Es misión del obispo y de toda la Iglesia cuidar que las piedras vivas del cuerpo de Cristo sean respetadas y embellecidas. La piedra viva es cada hombre, que, si además es bautizado, tiene la plenitud de la vida de Cristo. Cumplimos con esto lo que enseña el Concilio. Si hemos formulado esta reflexión, ello se debe al servicio que le debemos al cuerpo de Cristo, que es nuestro pueblo. Piense cada uno en la responsabilidad que le cabe y obremos todos consecuentemente, agradando a Dios y sabiendo que “todo hombre es mi hermano”.